Primero, habría que decir que el evento que tuvo lugar en Princeton University bajo el título Crossing Mexico: Migration & Human Rights in the Age of Criminal Politics (pero que también se extendió a la New School of Social Research y a NYU) no fue una apuesta aislada de lo que varios de nosotros venimos pensando en los últimos años. Éste intentó abrir una escena crítico-política en torno a algunos problemas de este nuevo conflicto social y sus gramáticas que se extienden sobre los territorios de América Latina, pero cuya cartografía es hoy global.
Los que hemos venido pensado esto – los colegas Pablo Domínguez Galbraith, Jennifer Rodríguez, Jorge Quintana, Rita Segato, Rossana Reguillo, núcleos de amigos en Texas A&M, compañeros de Argentina y Chile, otros asentados en NYC o México- no ocupan ni quieren ocupar un pedestal de la hegemonía intelectual-académica contemporánea, a la cual entendemos como parte integral del reacomodo del poder simbólico en el momento de la consumación del nihilismo epocal instalado en el interior de la tardía universidad neoliberal. Situados dentro o fuera de la universidad, nos interesa lo que llamé en algún momento del congreso una posición marrana del intelecto. La tensión entre universidad y su afuera volvió con cierta recurrencia en los debates, si bien nuestra aproximación fue escasa y tímida por momentos.
En un momento en el cual la brutalidad de la universidad es explícita a todo nivel institucional- en términos de despojo, burocratización y fácil mercantilismo de ideas, precarización de la vida intelectual y sedimentación de la reacción política; continuos intentos de frustrar iniciativas que provienen desde abajo – apostamos por un tipo de intervención que busca acercarnos de manera transversal a nuestras realidades e iluminarlas, no desde el saber maestro y su suelo firme, tan común de la división del trabajo de la vida social, sino más bien desde la pregunta y el pensamiento que la coyuntura va arrojando sobre nosotros.
Esta apuesta marca nuestro límite y desacuerdo con todas las variantes de la razón criolla latinoamericana, así como de todo saber maestro, ya de por sí policial y disciplinario, de la universidad moderna constituida en su crisis no moderna, para parafrasear al homónimo libro del filósofo chileno Willy Thayer. No con esto queremos decir que la universidad no sea aun un espacio de tensiones productivas e incluso de problematizaciones al centro del abismo que nos sitúa a la palestra de una guerra global en curso y que pareciera ocupar la totalidad de eso que ingenuamente seguimos llamando “sociedad”. Solo asumimos que podemos dar una lucha y una apuesta dentro de otro tipo universidad: una universidad sin condiciones y atenta a la multiplicidad de actores, movimientos, discursos, lenguas, afectos, y pensamientos (no desde el “pluralismo” vulgar que aun esgrimen con temor las ideas del liberalismo o el más joven neo-liberalismo depredador).
Si el neoliberalismo ha podido dar su batalla desde abajo – conquistando afectos, cuerpos, y subjetividades en diversos grados de astucia y múltiples resonancias , como ha mostrado con fuerza recientemente Verónica Gago en su libro La razón neoliberal (Tinta Limón, 2015)- una conversación como la que estuvimos inmersos en los últimos días supone entender ya no solo la precariedad de las formas de vida contemporánea, sino la impotencia del poder en su fase an-árquica de acumulación cuyo tejido va elaborándose a partir de violencias expresivas sobre los cuerpos. Subrayamos esta “impotencia del poder”, puesto que las violencias que se ejecutan y diagraman sobre los territorios (desapariciones, desmembramientos, masacres masivas, nueva opacidad del poder) han dejado de pertenecer a la matriz concertada del poder, para signar una nueva forma oscura de un tipo de fuerza para la cual no tenemos nombre. Como nos ha enseñado Rita Segato, solo podemos leer el poder actual a partir de sus efectos. Nos encontramos en un nuevo “infierno” para el cual no hay Virgilio que nos acompañe.
Es obvio que toda esta novedad – “novedad” que es solo nueva en la medida en que explicita el imperi arcanum de la excepción soberana de la región, como propuso Villalobos-Ruminott – nos interpela a la vez que arruina el aparato categorial de la teoría política moderna, así como de las formas vinculantes del pensamiento “interdisciplinario” de la universidad contemporánea. No hay rigor con el cual, por lo tanto, podamos articular un mero ‘qué hacer’ vanguardista, puesto que los principios mismos de la acción y sus ontologías correspondientes han dejado de operar ante la inmanente dis-posición (o “sistematización del mundo”, digamos) del misterio de la fuerza que nos conduce hacia un nihilismo voraz de lenguas e intelectos.
Cómo hacerlo – quizás sea esa una forma mucho más modesta (que se abre hacia una relación inconmensurable más allá de todo cómputo), pero incisiva en la larga sombra que nos contiene en la insolación de un desierto global. Si al final de este evento, Segato afirmó que todo “fascismo es anti-teórico, y que la teoría es una pasión feliz” – lo que resonaba del pedido de la antropóloga frente a la crisis actual no era un abandono o retirada (patéticamente a veces entendida como suspensión de la “acción”), sino más bien un pensamiento que constantemente deshace los hilos de sus propias condiciones, puesto que ya ha dejado de hablar desde la sabiduría o la certidumbre escolástica.
Ese pensamiento salvaje y aprincipial (los términos los ha venido trabajando Alberto Moreiras y el Colectivo Infrapolitcal-Deconstruction) es el que hoy suscribimos como una modalidad para reflexionar en el interior de este infierno transitorio. Se nos hace lógico, por eso, comenzar una serie de podcasts que llamaremos “Pensamientos sin principios” que buscará seguir profundizando algunas ideas que se pudieron generar en conversación con una red de amigos, y así seguir los ecos sonoros que el evento Crossing Mexico ha conseguido instalar en la ontología del presente.