La sinousia de Platón. Por Gerardo Muñoz.

Plato laws Penguin

En el intercambio que acabo de terminar con Giorgio Agamben (de próxima aparición en el número monográfico sobre su obra editado en la revista Papel Máquina), el filósofo italiano vuelve a insistir, luego de una pregunta mía sobre L’uso dei corpi (2014), sobre la necesidad de pensar una “institucionalización de la potencia destituyente”. Esta operación es completamente contradictoria, dice Agamben, ya que el poder destituyente es, en cada caso, lo que permanece irreducible al derecho y lo que se desprende de cualquier cuadratura jurídica. Agamben cita el término platónico synousia, que no es fácil de traducir, pues consta de varios sentidos técnicos en los diálogos socráticos. Sinousia puede significar “estar-juntos”, pero también “estar-con” o “juntarse” (recogimiento de más de una persona), y a veces “vivir juntos” o “aprender juntos”.

Al final de L’uso dei corpi (2014), Agamben lo emplea en la designación que aparece en Leyes de Platón (y no en la “Carta VII”, que es el otro lugar con el que se le suele asociar): metà synousia pollen. Pudiera traducirse como “perdurar estando-juntos”. Parecería una definición más o menos convencional de la institución política entendida como la descarga de pruebas para “aliviar” los hábitos de los hombres ante la realidad.

Pero Agamben pasa a recordarnos que la sinousia de Platón no es una institución política, ni puede pensarse en función de la esfera del derecho, ni tampoco como instrumento jurídico. Esto tiene sentido en la obra del filósofo italiano, para quien la concepción de institución política en Occidente es ya una figura caída a la dinámica del gobierno (oikonomia) en cuanto administración del mal, tal y como ha sido expuesto en su ensayo sobre Benedicto XVI (hace algún tiempo reseñamos ese libro aquí). Por lo tanto, la sinousia platónica es de otro orden.

Este orden Agamben lo relacionada con la harmonía musical. Una metáfora que implícitamente alude a la concepción de la kallipolis, o de la belleza de la ciudad griega que integra la singularidad como exceso de la politización. La sinousia produce belleza en la polis, pero esa belleza no es ni puede ser una belleza política. Claro, una práctica sinousyal produciría mayor rango de Justicia, que es, al fin y al cabo, la posibilidad de rebajar la dominación del hombre por el hombre. Pero la kallipolis no es un agregado de ‘diferencias culturales’, ni se vincula a la metaforización de identidades en equivalencia. Se prepara una kallipolis desde la sinousia.

En cualquier caso, la sinousia nos remite a un singular en relación que, sorprendentemente, tiene un parecido a lo que Jorge Alemán ha llamado una soledad-común. La soledad del singular evita dormirse ante el anhelo de una totalidad sin fisuras. Es llamativo, por ejemplo, que en varios de los diálogos platónicos (Teages, Teeteto, Epístola VII, o Apología), Sócrates emplee la sinousia para referirse a dos cosas opuestas: al trabajo de una partera que acoge al recién nacido, y al maestro (Sócrates) en relación con sus discípulos.

Una primera intuición nos haría pensar que la sinousia es una vía para “formar personas” o dar “entrada al sujeto”. Sin embargo, sabemos muy bien que Sócrates es un filósofo que no sabe nada. Por eso es válida la distinción entre Sócrates y el platonismo, así como entre Jesucristo y el Cristianismo. En el diálogo Teages, por ejemplo, el discípulo Arístides le confiesa que él no ha aprendido absolutamente nada. La sinousia es una renuncia a la relación de subordinación al discurso maestro, y solo así está en condiciones de inscribir un quiebre en el saber que ha dejado de cumplir las tareas de “epistemizar” contenidos y producir formas.

La única manera en que la sinousia innova es cuando deja madurar al daimonion. Estamos ante el trabajo de un filósofo-analista que descree de las ingenuidades de la conciencia y rechaza administrar el goce del otro en nombre de una comunidad nómina. Por eso la sinousia platónica apunta a algo más allá de la subordinación a la ley del maestro o de una ‘voluntad colectiva’. Me atrevería a decir que la institucionalización que estaría pensando Agamben, aunque él no la hace explícita, es la de un anarco-institucionalismo, contra la supremacía de los teólogos (punto ambiguo en Leyes), que cuida de un proceso transformativo del singular más allá de lo propiamente político o antipolítico. La sinousia es índice de la separación en toda relación de co-existencia.

Es llamativo que Foucault en el curso de 1982-83, oponga la sinousia a la mathemata. Mientras la segunda da “forma” y vuelve “formulaicos” los contenidos del saber, la sinousia es destello de luz y “secreto lubricante del alma” en la absorción generativa de la filosofía. O en palabras de Sánchez Ferlosio, el “fondo de un punto ciego por el que entra la noche. Ese nadir es la aporía de una Razón completa”.