Los gestos de la repetición: comentario a Infrapolítica: instrucciones de uso (La Oficina, 2020). por Esaú Segura Herrera

En todo caso, no habría porvenir sin repetición. Y, por tanto, quizá, diría Freud (ésta sería entonces su tesis), no habría porvenir sin el espectro de la violencia…” – Jacques Derrida, Mal de archivoUna impresión freudiana

Puede ser evidente que la formulación de una idea o de un problema requiere el trabajo de encontrar las palabras adecuadas para su enunciación, pero no lo es tanto que a veces tiene el mismo o hasta más peso el estilo con el que son presentadas. Porque cuando la recurrencia a cierta forma de escritura, pero también a determinados tropos tiene la carga de la necesidad, entonces quizás se trata menos de un asunto meramente estético, que de la dificultad para dar cuenta de algunos impasses del pensamiento. De modo que lejos de recurrir a ciertas figuras como adornos para éste, en ocasiones sucede que esas figuras son por sí mismas la operación de su contenido.

Me parece que en este registro cabe inscribir el más reciente libro de Alberto Moreiras, Infrapolítica: instrucciones de uso (La Oficina, 2020), que elabora un singular desplazamiento sobre los horizontes contemporáneos de la acción y el pensamiento políticos. Y en la que muy subrepticiamente es posible ubicar, en efecto, el incesante trabajo de un estilo, capítulo por capítulo, relativamente al margen de la exposición de los contenidos que el autor desarrolla en cada uno de ellos. O quizás, mejor dicho, ese trabajo estilístico que sólo aparentemente está en segundo plano es de hecho uno de los común denominadores que emparentan, pero sin identificar, a cada uno de los capítulos entre sí. ¿Cuál es este estilo, seguramente entre otros de los que se podrían situar en el texto?  El mismo libro lo anuncia desde las primeras líneas, pero a mi parecer de forma muy contundente en las últimas páginas del segundo capítulo, presentadas bajo el subtítulo “Piel de lobo”. 

Entre todos los que se dejan escuchar en ese pequeño apartado, particularmente son dos los aspectos que me interesa retener. Y con el fin de extraer estos puntos clave que guíen una posible lectura del libro en su conjunto, me permito glosar muy someramente algunos fragmentos del apartado en cuestión. Entonces, el primero de esos aspectos reluce en la inquietud por lo que allí se denomina la aporía del tiempo, es decir, el sitio en el que al menos dos tiempos discordantes se encuentran. No es necesario ir muy lejos para imaginar en concreto este problema: se trata, por ejemplo, de la lucha entre cada generación con su precedente, pero también con la que le sigue. En efecto, suele haber allí una discordia entre los lenguajes de cada una de ellas, o entre las vestimentas de una época anterior y la nueva, que en el texto se corresponden con las posiciones reaccionaria y progresista. Sin embargo, nunca es posible identificar en su supuesta pureza ni lo solamente nuevo ni lo solamente viejo, porque aunque en cuanto a las edades o el número de años se puediese “determinar” a los viejos y los nuevos, lo cierto es también que todos ellos habitan una contemporaneidad. Y justo ahí surge la aporía, en la nunca total coincidencia ni resolución de una época con respecto a sí misma. Con lo que ahora es posible aislar ese primer rasgo que dice: hay la aporía. Que a su vez puede derivar en un impasse.

El segundo aspecto remite a las operaciones de las que se vale cada posición para intentar la resolución dicha aporía. Tarea que se revela imposible en lo que atañe a la lógica interna de este binomio.  De un lado, el de la razón progresista, el recurso es la narrativización utópica, de cara a la pura positividad del futuro y el adelantamiento hacia él, pretendiendo desasirse de todo vestigio anterior. Del otro lado, el de la razón reaccionaria, el recurso es la desnarrativización, que además se vale de la apelación a la pedagogía de un pasado aparentemente absoluto e ineluduble. Ahora bien, estas operaciones son relacionadas por Moreiras, respectivamente, con una distinción, a partir de Benjamin, entre las estructuras de la novela y el cuento. Mientras que en el primer caso lo que prima es precisamente la narrativa, así como la conceptualización, en lo que concierne al cuento lo que importa es más bien la repetición de estructuras de afectos y sustancias temporales. De modo que, si la utopía narrativiza, la reacción repite, o al menos intenta repetir. Pero, en esa alternativa, llama la atención que, en su recorrido, el texto sitúe la infrapolítica del lado de operaciones efectuadas por miembros de la reacción bornónica o cercanos a ésta, en algunas novelas de del Valle-Inclán: ¿acaso la infrapolítica según el libro que aquí tratamos es entonces una posición reaccionaria? 

Quizás la pregunta parte de falsas premisas. O falsas al menos en relación con el texto mismo. Porque si hay allí un singular interés por los personajes de la reacción, se debe menos a lo que éstos hayan o no hecho desde una alternativa política, que a la repetitiva producción de un resto que desestabiliza la organización misma por la que esa alternativa es posible. En cierto modo, me parece que hay implícito en el texto una suerte de ventaja subjetiva de la reacción con respecto al progresismo. Allí en donde éste se distingue por su absoluta positividad, autorreferencialidad y voluntad de poderío, la reacción habita la contradicción de anhelar un pasado que ya siempre de antemano sabe irremediablemente perdido. Si el progresista no deja de avanzar, o en todo caso eso cree, pero tampoco de construir el relato de su legitimación, por el contrario el reaccionario no solo no puede seguirle, sino que tampoco puede retroceder porque de hecho no hay hacia donde hacerlo. El suyo es más bien el lugar de la repetición incesante de un impasse aporético, el de recuperar un tiempo de antemano perdido. De este modo, si uno de los dos personajes reaccionarios que retoma Alberto, en favor de la causa se deshace de todos sus bienes que son representación de esa misma causa, el otro de ellos pone sobre su cuerpo un solo rasgo de esa causa, la piel del lobo, pero de modo tal que desorganiza desde dentro su propia razón principial. Es decir, que el intento de salvación o conservación de la causa resulta ser su perdición. Habrá que ver, por otra parte, lo que resulta de esta contradicción. 

Pero hasta aquí, ojalá que estos tirones fragmentarios por lo menos contribuyan a despertar interés en la lectura del libro. Por mi parte, detengo la glosa en el punto cuando por fin es posible aislar los dos aspectos a los que me referí hace un momento. Ha sido la figura de la reacción el lugar en el que éstos se han revelado; a saber: el hecho de la aporía y el de la repetición. Mientras que la forma de la presentación de estos rasgos es la de habitar una incesante y violenta repetición aporética. Puedo ahora decir que esta formulación muestra el estilo, o siquiera uno de los estilos con los que el libro funciona. Porque el libro Infrapolítica es menos una exposición de contenidos, que la operación, la ejercitación de aquello mismo que pretende enunciar. Es decir, que cada uno de los nueve capítulos que lo conforman es cada vez la repetición de un gesto aporético. Más específicamente todavía, cada capítulo repite el tener que vérselas con las variaciones de la forma de estos desencuentros. Desde este estilo, entonces, Alberto Moreiras cuenta, no relata ni narra, sino que cuenta un cuento. Pero uno que nunca es el mismo.  

Ahora bien, ¿en torno a qué va ese contar? El cuento cuenta el resto que hay en la siempre irresoluble e irruductible distancia entre dos términos: ser y pensar, vida y política, historia y acontecimiento. Y lo que de estos pares resalta parincipalemente es el intento de captura de uno por el otro. Si en la identificación de ser y pensar, por ejemplo, se puede ubicar el destino ontoteológico de Occidente, de igual modo es cierto que el único signo de esa identificación no es generalmente sino su representación. Por lo que dar un paso atrás quizá nos lleve al pasaje por su insistente movilización desestabilizadora. De allí que el acto recurrente en las variaciones ofrecidas por el libro sea precisamente la destitución de una organización, a partir del principio mismo que la posibilita. Así, el aparente sometimiento a la ley divina por encima de la humana, permite a Antígona producir un resto ya siempre insistente afuera de la política. Es la ley, aunque recuperada en cuanto objeto parcial, la que desestabiliza esa misma ley. O también, frente a Heidegger, para María Zambrano no es sino la falta de una herencia lo que permite producir un cierto destino afuera del destino ontoteológico. Pero tal vez más claramente en relación con Reiner Schürmann, el principio de anarquía que pide la desestabilización de toda organización sigue siendo él mismo un principio organizativo por desestabilizar, ¿ad infinitum?  

Estas son sólo tres de las variaciones ofrecidas por el libro, en las que lo alterado, lo desestabilizado, lo removido es la característica lógica binaria del pensactuar occidental. Para Antígona no se trata de elegir entre someterse o no a ley, para Zambrano tampoco se trata de reificar la necesidad o no de una herencia, como para los reaccionarios carlistas retratados en el libro, aún sin proponérselo, la opción deja de ser entre reacción y progresismo. En todos estos casos lo que hay es la producción de un gesto irreductible a la organización de cada una de esas alternativas. Una producción que, siendo aparentemente posterior en el tiempo, no obstante es de igual modo anterior a la alternativa misma: he allí la introducción de otra aporía. En todas estas variaciones se trata menos de elegir una opción de la alternativa, que del pasaje entre ellas.  No se trata tanto de la aternativa que va del fort al da, con su consecuente riesgo reificante, como del juego de su repetición, el pasaje entre la ausencia y la presencia, anterior a la organización de ese binarismo, pero por la que cada término no es sin su “contrario”; por lo demás: ¿quién podría decir qué es primero, si la ausencia o la presencia? La repetición lo es del impasse aporético. Pero habitar esa aporía es al mismo tiempo cancelar la posibilidad de captura por parte de cualquiera de sus costados. Ni solamente ser ni solamente pensar, ni solamente vida ni solamente política, ni solamente historia ni solamente acontecimiento. ¿Habría que señalar en ese entre el lugar de la infrapolítica? 

Por otra parte, ¿qué supone eso para la más clásica decision y militancia política? Personas a diario mueren, son encarceladas, asesinadas y marginadas por decisiones de índole política y hegemónica; aunque les llamemos ontoteológicas, ¿qué de la infrapolítica en relación con ello? Toda vez que el acto repetitivo de ese entre es también la violenta insistencia en la desestabilización de los términos de cualquier organización principial. Incluidos los del activismo militante de izquierdas. Nuevamente, sería un falso problema suponer que este libro nos hace escoger entre la acción y la inacción. Pues no deja de incluir una cierta actividad la retirada de la que allí se habla, el paso atrás de la identificación entre vida y política, pero también de cualquier otra identificación capturante y sustantivante de un real sin cabeza. Se trata aquí de una actividad ya no sujeta a los límites de cualquier binarismo representativo. Aunque, a decir verdad, no hay tampoco lógica representativa y ontoteológica que no contenga ya el entre de su desestabilización. Por ello, quizás el libro es de hecho él mismo un resultado de su aporía epocal: en efecto, ¿se trata de una apuesta discursiva posuniversitaria sobre la infrapolítica o es por sí mismo una apuesta infrapolítica en acto? Quizás no solamente una u otra, pero sí el entre las dos, de donde queda un resto producido por su propia paradoja; a saber: que las únicas instrucciones son que no hay instrucción alguna. 

Por otra parte, el paso atrás de la desestabilización de la instrucción que dice que no hay instrucción, el paso atrás del principio sin principios, no va sin su correlato instituyente. Lo que abre una pregunta cuyo abordaje echo de menos en el libro: en esa incensante repetición, siempre hacia atrás, en retirada, ¿qué hay de su fin, es siquiera pensable? Sin eludir la ambigüedad que supone siempre hablar de fines: ¿es esta una repetición terminable o interminable? ¿O será acaso de nuevo otro falso dilema? Me parece que hay allí todavía una discusión pendiente en relación con las luchas concretas desde la subalternidad, de las que el mismo libro dice no desentenderse, sino al contrario: ¿“qué hacer” en medio de la paradoja?

.

*Una versión de este comentario fue presentado en el marco de la presentación del libro en la serie “Conversaciones a la intemperie” del 17/instituto de estudios críticos.

Sobre un artículo de Peter D. Thomas contra “posthegemonía”. por Gerardo Muñoz

El reciente artículo de Peter D. Thomas titulado “After (post)hegemony” (2020) termina con una conclusión muy triste, pero sintomática de lo que es la izquierda contemporánea con toda la carga de su impasse teórico. Escribe Thomas: “Posthegemony’s proposal to go beyond hegemony thus finally results in a return to precisely those political problems to which the emerge of hegemony in the Marxist tradition – as a concept and political practice – as designed as a response. The ultimate significance of this debate can therefore be comprehended in at least two sense, one textual and the other one political” (17). Es una conclusión lamentable en la medida en que incluso suponiendo que la “posthegemonía” indica una regresión a las condiciones previas a la teoría de la hegemonía elaborada por Antonio Gramsci, también se puede decir que el gesto filológico de Thomas no es otro que seguir empantanado en lo mismo. O sea, lo que Thomas propone al final no es otra cosa que una mera competencia de filologías.

Obviamente que no tengo porqué defender la teoría de la posthegemonía aquí – cosa que ya he elaborado en varios lugares y que desarrollo en el próximo ensayo La fisura posthegemónica (Doblea editores, 2020) – tan solo quiero indicar (algo ya tematizado por Alberto Moreiras) que la posthegemonía es otro estilo teórico de pensar la política en lugar de ofrecer una enmienda al concepto operativo de la hegemonía. No es para nada increíble que buena parte de la izquierda contemporánea (con raras excepciones), heredera de las esquirlas ideológicas de la modernidad, jamás haya podido hacer otra cosa que escarbar en los basureros de sus “archivos” con la triste misión de erigir un principio que les vuelva a oxigenar un horizonte de acción.

Nada nuevo. En realidad, incluso dentro de los debates de los 70 alguien como Giorgio Cesarano en un texto decisivo de 1975 escribía lo siguiente contra la insuficiencia de las aspiraciones gramscianas: “Frente a la totalización materializada que se opera en el dominio del capital, el momento teorético se ve obligado a representar la ausencia del sujeto revolucionario y de su violencia en la forma de un distanciamiento de la «totalidad», concebido como prefiguración «abstracta» (en positivo y en negativo) del comunismo que se realiza sin transición.” («Ciò che non si può tacere», Puzz, n. 20, 1975). En la medida en que no se busque pensar contra la abstracción epocal todo termina en juegos arcaicos desde la mediación del archivo, de los conceptos, de la tropología, de la “historia intelectual”, o de la Idea; toda una serie de variantes para evitar el pensamiento. De ahí que cuando escuchamos con reiterado énfasis que Gramsci es la “verdadera alternativa latinoamericana” al “marxismo realmente ortodoxo” porque se distancia del materialismo dialéctico o del socialismo nacionalista cubano esto es algo un poco más que risible. En el caso de Thomas, en una última acrobacia desesperada, la distancia la toma de Laclau & Mouffe con el fin de llegar a develarnos nada más y nada menos que la piedra filosofal del “estado integral” (revolución pasiva mediante) que nos garantizaría la salvación.

Pero sabemos que cualquier acto de circo en un parque de verano tiene más gracia y diversión. En realidad, todo esto atrasa (para el pensamiento), y como me decía un amigo recientemente, es un gesto que no debe ser entendido de otra manera que como el momento desnudo del leninismo: una forma de tomismo. El partido del Tomismo es el partido del orden, de la pedagogía (lo decía con lucidez Rodríguez Matos), del respeto sacerdotal al textualismo. Nunca como hoy el marxismo ha estado tan cerca de la deconstrucción académica y de lo que en la jurisprudencia norteamericana se llama el “originalismo”. Tal vez esto explica su éxito “programático” y litúrgico. De ahí que cuando en tiempos recientes hemos escuchado ciertas críticas a posthegemonía como formula “pre-leninista” en realidad están operando de la misma forma que el gramscianismo tomista. En otras palabras, el predecible gesto de siempre: neutralizar una intensidad de pensamiento y estilo para seguir bailando en la cuerda floja. Una cuerda floja que en un siglo no ha cesado de romperse. Pero claro, el hecho de que se rompa justifica el “providencialismo” de toda hegemonía.

Infrapolítica: ¿un nuevo existencialismo? por Gerardo Muñoz

No hace mucho una vieja amiga me dijo en whatsapp en tono sardónico pero amistoso: “ustedes hablan de existencia…pero yo hace décadas, desde la secundaria, no leo a los viejos existencialistas”. Me sorprendió más que me equiparara con un viejo a que me metiera al saco de presuntos “existencialistas”. Pero en ese comentario se recogía algo importante: si infrapolítica es, en efecto, una apuesta abiertamente existencial, ¿qué es lo trae de nuevo? La pregunta puede ser tan compleja como sencilla, así que voy a asumir un termino medio y aprovechar el ensayo Infrapolítica (Palinodia, 2019) de Alberto Moreiras para despejar algunas cuestiones relativas a la cuestión de la existencia. Intentaré ser breve para abrir el diálogo, así que voy a limitarme a tres puntos distintos, aunque tampoco desconectados entre sí.

1. La infrapolítica es una apuesta existencial por fuera del humanismo y de la técnica. Quizás esta sea la mayor diferencia con los conocidos representantes del “existencialismo francés”. No es muy exagerando decir que aquellos buscaban fundar un “movimiento existencialista”, la infrapolítica no se reconoce en ningún movimiento o escuela. El existencialismo francés buscaba una inscripción en la filosofía; la infrapolítica busca un lugar en la anti-filosofia. El existencialismo clásico apostaba por un “Humanismo” (Sartre); la infrapolítica apuesta por la “inhumanidad” de cada destino. Finalmente, el existencialismo tenía pretensiones claramente políticas (PCF y descolonización mediante…hoy no hay ni PC ni descolonización salvo como retórica vacía y pretensiosa); la infrapolítica no le interesan los partidos, o la universidad, o las comunidades de exportación. La infrapolítica busca una tercera figura entre “La carta al humanismo” y “Sobre la línea”, donde Heidegger impuso límites a las instrumentalizaciones de Jean-Paul Sartre y Ernst Jünger. El primero en su desborde “universalista” y dialéctico; el segundo en su deriva mítica y gnóstica. La infrapolítica busca una salida de la técnica como aparato general de la reproducción general de lo Social. Infrapolítica mora allí donde aparece otra relación con el mundo.

2. Esa relación con el mundo no es un “paso atrás” hacia un resguardo interior. En este sentido no se trata de generar una nueva “ascesis” de la vida, al estilo Hadot o los Padres del desierto. El “afuera” de la infrapolítica es el “recorrido” entre dentro y afuera. En un momento importante de Infrapolítica (2019) Alberto Moreiras vincula la atopía infrapolítica con una “fenomenología de la inapariencia” del último Heidegger del seminario de Zähringer, contra toda reducción antropológica del mundo. En lo inaparente encontramos el problema del paisaje; en particular, del paisaje como apertura a una experiencia transformadora.  Y esa “inapariencia” fenoménica pone en abierto que en infrapolítica no hay ningún secreto, sino lo que en otra parte he llamado el “reino de las apariencias”. Hay una cuestión de visibilidad importante que no es mera “transparencia”.

3. La infrapolítica emerge como desconcierto ante la crisis de las formas modernas de la política (consenso, contrato social, legitimidad, ciudadano, sociedad civil, economía, hegemonía, etc.), y rechaza la liturgia contemporánea del Liberalismo. Esta liturgia se puede caracterizar como la concreción de una potestas indirecta que organiza una  jerarquización arbitraria de valores en perpetuo ritual subjetivista y moralizante. Obviamente que hay resistencia al Liberalismo desde varios lados. Estos tres registros podrían subdividirse en tres “salidas falsas”:

a) “consenso unitario”: contra la jerarquización identitaria, se apela a un consenso en nombre de una “unidad nacional”. Esta es más o menos la posición oficial del New York Times como “órgano intelectual” del tardo-liberalismo.

b) “integración comunitaria”: tanto en la derecha como en la izquierda hay apuestas por encontrar guarida en la comunidad (muchas comunidades). Pero siempre y cuando la estructura tética de la comunidad quede intacta. Aquí comunidad es también otro nombre para el consenso dirigido y administrado, que vive cómodamente bajo el marco general de la liturgia liberal.

c) “universalismo moral”: es la posición neo-hegeliana planetaria de una izquierda que pide principios morales (solidaridad, apoyo mutuo, hermandad), pero que en realidad termina siendo la compensación ética de la civilidad del imperio.

Contra estas tres formas insuficientes de romperle la “mano invisible” al Liberalismo, infrapolítica da un paso atrás, sabiendo que una separación de la política es tal vez la manera de transformar otra zona, no-absoluta y no-imperial, desde la cesura entre existencia y política. En las últimas semanas ha sido publicado, después de dos décadas, La hipótesis cibernética (2001) de Tiqqun. Si la eficacia del poder contemporáneo ya no pasa por una gramática política moderna sino más bien por la administración de los flujos y la producción del valor en lo Social, entonces la política misma es un avatar de la técnica. O, como bien me ha dicho Jacques Camatte en un intercambio reciente: la política es el instrumento primordial del control sobre los hombres. ¿No es ya ahora de poder producir un corte contra eso? Incluso, un paso previo a los cortes de la polis como antesala del reparto del botín. No hay garantías de nada, pero el intento es más verdadero que la parálisis actual.

 

 

*Estas notas fueron usadas en mi intervención en el curso del Prof. Ángel Octavio Álvarez Solís sobre pensamiento político contemporáneo en la Universidad Iberoamericana el 5 de mayo de 2020.

 

Notas de seminario sobre el pensamiento de Emanuele Coccia (IV). por Gerardo Muñoz

Cuarta sesión sobre el pensamiento Emanuele Coccia (las anteriores puede consultarse aquí: I, II, III). Rodrigo Karmy lee un fragmento de su ensayo sobre el “atravesamiento” en La vida de las plantas (2016) para indicar que las plantas han sido un “impensado” en la filosofía. La planta sería el depositario de una “comunicación medial” cuyo mundo se da mediante una “fuerza física” que atraviesa a todas las cosas. Ya desde aquí estamos ante la rehabilitación del hyle, mens, deus panteísta de David de Dinant. El atravesamiento recorre y desplaza la problemática del hombre-animal reactivando la cuestión del mundo como problema del “afuera”. En este sentido, Coccia no es un pensador civilizatorio, sino, en cada caso, de lo que se escapa de la reducción de la civilización. Y, sin embargo, las plantas son una entidad nutritiva del sol. Aquí aparece todo el tinglado de la metafórica de la luz y del proyecto copernicano que abre la pregunta por la “génesis” misma de la modernidad como “época definitiva”.

¿Hasta qué punto Coccia no es un pensador moderno? Esto es, en un sentido estricto, ¿un pensador de la modernidad o de una modernidad transfigurada? Una afirmación en esta dirección aparece explícita en el nuevo ensayo sobre Van Gogh titulado Le Semeur – De la nature contemporaine (2020) [א]. Sabemos que Hans Blumenberg puso todo el peso de la fisura del cosmos moderno en el acontecimiento copernicano. Una vez más la dicotomía mundo-cosmos reaparece en el centro de la escena. Rodrigo recuerda que en el libro El imperio científico (2017) de Fernando Beresñak, el problema de la revolución copernicana no queda aislada de la institucionalización de la Iglesia como matriz antropológica. Y, sin embargo, quedaría por ver si el “instancia copernicana” de Coccia es igual al Copérnico de la legitimidad de la “ontología matemática”, o si, más bien, se trata de un movimiento anárquico que libera energía. Cuando digo energía digo luz, y luz es fuerza física. Pero ¿esto sigue siendo filosofia? Aquí aparece Spinoza y el problema de la inmanencia. Sobre esto volveremos después.

Ángel Octavio Álvarez Solís lanzó una distinción importante: luz no es lo mismo que sol. Cuando Coccia dice que los atributos de Dios ahora están en la naturaleza (physis), de alguna manera está poniendo de cabeza la tesis de la secularización “moderna”. La energía del sol sería el cuidado de todas las cosas, y no objetivación de las cosas como entes disponibles para la producción (¿aunque sí para el cultivo?). Esta inversión le garantiza a Coccia otra entrada a la cuestión de la naturaleza y de la vida. Sin embargo, el problema de la inversión es también el de la inversión de la alienación de la especie en su forma de auto-antropomorfización destructiva que Camatte ha asociado con la interiorización del hostis. La estrategia de la inversión debería ser, en cada caso, inversión del curso de la metafísica. Pero sabemos que no es así en Coccia, donde la metafísica es el espacio tenue que despeja la “inversión”.

Aquí es importante un señalamiento de Ángel: tal vez el problema de Coccia no sea la “metafísica” en cuanto tal – y es cierto, recuerdo en una de mis conversaciones con Coccia, él no aceptaba que cosas así como “épocas fantasmáticas de la metafísica”, al estilo Schürmann, fueran necesarias para la labor del pensamiento – sino un problema cosmológico. Una cosmología sin monismo. Por eso a Coccia no le interesa hacer una crítica del capitalismo. Aquí José Miguel Burgos dio un paso provocador: el capitalismo en el pensamiento de Coccia es como una planta; o sea, puede abonarse en cualquier parte del mundo. Esto es lo que nos llevaría directamente al lujo en el sentido más estricto. O sea, no todas las prendas de vestir son “equivalentes”, pues Prada o un vestido de Valentino no son lo mismo que una factoría china. La moda es el umbral de la irradiación del sol sobre el ex-corpore del ser. Contra Heidegger: no hay pastor del ser, hay “jardineros de las especies”.

Llegamos a un punto decisivo: todo el cosmos de Coccia remite a una ordenación espacial, mas no temporal. ¿No hay aquí una abstracción velada? Obviamente que, a nivel de las clasificaciones filosóficas, estamos ante una confrontación entre David de Dinant y San Pablo. El primero como representante del hyle espacial sin corte; el segundo como el representante de la temporalidad mesiánica de salvación. Dos teologías. En ambas, sin embargo, se presupone un todo con el mundo. ¿Habría posibilidad para una “tercera figura”, una “teología transfigurada” ligada a una física del corte, ya más allá de la vida como siempre localizada en el medio vital? Pareciera que este fuera un “impensable” en Coccia, lo cual exige poner en discusión la cuestión del corte, que es, en última instancia, la pregunta por la experiencia. En este punto, Rodrigo recuerda que este fue también el reparo de Santo Tomas ante el escándalo del averroísmo: el intelecto común carece de persona. Pero, ojo, persona no es singularidad, sino sustancia en reserva para la gloria de una economía de salvación y para el pastoreo del “bien-común”.

Le recuerdo a Rodrigo que en estos días Alberto Moreiras había circulado una llamativa cita de Spinoza sobre el uso de la “razón común” [אא]. No solemos pensar a Spinoza con Aquino, ¿pero no es el mismo problema? Dicho en otras palabras: si hoy estamos ante la dominación técnica que lleva por nombre “cibernética”, ¿la tarea del pensar no radicaría ahí donde se establece un corte contra un común integrado como proceso inmanente de abstracción? Hay pruebas para pensar que esto es un impensado en Coccia más allá de los “usos” tomistas o espinosistas. Por ejemplo, Coccia escribe en el ensayo de Van Gogh que: “la relación múltiple de las especie es lo que produce una equivalencia absoluta entre las especies que hacen coincidir el árbol de tejo con la figura humana en el acto mismo de ser semillero”. Esto es lo que lleva a Coccia a decir que el museo hoy prepara la producción de un futuro activo y consciente. Si la mixtura consta de un privilegio espacial, entonces no hay corte relativo en el tiempo, por lo que no hay mediación con el afuera de la vida (y sus muertos), que es la región insondable y la via órfica.

Estoy de acuerdo con José Miguel que entonces se trataría de entender qué o cómo se hace un corte. Obviamente que “cortar” no puede ser algo así como cortar un pastel a partes iguales. Tampoco puede ser figurado como cortar las ramas de un árbol para que florezcan sus hojas. De más está decir que cortar no es una “unidad de intensificación” de lo político entre amigo-enemigo. Y por ultimo, cortar no es cortar nomos en el espacio, que es el arte de la agrimensura. Podemos decir que cortar es lo que el encuentro eruptivo en el tiempo que me aplaza en el espacio. Una “física del corte” sería el suplemento a la metafísica de la inmanencia de Coccia que, de otra manera, quedaría inscrita en el avatar cibernético contemporáneo. Por lo que cortar supone fijar una violencia allí donde algo en el paisaje me encuentra.

Pensemos en el amor (también porque es un problema central para Coccia). El amor no puede ser una inmanencia de cada cosa con todas las otras. Cuando “recorro” el amor (con una cosa, con un rostro, con un movimiento, con ella que regresa), la intensificación de esa experiencia con todo lo demás corta el mundo de manera tan radical que ya no puedo establecer una “equivalencia” con las cosas que se anidan en el infinito. Creo que la poeta italiana Patrizia Cavalli lo enuncia de una forma inmejorable: “Ti darò appuntamento sopra un ponte, in questa mezza terra di nessuno”. Esa es la violencia del corte que participa y abre una experiencia. El amor es solo uno de sus modos. Pero cada vez que hago un corte, me encuentro con lo irreductible. Y en lo irreductible aparece mi existencia sin ser propiamente algo de esta “vida”.

 

 

 

א Emanuele Coccia: “It is this agricultural, and hence artistic, project that we should recognize in every landscape; not just the random accumulation of desperate living individuals, but also a way of inventing a modernity of nature. Each specie is the agroecological territory of the other; each being is a gardener of other species and a garden for others in turn, and what we call “world” is ultimately only the relationship of reciprocal cultural (never purely defined by the logic of utility, nor by that of free use). In this sense, there is no wild space, because everything is cultivated and because being in the world means gardening other species, and at the same time and in the same act being the object of other’s sowing”. Le Semeur – De la nature contemporaine (2020), 15.

א א Alberto Moreiras: “Spinoza says in a famous passage:  “Acting on command, that is, from obedience, does take away liberty in some sense, but it is not acting on command in itself that makes someone a slave, but rather the reason for so acting.  If the purpose of the action is not his own advantage but that of the ruler, then the agent is indeed a slave and useless to himself.  But in a state and government where the safety of the whole people, not that of the ruler, is the supreme law, he who obeys the sovereign in all things should not be called a slave useless to himself but rather a subject.  The freest state, therefore, is that whose laws are founded on sound reason; for there each man can be free whenever he wishes, that is, he can live under the guidance of reason with his whole mind” (TTP, Chapter XVI).  So, my question: are faculty members within the “nueva universidad” slaves or free humans?  The problem is of course with the definition of reason.  In the “nueva universidad “reason is determined algorithmically or cybernetically, and there is no other reason.  The presumption of a unity of reason was probably Spinoza’s mistake, perhaps even a metaphysical mistake or a mistake of metaphysics.  So it would follow that only faculty members that submit to algorithmic reason are free, whereas the rest of us are slaves.  The faculty outlaw that refuses to comply with algorithmic reason, in addition to being subjected to the punishment of the sovereign when caught every time, has no recourse to reason. What does he have recourse to?  Some fantasy of an alternative reason?  Some natural law?  Or is it the case that algorithmic, that is, cybernetic reason makes Spinoza´s entire philosophy flounder together with the notion of reason as natural law it puts forth?”

 

*Imagen: Plantas del Longwood Gardens, PA, 2018. De mi colección personal.

Sobre “Sosiego siniestro” de Alberto Moreiras. por Gerardo Muñoz

 

Querido Alberto,

Leído de corrido, tus notas sobre el sosiego cobran un necesario y sorpresivo espesor. Hablo por mi, pero creo que estamos ante lo mejor que se ha escrito sobre la detención temporal del coronavirus. Claro, cuando digo “mejor” no lo digo como cuestión de cualidades intrínsecas (que las tiene, obviamente), sino más bien porque lo que tematizas como “recuperación existencial de un exterior” es un programa que abre radicalmente otra posibilidad común de pensamiento. O sea, es una zona lo suficientemente amplia (pero también completamente nominal) como para no ser rechazada. Esquiva y sale de las tentaciones del hostis. Más allá de una nueva “universalidad”, o una nueva “reintegración de un “bien-común”, tan dependiente de la obediencia de las consciencias, el existente hace otro camino. La valentía es siempre una condición de visibilidad. Al final, ¿no hay, en cada repliegue del subjetivismo, un grave pudor de voltear sus miradas hacia la nada del abismo? O cuando se hace, todo termina en posibilidades de salvación. Por eso el “emblema” del viejo Tobías funciona tan bien, porque registra la espera del ángel de un tiempo de vida que no tiene redención ni fides futuras. Esto es, para mi, en efecto, “teología transfigurada” que deja a un lado la oscura trinidad de salvación que hoy aparece bajo el ropaje de una misma palabra: “política” (lo decía justo en la mañana – así mismo con esa palabra, “trinidad” – Andy Haldene, un oscuro economista del Bank of England). Ya no se puede hablar para nadie porque ya no es posible “hablar en nombre de algo”. O sí, solo de la existencia. Y por eso es que reitero: esta región es lo único que hoy puede reactivar un espacio de vínculo más allá de las demandas, lo substantivo (la moral), e incluso “lo absoluto”. Tiras de Kierkegaard para decir que la figura marrana “se coloca en relación absoluta con el absoluto”. Esa relación, que ya no es de orden ético, sí convoca un ethōs. Recuerdo que Kierkegaard en Temor y temblor alude directamente a la figura de la marioneta de la Comedia del arte italiana, Pulcinella, para decir que este curioso personaje solo cuenta con un “teatro personal”, donde hay algunos “amigos y pasión de justicia”. No me interesa defender a Pulcinella contra el “Caballero de la fe”, o elevar a Pulcinella contra el marrano; pero, en la medida en que la amistad atraviesa todo el sosiego, sabemos que esta extraña figura de la comedia signa el afuera constitutivo de todo pensamiento. Un pensamiento que, al menos para mi (y se me ha verificado de manera translúcida en estas semanas del confinamiento, aunque es mejor no dar detalles), tiende a inclinarse hacia las cosas elementales que amamos, o bien, hacia lo que Hölderlin llamó una vez la “vida espiritual entre amigos”, que recoge otra cosa que “responsabilidad” o “deber”. Una última cosa: me ha parecido enormemente significativo que el “amor” solo aparezca al final del ensayo. Escribes: “…una transformación del sujeto, una entrada en la interioridad del sujeto, un nuevo amor por el sujeto herido, son voces que quieren evadir el desistimiento, que no sería nada si no fuera también desistimiento del sujeto, tanto más profundo cuanto más originaria es la angustia. ”. Para mi este es el vórtice de todo el texto. Y, sin embargo, me pregunto si esa transfiguración esencial del humano en sosiego no recorre también un amor incurable por cada cosa que encontramos, que es siempre sintonía de regreso o homecoming. Es solo un pensamiento en voz alta, dispuesto a errar. Gracias una vez más por este texto.

 

G.M

Abril 25 de 2020.

Pensilvania.

*Imagen: Primavera en Pensilvania. Colección personal, 2020.

Tercer Espacio e ilimitación capitalista. por Willy Thayer

El psicoanálisis nació en un “territorio estrictamente delimitado”, inscrito en relaciones de producción disciplinares del enunciado, a saber, la lengua físico química, la medicina vienesa decimonónica. Nació, expresamente para Freud, siendo su pasado, una interpretación neurológica de la psique y de la memoria; interpretación a partir de la cual gestará su advenir como “otra psicología”, una psicología desde otro “origen”. El psicoanálisis vendrá a la historia bajo la condición moderna del saber, condición que le fue legada por la tradición ilustrada, el prurito de la autonomía y fragmentación de los campos en un contexto de dispersión y sistema;  nutrido de aquello que su instinto le ordenará abolir. Su existencia pende directamente de la trasgresión de la lengua neurológica en que se desenvuelve la comprensión teórica y terapéutica de la histeria; e indirectamente, de la negación de la condición moderno-disciplinar del saber. Estas rupturas latían en el “proyecto” de Freud, y de su realización dependía que Freud se convirtiera en Freud. Constituía, por tanto, su razón de Estado. Porque en los dominios de la creación, la necesidad de distinguirse es indivisible de la existencia misma. El psicoanálisis se opondrá cada vez más abiertamente a su lengua nodriza, dotando poco a poco de idioma propio al recién nacido para que acontezca, produciendo otra lengua en la lengua. Un acto de don, entonces, de donación de la lengua psicoanalítica, que no tendrá lugar en la historia hasta Freud. El psicoanálisis fue la lengua que, sin tenerla, Freud nos donó.

Escribir en un territorio disciplinariamente delimitado, desde relaciones de producción especializadas del enunciado, suena hoy en día en su extemporaneidad. En un horizonte de transversalidad y descanonización del saber, lo que se dispone más bien como modo de producción de cualquier investigación o escritura es la ilimitación (apeiron). El modo de producción del pensamiento del Tercer Espacio es el de la ilimitación, un modo de producción sin modo. Lo que no quiere decir soltura. La ilimitación es una modalidad de lo estricto que aloja dificultades distintas a las que dispone un campo disciplinar para quien lo interroga desde lo que sus límites reprimen. Se trata paradojalmente, entonces, de la dificultad de la «no resistencia» que impone al pensamiento aquello que carece de límites generales y persistentes, y presenta sólo límites aleatorios y eventuales, como los de una descomposición generalizada. Porque ¿cómo ejercer el pensamiento en medio de lo que no tiene límites, o cuyos límites están en permanente descomposición? ¿Cómo interrogar, por ejemplo, a lo que de antemano se ha constituido en interrogación de sí mismo, como el cadáver, que es la crítica de sí, y no consiste sino en el retorno ilimitado de lo reprimido que no cesa de llegar y se desenvuelve como objeto imposible? Si la crítica es un modo de la descomposición, el cadáver sería la verdad de la crítica, su consumación y su imposibilidad.

Una determinada interpretación de la subjetividad moderna clásica constituye el fundamento de la comprensión neurológica de la histeria. Es a partir de dicha interpretación, en cuyo círculo se desenvuelve la lengua médica del siglo XIX, que las causas de la histeria serán atribuidas a algún tipo de disfunción cerebral la cual se fijará como fuente de las parálisis orgánicas, las cegueras, afasias, temblores y sorderas, y cuya terapia consistirá en una dieta de medicamentos y de electricidad. Es a partir de esa misma interpretación, que la histeria será reducida a un pseudo-fenómeno, el cual habrá que expulsar del hospital, tratar con reprimendas y burlas, para abandonarlo finalmente en manos de filósofos, místicos y curanderos.

Es a partir de la lengua psicoanalítica que la histeria se convertirá en un fenómeno irreductible al código físico-químico y a sus respectivas terapias. Lo cuál desencadenará para el psicoanálisis no sólo una confrontación político lingüístioanalítica como aparato hermenéutico crítico más allá de las fronteras de la histeria y del campo médico, hacia la normalidad de la vida cotidiana, el sueño, el chiste, el arte, la ciencia, la cultura, la historiaca con la medicina del siglo XIX, sino que terminará por “desatar una tempestad de indignación generalizada”, dice Freud. Y añade, “porque al poner en cuestión la comprensión tradicional del origen de la psique y de la etiología de la enfermedad, hería transversalmente algunos prejuicios de la humanidad civilizada, haciendo retornar lo que un convenio general había reprimido y rechazado, a saber: lo inconsciente y la sexualidad infantil, sometiendo ya no sólo al territorio médico, sino a la humanidad entera, a la resistencia analítica, obligándola a conducirse como paciente”. Esa tempestad de indignación y rechazo era a su vez, para Freud, una promesa de internacionalización del psicoanálisis.

Hoy por hoy, ninguna operación de escritura podría desatar tempestades de indignación ni convertirse en promesa de universalización. Y muy difícilmente podría herir un convenio general de la humanidad. Hoy en día, ni la producción de escritura crítica, ni el modo de reproducción general de la subjetividad, tiemblan el uno frente al otro como en el contexto de Freud. Cualquier temblor, sea crítico o conservador, es hoy en día reiteración kitsch de un modo de producción que ya se fue o que se inscribe en éste que ya no tiene «modo», que sólo es producción sin modo de producción; así como La lotería de babilonia, o El libro de arena, o La biblioteca de babel, etc. Porque ya no hay más un modo de producción de la escritura, sino escritura sin modo. Y si aún llamamos mundo o contexto a la globalización, es por inercia de los modos de hablar. Lo que llamamos contexto o mundialización, ya no tiene que ver con un orden, un derecho general; tampoco con un desorden; sino con la profusión de operaciones que carecen de un verosímil general de inscripción, y que se despliegan en la inverosimilitud general, aunque ciñéndose milímetro a milímetro a la facticidad del momento, del espacio y del tiempo efectivo del caso, del intercambio.

Pongámoslo así. La ilimitación como suelo no ofrece resistencia y es la obscenidad de todos los caminos abriéndose. Si aquello que se denomina occidental o Metafísica consistió siempre en la resistencia, de diverso tipo, pero primordialmente autoprotectiva, contra lo ilimitado , no tendría por qué ser sorprendente, aunque lo sea, que lo occidental, en el momento de su globalización o consumación, se erija como ilimitación dejando retornar aquelo sobre cuya represión se erigió, a saber, el no mundo, lo ilimitado (apeiron) el “radical desnombramiento” de las categorías metafísicas. Esta, me parece, es la dificultad que enfrenta el pensamiento del Tercer espacio que traza su pliegue en un territorio estrictamente ilimitado. Para comprender el epifenómeno de la histeria el psicoanálisis construyó una teoría general de la dinámica y de la estructura del aparato psíquico. “Mucha teoría para tan poco fenómeno” dijo Freud. En esa demasía resonaba, a la vez, la inminente expansión de la teoría psicoanalítica.

Otra frase imposible, esa, hoy en día, en que es demasiada la fenomenalidad y escasa la teoría. Escasa la teoría porque esta ha caído en el territorio de la fenomenalidad. Lo que equivale a decir que el conflicto o la división del trabajo entre teoría y fenomenalidad ya no rigen estrictamente más. La efectividad ha subsumido la posibilidad [1]. Toda posibilidad es posibilidad en la efectividad, en la inmanencia de la efectividad. Es entonces ahí, en la inmanencia de la efectividad, que el pensamiento del Tercer espacio se expone como un dispositivo post-teórico que escabulle la teoría y la fenomenalidad, que retrocede singularizándose, no como pensamiento de la efectividad, sino como inefectividad del pensamiento; del pensamiento como inefectividad. No como pensamiento de la pérdida de la teoría, sino como pensamiento en pérdida de teoría, perdiéndose de ella.

“Aquello con lo que la escritura del Tercer Espacio permanentemente entra en contagio es con la ilimitación potencial de los Estudios Culturales que serían la globalización y la resistencia a la globalización en la academia. El libro mismo se dejaría afectar por esa ilimitación, partiendo por la transversalidad disciplinar en que organiza su bibliografía. En un escenario nihilizado, que ha asumido las relaciones de autonomía, jerarquía y subordinación tradicionales entre literatura, filosofía y cultura de masas, Tercer espacio, como pensamiento post-teórico, traza su pensamiento dialogando con Borges, Joyce, Heidegger, Lacoue-Labarthe; con Lyotard, Cortázar, Lezama-Lima, Benjamin, Sarduy, Piñera; con Nietzsche, Elizondo, Derrida, De Man, Duchamp, Kant, Blanchot, Jameson.

Operando inmediatamente en el factum de los estudios latinoamericanos, Tercer espacio piensa el tímpano de los Estudios Culturales, un tímpano en estado de crónica evanescencia. La operación descanonizante de los Estudios Culturales, operación que recae reflexivamente sobre su propio territorio mediante la incorporación indefinida en su curriculum de nuevos aparatos analíticos; la operación potencialmente desauratizante y desjerarquizante de los Estudios Culturales en la multiplicidad de sus eventos y casos, se abre prospectivamente tan ilimitada como lo que en el texto de Moreiras se denomina capitalismo flexible. De modo que el campo prospectivamente infinito de los Estudios Culturales podría hacer las veces de un mini laboratorio para un pensamiento de la globalización.

¿Qué podría quedar afuera de los Estudios Culturales, o de la globalización? ¿Existirá para ellos una frontera, una muerte? ¿Existe una frontera respecto de lo que proyectivamente, en la pluralidad de sus eventos, no podría fijar estrictamente un límite, y en cuya planicie expansiva la academia se promete en su fase más devoradora como inverosimilitud flexible? El saber se suspende allí donde no puede asignarse límites.

Cualquier operación de saber consiste en poner bajo límites, reunir bajo concepto, objetivar, representar. Si ello es así, no podríamos saber qué es lo que se nos dona cuando algo se da ilimitadamente. Algo así ocurre con la globalización. Algo así ocurre con los Estudios Culturales. Como si los Estudios Culturales fueran metonimia de la globalización. Si ello es así, la verdad, esto es, la efectividad cumplida de los Estudios Culturales como ilimitación del saber, como caída del saber en un saber sin límites, es lo que no podemos saber. No podríamos saber de la ilimitación. Es esa ilimitación el territorio estricto que se da el Tercer Espacio como escena de su escritura.

Sin embargo, el nombre EC refiere al menos una sección en la biblioteca, unos estantes en las librerías, unos departamentos en la universidad. Pero si tomamos los libros de la sección y (h)ojeamos su bibliografía, vemos cómo la biblioteca interminable en que se inscribe la sección de esos libros, reaparece potencialmente citada en la bibliografía de esa sección. Como si esa sección de la biblioteca, o de la librería, tratara potencialmente de la biblioteca. Y si focalizamos los órganos de lectura de esa sección, la escritura implícita en ella ¿cuál sería su límite? ¿Qué autores, qué metodologías, que estilos, que sujeto de escritura, qué objetos serían los impertinentes?

Lo que se denomina pensamiento del tercer espacio, puede ser propuesto como límite de los EC. Pero lo categórico de esta afirmación se disipa en la misma medida en que los Estudios Culturales absorben las operaciones de pensamiento que en principio los delimitan, ampliando sus tecnologías.

Resolvamos entonces: los EC no configurarían campo alguno al confundir en su operación las series disciplinares eclosionándolas transversalmente. La expansión de su llanura los revela, más que como un campo de estudio, como una operación de lectura que digiere cualquier cosa. Los EC. serían prospectivamente el no-campo donde potencialmente se dan cita “todas las series”.

Dice Freud: “El organismo vivo flota en medio de un mundo cargado con las más fuertes energías, y sería destruido por los efectos excitantes del mismo sino estuviese provisto de un dispositivo protector contra las excitaciones. Este dispositivo protector queda constituido por el hecho de que la superficie exterior del organismo pierde la estructura propia de lo viviente y se hace hasta cierto punto inorgánica actuando como una membrana que detiene la borrasca de excitaciones permitiendo que ingrese sólo una parte mínima. Protegerse de las excitaciones es una labor casi más importante que la recepción de las mismas”… “No siendo ya evitable la inundación del aparato anímico por grandes masas de excitación, habrá que emprender la labor de dominarlas. Lo cual es posible sólo para un sistema intensamente cargado que esté en condiciones de recibir las excitaciones y transformarlas en reposo o articularlas psíquicamente” … “Pero cuanto menor sea la carga del sistema invadido tanto mayores serán las posibilidades de una ruptura de la protección contra las excitaciones y más imposible su articulación”.

La paradoja de la represión en el capitalismo flexible es que la censura no adopta en él la forma de un blindaje cortical con pequeñas brechas y aperturas, sino que se ofrece como brecha y perforación, se caracteriza por la descomposición del principio protectivo y la apertura inclemente a la borrasca de excitaciones. Es la informidad y discontinuidad de la globalización, su propensión al aflojamiento, al contagio, lo que anestesia a la crítica privándola de resonancias. Es en el contexto de la informidad y la inverosimilitud donde ha de conjugarse la cuestión del tercer espacio.

Retomemos entonces. Todo puede entrar en los EC. Este “todo”, sin embargo, se dice muchas maneras en el libro de Moreiras. Por ejemplo, como toda la memoria de Funes, el retorno infinito de lo real en ella, memoria total o total olvido. Totalidad puede decirse, también, como “esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna”, entonada como liberación o como espanto; también se dice como “inminencia de todo lo que no llega a acontecer”, etcétera.

Entonces: ¿en qué relaciones está el tercer espacio con lo que aquí llamamos EC como aquello que podría contenerlo todo en su ilimitación, metonimia de la globalización?

Para concluir, quisiera proponerles una breve “doctrina” del Tercer Espacio que he sustraído ex-profeso de la deriva vertiginosa que tiene esta noción en el libro que comentamos, desencadenándose a través las lecturas de “Tlön Uqbar Orbis Tertius”, Finnegans Wake, Paradiso, “Funes el Memorioso”, “El Aleph”, Pequeñas maniobras, Farabeuf, Arnoia Bretaña Esmeraldina, “Apocalipsis de Solentiname”, En estado de memoria.

Y partamos por una consideración previa. Es imprescindible considerar que el tercer espacio es un efecto antes que un principio de escritura. El tercer espacio no es nada sustantivo a lo que uno eche mano como metodología, por ejemplo, o teoría, a la hora de escribir. Es siempre algo a producir, un efecto de escritura. Efecto de una escritura que, otra paradoja, presupone como condición al tercer espacio. El tercer espacio, entonces, es efecto y condición de escritura al mismo tiempo. No sólo es originado por la escritura, sino que es origen de ella. Su eficacia crítica, por así decirlo, radica en el descentramiento permanente que opera sobre sí mismo, antes que el descentramiento que realiza respecto de otras magnitudes. El auto-descentramiento es requisito de su propia constitución y por ende respecto de su aplicación a esferas exógenas. Si se posicionara, moriría. De modo que el mismo es un lugar de desarraigo de toda posición, una estructura compleja de auto-desalojo, una política de desujeción en la sujeción y de sujeción en la desujeción.

Antes que operar, entonces, disolviendo posiciones gruesas, como la “academia euroamericana (segundo espacio), o un latinoamericanismo identitario, nacionalista y continentalista (primer espacio), el tercer espacio actúa, insistimos, como a-topización. Lo que en el libro de Moreiras se llama tercer espacio es la escritura de lo parergonal: lo que no está ni afuera, ni adentro, ni en el medio; que se organiza como relación indecidible con el lugar, con el límite y la ilimitación. El tercer espacio es la escritura de lo parergonal, entonces, en un modo de producción en que la ilimitación parece amenazar con la clausura de toda posibilidad en la efectividad. La escritura del tercer espacio es, en cada caso, una tecnología del desalojo que espectraliza cualquier lugar, lo disemina o lo insemina aleatoriamente.

Cambiando el enfoque, el tercer espacio es un trípode, un artefacto triangular. Nombraré sus tres patas en seco, primeramente, sin que el orden en que las nombre proponga una jerarquía, y sin que su enumeración secuencial implique un funcionamiento sucesivo. Quiero decir, y esto resulta primordial, que las tres patas funcionan a la vez, de lo contrario, el tercer espacio muere. La primera, entonces, es «lo inminente»; la segunda, «la revelación», «el acaecimiento» o «la consumación» de lo inminente; la tercera, «la escritura» como acontecimiento en donde lo inminente y la revelación pueden advenir. El tercer espacio es un artefacto cuyas piernas, que operan simultáneamente, son: primero, la inminencia del eterno retorno, segundo, el acaecimiento del eterno retorno, y tercero, la escritura como soporte en que la inminencia y el acaecimiento del eterno retorno vacilan. Comencemos nuevamente, entonces.

Dijimos que los EC o la globalización no se dan cabalmente, no acaecen en su ilimitación, en su verdad, y más bien se despliegan en la inminencia de una revelación que no termina de producirse. En este caso, el caso de lo inminente que no llega a producirse, el tercer espacio actúa, por ejemplo, alimentando la distancia que media entre tal inminencia y la consumación o revelación, anunciando de antemano lo que ocurriría si tal inminencia acaeciera cruzando el abismo que media entre ella y su efectividad. Si ello ocurriera, la caída en lo real, del mismo modo en que Funes cae en la memoria, se constituiría en la pérdida de lo real. En este caso, continuamos, el tercer espacio actúa entonces, como el prólogo de una verdad que si aconteciera proliferaría como improductividad absoluta y cierre del discurso.

Pero también el tercer espacio trabaja, a la vez, señalando cómo la inminencia es un modo de la suspensión de la protección contra la verdad (la ilimitación) al servicio de un “aún no” y de un “siempre todavía”. Así la agonía, por ejemplo, en tanto inminencia de muerte, es una crítica de la muerte, una relación con la muerte antes de su tiempo, que mantiene en vilo su acaecer. También, en este caso, el tercer espacio opera como duelo, como combate en la escritura contra el abrazo de lo real. La escritura como combate con la pérdida de lo real, es a la vez , la puesta en acción de estados afectivos que rigen tal combate. Así la pérdida de lo real se escribe en varios tonos: “nostalgia” como impotencia de la facultad de presentación y añoranza de la presencia; “ironía” sin nostalgia, sin énfasis en la incapacidad de la representación, que sanciona la alegría de la invención de nuevas posibilidades expresivas, nuevas reglas del juego, pictóricas, artísticas, o de cualquier otra clase; “melancolía” que abomina de la inútil multiplicación metafórica y sustitutiva de lo perdido. A la vez el tercer espacio subraya que el interés protectivo contra lo real y la negación de su don, es un principio reactivo.

Pero el tercer espacio no se erige sólo como protección contra la realización de lo inminente, sino que juega, a la vez, con la caída, el cruce del abismo y el hundimiento de la inminencia en su efectividad, en la verdad como abrazo del acontecimiento. Porque la caída puede prponerse también como repetición activa, y no puramente mecánica o reiterativa. Puede proponerse como un sí, el amen nietzscheano, que nada excluye, nada se ahorra, y es pura afirmación o poiesis (producción de producción). En este caso el tercer espacio se inclina como desujeción de la sujeción, y apertura al desastre infinito de lo real.

Pero el tercer espacio se erige también, y a la vez, entre la caída en el desastre, y su represión protectiva, distante de ambas. Distancia que abre el advenimiento, tanto de lo inminente, como de su consumación. Tal distancia no es entonces ni efectiva ni inminente, sino escritura donde lo inminente y lo efectivo pueden advenir. Un lugar de descompromiso, lo llama Moreiras, a través de Piñera, descompromiso como una resta implacable o inefectividad que se sustrae tanto de la analidad protectiva como del vértigo por el desastre. Ejercicio de un descompromiso singularizante que se agota en su propia figuralidad como un espectro semiótico.

El tercer espacio es entonces, a la vez, a) invocación de la inminencia, protección y duelo temeroso, nostálgico, irónico o melancólico de lo real. b) caída en la verdad y en el desastre de lo real. c) resto implacable, tanto de la invocación de lo inminente, como de la caída en el desastre de lo real. Tal resto se erige como escritura donde lo inminente y lo real acontecen.

 

 

*Este ensayo fue originalmente la presentación del libro Tercer Espacio: Literatura y Duelo en América Latina (LOM Ediciones, 1999) de Alberto Moreiras, leída en el marco de la presentación del libro en el Museo de Arte Contemporáneo, abril de 1999. Lo recogemos en este espacio con autorización de Willy Thayer. 

**Imagen: Willy Thayer en una heladería de Santiago, 2016. Fotografía de mi colección personal.

Notas de seminario sobre el pensamiento de Emanuele Coccia (II). Por Gerardo Muñoz

Quiero darle cierta continuidad a la primera sesión del curso con Rodrigo Karmy sobre el pensamiento de Emanuele Coccia. Dada la riqueza de esta segunda sesión, me temo que se me hace imposible hacerme cargo de todos hilos de la conversación, por lo que tan solo quiero fijar algunos de los momentos que a mi me parecen los más estimulantes. Obviamente que yo invitaría a otros participantes a que hagan los suyos. En realidad, si algo meritorio tiene la obra de Coccia es la manera en que deja abiertos estos posibles. En efecto, no es algo que podamos decir de todos los pensadores contemporáneos. De alguna manera decir esto ya nos abre un camino, nos despeja una zona de intercambio. Karmy recordó la importancia del muro en Coccia, donde pareciera jugarse la impronta de la imaginación del poder en toda su fuerza medial. Ya en la primera sesión José Miguel Burgos nos había advertido que Coccia parte de la ausencia de arcanos. Evitar arcanos supone dejar atrás la teología, pero también el ‘contrapoder’, ese artificio mimético tan caro en todas las teorías de la hegemonía.

Pero yo quise insistir que el muro es, además de medio sensible, una frontera. Aparece aquí la cuestión del límite, y por lo tanto, del nomos. Es lo que ha estudiado con un esmero admirable la pensadora Aida Miguéz Barciela en Talar madera: Naturaleza y límite en el pensamiento griego antiguo (La Oficina, 2017), un ensayo sobre la separación de la physis en el mundo griego. Pero esa demarcación es el archê de todo nomoi. ¿Es Coccia, entonces, un pensador que buscar devolvernos al problema de la génesis de la civilización? ¿Es posible, en todo caso, dar un paso atrás del archê civilizatorio? Una vez Coccia me dijo que el lugar del filósofo es el afuera absoluto, donde las ciudades, la civilización, y las leyes ya no tienen sentido (ver aquí). Pero una cosa es decir y otra hacer. Si civilización es demarcación y principio de ley de la tierra, entonces, necesitaríamos un paso atrás con respecto a la función nomica de toda apropiación. Desde luego, en sus libros posteriores Coccia se mueve en esta dirección. Es algo sobre lo que volveremos.

Sin embargo, la cuestión es cómo hacerlo, y no simplemente hacer otra cosa. Aquí el “paso atrás” es importante. Gonzalo Díaz Letelier recordó que el Heidegger lector de Hölderlin (lo hemos comentado aquí) advierte que la esencia de la polis no es política. Hay un problema de distancia y irreductibilidad de los entes. Esto ha sido discutido ampliamente por Alberto Moreiras (ver su ensayo “Cercanía contra comunidad”). En este sentido, Coccia no sería un pensador de la política ni de lo impolítico (cuya sombra comunitaria resta en el munus), sino del éxodo. Por eso es necesario – decíamos en el seminario – llevar a un cuestionamiento sistemático el viejo proyecto de una “antropología filosófica”, que depende irremediablemente de un “principio de realidad”. Para Karmy, en efecto, lo que se juega aquí es una “des-antropologizacion de la imaginación”, que vendría a constatar un principio de ‘hiperrealismo’ normativo. ¿Pero no hay aquí una traza de realismo ya caída hacia la técnica consumada de la hipótesis cibernética? Y entonces, si esto es así, ¿acaso tiene sentido que sigamos hablando de “libertad” dentro de una axiomática regulativa de la acción? En cualquier caso, ¿qué es la “libertad”? Yo creo que a estas alturas interesa bastante poco el viejo debate de la “libertad de los modernos y de los antiguos” (Skinner) de un liberalismo que sobrevive hoy con aparatos respiratorios. Hay que buscar otra cosa.

Dice Karmy: “la vida sensible es la libertad”. Un apotegma importante porque pone la libertad bajo la sombra de otra cosa. Nicel Mellado introdujo aquí una inflexión realmente importante: ¿tienen “libertad” las marionetas? Por ejemplo, el teatro, ¿es realmente un espacio de liberación, o una liberación de la libertad? La figura de la marioneta prepara una salida de la acción, puesto que su región no es “subjetiva” ni “voluntarista” ni “télica”. Como sabia Kleist, la marioneta tiene gesto y voz, movimiento y ritmo. Esta configuración desplaza completamente la primacía del “sujeto político” moderno hacia otros posibles usos. Sin embargo, tal y como lo veo, la medialidad no puede ser un proceso simplemente infinito; no puede serlo si no quiere convertirse en un absoluto. (Recuerdo que Blumenberg escribe en alguna parte que el averroísmo fue alto precio que la filosofía medieval tuvo que pagar por no asumir adecuadamente las cesuras del corpus aristotélico; algo que nos sirve para discutir varias cosas). Habría, entonces, una tercera opción (contra el tomismo de la persona y la medialdiad de todo), que tiene que ver con el uso de la razón. Como sabemos, lo que se usa nos organiza de otro modo, y eso nos piensa. Para habilitar el pensamiento, el uso necesita un corte o una separación con los propios medios que nos atraviesan. No estoy seguro si esta operación esta en Coccia, o si, por el contrario, es algo a lo que nos abre su obra.

Creo que vale la pena ‘presionar’ un poco más sobre este límite. ¿Qué es un medio? Y, ¿cómo entro en relación con la medialidad (metaxy) desde la facticidad de la existencia? De la misma manera que si “todo es política” nada es lo es, si dispongo de “toda la medialdiad” entonces no hay medios que preserven la potencia del uso. Y es en el uso donde entro en relación con el mundo y las cosas. Los medios me llevan a las todas las cosas, pero sabemos que lo esencial es atravesar aquellas cosas que tengo como mis verdades.

Surge otra pregunta, y aquí voy cerrando: ¿es lo mismo cosmos y mundo para Coccia? ¿Habrían trade-offs en estos tropoi para tomar distancia de la reducción de la experiencia en el globo, ya siempre trasladado a la disposición y la intercambiabilidad de todas las cosas que están? Somos cosmos, sí, pero también pisamos tierra. Y pisar tierra tiene nos pone ante lo que brilla, ante el “glamur” en el cual las cosas aparecen en el límite de su diferenciación (Heidegger). ¿Glamur contra lujo? Esto abre cancha para seguir conversando. 

 

 

*Imagen: Emanuele Coccia en la Universidad de Princeton, abril de 2016. Foto de mi colección personal.

Respuesta a las respuestas de Alberto Moreiras. Por Gerardo Muñoz.

errejon-ilusion

En su segunda respuesta al comentario de Germán Cano, Alberto Moreiras hace una afirmación sobre posthegemonía con la cual queremos discrepar. Me permito citar ese momento hacia el final de su réplica, donde Moreiras escribe lo siguiente:

“Mi referencia es no solo la obra de Laclau, a la que me remito críticamente, sino también el trabajo que sobre ella están haciendo Yannis Stavrakakis y su grupo de Salónica. Son estos últimos los que establecen las condiciones mínimas del populismo en esos términos: transversalidad y antagonismo. Y a mí me parecen persuasivos. Sin esa base propiamente política en un populismo de condiciones mínimas…la posthegemonía se hace desdentada e irrelevante”.

Lo que me causa alarma en esa elaboración tan contundente: “sin base en un populismo la posthegemonía se hace desdentada e irrelevante”. ¿Por qué sería irrelevante la posthegemonía sin populismo? Acaso, ¿porque de esta manera lo ha venido elaborando Yannis Stravakakis y su grupo de Salónica? No, hay mucho más en juego en lo que afirma Moreiras. Para mí, lo que esta elaboración sugiere es una subordinación conceptual del republicanismo, mediante la coyuntura política, a la irrupción populista. Pero no hay razón para hacerlo más allá de la inmediatez coyuntural que es siempre pasajera. Yo podría decir, girando la mesa, que el populismo necesita de un republicanismo mínimo. Y que sin eso no habría nada por medio. De hecho, esta es la tesis que mueve muy ágilmente el hilo especulativo de En Defensa del Populismo (2016), de Carlos Fernández Liria. Pero no voy por ahí tampoco.

Me interesaría interpelar a Moreiras, pero también a Stravakakis indirectamente tomando en cuenta esa definición de populismo a partir de sus dos condiciones mínimas (transversalidad y antagonismo): ¿No estaríamos inflando un globo de aire que, como ha dicho en una conversación reciente el Profesor Jorge Yagüez, nos aleja de la precisión? ¿No se pierde especificidad conceptual y se deja de lado la materialidad real de tiempos posthegemónicos? Y si estas son las dos condiciones, ¿por qué no otras? Uno pudiera contra-argumentar diciendo que es porque hay un movimiento populista en curso, y que está dado en su formulación más feliz en el documento político de Errejón y su lista. Pero también habría una posibilidad alternativa, y es decir que la diferencia sustancial está en poner el acento en un republicanismo de fuerza, institucional, y de políticos vocacionales. Y ahí también caería la tesis de Carolina Bescansa, que pretende ignorar la pugna entre errejonistas e iglesistas rebajándola a una pelea de machos. Al contrario, estamos de acuerdo que aquí hay un problema de “error en la teoría”.

Ya de entrada, hablar de populismo confunde. Decir que puede haber populismo posthegemónico es una confusión al cubo. No hablo aquí de confusiones conceptuales o académicas, sino en el orden del discurso público, como el que circula en estos días por los medios españoles. Anoche veía la entrevista a Errejón en el programa “El Objetivo”, donde se hace muy visible las limitaciones retóricas de “entrar en razón” en cuanto a la diferencia entre errejonistas y pablistas. Y la verdad es que Errejón no hizo el mejor trabajo para desmarcase. Esa diferencia, como hemos dicho, es la hegemonía.

Pues bien, menciono esa entrevista, porque me parece que una parte fundamental de este debate pasa por la función retórica, si el objetivo es finalmente ganar votos y construir una gran mayoría capaz de desplazar el bipartidismo español. No le estoy pidiendo a Moreiras un lenguaje mediático ni nada por el estilo (¡estaría de más!), sino tan solo extrapolar un problema “real” que me parece análogo a este diferendo. Hablar claro (parraísticamente) es condición de posibilidad de la posthegemonía en última instancia. Y soy de los que cree que, al menos por el momento, no puede haber populismo de la ‘verdad’, como mismo no puede haber filosofía o pensamiento de “opinión”.

Voy al grano. A mí me parece que al decir “populismo anárquico” llegamos a confusiones aún mayores, a un callejón sin salida. Primero, porque los anarquistas piensan que has dado en la clave, y que se trata de armar una participación directa, más asamblearia, hasta llegar a trascender el capitalismo. Mientras que, por el otro lado, los populistas hegemónicos te toman como enfant terrible. Yo sigo siendo de los que piensa que las condiciones actuales son capaces de dejar desarrollar un discurso parraístico, esto es, republicano y necesariamente posthegemónico. Pero Moreiras escribe: “Si la posthegemonía es una contribución al pensamiento republicano, lo es sobre esa base populista mínima, pero también desde su antagonismo hacia todo verticalismo identitario y hacia todo identitarismo verticalizante”. Estamos de acuerdo en lo segundo, pero no necesariamente en lo primero.

El énfasis no lo pondría en ‘el populismo’, sino el pueblo, el We The People de la constitución viviente. No hay duda que, sin pueblo viviente, no hay transformación institucional capaz de atender las necesidades de cualquier presente. Pero esto ya deja atrás el populismo, porque el pueblo (en el populismo) siempre necesita apelar al líder. No así el republicanismo, cuyo pueblo solo tiene la materialidad de sus necesidades (siempre disímiles en cada época o momento), atendidas por  políticos de vocación, o lo que me gustaría llamar políticos posthegemónicos.

¿Hay populismo sin líder? Confieso ignorar si el grupo Populismus de Salónica ha desarrollado algún análisis sobre el liderazgo en el populismo (fuera de Laclau), pero tengo para mí que es ahí donde habría un verdadero ‘quiasmo interior’, muy similar al que se está produciendo hoy entre Iglesias y los errejonistas. Si el populismo requiere un líder, entonces esto implica que el populismo es solo un valor estratégico. Lo cual no está mal, pero no tiene por qué pretender agotar la posthegemonía. Yo diría de momento que mis dos condiciones para una democracia posthegemónica (no populista) serían: 1. un político poshegemónico (que J. L. Villacañas, siguiendo a Weber, llama de vocación), y 2. Institucionalidad (que es siempre más que instituciones estatales, y nunca republicanismo caduco).

The Secret of Secretiveness: Response to Marranismo e inscripción

Cross-posted from Posthegemony

In the introduction to his book, Marranismo e inscripción, Alberto Moreiras tells us that “the sequence of writings that [he] offer[s us] is more than the history of a professional trajectory, and contains secrets that only appear in its trace and for the astute reader, if there are any.” This, of course, is a challenge: who would not want to be the reader astute enough to pry open the text and reveal its secrets? Who would not want to prove wrong the author’s suspicion that such readers are nowhere to be found? And perhaps Alberto would also want to be proved wrong. After all, he locates the book’s origins in what he calls “a period of profound personal disillusion that had as one of its effects the destruction for [him] of any notion of a public audience [público] for whom [he] might write.” Could now, ten years or more later, this new book appeal to a (new?) public of astute readers? Or perhaps the point is that the unknown, perhaps absent and unknowable, astute reader stands in for and replaces the terminally destroyed notion of public audience. Perhaps this is the book’s own marranismo: a publication or making public whose secret truth in fact only resides in its traces, to be read allusively and privately by a reader who we forever suspect may not even exist. Yet it seems, perhaps precisely for this reason, to invite inquisition.

For on the other hand, in many ways this is a very open book; it is a book in which its author “opens up” about his personal relationship to the academic and intellectual field in a way that is quite unusual. Indeed, also in the introduction, Alberto worries that he has said too much, too personally, too directly. He reports anxiously asking José Luis and the others who had interviewed him: “Didn’t I go too far [no me pasé], are you sure that I didn’t say anything indiscreet, is there something we should re-do?” For here, and for instance in the chapter entitled “My Life in Z,” any codes or attempts to obscure the true object of discussion are, at least on the face of it, all too readable. You do not have to be a particularly astute reader, after all, to know (or feel you know) where “Z” is or was. This is a “theoretical fiction” that may be all too transparent, all too close to the bone for some readers. For this book is also quite explicitly a settling of accounts: the disillusion of which it speaks has a history, and it is time for that history to be written–inscribed for all to see–for it to give up its secrets so we can all move on. Or better, it is time that we confront common knowledge that can only pass as secret because few dare to express it explicitly: “Yes, everybody knows, there are no secrets, we all hear over and over things that were never expected to come to our ears.”

Is there then a tension of some kind between the twin themes announced in the book’s title: between the subterfuge and unknowability of the marrano and the making public and putting on the record of the inscription? Perhaps, but another way of looking at it is that this is a book that declares an end not so much to secrets as to secretiveness. It wants to do away with the practices and rituals of academic life that promote only obscurantism and disguise only the bad faith of its participants. Rituals that everybody knows, but which are repeated and reproduced as the price of admission into the elect–even if one is admitted only subsequently to be churned up and abused, marginalized and disempowered. This is all too often, Alberto tells us, simply a formula for masochism: we accept the academy’s secretive code of (dis)honour so as to be close to institutional power, but that power holds us close only to ensure that we can never really threaten it. This, after all, is the (not so secret) reality of tenure, as well as so much else: a protracted euthanization as life itself is drained out of the institution’s over-eager young recruits. And Alberto’s project, in the end, is to reclaim life, and the possibility of a life well lived, from the twin threats of endless politicization (biopolitics) and bureaucratic obscurantism (unhappy consciousness).

Towards the end of the book, in response to a question from Alejandra Castillo about “autobiographical writing,” Alberto says that “the writing that interests me doesn’t seek constitution in the truth, rather it seeks truth and produces destitution. It seeks truth in the sense that in every case it seeks to traverse the fantasy, and it produces destitution in the sense that traversing the fantasy brings us close to the abyss of the real.” He points out, however, that this psychoanalytic language (borrowed from Lacan) can equally be expressed in terms of the secret. “For me, in reality,” he continues, “there is no other writing than the writing of the secret. Or rather there is, but it is not fit for purpose. The question that opens up then is that of the use of the writing of the secret, but that is a question that I don’t believe I am prepared to answer.” “Prepared,” here, has of course a double sense: it can mean that he is not ready to answer, that he cannot answer the question; or that he is not disposed to answer it, that he will not answer. The question of the use of the secret either cannot or should not be answered. At least, not yet.

In short, for Marranismo e inscripción, what is holding us back is secretiveness, the bluster of those who (believe they) hold the keys to institutional power. But the real secret there is that there is no power to their power; that their chamber of secrets is long empty, and has been replaced by the meaningless transparency of neoliberal quantification in the sway of general equivalence. As the university increasingly becomes a business, ruled only by calculations of profit and loss, we have less and less reason to abide by its masochistic code of omertá. This book aims to break that code. On the other hand, there are indeed some true secrets, and searching for them can unleash destructive forces. The question remains: what do to with them? And perhaps even the most astute of readers is not yet in a position to decide about that.

More thoughts on infrapolitics. (Steve Buttes)

schendel-05

I want to respond and reframe some of my initial questions given the ways in which the dialogue has approached them thus far. Moreiras notes that “there is a differend between us at the level of presuppositions, and that it is very difficult to look both for agreements or disagreements if the differend is not recognized as such.” Using the metaphor of the “pine trees” we discussed earlier, he goes on to say that “this is not the same as saying that you, for instance, insist on focusing on the pine trees whereas infrapolitics looks for everything else as well.

Rather, the very perception of the “everything else” already goes through the recognition of the differend. At that level, I would say that “your” pine trees, from this side of the divide, are not the same as the pine trees we can see and deal with.” And then this is compared with “lust [which] has different connotations for different ethical positions: a puritan sees lust where a libertine sees only desire, etc.”

What I understand as at stake here is the difference between translation and belief. In the former, we might think of the possibility of translating libertinism into a puritan language, of acknowledging the presuppositions of puritanism but nevertheless finding room to see from within those terms desire rather than lust. Approaching puritanism and libertinism as different languages, we might find points of conversation. But, then, if you are a puritan and encounter the translation of desire into your language, what do you do with the earlier form of puritanism in which you understood desire as lust? If it’s a good translation, you’d stop using the earlier version, or maybe you’d strategically (or cynically) use one or the other in given circumstances.

If it’s a bad translation, you might say, “nice try, but it makes no sense: I’m not buying it” or “that’s blasphemous.” But what marks the difference between good and bad here is whether or not you find it convincing and adopt it as your own. In other words, it’s not really a translation at all but rather an argument, one that you either believe to be correct or incorrect. The same goes for the pine trees. If I believe every kind of tree is a type of pine tree and you believe that all trees are individual and beyond categorization, we disagree rather than just differ. This takes the argument onto the ground others have already argued: Di Stefano, Sauri, Hatfield, Michaels and others. Indeed, as Michaels notes in The Shape of the Signifier critiquing the conversing “moral vocabularies” that Richard Rorty advocates and explaining the strangeness of the translation model, “Hebrew and German do not contradict each other, and insofar as Saint Paul’s and Freud’s moral vocabularies are like Hebrew and German, they don’t contradict each other either . . . . if Paul says that Jesus is God and Freud says he isn’t, they aren’t disagreeing, they’re just speaking different languages” (46).

While I believe these issues are important to discuss, I believe the scholars I mention can speak to their own arguments if they wish. I don’t want to move in that direction in my own comments because it takes us away from the intention of my initial post, which was not to interrogate the totality of systems of thought (e.g. infrapolitics as a whole) or make claims about entire philosophical traditions that are at odds with each other. Rather, my intervention emerged from my own plodding, piecemeal way of working, which is to mark concrete points of contact between my thinking and interests and those I see in others—in my case the Neobaroque, trompe l’oeil and the punctum—and to ask questions from there.

In this vein, let me reframe the initial reflection above in which I attempted to address the metaphors Moreiras evokes in his previous post. Rather than puritanism and libertinism, I want to imagine the strangeness of this demand for translation over argument in a Latin American context. More specifically, I want to draw attention to an episode from the colonial period that appears in Mariano Picón-Salas’ work and which I encountered in Marco Dorfsman’s recent Heterogeneity of Being (2015). Here Dorfsman discusses the “very Baroque example” (72) of the transliteration of the Pater Noster (Lord’s Prayer) into hieroglyphic Indian writing:

“The text begins with the word pantli (in Nahuatl a banner or flag of sorts) followed by the glyph for nochtli (in Nahuatl the cactus fruit or tuna) and so it continues on in this manner. The idea is that the Indian is supposed to read pantli nochtli phonetically, and not to see the images of the hieroglyph. A proper reading of the pictographic writing would, of course, produce pure gibberish, while the phonetic reading produces a distorted Latin. It is worth recalling that the majority of the Indians, even those who would have been able to ‘read’ and recite the Pantli Nochtli, would have not been able to understand Latin in any case. However, it is precisely the fact that this new hybrid is incomprehensible that gives it both its sacred and poetic power . . . . In the transliteration, Latin is being put to uses that are only ecclesiastical or scholastic on the surface. Within, ‘a beautiful harmony’ (or struggle) rages. What we have here is the true fusion of opposites [the coincidentia oppositorum of the Baroque]: the beginning of a literary production that leads, almost naturally, towards that other Latin American [Lautréamont] who in France joined together an umbrella and a sewing machine upon an operating table” (72-73).

Here, though I’m not certain that this is a main point of his argument, Dorfsman signals the strangeness of the translation model. As Dorfsman frames it, “Tuna Flag” either makes no sense at all (is “pure gibberish”) or is a way of joining the faith community in saying “Our Father” (in a “distorted Latin”). In the tension between these, Dorfsman sees a “poetic power,” but it is a power that emerges, of course, from a pedagogical power. The “Tuna Flag” scene is taken from the section of Picón-Salas’ book entitled “The Pedagogy of Proselyting:” “images and metaphors were sought in the circumscribed world of the native to bring religious ideas nearer to his mentality” (Picón Salas 56). While, as Dorfsman points out, this pedagogy is somewhat pointless in the sense that “a proper reading of the pictographic writing would, of course, produce pure gibberish,” rather than an understanding of the complexities of a belief system, it is possible to find in the gap between the saying (the distorted Pater Noster) and the said (the incomprehensible Pantli Nochtli)—in the failure to produce a successful translation—a proto-surrealist poetic form: the “true fusion of opposites” that is the “beginning of a [Neobaroque?] literary production” (73).

It is here that I see the task of the infrapolitical thinker manifesting itself as Moreiras describes: deciding what kind of object the failure that is the Pantli Nochtli is. Neither the Franciscans who instructed the indigenous artisans to create the images of the Pantli Nochtli nor the indigenous painters themselves would have recognized what Dorfsman does, which is to see what existing modes of calculation could not. In the gap between the utopian pedagogical practice of the Franciscans and the everyday intonation of gibberish in Nahuatl, the infrapolitical thinker sees the emergence of a nascent (Neobaroque?) literary form. But it is for this reason that I claim in my initial post that infrapolitics (in my partial, fragmented approach to it) “remain[s] squarely within Baroque modes of trompe l’oeil thought, requiring . . . unbelieving beholders.” Indeed, here we see a key example of trompe l’oeil literature: out of raw materials (“pure gibberish”) the appearance of the ecclesia emerges (“distorted Latin”).

But the infrapolitical thinker, as what I call a “miner of life’s raw material,” appeals to the potentiality of life itself by seeing the invisible qualities of that “gibberish.” That is, by seeing in the the incongruous encounter a potentiality that is not visible from the two poles mandated by the encounter, in demanding the failure of realizing the utopian promise (which is accompanied by the violent and creative modes Picón-Salas describes), we see the invisible emergence of the possibility of integrating the Pantli Nochtli into an absent whole by seeing it as the first in a series of variations that will produce an alternative tradition: a poetic form that begins with the Franciscans and develops into the incongruous images created by Lautréamont, the surrealists and Octavio Paz.

It matters little here that the Pantli Nochtli is meant as a mnemonic device to enter the ecclesia. What matters instead is the emergence in the everyday intonation of the Pantli Nochtli of the failure of utopia, which the infrapolitical thinker recognizes as poetic form, a form that is invisible to those who made the work. This infrapolitical account of poetic form escapes the belief systems of the colonial encounter, it does not escape a belief system outright but rather produces one of its own that displaces current understandings by integrating the Pantli Nochtli into the avant-garde tradition (if we agree with the reading) or doesn’t (if we disagree). Does the infrapolitical see a role for artistic visibilizations, or must these always be broken down for parts? Is the failed artwork central to infrapolitics? Are the terms “neobaroque” and “infrapolitical” synonyms for each other?

It is from here—in the infrapolitical approach’s ability to see what is not there when reading from existing modes of calculation—that I can return to the question of the punctum. In reading Moreiras’ work on poverty and infrapolitics in Línea de sombra, I saw parallels with his earlier work on Borges and Cortázar in Tercer espacio. I then heard the opening remarks made by Gerardo Muñoz and Sergio Villalobos-Ruminott at the ACLA seminar in which they marked a connection between Línea de sombra and Tercer espacio: “The drift to suspend the categorial structure of the Latinamericanist reflection was already underway in Tercer espacio and [The] Exhaustion [of Difference]” (“A Response”).

It is in this context that I felt justified in asking the question of whether there was continuity between the infrapolitical that motivates Moreiras’ work now (and underscores the work of the Collective) and his earlier claims about the punctum made in Tercer espacio. Moreiras hints at the possibility of this continuity: “The punctum is . . . a crucial concept for me, as precisely the site of desire, redefined by infrapolitics as the crossing of the ontological difference in every case. I should use this precise point in your paper to warn you that when I wrote Tercer espacio, or even Exhaustion of Difference, I was not yet thinking of infrapolitics. So for me the inferences are very interesting, but I am not ready to endorse them without going over them with a very fine comb” (“A Response”). But as he notes in the continuation of our discussion, where he explains that his account of infrapolitics as “always already a response to exploitation,” what is crucial is that the response occurs in “the gap between lives exploited and infrapolitical lives, the punctum in that gap–the site of Borges’ “ancient innocence”” (“More on responding”).

In this line from Borges’ poem “Alguien” [“Someone”], these confluences are clear: a sudden feeling of happiness that emerges not in hope for the future (an eschatology of change) or from the demands of daily life but rather from the pang of an “ancient innocence.” This “ancient innocence” enables one to see in the partial moments (“an unexpected etymology,” “the taste of water”) of a daily life controlled by structures that are not our own the forgotten joys of the past (which could presumably be the joys of the future). The “ancient innocence” that underscores the infrapolitical minor adjustment has a clear connection with the punctum: it cannot be planned but must rather occur “de pronto” [“all of a sudden”].

And this demand leads me to the follow up question of whether the infrapolitical account of the punctum—the hidden minor adjustment that could not come into being were it planned as part of an anti-exploitation or antipoverty project—has something to do with the antitheatrical reading of the punctum produced recently by Michael Fried. As Fried notes, Barthes demands that the punctum not be put there for us, not be part of the photograph’s studium (or mode of calculation), and it is this demand that marks the punctum as part of the antitheatrical tradition and secures for photography its aesthetic form.

If the punctum (what the photographer cannot put there for the viewer) is a radicalized form of absorption (the refusal to perform for the viewer), it is also what secures for Barthes a successful photograph, or at least one that he finds compelling. This creates a tension, then, between the failed translation above and the successful photo here. If every success is a potential failure (mode of exploitation) and every failure a potential success (mode of escape), these are often invisible to existing modes of calculation, that is, remain in the shadows until revealed by the minor adjustment that breaks down (deconstructs?) those modes.

Does the infrapolitical demand a failed (non-unified) work, or does the infrapolitical (with its emphasis on desires that remain in the shadows, on what is not there for us) dialogue with the antitheatrical reading of the punctum developed by Fried and Michaels? I will end for now but will continue to engage in the dialogue as it/if it continues to develop.

 

 

 

Works Cited
Borges, Jorge Luis. “Alguien.” El otro, el mismo. Obras completas. Emecé, 2007.

Di Stefano, Eugenio and Emilio Sauri. “Making it Visible: Latin Americanist Criticism, Literature, and the Question of Exploitation Today.” http://nonsite.org/article/making-it-visible

Dorfsman, Marco Luis. Heterogeneity of Being: On Octavio Paz’s Poetics of Similitude. Lanham, MD: UP America, 2015.

Fried, Michael. Why Photography Matters as Art as Never Before. Yale UP, 2008.
Hatfield, Charles. The Limits of Identity: Politics and Poetics in Latin America. U Texas P, 2015.

Michaels, Walter Benn. The Shape of the Signifier: 1967 to the End of History. Princeton UP, 2004.

___. The Beauty of a Social Problem: Photography, Autonomy, Form. U Chicago P, 2015.

Muñoz, Gerardo and Sergio Villalobos-Ruminott. “Línea de sombra Ten Years Later: Introductory Remarks”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/03/17/linea-de-sombra-ten-years-after-introductory-remarks-acla-2016-harvard-university-gerardo-munoz-sergio-villalobos-ruminott/

Picón-Salas, Mariano. A Cultural History of Spanish America, from Conquest to Independence. Trans. Irving A. Leonard. U California P, 1962.

*Image: Mira Schendel. Untitled. 1973.