¿”Frente único contra el neoliberalismo” o democracia poshegemónica? (Gerardo Muñoz)

Habría que abrir un debate público y reflexivo con los amigos Diego Sztulwark, Verónica Gago, o Raquel Gutiérrez Aguilar en torno a la coyuntura política actual de procesos en curso como el boliviano, la irrupción de Syriza en Grecia, y más recientemente el ascenso de Podemos en España. Se abre la necesidad de un diálogo en común sobre eso que Sztulwark en un balance de la izquierda reciente ha llamado un “Frente único contra el Neoliberalismo”. Vale citar ese momento en la elaboración de la propuesta de Sztulwark:

“Me interesa el espacio discursivo común que se abre entre América Latina y el sur de Europa. Algo así como un Frente Único contra el Neoliberalismo, para utilizar grandilocuentes fórmulas de la Tercera Internacional. Ese Frente tiene posiciones distintas: no son lo mismo los discursos populistas que los momentos autonomistas. Ese Frente tiene pendiente discutir qué cosa es el neoliberalismo y cómo se lo derrota. En ese sentido hay una dimensión experimental: en la calle o en instituciones, todos estamos probando. Me parece importante que todas las experiencias primero se reconozcan como compañeras de un Frente y no como guerras intestinas que solo denigran a otras posiciones. Y además evitar ser cooptados tanto por un izquierdismo abstracto y radical como por sectores de la burguesía que lo que quieren es un reformismo liviano. Ese Frente hay que volverlo visible” [1]

Atentos a la matriz extractivista constitutiva de la gran división de los espacios geopolíticos del Sur” (BRIC, es el grupo monolítico más visible), quedaría por preguntar y pensar las variables y los ejes de ese “frente contra el neoliberalismo”? [2] ¿Cuál sería la relación entre participación democrática y extractivismo en los diseños neo-desarrollistas de un neo-liberalismo que triunfa y se despliega desde abajo? Dicho en otras palabras: ¿cómo interrumpir el dispositivo que ensambla los diversos procesos flexibles de acumulación y la irrupción de nuevas voces neo-vanguardistas de gestión contra-hegemónica, siempre tan seguras de sus presupuestos y sus condiciones epistémicas? ¿Cómo pensar la democratización de las finanzas y su relación con el autonomismo o el “horizontalismo”? ¿Es suficiente un horizontalismo o comunistarismo voluntario para dar la batalla contra la ontología an-arquica del capital sin antes articular una crítica a la política como aparato moderno (hegemonía) y al principio general de equivalencia? [3]

Decía que este debate es sumamente interesante y necesario porque a partir de la explicitación del “frente único” – ni populista ni descolonizador – se abriría una “tercera opción” que sería lo que nosotros llamamos una “democracia poshegemónica” que exige un tipo de reflexión infrapolítica suplementaria y cuyo horizonte, al decir de Alberto Moreiras, es aprincipial [3].

Inmune al entusiasmo de la politización hiperbólica, pensar desde la poshegemonía asume la insuficiencia de su suelo enunciativo, así como la negatividad de la crisis desde la cual se instala. Ésta es una tarea que exige un máximo grado de intercambio común, así como de compromiso libertario con diversas formas de pensamiento, análisis, e imágenes.

 

Notas

1. Escuchar la intervención de Diego Sztulwark en el programa radial “Clinamen”, del 17 de Marzo. http://ciudadclinamen.blogspot.com/2015/03/que-abre-el-escenario-politico-del-sur.html

2. Veronica Gago & Sandro Mezzadra. “Para una crítica de las operaciones extractivas del capital”. Nueva Sociedad, N.255, Febrero de 2015.

3. Algo así es lo que parece pedir José Luis Villacañas a PODEMOS en un reciente artículo titulado “Insatisfacción general, con excepciones”: “No es poca cosa, pero no será lo que los lleve a la posición hegemónica. Así que creo que Podemos deberá ajustar su análisis para reconocer la estructura propia de una sociedad post-hegemónica, muy diferente de sus sociedades de referencia. Esto implicará aumentar su sentido republicano y rebajar su pasión populista”. http://www.levante-emv.com/opinion/2015/03/24/insatisfaccion-general-excepciones/1242366.html

4. Alberto Moreiras. “Infrapolitics”. (ponencia leída en Political Concepts Conference, Columbia University, March 2015).

Posiciones y apuestas de Crossing Mexico: Migration & Human Rights. (Gerardo Muñoz)

Primero, habría que decir que el evento que tuvo lugar en Princeton University bajo el título Crossing Mexico: Migration & Human Rights in the Age of Criminal Politics (pero que también se extendió a la New School of Social Research y a NYU) no fue una apuesta aislada de lo que varios de nosotros venimos pensando en los últimos años. Éste intentó abrir una escena crítico-política en torno a algunos problemas de este nuevo conflicto social y sus gramáticas que se extienden sobre los territorios de América Latina, pero cuya cartografía es hoy global.

Los que hemos venido pensado esto – los colegas Pablo Domínguez Galbraith, Jennifer Rodríguez, Jorge Quintana, Rita Segato, Rossana Reguillo, núcleos de amigos en Texas A&M, compañeros de Argentina y Chile, otros asentados en NYC o México- no ocupan ni quieren ocupar un pedestal de la hegemonía intelectual-académica contemporánea, a la cual entendemos como parte integral del reacomodo del poder simbólico en el momento de la consumación del nihilismo epocal instalado en el interior de la tardía universidad neoliberal. Situados dentro o fuera de la universidad, nos interesa lo que llamé en algún momento del congreso una posición marrana del intelecto. La tensión entre universidad y su afuera volvió con cierta recurrencia en los debates, si bien nuestra aproximación fue escasa y tímida por momentos.

En un momento en el cual la brutalidad de la universidad es explícita a todo nivel institucional- en términos de despojo, burocratización y fácil mercantilismo de ideas, precarización de la vida intelectual y sedimentación de la reacción política; continuos intentos de frustrar iniciativas que provienen desde abajo – apostamos por un tipo de intervención que busca acercarnos de manera transversal a nuestras realidades e iluminarlas, no desde el saber maestro y su suelo firme, tan común de la división del trabajo de la vida social, sino más bien desde la pregunta y el pensamiento que la coyuntura va arrojando sobre nosotros.

Esta apuesta marca nuestro límite y desacuerdo con todas las variantes de la razón criolla latinoamericana, así como de todo saber maestro, ya de por sí policial y disciplinario, de la universidad moderna constituida en su crisis no moderna, para parafrasear al homónimo libro del filósofo chileno Willy Thayer. No con esto queremos decir que la universidad no sea aun un espacio de tensiones productivas e incluso de problematizaciones al centro del abismo que nos sitúa a la palestra de una guerra global en curso y que pareciera ocupar la totalidad de eso que ingenuamente seguimos llamando “sociedad”. Solo asumimos que podemos dar una lucha y una apuesta dentro de otro tipo universidad: una universidad sin condiciones y atenta a la multiplicidad de actores, movimientos, discursos, lenguas, afectos, y pensamientos (no desde el “pluralismo” vulgar que aun esgrimen con temor las ideas del liberalismo o el más joven neo-liberalismo depredador).

Si el neoliberalismo ha podido dar su batalla desde abajo – conquistando afectos, cuerpos, y subjetividades en diversos grados de astucia y múltiples resonancias , como ha mostrado con fuerza recientemente Verónica Gago en su libro La razón neoliberal (Tinta Limón, 2015)- una conversación como la que estuvimos inmersos en los últimos días supone entender ya no solo la precariedad de las formas de vida contemporánea, sino la impotencia del poder en su fase an-árquica de acumulación cuyo tejido va elaborándose a partir de violencias expresivas sobre los cuerpos. Subrayamos esta “impotencia del poder”, puesto que las violencias que se ejecutan y diagraman sobre los territorios (desapariciones, desmembramientos, masacres masivas, nueva opacidad del poder) han dejado de pertenecer a la matriz concertada del poder, para signar una nueva forma oscura de un tipo de fuerza para la cual no tenemos nombre. Como nos ha enseñado Rita Segato, solo podemos leer el poder actual a partir de sus efectos. Nos encontramos en un nuevo “infierno” para el cual no hay Virgilio que nos acompañe.

Es obvio que toda esta novedad – “novedad” que es solo nueva en la medida en que explicita el imperi arcanum de la excepción soberana de la región, como propuso Villalobos-Ruminott – nos interpela a la vez que arruina el aparato categorial de la teoría política moderna, así como de las formas vinculantes del pensamiento “interdisciplinario” de la universidad contemporánea. No hay rigor con el cual, por lo tanto, podamos articular un mero ‘qué hacer’ vanguardista, puesto que los principios mismos de la acción y sus ontologías correspondientes han dejado de operar ante la inmanente dis-posición (o “sistematización del mundo”, digamos) del misterio de la fuerza que nos conduce hacia un nihilismo voraz de lenguas e intelectos.

Cómo hacerlo – quizás sea esa una forma mucho más modesta (que se abre hacia una relación inconmensurable más allá de todo cómputo), pero incisiva en la larga sombra que nos contiene en la insolación de un desierto global. Si al final de este evento, Segato afirmó que todo “fascismo es anti-teórico, y que la teoría es una pasión feliz” – lo que resonaba del pedido de la antropóloga frente a la crisis actual no era un abandono o retirada (patéticamente a veces entendida como suspensión de la “acción”), sino más bien un pensamiento que constantemente deshace los hilos de sus propias condiciones, puesto que ya ha dejado de hablar desde la sabiduría o la certidumbre escolástica.

Ese pensamiento salvaje y aprincipial (los términos los ha venido trabajando Alberto Moreiras y el Colectivo Infrapolitcal-Deconstruction) es el que hoy suscribimos como una modalidad para reflexionar en el interior de este infierno transitorio. Se nos hace lógico, por eso, comenzar una serie de podcasts que llamaremos “Pensamientos sin principios” que buscará seguir profundizando algunas ideas que se pudieron generar en conversación con una red de amigos, y así seguir los ecos sonoros que el evento Crossing Mexico ha conseguido instalar en la ontología del presente.

Conversación incompleta con José Valero sobre La filosofía de El Capital de Marx, de Felipe Martínez Marzoa. (Alberto Moreiras)

Moreiras: Martínez Marzoa introduce la posibilidad de la infrapolítica al decir, en la página 138 de La filosofía de El Capital, que el produccionismo científico-técnico capitalista se enfrenta a “infinidad de microoperaciones humanas contingentes.” Es decir, en última instancia, es el concepto marxiano de Krisis el que impide la consolidación total de una conformación onto-teológica (o físico-matemática) del mundo, el que por lo tanto guarda la posibilidad de una ruptura, sólo imaginable ahí, del principio de equivalencia general. La “republica democratica” como Estado moderno, fundada sobre un sistema de garantias de igualdad entendida como sistema de derecho, es la contrapartida politica de la conformacion fisico-matematica del mundo. Por eso la infrapolitica no puede sino concebirse como el intento por suspender la hegemonia misma del Estado moderno incluso en su calidad de “republica democratica.” Esta operacion de suspenso infrapolitico tiene dos dimensiones centrales: la suspension de la legitimidad (weberiana) y la suspension de la hegemonia (gramsciana). Para mi esto es enteramente consistente con la postulacion de una democracia posthegemonica como la indicacion tanto de la necesidad de “destruccion” del Estado moderno como de una nueva potencial invencion de forma-Estado. Y la bomba: el proyecto socialista de Marx (léase comunista) supone un intento conservador de salvar la modernidad de lo moderno resolviendo sus contradicciones internas: “de las dos vías por las que puede cumplirse la finitud histórica, la ‘socialista’ es precisamente aquella que no es la ‘destrucción’ abstracta de la sociedad moderna, sino la asunción del patrimonio histórico que ella representa.”

Valero: Tal como yo lo veo lo que en ese párrafo Marzoa denomina “infinidad de microoperaciones humanas contingentes” no implicaría para el mismo Marzoa una ruptura con el principio de equivalencia general, sino que es sólo aquello cuyo quedar atrás es condición de posibilidad de que aparezca la estructura de la equivalencia general (ciencia moderna-sociedad civil). En efecto se refiere al trabajo real que no entra en el espacio de lo civil sino en la medida en que puede ser considerado trabajo abstracto, esto es, en la medida en que entra en relaciones de equivalencia. Así, en Marzoa esto define únicamente el límite que constituye la especificidad histórica de la sociedad moderna. Por otra parte si lo que la infrapolítica propone es un regreso a aquellas microoperaciones humanas contingentes, entonces estaría hablando de regresar a estructuras jerárquicas definidas naturalmente, cuando es justamente ese efecto de naturalización algo a lo cual la infrapolítica habría que oponerse.

Moreiras: Verdad que Martínez Marzoa no habla de infrapolítica ni nunca se le ocurrió hacerlo. Por eso yo digo que esas frases, es decir, ese punto preciso en su discusión, “introducen la posibilidad de,” si uno quiere pensar a partir de Marzoa, más que lo que dice Marzoa. Las microoperaciones humanas contingentes e infinitas no se llevarían a su término ni consumación incluso en el caso de una exitosa dictadura del proletariado que radicalizaría las posibilidades democráticas de la igualdad. Marzoa no habla de esto, sólo insiste en que, según él, Marx no autoriza ninguna especulación al respecto en términos de una sociedad futura. Para mí no es necesario hablar de regreso alguno, como si las microoperaciones humanas contingentes e infinitas sólo pudieran pertenecer a la “sociedad moderna” o a su figura. La “naturalización” está más bien del lado de pensar que la sociedad burguesa, en su giro revolucionario, pueda agotarlas. En el límite podría pensarse–esto lo dice Marzoa, para decir a continuación que él prefiere abstenerse de pensarlo–que la consumación revolucionaria de la república democrática como dictadura del proletariado sería la integración a la totalidad planificadora de todas esas “microoperaciones contingentes,” que en el capitalismo no encuentran funcionalidad sistémica y deben quedar desechadas o condenadas a su ruina. El socialismo sería en ese sentido “conservación revolucionaria” del sentido de la modernidad. Pero Marzoa comenta también que, una vez haya triunfado el socialismo, parece abrirse otra dimensión, el “comunismo” propiamente dicho, sobre el que Marx fue no sólo abiertamente vago sino también confuso. En fin, lo que queda es que el comunismo sería un cambio ontológico necesariamente, el comienzo posible de otra figura histórica de la que por lo tanto, al no tener su idea, no podemos hablar. Pero aquí se cuela, pienso yo, una filosofía de la historia encubierta en cuanto denegada, y es esa, la de Marx, la que está buscando reducir Marzoa. Infrapolítica se cuela por el agujero de sostener que las microoperaciones contingentes en cuanto tales, es decir, no en cuanto a su forma concreta sino en cuanto a su irreducibilidad a sistema, son el lugar en el que reside la posibilidad misma de enunciar la finitud radical de la sociedad moderna como figura, pero no en cuanto finitud diacrónica, sino en cuanto finitud sincrónica. Es decir, que son irreducibles también a la dictadura del proletariado, que son por lo tanto la reserva de la diferencia ontológica.

Valero: Mi intención era señalar que esa expresión apunta de algún modo a trabajo real que es lo que aparece ausente cuando el trabajo es social (y al cuál no se retorna por ejemplo en un tránsito revolucionario en la medida en que la revolución es un elemento más en el espacio de lo civil y no algo que lo supere) Eso conduce al “imperativo de la transparencia comunicacional” y que establecería las condiciones de la producción moderna. Entonces la cuestión para mí es cómo pensar la forma república (que para mí no es lo que Negri denomina forma estado) como conjuntos de operaciones contingentes cuando justamente en el momento de su génesis ideal está asociada a la planificación de la producción, es decir, a la socialización del trabajo.

Moreiras: Claro, exacto. Desde esta operación crítica de Marzoa el neocomunismo se desvanece como operación metafísica, es decir, queda marcado como operación consumadamente onto-teológica. Por eso esa forma-república no puede pensarse como realización positiva de un intelecto general!! Para mí pensarla, y por lo mismo criticar lo propuesto por Negri, etc., es el contenido específico, político, de la noción de posthegemonía.

Valero: La cuestión además es que la contrapartida de la ciencia moderna es, antes que el Estado Moderno, el espacio civil. Así, Estado o revolución no son superaciones del espacio civil (en el sentido de que el primero la integre y el segundo la destruya) sino movimientos diacrónicos dentro de una misma estructura que es lo civil. La forma-república excede y a la vez explica los intentos de establecer garantías en un espacio de equivalencia general que es lo civil. Así surgen aparatos de gestión de la fuerza como el Estado (y específicamente en su sentido moderno) La cuestión es que no da igual un estado que otro (aunque todos sean posibilidades de una estructura) porque no todos son capaces de ofrecer los mismos sistemas de garantías (por ejemplo hay estados que en nombre de unos derechos suspenden otros tantos) a la vez que ningún Estado satura la forma república (y los que lo hacen terminan en catástrofe) porque esta es una cuestión de iure y el estado es una cuestión de facto.

Moreiras: Cierto, pero, en la explicación de Marzoa, la dictadura del proletariado zanjaría, idealmente, esos desfases del Estado moderno consigo mismo. Creo que ahí estamos muy cerca de la noción de doble registro en el Espectros de Marx de Derrida. Lo cual nos lleva a preguntar si una forma-república trans-figurada, que es lo que tendría que pensar o concebir el segundo registro (aquí hay una fuerte diferencia entre Marzoa y Derrida) todavía podría contemplar conceptos como el de sociedad civil o incluso ciudadanía. Se me ocurre que aquí la idea de plasma, de Bruno Latour, que es parte de su crítica de lo social, podría ser interesante.

‘Un pinche infierno’: sobre La fila india. (Gerardo Muñoz)

La más reciente novela del escritor mexicano Antonio Ortuño, La filia india (Océano, 2013) nos coloca al interior infernal de nuestro presente. Al decir “infernal” no recurrimos a un uso fácil de una metáfora, ni remitimos a la innumerable tropología que la literatura le ha dado a esa estación imaginaria desde La divina comedia hasta Libro del cielo y del infierno (Sur, 1960). El infierno que relata Ortuño a lo largo de su novela tiene un nombre: Santa Rita.

Este el nombre de un pueblo al sureste del territorio mexicano, pero podría ser cualquier territorio de los que hoy, en América Latina (de Guerrero al Conurbano), atraviesa y dibuja sobre el mapa un nuevo conflicto social. Santa Rita es tierra de nadie y desocupados, de maleantes y bandas criminales, de migrantes centroamericanos y burócratas de la Conami (Comisión Nacional de Migración). Pero ninguno se identifican con quienes aparentan ser, y por lo tanto ya nada es reducible a la analítica de la subjetividad. Atravesados por distintas fuerzas que imponen sus propias “razones” o “leyes”; esta vecindad descompuesta como el desierto del aburrimiento que tematiza 2666, es una región que lejos de ser “transparente” se caracteriza por nuevas gramáticas de la violencia.

Santa Rita (o La fila india, como máquina de narrar el horror) es una cartografía de los procesos an-arquicos que atraviesa la frontera sureña de México, desde la cual la porosidad entre cuerpos, capital, y muerte van dando la clave del fin de lo político en una guerra que se va desatando transversalmente. Surge la pregunta: ¿cómo narrar esa anarquía sin recurrir a la artificialidad de un nuevo intimismo o a la vieja “totalidad” caída hacia una nueva filosofía (global) de la historia?

La fila india no resuelve esa pregunta, pero si apunta a una sintomatología. En la cartografía que se traza sobre el territorio de Santa Rita – y sus espacios periféricos que emergen como espectros: las ciudades fronterizas de Estados Unidos, la frontera sur, Centroamérica –  abunda en un conflicto multivalencial plegado a varios actores y circuitos que van tramando lo que Diego Sztulwark, vía Rita Segato, ha querido llamar recientemente una nueva política de la opacidad [1].

Desde luego, no se trata de sugerir aquí que el desplazamiento hacia un nuevo exceso (y subceso) de la política pasa meramente por la una política de la oscuridad entendida como un mero “no-saber”, sino que la batalla sobre los territorios hoy son complejas matrices de guerra donde no hay demanda que pueda suplir con claridad y certeza la oscuridad a la cual es constantemente arrojada. De ahí que La filia india, que arranca con la investigación de una matanza en un albergue del pueblo, no se detenga ahí o se limite a esa experiencia como excepción. La matanza, nos van dando señales las múltiples voces de la novela, es moneda corriente de vidas que solo cuentan bajo un nuevo estatuto zoológico. Así, no hay “mapa cognitivo” ni “cartografía de lo absoluto” que valga en el interior de este nuevo desierto que diagrama la guerra global en su máxima expresión: solo hay cadáveres y la putrefacción de una afterlife de la tierra. En un momento en cual Ortuño abunda sobre la naturaleza de Santa Rita se nos da un alegato de esta condición anómica.

“…la Conami de Santa Rita florecía como los basureros con las lluvias. Me hundí en el agua, de noche, imagine la zanja, la peste a mierda y tierra, la boca llenándose de gusanos y piedras, la planta, remandado a que se movieran los que en el lindero de la muerte se agitan, como insectos, pese a tener la cabeza rota. […] En otros países se habrían quedado sentados hasta que llegara la ONU. Pero, bueno, supongo que en otros países no hubieran rematado a los niños a machetazos o a sus madres a tiros ni hubieran puesto a los hombres a pelear entre ellos para ejercer el premio de vivir unas horas más” [2].

La filia india, sin embargo, no solo nos arrastra hacia su interior el exceso del cuerpo sin redención (ese producto para el fuego y la ceniza; un infra-nivel del resto, tal y como lo ha venido pensando Pablo Domínguez Galbraith). El otro registro del infierno se nos da en la fachada misma de la burocracia de la Conami, abundante en todo tipo de gestos del aburrimiento: bostezos, miradas al vacío, silencios, susurros, voluntad de hacer y no hacer. La ‘fila india’ es el último gesto que reinstala la lógica de la amo-esclavo en el momento de la consumación burocrática del Mundo. Y así la repetición: una reiteración de los comunicados (‘una circular eterna’, cuatro en total en la novela) van dando el ritmo de una liturgia burocrática en la  transformación de la política hacia la administración de los infiernos.

Como ha visto Giorgio Agamben en Il regno e la gloria, el infierno en realidad no es más que una forma penitenciaria una vez que los Ángeles han abandonado el quehacer de la política, y que al quedar desocupados de su jerarquías, la distribución de la justicia divina deviene en manos de los demonios que ejecutan una pena eterna [3]. Ante la condena demoníaca de toda forma de vida sobre los territorios, la burocracia como anomia en la tierra solo puede operar a través de una relación promiscua con la esfera del derecho que pone en suspenso y crisis el estatuto mismo de la ética. Y por consecuencia también de lo forense y de la vida social. Así nos dice la funcionaria:

“Los periodistas solidarios también comían, necesitaban premios y becas y algunos temas iban a desarrollos y otros no….La ética de hacer lo que se pueda hasta donde se pueda, identidad punto por punto a la del resto de nosotros. Cruzaban por la frontera los pollos porque podían, los robaban, golpeaban, y violaban por lo mismo pero, a cambio, nadie intervenía porque no, porno como iba a ser. Eso no”. [4]

Las instituciones burocráticas que administran la nueva condición infernal del mundo tan solo encarnan una ética de “hacer tan solo nos permita nuestro poder” (que siempre, claro, termina siendo poco). Y solo queda la voluntad de voluntades como última extracción de lo humano, puesto que su potencia ha sido destruida y finalizada. Un humanismo ínfimo como puesta en escena de la praxis. Hacer y dejar ser, lo cual supone a lo largo de la novela, dejar morir.

Como en Los migrantes que no importan (Sur+, 2010), esa notable crónica del periodista Oscar Martínez sobre las vidas en la “bestia” (marca del ángel caído, además), la zona que ocupa Santa Rita es un campo de guerra donde la astucia del poder encuentra su mayor grado de concreción en los cuerpos vejados y marcados por violaciones, torturas, y extorsiones. La presencia de lo demoniaco ya no aparece en forma figural de una bestia, sino sobre el curso bélico que instala una serie de huéspedes extraños (así le llamó Carl Schmitt a Hitler) como apóstatas de un nuevo reino sin forma (katechon) [5]. Es esa la condición post-formal que Luna brutalmente le relata a la burócrata de la Conami como si fuese una pintura de Grunewald:

“le narró historias sobre migrantes crucificadas en postes de luz, cuerpos sin cabeza, cabezas sin lengua y dedos sin falanges, mujeres a las que les habían sacado para afuera todo lo que tuvieron dentro y hombre as lo que les habían metido todo lo que tuvieron fuera” [5 152].

La llamada violencia expresiva que estudia la sociología hoy en la región (pensemos aquí en los importantes trabajos de Rita Segato, Rossana Reguillo, o Pilar Calveiro) apunta a un nuevo tipo de escritura corporal más allá de lo propio, y por lo tanto inconsecuente con la división entre víctimas y asesinos de la política moderna, ya que esto supondría la naturalización de una forma (gestalt) puesta en crisis en el interior mismo de la guerra encarnada como exceso sobre los cuerpos mutilados y vaciados en la oscuridad del paisaje global [6].

Esta violencia desborda los parámetros de la crueldad establecidos en la co-pertenencia entre injuria y castigo – tal y como lo ha problematizado Jacques Derrida en su seminario The Dealth Penalty (University of Chicago, 2014) para entender las tramas entre violencia y soberanía. Santa Rita en La filia india, como Santa Teresa en 2666, es una nueva localización hiperbólica de un ‘pinche infierno’ que atraviesa, desde ya, el vasto habitar del mundo. Un mundo desnudo de su capacidad de horizonte y forma.

 

 

Notas

  1. Diego Sztulwark. “La opacidad del presente político”. (Clinamen, Radio La Mar en Coche, Marzo de 2015). http://ciudadclinamen.blogspot.com/2015/03/la-opacidad-del-presente-politico.html
  1. Antonio Ortuño. La fila india. 121.
  1. Giorgio Agamben. Il Regno e la Gloria. Il Regno e la Gloria: Per una genealogia teologica dell’economia e del governo. Neri Pozza, 2007.
  1. Antonio Ortuño. La fila india. 128
  1. Carl Schmitt en Glossarium sugiere que Hitler fue un ‘huésped extraño’ que, desde el corazón de la era de era de Holderlin, terminó ocupado el interior de la forma (gestalt) de la cultura alemana, dotándola de una “forma extraña” o fin de la forma.
  1. Alberto Moreiras ha sugerido que este nuevo tipo exceso de violencia y crueldad marca una región externa a la forma clásica de lo político. Ver su “An example of infrapolitics”, una glosa sobre Cruel Modernity (Duke, 2013) de Jean Franco. https://infrapolitica.wordpress.com/2014/09/18/an-example-of-infrapolitics-by-alberto-moreiras/

Seminar Notes on Felipe Martínez Marzoa, Heidegger y su tiempo (Madrid: Akal, 1999). (Alberto Moreiras)

First Note: Heidegger’s time=our time. The time of reading remains the time of writing.   This can be said of Heidegger’s work but not of Hegel’s or Nietzsche’s.   But it can be said on the basis of Heidegger’s own thought. It is Heidegger’s thought that reveals or unconceals a state of affairs—but this state of affairs is the state of affairs out there, in the world out there, with things themselves, with the thing as it is.   Heidegger’s thought is the unconcealment of a temporal state of affairs that is still ours.   The state of affairs is: our time, and Heidegger’s time, is the unlimited and unqualified, de-qualified time of being.   Heidegger’s thought is, on the one hand, the determination, in the sense of unconcealment, of a particular state of affairs with being (unlimited, de-qualified). On the other hand, the meditation on it: if so, what of it?   How do we relate to what relates to us fundamentally, how do we dwell in unlimited and dequalified time, how do we survive our belonging to it, if it is a matter of surviving, of not simply falling for it?   We assume that it is a matter of surviving it on the notion that time as unlimited and dequalified is historical, that is, that it has come to be, that it is not eternal and fixed—it therefore has an outside, there is an outside of the time that fundamentally determines our belonging.   Keeping the question open regarding such an outside—that is Heidegger`s thought, and there is, there would be nothing else to it but that.   It is a simple thing. If time is historical, there would be, and there would have been, another time . . . Being is the referent of that fundamental, and abyssal, frameless frame=the history of being is history as such.

[We could say: deconstruction is a working out of that state of affairs, essentially the thought that the state of affairs exceeds or subceeds the state of affairs, that there is always something that escapes. As to infrapolitics, it comes to the same: if, precisely, the time of unlimited and dequalified time is also the time in which, for the first time, one can say that everything is political, that everything is politics, if politics has now become one with the state of affairs of time as it is, if politics, at the time of the completion of metaphysics as the metaphysics of subjectivity, exhausts the horizon of time, and time exhausts the horizon of politics, then infrapolitics is only the simple claim that there is an excess, or sub-cess, that there is an outside to politics, an otherwise than political when politics is nothing but the implementation of unlimited and dequalified time. And that is a simple thought that, however, calls for a task: the task of an alternative understanding of the time of life. Perhaps infrapolitics, vis-à-vis Heidegger’s work or the task of deconstruction, is only its turn towards the thought of the time of life—which is not the time of work, and is not the time of the subject.]

(Note from Jorge Alvarez Yagüez: El tiempo del cumplimiento de la metafísica es el tiempo de la “techné”, no el de “polítiké”. Esta desaparece justamente por el recubrimiento de todo por aquella, la política se convierte en “gestión”, que es el modus técnico en la esfera en que se mueve. La extensión (e intensión) planetaria de lo técnico pone todo a disposición del sujeto, que al mismo tiempo adopta formas de relación consigo y con los otros de carácter técnico (estratégicas, calculísticas), su propia subjetividad, todo é, sensible y cognitivamente, es colonizado por aquello que coloniza. La forma que impone al mundo se le impone a sí. El momento de desaparición de lo político es paradójicamente el momento de su posible potenciación, toda vez que esa disponibilidad universal demanda una decisión compartida guiada por el interés de la polis, el de lo común. Y ahí entra la infrapolítica, en una doble tarea: 1) la de rescatar lo político sobre lo técnico; reivindicación de lo político 2) la de debilitar lo político mismo (este es su lado”infra”, en el sentido de inferiorizar, menoscabar) en la nedida en que este se asuma aun como forma del imperio de la subjetividad. Es posible que esto segundo no pueda ser cumplido sino dando lugar a una forma nueva ya no catalogable como “política” (ni siquiera en el sentido de la contraposición entre lo político y la política), pues esta no sea susceptible de superar su condición moderna. Y tal intento demanda otro manera de pensar, otro modo de pensamiento, que no puede ser sino, al mismo tiempo, otra forma de vida, y un modo en que pensamiento y acción (uso, inoperosità, praxis pura ??) vengan a fundirse.)

Second Note: There is a thing, or the thing, but we cannot be certain that we have access to it. There is the thing, it can always escape. By the same token, we may have access to it.   Let us bracket for the moment the thing that is only certain. Every other thing is also uncertain.   But it is a curious uncertainty, because of every thing we can say there is a possible certainty, even if we miss it.   In other words, there is a position of certainty for every thing in the context of everything else. This mote of dust is here (or it is not): if it is here, our certainty is correct. If it is not here, then we must revise our position regarding every thing else as well. (Hegel: the universe itself would be destroyed if a mote of dust in it could be destroyed: everything is interdependent.)   But this means, if we are properly certain of one thing, then we are properly certain of every thing else: we have access to the ens unicum, also called, the subiectum, the what of every thing.   The ens unicum, the subiectum, the what of everything, that thing of which things can be predicated (a cat is . . . an animal), opens the thought that the ens unicum is also the ens totum, the totality, the one-all.   This is metaphysics, but not any metaphysics. This notion of the thing, die Sache, re, to pragma, is itself historical. The thing as explained is modern metaphysics, certainly Hegel’s.

So the question is about the question. If the thing ends up in the one-all, this has to do with the nature of the fundamental question behind it.   We don’t ask about what we already know, we ask about what is somehow distant.

Modern metaphysics reveals itself as a distance from the thing which is at the same time a distance with the totality of things.   We ask about the thing because the thing has vanished or sunk, the ens unicum is distant, and so is the one-all.

But of course even here we find a difference between the type of distance to things that turns them all into an “indefinite, neutral, aconceptual, merely quantitative multiplicity”—this would already be the vulgar version of modern metaphysics, what would be ordinary or prephilosophical.   And the philosophical determination of the question of the being of beings in modernity. Both are certainly related, but there is a difference between them. If nothing else, this difference is the very alibi of modern metaphysics (and science, and politics, etc.): a disparaging reference to a vulgar understanding that does not rise to the level of a concept with which, otherwise, it is perfecty compatible (in a vulgar manner). [We need only point out to the difference between actually existing communism and its idea, or actually existing democracy and its idea, or actually existing religion and its idea, etc.]

So modern metaphysics is already the symptom of a loss, of an uprooting (“desarraigo o pérdida o desapego”) (we ask about what is no longer ours). But there is no turning back to the moment prior to it. The loss is all there is. Understanding that is assuming the distance, understanding the distance as loss, the loss as distance.   The one-all as unlimited continuum is loss. Every thing from now on would be an arbitrary, gratuitous cut in the continuum, every thing is just as good as any thing else—things are de-qualified [and general equivalence, which is the same thing as indifferent difference, reigns].

“La pérdida no es sino la propia comparecencia de aquello que se pierde; ello mismo acontece perdiéndose, su tener lugar es su escaparse,” “el zapato es en verdad zapato sólo mientras no es aquello de lo que se trata, es decir, mientras simplemente caminamos seguros.”

Being therefore means not just presence, but also and inseparably that which in presence has been left behind.

Third Note: We call that double sense “ontological difference.”   In a precise phenomenological sense: what is is ontic. The ontic prompts a question—the question makes us move towards . . . something that will not be found, because it is not itself ontic (and only ontic things can be found).   This is a tearing, a “desgarro.” There is this and there is the fact that this this is already a loss. When I say cat I kill the cat, when I say shoe I kill the shoe.

How can one, then, thematize the ontological difference without killing the ontological difference? [Is this not the fundamental question of what we are calling infrapolitics?]

Modern metaphysics has always already solved that question, appealing to the non-vulgar understanding of the being of beings as one-all, unlimited continuum, the absolute.   “La cuestión de cómo hay que entender y pensar para que se pueda estar en efecto reconociendo la exigencia de totalidad es, en este espacio, la peculiar versión de la diferencia ontológica; claro que no es la cuestión ontológica, pero precisamente por eso en cierta manera sí, porque no es la omisión estéril de esa cuestión, sino justamente la marca de ausencia de la misma, a saber, el que la cuestión del ser ya es expresamente sólo posible como cuestión de lo ente uno y total, el que la cuestión ontológica ha derivado en cuestión óntico-total . . . la cuestión óntico-total sólo es posible como derivación o marca de ausencia de la cuestión ontológica.”

There is therefore a peculiar mode of saying, of Saying, in modern metaphysics, just defined. But—is there an alternative Saying? Is there a Saying that could say the ontological difference without covering it over as the ontic-total vs. the particular thing?   There is always a “sense” of the questioning, and the question about that “sense” is the question about a particular kind of Saying.

Could the poet be the fellow who can Say the ontological difference without killing the ontological difference?

Fourth Note: But who is the poet? Is the poet just . . . the poet?   Or do we invert the definition and we talk about the thinker of ontological difference as the poet?   Poet= whoever can Say the difference, that is, say the difference without killing it. So, it is not in any case a matter of the poet being poetic and casually hitting, through her or his innate genius or poetic talent, whatever escapes the metaphysical taming, the withdrawal of Being as such in its articulation with its presencing.   We could even say that, as Willy put it in a recent comment, the last thing we need are poetic poets—they are just as bad as authentic authentics or musical musicians (they always end up whistling Bulgarian wedding tunes in any case, pachan pachan).   So perhaps we can say that there is a problem as to “the poet” in Heidegger, concretely regarding the question “what is a poet supposed to Say?” Because it is the Saying that makes the poet, not the other way around (this may not be so for right Heideggerianism, where a nationalist poet might qualify as the Namer of Being.)   Is Cecil Taylor a poet, in the Heideggerian sense?   Is Cezanne a poet in the Heideggerian sense?   Perhaps the answer is yes.   But then Lope de Vega may not be a poet, Espronceda may not be a poet, Neruda may not be a poet—mere amateurs.

Which brings us to Hölderlin.   Heidegger depends on Hölderlin in a way, says Martínez Marzoa, that cannot be limited to the dependence of a thinker on a poet.   Why? Because Hölderlin, who was a member of the Jena Circle, that is, a friend of Schelling and Hegel, understood something crucial (that very thing that Kant may also have understood but pulled away from, according to Kant and the Problem of Metaphysics)—it was so crucial that could and would have put German Transcendental Idealism on its head.   It has to do with the fact that the ens unicum, the interdependence of the thing with the one-all, the belonging of the thing to the unlimited continuum of timespace, means that the thing is subordinate to the one-all, that what truly is is the one-all, that a thing is only insofar as it is subsumed into the one-all.   The one-all is therefore the self-positing of everything, the subjectum of everything. And this is what German Idealism would have called the ego, I, the subject. The subject is the substance. This is the moment in modernity that begins the completion of metaphysics (Nietzsche will take one more step and so forth).   The self-positing of being as substance is the moment of maximum withdrawal of the ontological difference, the moment of the triumph of Being as Presence.   But, through the extreme absence of the question of the difference, the question of the difference returns as maximum presence, in the same way that only places from which even the ghosts have departed can be full of ghosts.

Hölderlin would have understood that, which is that in Hölderlin that drastically attracts Heidegger. But we don´t have the time to see how Hölderlin processes such an understanding through his poetry—except to say that it has something to do with Greece. Why?

Hölderlin understood, and stated, that in the apotheosic absolute self-positing of metaphysical modernity something “queda atrás,” is left behind, withdraws, and sinks into concealment.   Modernity refuses to understand that, and sees in its very refusal, in its “clearing of the ground,” a radical “absence of prejudice” which is consistent and compatible with the general indifferentiation of things into the unlimited continuum.   It is clear that the unlimited continuum is not historically new—it had been posited in the Hellenistic period. But, at that time, it was considered a state of affairs pertaining to the world of appearances, which could only be made consistent through theology (onto-theology). Modernity does away, in regards to the unlimited continuum, with the notion that things are inconsistent, that the world of appearances is only illusion. It posits its own understanding as final—prejudice-free empirical materialism, which of course does not preempt the belief in ontotheological spirit as well.

Another way of saying that: it is not the absence of the question of the ontological difference that identifies modernity, rather it is the fact that the absence has become principial, constitutive, grounding.   And this started with Hellenism, that is, after Aristotle. Aristotle is still a thinker for whom the ontological difference counted as a problem that had to be dealt with. Hellenism has already dealt with it, has already made its own solution “obvious,” and that dealing launches the history of modernity as the history of a forgetting.

So, Greece, and Greece also for Hölderlin and in Hölderlin’s work, is the historical name for the moment in which our history begins. How does it begin? Politically: “Que el juego que siempre se está jugando pretenda hacerse relevante él mismo, eso es lo que llamamos la pólis, no doctrinas acerca de la pólis, sino precisamente la pólis misma; y el que esa relevancia sea a la vez la pérdida podría decirse exponiendo cómo la pólis perece no por el ataque de los bárbaros, sino precisamente porque se sostiene.”

So Greece is the name of that historical beginning whose examination may help us remember the dual face of being, the ontological difference, also in or starting from, the political realm.   Why should we do this? Because our time, our modernity, our completion of the loss and the forgetting, our plight of having forgotten the plight itself, makes itself noted.   It is simple: if there is a problem you cannot solve, study the problem—historically.

Fifth Note: So who is the poet? And what is a poet? It just so happens those are not Greek notions, they are Hellenistic. In Greece proper we find no word for poets, or poem, or poetry.   What we have there is a notion of an excellent Saying.   And the Saying was excellent also in the sense that it was preeminent—not as it is the case with us, in which there is an objective, normative Saying, which is precisely not poetry.

So in Greece there is an excellent Saying that is excellent because it achieves relevance and preeminence.   In what sense?   In the sense of the ontological difference: “la excelencia del decir comporta . . . el que lo que lo que siempre ya queda atrás tienda a hacerse ello mismo relevante de alguna manera. . . . en el decir excelente, el decir, diciendo en todo caso las cosas, esta y aquella y la otra cosa, a la vez permanece especialmente enganchado en el decir mismo como tal.

The Saying of the poet is the saying of the ontological difference.   Excellent Saying says beings in reference to Being.

And was that not precisely what Dasein is supposed to accomplish as Dasein, that is, insofar as Dasein remains authentically as Dasein instead of letting itself be covered over by the inauthenticity of a false saying? If Dasein has it in itself to access Being, that is, to be responsible to the call of Being, if the voice of conscience, which calls to Being, is precisely the constant reminder of ontological difference as such, beyond the thrownness into the midst of beings, the Saying that corresponds to that is . . . Saying.

Can we get its possibility back from historical forgetting at the time of the full completion of metaphysical onto-theology as technology?

Sixth Note: The unlimited continuum is the unlimited continuity of the now—it is secondary (if it were not secondary, there could not be things, since a thing always implies a limit), it only operates on the (primary) absence of the question of sense (which is also the question of the ontological difference).

Dasein wonders about sense, because Dasein wonders about its own limit—being means limit. The affirmation of the limit is also at the same time the questioning of the unlimited continuum.   But Dasein’s limit is: death.   The anticipation of death is both the questioning of the unlimited continuum, the realization that it is secondary, and the priority of another temporality, a temporality that, as coming from the future, embeds the question of the ontological difference.   Time is already the ontological difference, and points to it. Time breaks time.

In the mood of the unlimited continuum, however, time does not break, it simply fails. Why? Because the one-all has no opposite, nothing is its opposite. And if the one-all confronts nothing, it does not take place. Nietzsche realized this. Hence his Doctrine of Eternal Return is his attempt—the last doctrine of metaphysics—to guard time from itself, that is, from its own failure—in the metaphysical mode, although inverted.

We talk about Hegel and Nietzsche, but the situation they reflect, the situation their thoughts reflect, is the general situation, that is, it also applies, for instance, to the State, and to everything else. Which means that the time of the end of metaphysics is also the time of the completion of the State, hence of the end of the State, the time of the end of ontotheological politics, etc.

But Heidegger has left few indications to take his thought into realms alternative to the philosophical tradition, particularly as regards the political sphere, civil society, and the like. And yet we can say: “la posición del Estado con respecto a la cuestión ontológica es la que hemos atribuido a la ciencia en sentido fuerte; por así decir: él es un problema ontológico, e incluso se basa en que haya quedado atrás la cuestión ontológica, pero no es él mismo ontología.”

The scientist, the statesman or politician, the poet—they eventuate truth in different ways.   The thinker is not the poet or the artist: if the latter two Say the truth, the thinker interprets it. The thinker is the hermeneutist, the reader.

But this means, for the thinker: the thinker can only read the unthought in the thought, that is, the thinker can only read what appears insofar as it is lost; what appears withdrawing, in withdrawal.   Everything else is, today, merely culture, and cultural industry.

[Understanding history, understanding the event of history—if this is all that is left, at the end of the pathway, for Heidegger in Martínez Marzoa’s interpretation, and if we claim Heidegger as an important guide towards infrapolitics, the question comes up: is infrapolitical reflection merely, and nothing but, a mere understanding of history, a mere dwelling in the errancy of history, a mere freeing of the hermeneutical relation? And yes is the only possible answer—which does not make it any easier.]