El Santo y el Político. Por Gerardo Muñoz.

 

El ascenso del ‘servidor público’ nos sitúa ante la pregunta sobre el agotamiento de la figura del político de vocación. Se trataría de algo más que un mero desplazamiento de Weber a Kant, aún cuando estas categorías hayan sido heredadas de las gramáticas del pensamiento moderno. Hoy estamos en condiciones de preguntar: ¿podemos hoy seguir hablando de liderazgos políticos? ¿O es acaso todo líder reducible a la figura del gestor de las buenas intenciones? Esta sigue siendo una conversación pendiente entre quienes nos interesa pensar las mutaciones de las élites políticas.

La cuestión del liderazgo ha estado a flor de piel en los últimos días en la coyuntura española. Y no solo por la salida de Rajoy de la Moncloa, sino también por la discusión que se abre en torno a sus relevos. El periodista Pedro Vallín subrayó el liderazgo de Pablo Iglesias (Unidos Podemos) en la moción de censura. Y por su parte Iglesias le recomendó a Sánchez aparentar “presidenciable” y no un mero “mal menor”.

Liderazgos para política de alta presión y mirada larga. La imagen misma de Iglesias como político-santo (del bien común) tiene entre sus múltiples propósitos liberarse de los subusleos de un modelo financiero inscrustado en los lazos sociales. Esto lleva el nombre “corrupción”, aunque tampoco es reducible a lo que normalmente entendemos por esto.

Se abre un hondísimo problema para pensar el nudo entre política y moral. El caso del chalet de Iglesias-Montero, por ejemplo, permite un manejo gradualista bajo el presupuesto de que es un asunto ‘privado’. Pero la moción de censura anticorrupción hegemoniza aquello que constituye ‘lo público’ (el fisco) desde las más diversas alianzas (PSOE, UP, PNV, las fuerzas independentistas catalanas, etc.). La hegemonía en política hoy coincide con el político como gran gestor. Y el tema viene al caso dada la incidencia ganadora de la teoría de Laclau en la hipótesis Podemos. Es el mayor dilema de toda propuesta política contemporánea sin obviar sus riesgos de neutralización.

El carisma de santo de Iglesias – como bien lo ha notado Enric Juliana – es franciscano. La mirada del Fatricelli encaja con el pastoreo de Francisco (Papa Peronista, no lo olvidemos) y entona con el ethos sacrificial que ha naturalizado la crisis. El líder franciscano descarga el peso ominoso de los líderes jesuíticos. Piénsese en Fidel Castro, quien provenía de esas filas. Pero el franciscanismo trae las malas noticias en tanto que práctica ajena al goce, es incapaz de producir el corte de una emancipación efectiva. Aunque como también ha visto Jorge Alemán en su lectura lacaniana En la frontera: sujeto y capitalismo (2014), aquí también puede producirse un singular desvío al interior del discurso capitalista y de la política consumada en Técnica. El franciscano se mide en ajustes y contenciones, hábitos y reglas. Puesto que experimenta el sinthome desde otro lado.

Vale la pena volver a ver Francisco, Juglar de Dios (1950) de Roberto Rossellini sobre la habítica comunidad del Fatricelli. O sea, de su relación mínima con la propiedad. Una delicada trama, puesto que ante el goce ilimitado que todos buscan hoy en día, el gestor franciscano pareciera desatender la tesis de que es el consumo el que libera y no al revés.

*Una versión de esta columna se escribió para Tecla Eñe Revista.

Chesterton y Podemos. Por Gerardo Muñoz.

malagon-iglesias1

En estos días he recordado un artículo de G. K. Chesterton sobre Lenin, donde este dice que podemos entender la justificación del leninismo de ser antidemocrático ante la ignorancia del campesinado ruso, pero lo que no podemos aceptar es una idea que es en sí irracional [1]. Algo parecido se puede decir sobre Pablo Iglesias en la segunda asamblea en Vistalegre. Esto es, podemos escuchar su arenga sobre la unidad y el enemigo, pero más difícil es razonar cómo eso se ajusta a las ideas errejonistas de transversalidad y pluralismo.

La brecha entre el primer postulado y el segundo que han salido a flote al final de Vistalegre 2, encajan con lo que Chesterton llamó ‘ilogicidad’. Ese déficit de razón solo se entiende con el significante vacío y la teoría que la sostiene. Pero sabemos que todo político que se considere digno de esa vocación, tiene que cuidar, a distancia, la diferencia irreducible de su par. Es esto lo que va al traste con el brochazo que ha dado Iglesias en su discurso de clausura [2]. Ahora el balón está del lado de los errejonistas, y tendremos que esperar para ver si hay posibilidad de recomposición de su parte. Pero lo cierto es que al imponerse el significante vacío se arriesga el destape de una violencia aún mayor siempre depositada en el oppositorum cesarista.

En un provechoso encuentro con algunos miembros de Podemos en estos días, la pregunta caliente fue qué hacer después de Vistalegre 2. Esta pregunta ya de por sí visibiliza las grietas y visiones encontradas, los desaires y las traiciones. Todo es resumible con lo que hemos llamado antes “falta de legitimidad”. Una solución entre optimista y reparadora, se afinca en buscar exceder a Podemos como partido-institución-líder. Esto es, volver a cierto ‘originalismo’ del 15M bajo la idea de la comunidad. Sin embargo, la comunidad no puede ser principio último de la razón política, como tampoco puede ser una alternativa contra-hegemónica ante el belicismo hegemónico. El comunitarismo como propuesta es siempre insuficiente.

Hay que tomar distancia del comunitarismo reparador y redentor. La tarea de hoy recae solo en una formulación de contracomunidad, capaz de disociarse del ascenso de particularismos radicales que conducen inevitablemente al fin de la política (que por cierto, lo decía el propio Ernesto Laclau, como lo ha recordado en estos días Alberto Moreiras). Tampoco se puede rebobinar la historia ni echar para adelante hacia una dirección que solo llevaría al PP, y a un mayor deterioro del espacio europeo. La comunidad desvinculante solo conduce al arrinconamiento nocivo de unas cuantas voces altisonantes y fuera de lugar. Frente a eso me sigue pareciendo que la opción de un «republicanismo poshegemónico» está a la altura de los tiempos. Este republicanismo atiende a dos principios fundamentales, aunque tampoco se limitan a estos: 1. trabajar con coherencia sobre lo que está dado en la facticidad y en el sentido común en curso, y 2. sostener la división de poderes a cambio de un contrapeso que reduce la dominación sobre la vida del singular.

Por ahora, la gran incógnita es si Errejón y los errejonistas estarán en condiciones de armar un plan más o menos simultáneo con estos principios, o si se plegaran a la ilogicidad de Iglesias. Esto también convoca a preguntarse cómo quedarán los territorios. ¿Habilitará la nueva matriz organizativa espacios para disensos territoriales, o se solidificará el verticalismo desde arriba? Sin lo primero ese deseo de unidad oppositorum del pablismo será solo pulsión de muerte. Pero un paso del errejonismo no sería un paso de quiebre, sino que marcaría otro ritmo del ‘hacer’ en los territorios. A largo plazo esto podría tomar la forma de un nuevo federalismo.

Esta sería una hipótesis optimista. Es decir, quizás la humillante propuesta de Iglesias de ofrecerle a Errejón el Ayuntamiento de Madrid, tuvo un filo errejonista y llegaría a producir efectos que ni la camarilla de pablistas prevén. A la larga esto pudiera demostrar una vez más que para eso de ‘tomar el cielo por asalto’ no hay soga que sea tan larga. La ilogicidad que veía Chesterton en Lenin también implica eso: al final, esa soga siempre tiende a vencerse por uno de sus cabos.

 

 

Notas

*Imagen: Malagón Humor, Febrero 2017.

1.G. K. Chesterton. “The logic of Lenin”. The Collected Works of G.K. Chesterton (XXXI). Ignatius Press, 1989. 275-79.

2.http://www.eldiario.es/politica/DIRECTO-Vistalegre_13_611168880_9689.html

 

 

Podemos y el más allá de la política en lo político. Por Jorge Alemán.

aleman-podemos

Los partidos políticos están supervisados por las grandes corporaciones. Es un hecho evidente en la época en que el capitalismo se apoderó de todas las construcciones simbólicas de la sociedad. En el caso de Podemos , y esto le otorga toda su especificidad, se trata de la reinvención de otra izquierda, que sin ceder en su vocación emancipatoria, no hay ningún dispositivo corporativo que aún lo controle. En este aspecto, Podemos salvó el honor de España, mientras Europa está atravesada por el giro neoliberal de la socialdemocracia y el nuevo neofascismo neoliberal.

Sin embargo, y España ya ha tenido sus experiencias históricas al respecto, Podemos al estar a solas consigo mismo, está entregado a la psicología de masas y las peores pasiones narcisistas. Lo que Lacan, quien parafraseando a Hegel, denomina “la lucha a muerte por el puro prestigio”. 
Podemos ha confirmado de un modo fatal que no todo es simbolizable en una organización política. Una vez que se sale del afecto primordial del grupo fundante e instituyente, el aluvión de rivalidades, disputas por el reconocimiento, pasiones desatadas por el narcisismo de las pequeñas diferencias y por último el trabajo de la pulsión de muerte. Donde se está dispuesto a perder todo, incluyendo el propio lugar, con tal de no ceder la posición narcisista. Pensar que sólo se debate por genuinas diferencias políticas y estratégicas, es pensar que en Podemos todo pasa por lo Simbólico y que los enunciados significantes agotan toda la cuestión.

La única posibilidad de evitar el desastre, cuando no se está monitorizado por corporación alguna, es que Podemos conquiste colectivamente desde sus bases una “interpretación” donde se admita que habita un plús de gozar en el interior mismo de las diferencias políticas que se enuncian. Sólo tocando ese más allá de lo simbólico, y llamando a deponer las armas del goce narcisista y mortífero, se puede quizás salir de este trance paradójicamente horrible e interesantísimo a la vez.

Reinvención Democrática en España: Comentario a los documentos políticos de Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en Vistalegre II. Por Gerardo Muñoz.

equipo-errejon-iglesias-2017

A pocos días de la Asamblea Ciudadana Vistalegre II (https://vistalegre2.podemos.info), es importante someter a debate y análisis algunas de las propuestas de renovación política de Podemos. Lo hago a distancia, sin presumir ser experto en política española, y deteniéndome en los documentos divulgados. En lo que sigue comento dos propuestas donde se juega, tanto en el plano teórico como político, una reinvención democrática con alcances para el espacio europeo. Podemos ha vuelto a reinstalar el problema de la legitimidad y de la evolución misma del progresismo en la región. En la primera parte comento el documento “Plan 2020” redactado por Pablo Iglesias. En la segunda, me detengo en el documento “Recuperar la ilusión”, de Íñigo Errejón, Clara Serra, y otros. Me acerco a estos dos documentos a partir de dos claves: la unidad y la transversalidad, aunque no pretendo en ningún caso agotar la discusión de estos documentos políticos, sino abrirla. En la última sección del texto, retomo algunos problemas relativos al futuro europeo. No hay dudas de que Podemos representa hoy el arco de lo que Albert O. Hirschman llamó el ‘prejuicio del optimismo’, a bias for hope.

Unidad

“Plan 2020” es el título de la propuesta de Pablo Iglesias, Carolina Bescansa, Juan Pablo Monedero, entre otros integrantes de equipos de trabajo. La primera parte del documento, aproximadamente las primeras veinte páginas, están dedicadas a trazar un derrotero de la política española desde la transición del 78, pasando por la crisis del 2008 y la irrupción del movimiento social 15M, y finalmente la apertura hacia la deriva electoral del 2014. El énfasis del recorrido, como es lógico, se hace sobre ese primer listón por el cual Podemos alcanzó resultados contundentes: un millón y medio de votos, además de cinco eurodiputados. Los resultados fueron una sorpresa para un partido joven, de poca experiencia, y cuya dirección estaba compuesta mayormente de docentes de la Universidad Complutense. Recuerdo que en el verano de ese año, en el marco del congreso “Literatura, Poshegemonía, Infrapolítica” que tuvo lugar en la Universidad Complutense, algunos de nosotros tuvimos la oportunidad de intercambiar ideas con Luis Alegre Zahonero, quien era entonces una de las figuras punteras del nuevo partido. Había expectativas, y se discutían ideas de republicanismo y ocupación del estado.

A distancia de esto, para Iglesias y los patrocinadores del “Plan 2020”, el 2008 da inicio a una ‘crisis de régimen’, caracterizada por una fuerte caída de legitimidad del status quo político español que podría poner patas arriba el precario ‘momento constituyente de los acuerdos del 78’, como lo caracteriza José Luis Villacañas [1]. En tiempos más recientes, esto se materializaba en la incapacidad, como ha notado Philip Pettit, del gobierno de Zapatero por dar frente a las fuerzas del capital financiero y mantener en control el índice de empleo [2]. Iglesias admite que lo central en su propuesta es la posibilidad de articular un momento constituyente para la reinvención del futuro democratico de la política española. El “Plan 2020” es claro su exposición un compromiso con la democracia sustrayéndose del momento populista más divulgado de la personality mediática de Iglesias y del lema radicalizado de “tomar el cielo por asalto”. Por el contrario, el documento Iglesias nos dice que el “Plan 2020” es una propuesta para construir con todos, apostando a la madurez institucional, aunque atenta al contramovimiento de una ciudadanía activa. Como leemos en el documento:

“Ese diálogo no puede estar guiado por el interés empresarial y tampoco desde intereses cortoplacistas electorales. El desarrollo industrial, el crecimiento de las ciudades, el mejoramiento del transporte, la construcción ecológica, las energías renovables, el gobierno europeo multinivel, las nuevas formas de gobierno electrónico, los efectos de la robotización de la economía…fórmula de ensayo general tiene una larga tradición en Inglaterra y permite ir construyendo perfiles políticos y técnicos para evitar las sorpresas de los nombramientos caprichosos a los que nos tiene acostumbrada la política turnista. Sirve igualmente para evitar la incertidumbre propia de un mundo global dominado por los poderes financieros. Y, en nuestro caso, tiene que servir para que las españolas y los españoles conozcan la alternativa de gobierno de Podemos.” (Plan 2020, 41).

Al tomar distancia de la gramática populista, se consigue generar momentos de honestidad y autocrítica en el tiempo que va del primer encuentro en Vistalegre al próximo. Iglesias reconoce las limitaciones discursivas y estratégicas que tuvieron a la hora de negociar con el PSOE, y dar la cara como fuerza democrática. Al hacer énfasis en una posible alianza, Iglesia intuye que habría voluntad de formar un pacto por una nueva transición no-presidencialista o no simplemente reducible al populismo de la “máquina electoral”. Sabemos que el gran politólogo Juan Linz leyó el ‘momento Suarez’ del 78 como un pacto entre élites que trajo a España a la democracia [3]. La llamada ‘nueva transición’ se haría cargo de este legado como momento constituyente en la vida política española. Pero más importante aun es el mensaje del “Plan 2020”. Iglesias parece decir algo así: si antes no intentamos hacer pactos, y ahora podemos hacerlo. Ahora, el fracaso caería sobre las espaldas de otros. Aunque las condiciones transicionales de hoy son distintas a las del 78, ya que ya no puede haber un “pacto de élites” a puertas cerradas. Mi intuición es que el documento de Iglesias es una manera de percibir que el momento del pacto ha terminado, y solo queda democratizar y ampliar Podemos para garantizar un momento constituyente.

El vórtice conceptual y propositivo del documento es la ‘unidad’. Al inicio, Iglesias y los redactores definen la ‘unidad’ como “voluntad unitaria, entendiendo la unidad como la capacidad de hacer que ideas distintas puedan complementarse, reforzando una dirección estratégica y unos objetivos comunes” (Plan 2020, 4). La idea de unidad en la diversidad sería el instrumento para construir “una nueva voluntad popular con todos”, y sostener una dialéctica entre movimiento e institución. Como escribe aforísticamente Iglesias: “lógica debe ser por tanto la de la unidad en la diversidad: un proyecto compartido por identidades políticas, sociales y territoriales diversas, donde lo que es una realidad en la cotidianeidad se articule en el ámbito de lo político” (Plan 2020, 29). El axioma de la unidad tiene como propósito una renovación de los cuadros políticos. De ahí que Iglesias diga que los políticos en Podemos dejarían de ser políticos para convertirse en militantes en la institución que velarían por el interés colectivo (Plan 2020, 24).

Son dos los modos de leer este diletantismo declarado. Por una parte, la ecuación de ‘militante al poder en la unidad’ es la quintaesencia del trancazo hegemónico en cuanto mediación verticalista, puesto que abandona la mesura de la vocación. Por otro lado, se pudiera entender la figura del militante institucional como representante de lo que algunos llaman un político del “estado activista” que logra compensar entre distintos niveles (Ayuntamiento, el movimiento social, la burocracia, y el Parlamento). En cualquiera de los dos casos interpretativos, para Iglesias el militante institucional vendría a renovar lo que él llama una “cartelización de la politica española” (Plan 2020, 39). La cuestión que está instalando Iglesias, sin embargo, también pasa por reestructurar la burocracia del estado (regulatory state) comprometido con la redistribución y la justicia social [4]. La articulación de la unidad se entiende como aspiración a la reelaboración de la fiscalización. Este fue un dilema que discutíamos hace un año atrás con Carolina Bescansa en la Universidad de Princeton [5]. En cambio, si por una unidad entendemos una lógica de subordinación hegemónica, entonces este posicionamiento remitiría no solo a la verticalización de la política, sino a lo que Carl Schmitt llama la intensificación entre amigo-enemigo. La variable de la unidad en Iglesias cobra aquí un tono categórico, puesto que la idea misma de ‘cumplir promesas’ (sic) tiene que aceptar de antemano este principio unitario (Plan 2020, 35). Este principio de la ‘unidad’ maximiza politización partisana y a la larga conduce a secuelas terminales y agónicas [6].

Iglesias sabe que no puede repetir el autoritarismo verticalista de la tradición del PCE. Y a la vez tampoco puede dejar las decisiones en la anti-política de las asambleas y del consenso horizontalista. Es de esta manera que el documento pone en un mismo renglón democracia, organicidad, y fuerza popular. El documento no nos da una reelaboración de cómo los que están fuera de los “círculos” podrían ser integrados, y cómo empalmar el resto externo a esa dialéctica ‘movimiento-institución militante’. Y esto es importante, puesto que es ese resto, un pueblo ausente, el que conviene tener del lado de Podemos si es que se quiere llegar a La Moncloa. No estoy diciendo con esto que se pueda hacer política de justicia social sin un pueblo. Al contrario, lo que quiero dejar claro es que el concepto de hegemonía, tal y como está elaborado en el posmarxismo de Ernesto Laclau, es insuficiente para dar cuenta de una forma verdaderamente transversal, heterogénea, y anti-unitaria, tal y como aparece hoy al interior de nuestras sociedades. ¿Cómo convencer a esos que están fuera de la movilización permanente? Hacia el final del documento, Iglesias habla de una programación a largo plazo de perfiles políticos (Plan 2020, 41). Para decirlo con José Luis Villacañas, aquí residiría el problema de la vocación de todo político’ [7].

Transversalidad

Pasamos ahora a comentar el documento “Recuperar la ilusión”, propuesto por Íñigo Errejón, Clara Serra, Pablo Bustinduy, y Rita Maestre. En este documento las metáforas importan. Según la clave de lectura que dio el filósofo German Cano, Podemos es como una embarcación que arrancó con un programa que pudo ‘darle una patada al tablero’, pero que ahora se propone la búsqueda de una capitanía que empuje a la embarcación sobre la incertidumbre de los mares [8]. Ese nuevo sailor, para Cano, sería Antonio Gramsci, aunque la idea está también implícita en el documento de Errejón. En efecto, el trabajo de integración y construcción en el documento se hace desde la teoría de la hegemonía en su formulación inspirada por Ernesto Laclau. Al igual que el “Plan 2020”, Errejón asume la autocrítica a la hora de construir el pueblo y dar un paso al frente en Vistalegre II. Los firmantes reconocen que hablar de pueblo con los convencidos de los Círculos es insuficiente, y por eso hace falta agregar a capas mayores, a quienes residen en las zonas rurales, a las mujeres, y a los que están en la brecha. Errejón afirma que es importante abandonar el “resistencialismo” (ser el Partido del anti-establishment) para formar una nueva mayoría capaz de aglutinarse bajo un nuevo sentido común (Recuperar la ilusión, 9).

Pero aquí es donde las similitudes con Iglesias terminan. Errejón dice que no se puede “rebobinar la Historia de España”, por lo que no hay posibilidad de alianzas que hagan perder el tiempo o llevar al desgaste. La tarea del nuevo político es ‘construir un pueblo’. “Construir el Pueblo” es, en efecto, el lema del documento, junto al dispositivo de la “transversalidad”. Aunque a diferencia del diálogo que Íñigo sostiene con Chantal Mouffe, en el documento hay un intento muy depurado por bajar de tono el schmittianismo agonista, moderándolo con un par de menciones dispersas [9]. Si para Iglesias la ‘unidad’ es el vórtice del éxito de un nuevo partido de mayorías, para Íñigo el énfasis recae en la transversalidad.

Conviene volver sobre qué está de fondo en la propuesta de la transversalidad. Al hablar de transversalidad, Errejón busca descentrar la unidad ideológica de la vieja izquierda como sujeto de emancipación. La transversalidad presupone que no hay tal sujeto redentor, y que en las nuevas condiciones sociales solo se consigue ganar políticamente con la construcción de una nueva mayoría. Como ha explicado el filósofo David Soto Carrasco, “la lógica [de la transversalidad] ha permitido a Podemos concretar transversalmente una organización que interpela a diferentes sectores de nuestra sociedad. Le ha dado cinco millones de votos que han permitido abrir una grieta en el muro…” (Soto Carrasco 2016). Pero la transversalidad siempre se nutre de identidades políticas en vibración, encarnadas, y administrables. El problema residiría, como ha visto Alberto Moreiras, en que la transversalidad es inconsistente con la lógica hegemónica [10]. Según Moreiras, la transversalidad en registro hegemónico termina siendo equivalencial en su capacidad estructural [11]. En cambio, lo que llamamos aquí ‘reinvención democrática’ intentaría ofrecer otro mecanismo que no estuviese estructurado con la equivalencia hegemónica que organiza y divide el ‘Pueblo’. Llamémosle a esto poshegemonía. Esta es una modalidad de pensar la reforma política, en un sentido fuerte, sin caer en la tentación de la organización identitaria. En mi réplica al artículo de Soto Carrasco sobre transversalidad sugerí que en realidad los nombres no importan mucho, sino en ‘nombre de qué’ se está hablando [12]. En otras palabras, el problema con la transversalidad es que presume que la identitarización de la lógica hegemónica agota el campo de lo social, cuya lógica maestra permite erigir un nuevo orden de dominación.

La propuesta de la transversalidad de Errejón, sin embargo, es importante en la medida en que facilita otro camino que no es ni el del ‘sujeto verdadero’ de la política convencional de izquierda, ni el de cesarismo carismático basado en la unidad [13]. De modo que solo asumiendo una forma republicana de la inequivalencia es que se puede llegar a la reinvención democrática [14]. Sin lugar a dudas, la transversalidad es el concepto más reiterado en el documento político de ‘Recuperar la ilusión’ a tal punto que hasta el deporte tiene que entenderse como ‘componente’ transversal (Recuperar la ilusión, 34). Esa es la propuesta constructiva, y la seña de identidad de los errejonistas. El corazón propositivo de ‘Recuperar la ilusión’ es doble: la creación de pueblo, y la fortificación de una fuerza de gobierno (Recuperar la ilusión, 18-20). En este nuevo contrato social, se intuye que se debe dar riendas a un momento constituyente exclusivo del constitucionalismo evolutivo:

“Para nosotros la tarea de «construir pueblo» es una tarea cultural, colectiva y desde abajo para generar afectos y esperanzas compartidas, para tejer y terminar con la fragmentación y la soledad. Un pueblo soberano es mucho más que una suma de electores o consumidores: es una comunidad voluntaria y consciente que se dota de instrumentos para una vida mejor. No hay nunca un momento tan fundante, tan fértil y tan revolucionario como el de We the People” (Recuperar la ilusión, 23).

Para ello Errejón se vincula más a una estructura federalista, con mayor compromiso en los municipios, en lugar de la dialéctica Estado-Círculo del “Plan 2020”. Y por esos los actores ejemplares de esta nueva política en curso son las alcaldesas Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona. Esto es importante desde el punto de vista de la división de poderes, ya que el federalismo en cuanto proyecto de organización territorial busca atrofiar la concentración de poder. La reforma a la ley electoral que se propone en el documento es, en este sentido, consistente con este diseño (Recuperar la ilusión, 56-58). La fiscalización aparece desplegada también en diseño federal, si bien el documento vendría a ratificar una política de la reta básica universal como condición de una política de democratización equitativa [15].

Por último, es importante notar que Errejón hace una diferencia crucial entre dos tipos de crisis: crisis de estado y crisis de régimen. Según Errejón no hay crisis de estado en España, puesto que hay un orden de derecho, garantías, prensa libre, y división de poderes. Es una postura que está en las antípodas de miradas contemporáneas en la izquierda que siguen homologando el espacio del estado con el orden burgués que se tendría que llevar a la destrucción. El énfasis en la crisis de régimen permite hablar de relevos generacionales al interior de la institucionalidad, sin dar grandes saltos anti-jurídicos ni caer en extremismos. Este giro analítico de ver la crisis, debería entenderse en oposición a quienes defienden una postura asamblearia, o de participación obligatoria y directa, en línea una movilización total [16].

Las últimas páginas del documento destacan el valor de una transformación cultural (Recuperar la ilusión, 60-65). Pero habría que preguntarse, ¿por qué razón una transformación tendría que ser culturalista para lograr las dos tareas propuestas (construir un pueblo y alzar una fuerza de gobierno)? Convendría preguntar ¿por qué se habla de cultura y no de educación en un sentido más amplio? El culturalismo del documento recae en una ambigüedad insoluble. ¿Es el énfasis cultural seña de una textura que quiere hegemonía? Sobre esa trama queremos derivar algunos elementos en nuestra conclusión.

Democracia poshegemónica en el contexto europeo

Aunque hemos visto algunas de las diferencias importantes que distancian teórica y prácticamente las propuestas de Iglesias y Errejón, también hay que explicitar lo que las une: un acuerdo con la teoría de la hegemonía. No es solo una cuestión desde el punto de vista intelectual, esto es, relativa a la pertinencia de la obra de Antonio Gramsci o Ernesto Laclau en las elaboraciones de los documentos, sino que es algo más. Si para Iglesias la ‘unidad’ es un dispositivo de cerrar fila y blindar su liderazgo dentro del partido; la ‘transversalidad’ propuesta por Errejón es una atravesar y dividir el campo de lo social a través de la politización. Visto desde arriba, Iglesias emerge como el líder que cierra el círculo (la figura del cono, que es también como lo propone el pensador Carlos Fernández Liria en su libro En Defensa del Populismo). Y desde abajo, Errejón tira de la transversalidad para armar una articulación que exige la identidad y la diferencia, cuyo costo es la democracia a largo plazo. El gramscianismo humanista contemporáneo en estas dos bifurcaciones solo podrían llevar a formulaciones cortoplacistas. El resultado de su déficit ha sido ya comprobado en el llamado ‘ciclo progresista latinoamericano’, cuya fragilidad no pudo dar riendas de largo plazo a procesos que comenzaron a sentir los efectos de la caída del precio de los commodities en el nuevo ciclo económico global [17]. Si la cartografía latinoamericana fue un tipo ideal para el ascenso de Podemos, ya no puede serlo.

Los tiempos han cambiado. Además, no hay que olvidar que la realidad institucional española es desigual a la porosidad de países como Argentina, Bolivia, o Ecuador donde el momento caliente de la política plebeya coagula condiciones constituyentes. En un momento en el cual la extrema derecha nacionalista ha llegado a decir que busca apropiarse de Gramsci, Podemos necesita pasar a una teoría instituyente y poshegemónica [18]. Esto evidencia que caer en ese juego solo puede llevar a una batalla del más fuerte, donde el populismo nacionalista de derechas (y más ahora con el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos) siempre estaría en condiciones de ganar. Diríamos más: el gramscianismo ya está en procesos de conversión anti-político con Le Pen, Beppe Grillo, o Frauke Petry.

El populismo hegemónico siempre será un atajo y una cuartada entre la política de los afectos y la anti-política, pero no puede garantizar longevidad de una democracia a escala regional o federal, tal y como se espera hoy en el gran espacio europeo. Y si con ‘hegemonía gramsciana’ solo identificamos un flanco ideológico, su postura quedaría reducida al “resistencialismo” denunciado como insuficiente por Errejón en su documento ‘Recuperar la Ilusión’. Hay que dar otro paso. La poshegemonía abre la posibilidad de seguir avanzando en la construcción democrática, deliberativa, y transversal con solidez institucional para articular una gran política nacional y europea. En este sentido, la democracia poshegemónica renuncia a la oferta de la movida populista como el camino más corto para avivar a sociedades atizadas por la tecnocracia, así como por los consensos supra-económicos de la Unión Europea.

El futuro político de Podemos está en el medio de una encrucijada. Por el lado estatal-nacional, tienen que seguir desarrollando una madurez de vocación política capaz de organizar un nuevo consenso social de alcance territorial, y con una voluntad de llegar al poder de mando. Por otro lado, la realidad exige una elaboración compleja con el entramado federal de la Union Europea. Y esto no se puede obviar ni zanjar de manera irresponsable. Por eso las apuestas de contramovimiento democrático son, en un sentido estricto, un plano en el cual Podemos tendría que insertar o al menos entablar un diálogo [19]. Hay que recordar, con Davide Tarizzo, que no hay posibilidad de desprendimiento de la UE que garantice una orientación democrática longeva [20]. Puesto que toda ruptura de la unión, todo desprendimiento de la ‘hospitalidad europea’ federal, solo llevaría a una pauperización de las realidades nacionales, al descenso aun mayor de la calidad de vida, y al brote de las peores pasiones xenófobas o antiinmigrantes en detrimento de la hospitalidad europea.

¿Cómo moverse en ambos registros de comunidad y conseguir un contramovimiento político democrático? Esto es mucho más delicado, ya que hay que recordar que la historia reciente europea no da un salto del estado nación a la Unión Europea, sino desde la crisis imperial a la integración. Aunque ya hoy, la promesa imperial es solo nostalgia que la Francia de Le Pen, la Inglaterra de May, o la Holanda de Wilders jamás podrían cumplir. Esa promesa es solo la trampa para un rumbo que será peor. Si la promesa del populismo de derecha se basa en un pasado orgulloso sin imperio, la promesa del populismo de izquierda es la de una hegemonía sin democracia duradera. Cuando decimos poshegemonía aludimos a la posibilidad concreta de reparar esto último. Si Podemos es una de las posibilidades deseables para una reinvención democrática europea, tiene que dejar atrás la insistencia en la hegemonía como parlante de las grandes mayorías. A Podemos le esperan retos mayores, pero más importante aun se le impone la posibilidad de un new deal al interior de esta segunda globalización. Y nuestro deseo es que estén a la altura.

Notas

*Documentos: Pablo Iglesias. “Podemos Para Todas. Plan2020: ganar al Partido Popular, Gobernar España”. Íñigo Errejon, “Recuperar la ilusión: Desplegar las velas, un Podemos para gobernar”. Pueden ser consultados aquí: https://vistalegre2.podemos.info/documentos/

  1. José Luis Villacañas. “Una historia del poder en España: prácticas, hábitos y estilos políticos”. Seminario en la Fundación Juan March, Marzo de 2014.
  2. Philip Pettit. “Republican reflections on the 15-M movement”. Gabriel Entine y Jeanne Moissand (eds.), Debates en torno al 15-M. Republicanismo, democracia y participación política. Paris: La Vie des Idées, 2011.
  3. Juan Linz. “The Perils of Presidentialism” (Journal of Democracy, 1990, 51-69).
  4. Aunque empiricamente basado en el contexto norteamericano, el trabajo más reciente de Seebel Rahman es crucial para abrir una discusión de los documentos y su alcance para la burocracia fiscal española. Ver, Kan Seebel Rahman. Democracy against domination (Oxford University Press, 2016).
  5. Carolina Bescansa en la Universidad de Princeton: https://podemos.info/carolina-bescansa-expone-en-princeton-las-claves-politicas-y-sociales-de-podemos/
  6. En su importante ensayo “Ética de Estado y Estado pluralista” (1930), Carl Schmitt define la unidad como el grado más intensivo de la diferencia entre amigo-enemigo”: “En verdad lo político sólo designa el grado de intensidad de una unidad. La unidad política puede por tanto tener y abrazar en sí diferentes contenidos. Pero ella designa siempre el grado más intensivo de una unidad, a partir de la cual también se determina la distinción más intensiva, a saber, la agrupación de amigos y enemigos. La unidad política es la unidad suprema, y no porque dictamine todopoderosamente o porque nivele a las demás unidades, sino porque es la que decide y porque puede evitar que dentro de ella todas los demás agrupaciones sociales se disocien hasta la enemistad extrema (esto es, hasta la guerra civil)”. Logos. Anales del Seminario de Metafísica, Vol.44, 2011, p.34.
  7. José Luis Villacañas escribe al respecto: “Integrar a otros políticos profesionales o vocacionales siempre es un mérito en política, desde luego. Pero su eficacia dependerá de si al frente hay un político vocacional en este sentido. Sin embargo, todavía nos queda lo más importante del político vacacional: la responsabilidad en el uso del poder. Para tenerla, y más allá de la pasión, el político vocacional debe ser frío como el témpano y mantener el pathos de la distancia. Pasión ardiente y mesurada frialdad, ese es el complejo psiquismo del político vocacional”. Ver, “Weber y Podemos”. El País, 15 de Enero de 2017.
  8. German Cano. “Podemos, segunda singladura”. El País, 26 de Enero de 2017.
  9. Íñigo Errejón y Chantal Mouffe. Construir un Pueblo: Hegemonía y Radicalización de la Democracia (Icaria, 2016).
  10. Alberto Moreiras. “Comentario a ‘Una patada al tablero’, de David Soto Carrasco”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/05/18/comentario-a-una-patada-al-tablero-de-david-soto-carrasco-por-alberto-moreiras/. El artículo de Soto Carrasco: http://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/patada-tablero_6_516958335.html
  11. La crítica al principio general de equivalencia aparece en el ensayo de Jean-Luc Nancy Vérité de la démocratie (Galilée, 2008). También ha sido elaborado en relación con la cuestión de la poshegemonía por Alberto Moreiras en “Infrapolitical Action: The Truth of Democracy at the End of General Equivalence” (Politica Común, Vol.9, 2016).
  12. Gerardo Muñoz. “Podemos, ¿en nombre de qué? Transversalidad y Democracia”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/05/19/podemos-en-nombre-de-que-transversalidad-y-democracia-gerardo-munoz/
  13. Manolo Monereo. “Podemos: el final de la inocencia”. Cuarto Poder, 25 de Diciembre de 2016.
  14. Jorge Álvarez Yágüez. “Breve nota a la transversalidad”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/05/23/breve-nota-a-transversalidad/
  15. Errejón ha hecho explícito su compromiso con medidas de renta básica universal, incluso por encima de lo que ya se ha acordado recientemente en el Parlamento español. Para un debate contemporáneo sobre el tema, ver Philippe Van Parijs. Basic Income: A Radical Proposal for a Free Society and a Sane Economy (Harvard University Press, 2017).
  16. La propuesta asamblearia o de horizontalismo político, está asociada con el trabajo de activistas sociales como Raúl Zibechi, Raúl Sánchez Cedillo, o Amador Fernández Savater. De este último ver su crítica a la figura política de Iglesias: “Un mundo restringido. Comentario al discurso de Pablo Iglesias”. eldiario, 26 de Octubre, 2016.
  17. Gerardo Muñoz (ed.). “The End of the Latin American Progressive Cycle” (Special Issue). Alternautas Journal (3.1, Julio de 2016). http://las.sites.olt.ubc.ca/files/2016/11/Alternautas_End-of-Progressive-Cycle-Dossier-2016.pdf
  18. Ver, “Okupa Gramsci: la derecha española quiere adoptar al pensador de cabecera de Podemos”, El Confidencial, 24 de Enero 2017. David Soto Carrasco también ha argumentado, en línea con nuestra discusión, un desplazamiento más allá del ‘momento populista’. Ver su artículo titulado “Debates y demandas” (http://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/Debates-demandas_6_554754541.html).
  19. Es aquí donde pudiera someterse a discusión la propuesta de un movimiento de democratización de la zona europea, propuesta por el ex-ministro de economía de Grecia, Yannis Varoufakis (Democracy in Europe Movement 2025). Curiosamente el documento político de Varoufakis, siendo el mismo un economista, es muchísimo menos detallado y directo que los documentos de Errejón e Iglesias que hemos comentado. Giorgio Agamben también ha llamado la atención a la carencia de legitimidad de la UE en su artículo “Que l’Empire Latin contre-attaque!” (Libération, 24 de Marzo 2013).
  20. David Tarizzo. “Después del euro: soberanía nacional y hospitalidad europea”. Res Publica: Revista de Historia de las Ideas Politicas, Vol.18, N.1, 2015. p.125-140. Esta también es la duda que ha notado el constitucionalista Bruce Ackerman en cuanto a la crisis de la UE y el two-tier system. Véase su “Three Paths to Constitutionalism: the Crisis of the European Union” (B.J.Pol.S. 45, 705–714).