En su segunda respuesta al comentario de Germán Cano, Alberto Moreiras hace una afirmación sobre posthegemonía con la cual queremos discrepar. Me permito citar ese momento hacia el final de su réplica, donde Moreiras escribe lo siguiente:
“Mi referencia es no solo la obra de Laclau, a la que me remito críticamente, sino también el trabajo que sobre ella están haciendo Yannis Stavrakakis y su grupo de Salónica. Son estos últimos los que establecen las condiciones mínimas del populismo en esos términos: transversalidad y antagonismo. Y a mí me parecen persuasivos. Sin esa base propiamente política en un populismo de condiciones mínimas…la posthegemonía se hace desdentada e irrelevante”.
Lo que me causa alarma en esa elaboración tan contundente: “sin base en un populismo la posthegemonía se hace desdentada e irrelevante”. ¿Por qué sería irrelevante la posthegemonía sin populismo? Acaso, ¿porque de esta manera lo ha venido elaborando Yannis Stravakakis y su grupo de Salónica? No, hay mucho más en juego en lo que afirma Moreiras. Para mí, lo que esta elaboración sugiere es una subordinación conceptual del republicanismo, mediante la coyuntura política, a la irrupción populista. Pero no hay razón para hacerlo más allá de la inmediatez coyuntural que es siempre pasajera. Yo podría decir, girando la mesa, que el populismo necesita de un republicanismo mínimo. Y que sin eso no habría nada por medio. De hecho, esta es la tesis que mueve muy ágilmente el hilo especulativo de En Defensa del Populismo (2016), de Carlos Fernández Liria. Pero no voy por ahí tampoco.
Me interesaría interpelar a Moreiras, pero también a Stravakakis indirectamente tomando en cuenta esa definición de populismo a partir de sus dos condiciones mínimas (transversalidad y antagonismo): ¿No estaríamos inflando un globo de aire que, como ha dicho en una conversación reciente el Profesor Jorge Yagüez, nos aleja de la precisión? ¿No se pierde especificidad conceptual y se deja de lado la materialidad real de tiempos posthegemónicos? Y si estas son las dos condiciones, ¿por qué no otras? Uno pudiera contra-argumentar diciendo que es porque hay un movimiento populista en curso, y que está dado en su formulación más feliz en el documento político de Errejón y su lista. Pero también habría una posibilidad alternativa, y es decir que la diferencia sustancial está en poner el acento en un republicanismo de fuerza, institucional, y de políticos vocacionales. Y ahí también caería la tesis de Carolina Bescansa, que pretende ignorar la pugna entre errejonistas e iglesistas rebajándola a una pelea de machos. Al contrario, estamos de acuerdo que aquí hay un problema de “error en la teoría”.
Ya de entrada, hablar de populismo confunde. Decir que puede haber populismo posthegemónico es una confusión al cubo. No hablo aquí de confusiones conceptuales o académicas, sino en el orden del discurso público, como el que circula en estos días por los medios españoles. Anoche veía la entrevista a Errejón en el programa “El Objetivo”, donde se hace muy visible las limitaciones retóricas de “entrar en razón” en cuanto a la diferencia entre errejonistas y pablistas. Y la verdad es que Errejón no hizo el mejor trabajo para desmarcase. Esa diferencia, como hemos dicho, es la hegemonía.
Pues bien, menciono esa entrevista, porque me parece que una parte fundamental de este debate pasa por la función retórica, si el objetivo es finalmente ganar votos y construir una gran mayoría capaz de desplazar el bipartidismo español. No le estoy pidiendo a Moreiras un lenguaje mediático ni nada por el estilo (¡estaría de más!), sino tan solo extrapolar un problema “real” que me parece análogo a este diferendo. Hablar claro (parraísticamente) es condición de posibilidad de la posthegemonía en última instancia. Y soy de los que cree que, al menos por el momento, no puede haber populismo de la ‘verdad’, como mismo no puede haber filosofía o pensamiento de “opinión”.
Voy al grano. A mí me parece que al decir “populismo anárquico” llegamos a confusiones aún mayores, a un callejón sin salida. Primero, porque los anarquistas piensan que has dado en la clave, y que se trata de armar una participación directa, más asamblearia, hasta llegar a trascender el capitalismo. Mientras que, por el otro lado, los populistas hegemónicos te toman como enfant terrible. Yo sigo siendo de los que piensa que las condiciones actuales son capaces de dejar desarrollar un discurso parraístico, esto es, republicano y necesariamente posthegemónico. Pero Moreiras escribe: “Si la posthegemonía es una contribución al pensamiento republicano, lo es sobre esa base populista mínima, pero también desde su antagonismo hacia todo verticalismo identitario y hacia todo identitarismo verticalizante”. Estamos de acuerdo en lo segundo, pero no necesariamente en lo primero.
El énfasis no lo pondría en ‘el populismo’, sino el pueblo, el We The People de la constitución viviente. No hay duda que, sin pueblo viviente, no hay transformación institucional capaz de atender las necesidades de cualquier presente. Pero esto ya deja atrás el populismo, porque el pueblo (en el populismo) siempre necesita apelar al líder. No así el republicanismo, cuyo pueblo solo tiene la materialidad de sus necesidades (siempre disímiles en cada época o momento), atendidas por políticos de vocación, o lo que me gustaría llamar políticos posthegemónicos.
¿Hay populismo sin líder? Confieso ignorar si el grupo Populismus de Salónica ha desarrollado algún análisis sobre el liderazgo en el populismo (fuera de Laclau), pero tengo para mí que es ahí donde habría un verdadero ‘quiasmo interior’, muy similar al que se está produciendo hoy entre Iglesias y los errejonistas. Si el populismo requiere un líder, entonces esto implica que el populismo es solo un valor estratégico. Lo cual no está mal, pero no tiene por qué pretender agotar la posthegemonía. Yo diría de momento que mis dos condiciones para una democracia posthegemónica (no populista) serían: 1. un político poshegemónico (que J. L. Villacañas, siguiendo a Weber, llama de vocación), y 2. Institucionalidad (que es siempre más que instituciones estatales, y nunca republicanismo caduco).
Supongo que es claro que en La razón populista Laclau, al vincular toda política al populismo y todo populismo a la teoría de la hegemonía, está construyendo una potente máquina de guerra para favorecer el triunfo político de populismos de izquierdas, es decir, que lo que él quiere, muchos años después de Hegemony and Socialist Strategy, es resolver de alguna manera, sin obviar su dificultad, el problema que le fue planteado entonces y que ahora, tras Trump, le vuelve a ser planteado: el problema es que, desde su perspectiva, era difícil distinguir populismos de derecha de populismos de izquierda, o justificar los últimos y no justificar de paso los primeros. Este es el asunto de la “irrupción.” ¿Por qué la irrupción de la derecha debe ser combatida y no la irrupción de la izquierda? La única respuesta que se le puede dar a esto es, porque la izquierda justifica su irrupción en base a un deseo de constitución democrática y en cambio la derecha lo hace en base a un deseo de exclusión antidemocrática. Pero La razón populista está encorsetada por la teoría de la hegemonía, que implica siempre la dominación de la articulación vencedora sobre la vencida. Lo que yo pretendo es desmontar este último problema–para mí posthegemonía es eso. Pero una posthegemonía que solo pueda funcionar en la teoría no me sirve. La posthegemonía solo funciona también como máquina de guerra, en situación de confrontación constituyente, es decir, en situación de movilización. Por eso no puede haber exclusión posthegemónica del populismo. Apelar a deshacernos del populismo es–en esto sigo a Laclau–apelar a un reformismo académico como sustituto de la política. ¿No ha sido ese siempre el problema del republicanismo? Y desde luego es un problema que no se arregla pidiendo que aparezcan políticos vocacionales para que nos solucionen el panorama.
Es muy buena la idea de republicanismo mínimo, Gerardo. La tesis de Alberto que discutes, sin embargo, no deja de ser estimulante: pienso siguiéndola en cierto modo que sobre la “época” populista no se puede establecer una “epokhé” violenta, divinamente violenta. Antes bien, el movimiento y la mutación de la república se mueve parcialmente sobre ese nudo de diferencias y relaciones de fuerza que produce el populismo y los populismos. El problema o la pregunta es: ¿qué puede ofrecer la norma republicana frente al hegemon populista?, ¿la “res” antagonística y vertical, lo que Petit llama desviación populista, tiene algo más que la res pública? El problema nos lleva a la relación entre republicanismo y antagonismo e inevitablemente descubro un cierto descalabro en nuestro propio uso del concepto de república, en nuestra insistencia –porque la compartimos y mucho. Todavía no tenemos certeza de la respublica, de lo público en ella y de lo que puede proponer frente a la guerra civil global y la disimulación infinitamente mediada de las luchas de clases. Por lo tanto yo diría si: republicanismo mínimo. Pero también un mínimo para el republicanismo sin ceder a la torpeza formalista de la tradición anglosajona propietarista, especialmente aquella arropada bajo el rótulo sacralizante de la “filosofía política”. Buscarle una fórmula al republicanismo es vaciar de entrada en él cualquier ontología del devenir y cualquier aporética del porvenir. Y ahí mi insistencia sería en el Maquiavelo demonizado, en la heterodoxia y en la ilustración olvidada.
Excelente respuesta, Gerardo. ¿Por qué líder? Saludos. LL
Tienes razón, Luis, no digo líder, sino político. Podemos pensar el primero dentro del esquema que ha estudiado Benveniste en relación constitutiva con el gobierno de los pastores. Ahora, yo he hablado de político poshegemónico, cuya vocación es atender (siempre) las necesidades del pueblo en cada momento concreto. No creo a eso se le pueda homologar tan fácilmente a la noción de “líder”, tan cara a la tradición romana así como a los totalitarismos modernos. Al menos yo me distancio de todo eso. De modo que para mi la pregunta es si realmente podemos hablar de una políticamente sin líderes (anarco-populista) frente a una política de líderes; o si quizás lo que al centro es dos formas de pensar el liderazgo. Lo cierto es que yo tiendo más a la segunda opción.
Y claro, Claudio, estamos de acuerdo. Decía Republicanismo mínimo al glosar a Fernandez Liria. Para mi son condiciones de posibilidad para un republicanismo maximizado y siempre en expansion de la libertad del singular. G