Errejonismo y poshegemonía. Por Gerardo Muñoz

En una reciente ponencia en el seminario “Feminismo y Hegemonía” que tuvo lugar en el Departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid, Íñigo Errejón junto a Clara Serra, afirmó provocativamente que en el feminismo hay algo nuevo para la teoría de la hegemonía [1]. Algo así como un “impensado” de la hegemonía, aunque Errejón no lo explicitó de esta forma. Jorge Alemán diría que la nueva noticia en realidad son malas noticias, si bien es cierto que esas ‘malas noticias’ son buenas noticias para la reinvención de toda política contemporánea. Creo que no hay dudas que este es el gran tema de debate en nuestro tiempo. Aunque Errejón no lo elaborara, lo que me gustaría hacer aquí es ensanchar un poco más el desmarque intuitivo de Errejón.

Pues bien, la noticia que el feminismo le anuncia a la teoría de la hegemonía tiene que ver, necesariamente, con lo que Jacques Lacan tematizó como la “sexuación femenina”, y que para Joan Copjec supone la fisura y fallo en la universalidad de la sexualidad masculina [2]. En la conferencia, Errejón llega a reconocer esto explícitamente (minuto 7:30). El deseo masculino por la universalidad es la fantasía utópica de una política de la anti-separación, y, por lo tanto, de la abnegación del fallo de la diferencia sexual. Esto es siempre mala politica, o por lo menos una política con altos grados de deficiencia democrática. En cambio, la sexualidad femenina invocaría un resto irreducible en toda política, y que tiene su fundamento en la imposibilidad de homologar el deseo singular con el de sus semejantes y en tanto tal solo tendría una instancia de quiebre con respecto a toda formalización articulatoria.

Hasta aquí creo que no habría desacuerdos básicos con la posición de Errejón. El desacuerdo estaría en lo siguiente: si tomamos en serio la diferencia de la sexuación femenina, ¿podemos seguir hablando de la lógica de la hegemonía como clave maestra de la articulación de equivalencia? ¿No es acaso la sexuación femenina necesariamente poshegemónica, en la medida en que recoge la premisa laclausiana de la contingencia diferencial del vacío o el no-todo social, pero que rechaza el cierre equivalencial casuístico de lo masculino? Sí, los feminismos le traen noticias atractivas a la teoría de la hegemonía. Pero estas noticias no tienen nada que ver con el orden un ‘agregado de cuerpos’ o de ‘subjetivación’, o de ‘movimientos desde abajo’ o de ‘negación’; operaciones que vendrían a rectificar cierta dinámica masculina aparente en la lógica de significación, tan solo expandiendo la lógica equivalencial sin alteración alguna. Por eso de ninguna manera interesa un feminismo de la subjetividad cuyo horizonte sea el suplemento equivalencial como forma de alianza y sumisión obligatoria a la organización política. Obviamente, interesan la sexuación femenina y también la lógica de alianzas, aunque recompuestas de otro modo.

Es aquí, me parece, donde habría un punto de encuentro importante entre lo que se ha venido llamando errejonismo y la cuestión de la poshegemonía. Si partimos de que la transversalidad errejonista es la clave fundamental para cualquier reinvención política democrática real, entonces la hegemonía no puede entenderse como la ratio última de esta estrategia. Esto implicaría una regresión al cierre del universo masculino y la suspensión de la fisura de la sexuación femenina. En un intercambio reciente con el brillante teórico de En Comu Podems, Adrià Porta Caballé, me interrogaba si de alguna manera introducir la poshegemonía no implica suspender el conflicto de la hegemonía en nombre de la neutralización de lo político en registro liberal. El mismo Porta Caballé ha hecho un trabajo muy importante sobre la copertenencia entre hegemonía y conflicto convergente [3]. En eso estamos de acuerdo. Obviamente, la poshegemonía no busca imaginar un estado de pureza o de pacificación de la sociedad, ni tampoco le interesa quebrar alianzas en nombre de algún deseo destructivo o de un egoísmo resentido como reacción anti-populista. Al revés, lo que interesa es desplazar el cierre de la teoría de la hegemonía por lo que he llamado antes una fisura poshegemónica que implica justamente que el conflicto no puede cerrarse en el momento de su deriva verticalista que organiza en cada caso el significante vacío (Fernández Liria usa una buena imagen para esto: cerrar el círculo con una línea para armar un cono). Por lo tanto, la poshegemonía se hace cargo de la transversalidad errejonista más allá de todos los pacificismos apolíticos, pero también tomando distancia del discurso del Amo que viene a decir ‘ustedes, niños malos, si no se unen a la alianza equivalencial, quedan irremediablemente fuera. Móntense en el carrito hegemónico. O terminarán como unos niños extraviados en el corral político’.

Me parece que esta treta en función de la incorporación subjetiva se cifra en eso que Moreiras, vis-a-vis Perry Anderson, ha llamado recientemente el corazón katapléxico de toda hegemonía [4]. En efecto, Anderson nos invita a que miremos más allá de las dicotomías gramscianas de coerción y consenso que son, al fin de cuenta, acicates para la propia dinámica del conflicto en toda política democrática. Volviendo a la sexuación femenina, diríamos entonces que la noticia que trae a la teoría de la transversalidad es la recomposición de la conflictividad, evitando de esta manera la peluca que la propia lógica hegemónica le impone a la política una vez que se ha cerrado en la forma del cono. Aquí la figura del líder aparece de forma paradojal: por un lado es siempre contingente previa a su instancia de ascensión; pero por el otro, es siempre absoluta e irremplazable posteriormente.

Lo curioso de todo esto es que quien siga el debate sobre Cataluña en el último año, se dará cuenta que más allá de su fuerte composición de lucha hegemónica en varios frentes (Madrid vs. autonomía, eje soberanista vs. eje “constitucionalista”, convergen vs. esquerristas), la solución más atractiva resulta ser justamente la de Xavier Domenech y el federalismo pactado contra los juegos de “significantes vacíos” que ha funcionado para soterrar lo que Jordi Amat ha llamado la “competición de los liderazgos” [5]. La hegemonía ha cancelado esta posibilidad, como bien se ha visto al menos desde diciembre.

En la manera ‘hegemonicista’, la política democrática, aun cuando habla del conflicto, corre el riesgo de apelar a una totalidad de lo social en detrimento de la disputa. El deseo femenino, si nos dice algo hoy a quienes estamos interesados en pensar los procesos populares, es que la irrupción al interior de la equivalencia hegemónica (su “fallo matemático”), le da riendas a las posibilidades de una mejor política democrática (minimización de la dominación y expansión del antagonismo social) de máxima duración y de mayores deseos.

 

 

 

 

Notas

  1. El recording de la conferencia de Serra y Errejón puede verse aquí: https://www.youtube.com/watch?v=iMKmGrOR9jM&t=1068s .
  2. Joan Copjec. Read My Desire: Lacan Against the Historicists (Verso, 2015). 217-225.
  3. Adrià Porta Caballé. “Què és l’hegemonia convergent?”, diciembre de 2016. http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2016/12/23/que-es-lhegemonia-convergent/
  4. Alberto Moreiras. “Plomo hegemónico en las alas: hegemonía y kataplexis”, mayo de 2017. https://infrapolitica.com/2017/05/16/plomo-hegemonico-en-las-alas-ii-hegemonia-y-kataplexis-borrador-de-ponencia-para-conferencia-allombra-del-leviatano-tra-biopolitica-e-posegemonia-universita-roma-tre-m/
  5. Jordi Amat. La conjura de los irresponsables (Barcelona: Anagrama, 2018).

Una nota a la pregunta a José Luis Villacañas. Por Gerardo Muñoz.

El intercambio con Villacañas y Moreiras ha sido iluminador, en parte, porque como decía un amigo por comunicación privada estas notas ayudan a delinear posiciones. Yo no quiero disputar ninguna parte de los argumentos, y lo que sigue es tan solo un apunte mental hecho público sobre lo que me parece que es una posición de desacuerdo y que pudiera ser tema de futuros debates. Aunque el punto del desacuerdo tampoco es tan nuevo.

Me refiero, desde luego, a lo que Villacañas llama la necesidad de legitimidad en su réplica a Moreiras. En específico, J.L.V escribe: “El republicanismo no necesita de la hegemonía, pero si necesita de la legitimidad. Y el problema es que la legitimidad no es una afirmación de archē” [1]. Pero, ¿por qué no puede la legitimidad ser jamás una afirmación arcaica? Es sabido que Weber en Economía y Sociedad habla del necesario arcano de la dominación, pero solo como trazo transitorio hacia una función moderna de los tres tipos de apelación a la legitimación racional (la tipología tripartita: racionalización, autoridad personal, y carisma) [2].

Pero lo que Villacañas entiende por legitimidad tiene sus propios tintes, y ya ha quedado muy bien esbozado en su importante ensayo “Poshegemonía de Gramsci a Weber”. Allí, J.LV. pide el abandono de la hegemonía gramsciana en nombre de una noción de legitimidad en función de una institución visible [sic], capaz de renovación en cada instancia, y garante del pacto social [3]. Y es cierto que esto no tiene nada que ver con un principio legislativo supremo o metafísico, tal y como lo comenta Schürmann en el apartado sobre la legitimidad y la legalidad en la primera parte de Broken Hegemonies.

Ahora bien, en la medida en que la legitimidad no tiene arcano, habría que preguntarse si en el momento de la expansión del estado administrativo – que pienso que es consistente con lo que Moreiras llama la ruina del orden categorial moderno de lo político, o lo que Williams llama decontainment – no hace de la legitimidad algo defectuoso. Pero defectuoso ya no como ‘equilibrio’ de movilización e instalación propiamente político, sino defectuoso en el sentido de un vacío o abismo efectivo. De ser así: ¿cómo pensar aquí la legitimidad caída hacia la pura administración?

Si se apela a la “legitimidad” se apelaría solo al concepto. Por eso la cuestión medular es si la legitimidad tiene gancho compensatorio, o es todo lo contrario. En su librito sobre Benedicto XVI, Il mistero del male (2013), Agamben ha declarado que no existe estructura de gobierno legítima hoy en la tierra. Y quizás Villacañas diría que esta conclusión se debe a su prole schmittiana que desde el registro del mito deja intactas “muchas realidades históricas operando”. Y es verdad que tiene razón.

Y con esto concluyo: lo que si es importante derivar de esto es que si ya la legitimidad no es compensatoria para un momento democratizante, lo que prosigue a la hegemonía es la poshegemonía en la medida en que, en cuanto a su segundo registro infrapolítico, abandona ya la ratio última de la política como acceso de mundo y de vida. La biopolitica ha sido el último avatar de esta posición. Si el populismo contemporáneo – la mejor posibilidad populista, digamos Bernie Sanders, digamos ciertos grupos a escala estatal batallando contra los intentos revocatorios del Civil Rights Act en el sur estadounidense, el errejonismo – tiende hacia a la apelación a la legitimidad o a la poshegemonía es ya otro asunto. Pero yo no tengo dudas que esta es la verdadera bifurcación en nuestro momento para el pensamiento.

 

 

Notas.

  1. Ver en este mismo espacio, a José Luis Villacañas. “Réplicas”. https://infrapolitica.wordpress.com/2017/04/12/replicas-por-jose-luis-villacanas/
  1. Max Weber. Economy and Society. University of California Press, 1978. P.953-54.
  1. José Luis Villacañas. “Poshegemonía: De Gramsci a Weber”, en Poshegemonía: el final de un paradigma de la filosofía política en América Latina (Biblioteca Nueva, 2015). P.165-66.

Entrevista a Bruce Ackerman en CTXT. Por Gerardo Muñoz.

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Esta  semana entrevisto al Prof. Bruce Ackerman (Yale University) para el medio español ctxt. Reconocido como uno de los constitucionalistas más importantes en los Estados Unidos, Ackerman es autor de dieciocho libros, entre los que destacan su serie We The People, en tres volúmenes, un trabajo monumental que reconstruye el desarrollo histórico del constitucionalismo del país, el cual propone una interpretación del ‘espíritu de vivencia’ de la Constitución norteamericana contra la exégesis originalista y el centralismo de las cortes. Recientemente en España se ha publicado el primer volumen, bajo el título We The People: Fundamentos de la Historia Constitucional Estadounidense (Traficantes de sueños, 2015). Conversamos sobre Trump, Podemos, y las posibilidades para la reinvención de una agenda progresista para el siglo veintiuno. Leer la entrevista aquí.

Chesterton y Podemos. Por Gerardo Muñoz.

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En estos días he recordado un artículo de G. K. Chesterton sobre Lenin, donde este dice que podemos entender la justificación del leninismo de ser antidemocrático ante la ignorancia del campesinado ruso, pero lo que no podemos aceptar es una idea que es en sí irracional [1]. Algo parecido se puede decir sobre Pablo Iglesias en la segunda asamblea en Vistalegre. Esto es, podemos escuchar su arenga sobre la unidad y el enemigo, pero más difícil es razonar cómo eso se ajusta a las ideas errejonistas de transversalidad y pluralismo.

La brecha entre el primer postulado y el segundo que han salido a flote al final de Vistalegre 2, encajan con lo que Chesterton llamó ‘ilogicidad’. Ese déficit de razón solo se entiende con el significante vacío y la teoría que la sostiene. Pero sabemos que todo político que se considere digno de esa vocación, tiene que cuidar, a distancia, la diferencia irreducible de su par. Es esto lo que va al traste con el brochazo que ha dado Iglesias en su discurso de clausura [2]. Ahora el balón está del lado de los errejonistas, y tendremos que esperar para ver si hay posibilidad de recomposición de su parte. Pero lo cierto es que al imponerse el significante vacío se arriesga el destape de una violencia aún mayor siempre depositada en el oppositorum cesarista.

En un provechoso encuentro con algunos miembros de Podemos en estos días, la pregunta caliente fue qué hacer después de Vistalegre 2. Esta pregunta ya de por sí visibiliza las grietas y visiones encontradas, los desaires y las traiciones. Todo es resumible con lo que hemos llamado antes “falta de legitimidad”. Una solución entre optimista y reparadora, se afinca en buscar exceder a Podemos como partido-institución-líder. Esto es, volver a cierto ‘originalismo’ del 15M bajo la idea de la comunidad. Sin embargo, la comunidad no puede ser principio último de la razón política, como tampoco puede ser una alternativa contra-hegemónica ante el belicismo hegemónico. El comunitarismo como propuesta es siempre insuficiente.

Hay que tomar distancia del comunitarismo reparador y redentor. La tarea de hoy recae solo en una formulación de contracomunidad, capaz de disociarse del ascenso de particularismos radicales que conducen inevitablemente al fin de la política (que por cierto, lo decía el propio Ernesto Laclau, como lo ha recordado en estos días Alberto Moreiras). Tampoco se puede rebobinar la historia ni echar para adelante hacia una dirección que solo llevaría al PP, y a un mayor deterioro del espacio europeo. La comunidad desvinculante solo conduce al arrinconamiento nocivo de unas cuantas voces altisonantes y fuera de lugar. Frente a eso me sigue pareciendo que la opción de un «republicanismo poshegemónico» está a la altura de los tiempos. Este republicanismo atiende a dos principios fundamentales, aunque tampoco se limitan a estos: 1. trabajar con coherencia sobre lo que está dado en la facticidad y en el sentido común en curso, y 2. sostener la división de poderes a cambio de un contrapeso que reduce la dominación sobre la vida del singular.

Por ahora, la gran incógnita es si Errejón y los errejonistas estarán en condiciones de armar un plan más o menos simultáneo con estos principios, o si se plegaran a la ilogicidad de Iglesias. Esto también convoca a preguntarse cómo quedarán los territorios. ¿Habilitará la nueva matriz organizativa espacios para disensos territoriales, o se solidificará el verticalismo desde arriba? Sin lo primero ese deseo de unidad oppositorum del pablismo será solo pulsión de muerte. Pero un paso del errejonismo no sería un paso de quiebre, sino que marcaría otro ritmo del ‘hacer’ en los territorios. A largo plazo esto podría tomar la forma de un nuevo federalismo.

Esta sería una hipótesis optimista. Es decir, quizás la humillante propuesta de Iglesias de ofrecerle a Errejón el Ayuntamiento de Madrid, tuvo un filo errejonista y llegaría a producir efectos que ni la camarilla de pablistas prevén. A la larga esto pudiera demostrar una vez más que para eso de ‘tomar el cielo por asalto’ no hay soga que sea tan larga. La ilogicidad que veía Chesterton en Lenin también implica eso: al final, esa soga siempre tiende a vencerse por uno de sus cabos.

 

 

Notas

*Imagen: Malagón Humor, Febrero 2017.

1.G. K. Chesterton. “The logic of Lenin”. The Collected Works of G.K. Chesterton (XXXI). Ignatius Press, 1989. 275-79.

2.http://www.eldiario.es/politica/DIRECTO-Vistalegre_13_611168880_9689.html

 

 

Podemos y la construcción de paz. Por Jorge Gaupp.

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Hace poco Nuria Alabao hablaba de la “cultura política de guerra en Podemos” [1]. Lo contrario es, inevitablemente, una cultura política de paz. Pero prácticamente nadie del Podemos dirigente (salvo Manuela Carmena, que no es del partido) usa la palabra paz, pues nos topamos con un significante que causa cierta aversión en el ámbito de la izquierda posmarxista actual. Le pasa como al consenso o, hasta hace poco, la democracia. El argumento es sencillo: vivimos en un mundo terriblemente desigual e injusto, y estos significantes los usa el enemigo/el sistema para hacernos creer que no es así y mantenernos complacidos y desmovilizados. Y es verdad. Lo cual solo muestra una hegemonía anterior a la hora de apropiarse de estos significantes flotantes. Lo que es menos comprensible es nuestra voluntad de alienarnos de ellos.

Un ejemplo extremo en España es el de la ‘solidaridad’, que muchas veces hemos atribuido al peor oenegismo capitalista, para a continuación reivindicar su sinónimo ‘fraternidad’ [2]. El problema de esto es que al extrañarnos de estas palabras facilitamos que la estructura de explotación y dominación, por medio de sus voceros, pueda ser considerada como pacífica, consensual, democrática y solidaria. Y estos son adjetivos que, por muchos esfuerzos que hagamos, para la mayoría de la población seguirán siendo tan positivos como para la izquierda marxista lo son sus equivalentes fraternal, acordado, o republicano.

Por culpa, en gran parte, de este extrañamiento del vocabulario de la no-violencia, Podemos se ha visto privado de usar conceptos profundos y fuertes, cuyo lugar han ocupado tropos publicitarios como la sonrisa o sentimientos efímeros como la ilusión. Ambos terminan pasando factura en forma de pérdida de credibilidad (en publicidad antes importa la venta que la honestidad) o inevitable decepción, como apunta Marina Garcés [3]. Pero, además, son lenguajes que no construyen nada sostenible hacia adentro. Que no pueden combatir la cultura de guerra interna, fomentada en gran medida por las estructuras de elección y decisión que menciona Alabao, pero también por lenguajes (siempre performativos) y hábitos compartidos.

La paz no es simplemente la ausencia de guerra como dicen los liberales, ni es un concepto que se use solo por el pacifismo resignado y superficial, sino que, como propone el Grupo Antimilitarista Tortuga, es también la “situación resultante cuando se lleva a término la justicia, cuando los conflictos, en lugar de ser escondidos o reprimidos, son resueltos buscando la armonía de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y consigo mismos. [4]”. Otra perspectiva interesante es la que propone el grupo Hebras de paz, tras la recopilación de docenas de testimonios y memorias ciudadanas: “entrelazada de forma inseparable con esa paz del ‘no’ hay lo que los mismos expertos, encabezados por Adam Curle, Johan Galtung y J.P. Lederach, llaman ‘paz positiva’. La manera más coherente y vital, que responde a necesidades humanas fundamentales, de entender esa dimensión de la paz, es la paz del ‘sí’ a la convivencia en equidad y al engarce de vidas que se ayudan, sostienen, enriquecen y salvan entre sí, motivadas, no por un cálculo de interés personal, sino por compasión y afecto hacia un ser humano” [5].

En pocas palabras, se trata de cuidar, ese verbo al que gracias al feminismo empezamos a dar valor. O de hacerse cargo de esos “muchísimos otros” que según Spinoza nos constituyen [6]. Conceptos como el de este otro múltiple o el de engarce de vidas son poderosos porque permiten problematizar las distinciones clásicas entre ética y política, algo hacia lo que también creo que camina el de infrapolítica.

La paz, pues, no está dada, debe construirse. El 15M comprendió esto desde el principio, plagado como estaba de maestrxs que, ya desde los ’70 y ‘80 ponían en práctica dinámicas grupales como las del Grupo Tortuga en sus clases. Por eso el movimiento también creó una comisión de respeto, que no era más que un eficaz grupo mediador, extendió la escucha activa como una de las pocas reglas no escritas de las plazas y se dio tiempo para alcanzar consensos tras arduas discusiones.

La necesidad de otro lenguaje puede verse en esta frase de Errejón en una entrevista reciente: “Lo que nos seguís sabéis que en Podemos, y yo el primero, siempre que tenemos que poner ejemplos de las cosas lo hacemos con metáforas bélicas. El problema fue cuando empezamos a pensar así la política interna. Y cuando los términos ‘asalto’, ‘conquista’, ‘resistencia’, ‘adversario’ pasaron a ser un modo de construcción hacia dentro. Y eso ha construido una organización en la que hay poco espacio para la cultura del acuerdo” [7]. Como contrapunto a los problemas que observa su lúcido diagnóstico, propone “acuerdo”, que es una palabra de paz, pero, en mi opinión, subóptima.

Etimológicamente, sin duda el ‘acuerdo’ como unión de corazones es más interesante que ‘consenso’, una palabra cercana al consentimiento. Pero en lenguaje común ‘acuerdo’ tiene un significado cercano a la transacción comercial, en el sentido de ‘trato’ tras una negociación, mientras que el consenso, al menos tal como se usa en las tradiciones mencionadas, va orientado a la interiorización de los argumentos del otro y la generación de síntesis lógicas como base del consenso, antes que lograrlo por efecto de cesiones no sentidas, únicamente consumadas por la voluntad de alcanzar el acuerdo.

En Podemos la votación no fue un último recurso, sino que se empezó la casa por el tejado: se impusieron votaciones cuando se podían lograr acuerdos y se lograron acuerdos donde se podían lograr consensos. Por supuesto, el poder dominante tiende a tomar significantes como el consenso y la unidad para nombrar a la imposición de su voluntad. Pero, como mostraron Orwell, Lakoff, o Klemperer, dotar del significante opuesto a la propia acción es una de las técnicas habituales del lenguaje del Estado, del poder hegemónico o del fascismo. Y uno de sus efectos más perniciosos es el de quitar a su fuerza opositora la capacidad de usarlos, como ocurrió hasta hace poco con “democracia”.

La incapacidad de usar cierto lenguaje y ciertas prácticas quizá ayuden a explicar, junto con el sistema organizativo, el estado de guerra actual en Podemos. El desembarco de cuadros de IU, útil en el ámbito electoral o de gestión burocrática, parece a su vez acentuar la limitación del vocabulario y prácticas disponibles en Podemos. Si algo pueden enseñar el antimilitarismo, el anarquismo y parte del feminismo a los grupos posmarxistas que pugnan por el control de Podemos es la posibilidad, necesidad y potencia de compatibilizar la lucha sin cuartel con la prefiguración en el presente de la sociedad que se busca alcanzar. En la época actual de España, en que la violencia política no se tolera, en la que el lenguaje sentencioso y agresivo del macho cada vez está más arrinconado hacia el cuñadismo, una organización permeable al lenguaje y prácticas de construcción de paz no solo toma mejores decisiones, sino que también es directamente mucho más votable. Este ente, ¿seguirá teniendo forma de partido?¿Puede sobrevivir al a burocratización estatal? Quizás un desafío está en que el lenguaje, las prácticas y, en ocasiones, las personas que sirven eficazmente para la lucha o para la administración de la violencia pueden ser radicalmente opuestas a las que sirven para la construcción de comunidad.

*Este texto nace de un estimulante debate telemático con Gerardo Muñoz y Alberto Moreiras en torno a la noción de consenso, a los cuales agradezco su tiempo y disposición para continuar la discusión. Ver sus textos aquí, y aquí.

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Notas

  1. Nuria Alabao. “¿Por qué hay una cultura política de guerra en Podemos?” CTXT, No.102, Febrero de 2017.
  2. Álvaro García Linera. El “Oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo. La Paz: Vicepresidencia del Estado de Bolivia, 2015.
  3. “Marina Garcés defiende una política sin ilusiones o promesas redentoras”. http://www.aiete.net/2014/11/marina-garces-defiende-una-politica-sin-ilusiones-o-promesas-redentoras/
  4. Ver Grupo Antimilitarista Tortuga. http://www.grupotortuga.com/Recursos-Formativos-Talleres-y
  5. “Positive Peace or Peace of Life”. http://hebrasdepaz.org/positive-peace-or-peace-of-life-2/?lang=en
  6. Baruch Spinoza. Ética demostrada según el orden geométrico ( Trad. Vidal Peña.) Madrid: Orbis, 1980. 84.
  7. Íñigo Errejón. “Ha habido un viraje ideológico…”. eldiario.es, Febrero de 2017. http://www.eldiario.es/politica/ideologico-Podemos-preocupado-mostrarse-partidos_0_609990072.html

Reinvención Democrática en España: Comentario a los documentos políticos de Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en Vistalegre II. Por Gerardo Muñoz.

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A pocos días de la Asamblea Ciudadana Vistalegre II (https://vistalegre2.podemos.info), es importante someter a debate y análisis algunas de las propuestas de renovación política de Podemos. Lo hago a distancia, sin presumir ser experto en política española, y deteniéndome en los documentos divulgados. En lo que sigue comento dos propuestas donde se juega, tanto en el plano teórico como político, una reinvención democrática con alcances para el espacio europeo. Podemos ha vuelto a reinstalar el problema de la legitimidad y de la evolución misma del progresismo en la región. En la primera parte comento el documento “Plan 2020” redactado por Pablo Iglesias. En la segunda, me detengo en el documento “Recuperar la ilusión”, de Íñigo Errejón, Clara Serra, y otros. Me acerco a estos dos documentos a partir de dos claves: la unidad y la transversalidad, aunque no pretendo en ningún caso agotar la discusión de estos documentos políticos, sino abrirla. En la última sección del texto, retomo algunos problemas relativos al futuro europeo. No hay dudas de que Podemos representa hoy el arco de lo que Albert O. Hirschman llamó el ‘prejuicio del optimismo’, a bias for hope.

Unidad

“Plan 2020” es el título de la propuesta de Pablo Iglesias, Carolina Bescansa, Juan Pablo Monedero, entre otros integrantes de equipos de trabajo. La primera parte del documento, aproximadamente las primeras veinte páginas, están dedicadas a trazar un derrotero de la política española desde la transición del 78, pasando por la crisis del 2008 y la irrupción del movimiento social 15M, y finalmente la apertura hacia la deriva electoral del 2014. El énfasis del recorrido, como es lógico, se hace sobre ese primer listón por el cual Podemos alcanzó resultados contundentes: un millón y medio de votos, además de cinco eurodiputados. Los resultados fueron una sorpresa para un partido joven, de poca experiencia, y cuya dirección estaba compuesta mayormente de docentes de la Universidad Complutense. Recuerdo que en el verano de ese año, en el marco del congreso “Literatura, Poshegemonía, Infrapolítica” que tuvo lugar en la Universidad Complutense, algunos de nosotros tuvimos la oportunidad de intercambiar ideas con Luis Alegre Zahonero, quien era entonces una de las figuras punteras del nuevo partido. Había expectativas, y se discutían ideas de republicanismo y ocupación del estado.

A distancia de esto, para Iglesias y los patrocinadores del “Plan 2020”, el 2008 da inicio a una ‘crisis de régimen’, caracterizada por una fuerte caída de legitimidad del status quo político español que podría poner patas arriba el precario ‘momento constituyente de los acuerdos del 78’, como lo caracteriza José Luis Villacañas [1]. En tiempos más recientes, esto se materializaba en la incapacidad, como ha notado Philip Pettit, del gobierno de Zapatero por dar frente a las fuerzas del capital financiero y mantener en control el índice de empleo [2]. Iglesias admite que lo central en su propuesta es la posibilidad de articular un momento constituyente para la reinvención del futuro democratico de la política española. El “Plan 2020” es claro su exposición un compromiso con la democracia sustrayéndose del momento populista más divulgado de la personality mediática de Iglesias y del lema radicalizado de “tomar el cielo por asalto”. Por el contrario, el documento Iglesias nos dice que el “Plan 2020” es una propuesta para construir con todos, apostando a la madurez institucional, aunque atenta al contramovimiento de una ciudadanía activa. Como leemos en el documento:

“Ese diálogo no puede estar guiado por el interés empresarial y tampoco desde intereses cortoplacistas electorales. El desarrollo industrial, el crecimiento de las ciudades, el mejoramiento del transporte, la construcción ecológica, las energías renovables, el gobierno europeo multinivel, las nuevas formas de gobierno electrónico, los efectos de la robotización de la economía…fórmula de ensayo general tiene una larga tradición en Inglaterra y permite ir construyendo perfiles políticos y técnicos para evitar las sorpresas de los nombramientos caprichosos a los que nos tiene acostumbrada la política turnista. Sirve igualmente para evitar la incertidumbre propia de un mundo global dominado por los poderes financieros. Y, en nuestro caso, tiene que servir para que las españolas y los españoles conozcan la alternativa de gobierno de Podemos.” (Plan 2020, 41).

Al tomar distancia de la gramática populista, se consigue generar momentos de honestidad y autocrítica en el tiempo que va del primer encuentro en Vistalegre al próximo. Iglesias reconoce las limitaciones discursivas y estratégicas que tuvieron a la hora de negociar con el PSOE, y dar la cara como fuerza democrática. Al hacer énfasis en una posible alianza, Iglesia intuye que habría voluntad de formar un pacto por una nueva transición no-presidencialista o no simplemente reducible al populismo de la “máquina electoral”. Sabemos que el gran politólogo Juan Linz leyó el ‘momento Suarez’ del 78 como un pacto entre élites que trajo a España a la democracia [3]. La llamada ‘nueva transición’ se haría cargo de este legado como momento constituyente en la vida política española. Pero más importante aun es el mensaje del “Plan 2020”. Iglesias parece decir algo así: si antes no intentamos hacer pactos, y ahora podemos hacerlo. Ahora, el fracaso caería sobre las espaldas de otros. Aunque las condiciones transicionales de hoy son distintas a las del 78, ya que ya no puede haber un “pacto de élites” a puertas cerradas. Mi intuición es que el documento de Iglesias es una manera de percibir que el momento del pacto ha terminado, y solo queda democratizar y ampliar Podemos para garantizar un momento constituyente.

El vórtice conceptual y propositivo del documento es la ‘unidad’. Al inicio, Iglesias y los redactores definen la ‘unidad’ como “voluntad unitaria, entendiendo la unidad como la capacidad de hacer que ideas distintas puedan complementarse, reforzando una dirección estratégica y unos objetivos comunes” (Plan 2020, 4). La idea de unidad en la diversidad sería el instrumento para construir “una nueva voluntad popular con todos”, y sostener una dialéctica entre movimiento e institución. Como escribe aforísticamente Iglesias: “lógica debe ser por tanto la de la unidad en la diversidad: un proyecto compartido por identidades políticas, sociales y territoriales diversas, donde lo que es una realidad en la cotidianeidad se articule en el ámbito de lo político” (Plan 2020, 29). El axioma de la unidad tiene como propósito una renovación de los cuadros políticos. De ahí que Iglesias diga que los políticos en Podemos dejarían de ser políticos para convertirse en militantes en la institución que velarían por el interés colectivo (Plan 2020, 24).

Son dos los modos de leer este diletantismo declarado. Por una parte, la ecuación de ‘militante al poder en la unidad’ es la quintaesencia del trancazo hegemónico en cuanto mediación verticalista, puesto que abandona la mesura de la vocación. Por otro lado, se pudiera entender la figura del militante institucional como representante de lo que algunos llaman un político del “estado activista” que logra compensar entre distintos niveles (Ayuntamiento, el movimiento social, la burocracia, y el Parlamento). En cualquiera de los dos casos interpretativos, para Iglesias el militante institucional vendría a renovar lo que él llama una “cartelización de la politica española” (Plan 2020, 39). La cuestión que está instalando Iglesias, sin embargo, también pasa por reestructurar la burocracia del estado (regulatory state) comprometido con la redistribución y la justicia social [4]. La articulación de la unidad se entiende como aspiración a la reelaboración de la fiscalización. Este fue un dilema que discutíamos hace un año atrás con Carolina Bescansa en la Universidad de Princeton [5]. En cambio, si por una unidad entendemos una lógica de subordinación hegemónica, entonces este posicionamiento remitiría no solo a la verticalización de la política, sino a lo que Carl Schmitt llama la intensificación entre amigo-enemigo. La variable de la unidad en Iglesias cobra aquí un tono categórico, puesto que la idea misma de ‘cumplir promesas’ (sic) tiene que aceptar de antemano este principio unitario (Plan 2020, 35). Este principio de la ‘unidad’ maximiza politización partisana y a la larga conduce a secuelas terminales y agónicas [6].

Iglesias sabe que no puede repetir el autoritarismo verticalista de la tradición del PCE. Y a la vez tampoco puede dejar las decisiones en la anti-política de las asambleas y del consenso horizontalista. Es de esta manera que el documento pone en un mismo renglón democracia, organicidad, y fuerza popular. El documento no nos da una reelaboración de cómo los que están fuera de los “círculos” podrían ser integrados, y cómo empalmar el resto externo a esa dialéctica ‘movimiento-institución militante’. Y esto es importante, puesto que es ese resto, un pueblo ausente, el que conviene tener del lado de Podemos si es que se quiere llegar a La Moncloa. No estoy diciendo con esto que se pueda hacer política de justicia social sin un pueblo. Al contrario, lo que quiero dejar claro es que el concepto de hegemonía, tal y como está elaborado en el posmarxismo de Ernesto Laclau, es insuficiente para dar cuenta de una forma verdaderamente transversal, heterogénea, y anti-unitaria, tal y como aparece hoy al interior de nuestras sociedades. ¿Cómo convencer a esos que están fuera de la movilización permanente? Hacia el final del documento, Iglesias habla de una programación a largo plazo de perfiles políticos (Plan 2020, 41). Para decirlo con José Luis Villacañas, aquí residiría el problema de la vocación de todo político’ [7].

Transversalidad

Pasamos ahora a comentar el documento “Recuperar la ilusión”, propuesto por Íñigo Errejón, Clara Serra, Pablo Bustinduy, y Rita Maestre. En este documento las metáforas importan. Según la clave de lectura que dio el filósofo German Cano, Podemos es como una embarcación que arrancó con un programa que pudo ‘darle una patada al tablero’, pero que ahora se propone la búsqueda de una capitanía que empuje a la embarcación sobre la incertidumbre de los mares [8]. Ese nuevo sailor, para Cano, sería Antonio Gramsci, aunque la idea está también implícita en el documento de Errejón. En efecto, el trabajo de integración y construcción en el documento se hace desde la teoría de la hegemonía en su formulación inspirada por Ernesto Laclau. Al igual que el “Plan 2020”, Errejón asume la autocrítica a la hora de construir el pueblo y dar un paso al frente en Vistalegre II. Los firmantes reconocen que hablar de pueblo con los convencidos de los Círculos es insuficiente, y por eso hace falta agregar a capas mayores, a quienes residen en las zonas rurales, a las mujeres, y a los que están en la brecha. Errejón afirma que es importante abandonar el “resistencialismo” (ser el Partido del anti-establishment) para formar una nueva mayoría capaz de aglutinarse bajo un nuevo sentido común (Recuperar la ilusión, 9).

Pero aquí es donde las similitudes con Iglesias terminan. Errejón dice que no se puede “rebobinar la Historia de España”, por lo que no hay posibilidad de alianzas que hagan perder el tiempo o llevar al desgaste. La tarea del nuevo político es ‘construir un pueblo’. “Construir el Pueblo” es, en efecto, el lema del documento, junto al dispositivo de la “transversalidad”. Aunque a diferencia del diálogo que Íñigo sostiene con Chantal Mouffe, en el documento hay un intento muy depurado por bajar de tono el schmittianismo agonista, moderándolo con un par de menciones dispersas [9]. Si para Iglesias la ‘unidad’ es el vórtice del éxito de un nuevo partido de mayorías, para Íñigo el énfasis recae en la transversalidad.

Conviene volver sobre qué está de fondo en la propuesta de la transversalidad. Al hablar de transversalidad, Errejón busca descentrar la unidad ideológica de la vieja izquierda como sujeto de emancipación. La transversalidad presupone que no hay tal sujeto redentor, y que en las nuevas condiciones sociales solo se consigue ganar políticamente con la construcción de una nueva mayoría. Como ha explicado el filósofo David Soto Carrasco, “la lógica [de la transversalidad] ha permitido a Podemos concretar transversalmente una organización que interpela a diferentes sectores de nuestra sociedad. Le ha dado cinco millones de votos que han permitido abrir una grieta en el muro…” (Soto Carrasco 2016). Pero la transversalidad siempre se nutre de identidades políticas en vibración, encarnadas, y administrables. El problema residiría, como ha visto Alberto Moreiras, en que la transversalidad es inconsistente con la lógica hegemónica [10]. Según Moreiras, la transversalidad en registro hegemónico termina siendo equivalencial en su capacidad estructural [11]. En cambio, lo que llamamos aquí ‘reinvención democrática’ intentaría ofrecer otro mecanismo que no estuviese estructurado con la equivalencia hegemónica que organiza y divide el ‘Pueblo’. Llamémosle a esto poshegemonía. Esta es una modalidad de pensar la reforma política, en un sentido fuerte, sin caer en la tentación de la organización identitaria. En mi réplica al artículo de Soto Carrasco sobre transversalidad sugerí que en realidad los nombres no importan mucho, sino en ‘nombre de qué’ se está hablando [12]. En otras palabras, el problema con la transversalidad es que presume que la identitarización de la lógica hegemónica agota el campo de lo social, cuya lógica maestra permite erigir un nuevo orden de dominación.

La propuesta de la transversalidad de Errejón, sin embargo, es importante en la medida en que facilita otro camino que no es ni el del ‘sujeto verdadero’ de la política convencional de izquierda, ni el de cesarismo carismático basado en la unidad [13]. De modo que solo asumiendo una forma republicana de la inequivalencia es que se puede llegar a la reinvención democrática [14]. Sin lugar a dudas, la transversalidad es el concepto más reiterado en el documento político de ‘Recuperar la ilusión’ a tal punto que hasta el deporte tiene que entenderse como ‘componente’ transversal (Recuperar la ilusión, 34). Esa es la propuesta constructiva, y la seña de identidad de los errejonistas. El corazón propositivo de ‘Recuperar la ilusión’ es doble: la creación de pueblo, y la fortificación de una fuerza de gobierno (Recuperar la ilusión, 18-20). En este nuevo contrato social, se intuye que se debe dar riendas a un momento constituyente exclusivo del constitucionalismo evolutivo:

“Para nosotros la tarea de «construir pueblo» es una tarea cultural, colectiva y desde abajo para generar afectos y esperanzas compartidas, para tejer y terminar con la fragmentación y la soledad. Un pueblo soberano es mucho más que una suma de electores o consumidores: es una comunidad voluntaria y consciente que se dota de instrumentos para una vida mejor. No hay nunca un momento tan fundante, tan fértil y tan revolucionario como el de We the People” (Recuperar la ilusión, 23).

Para ello Errejón se vincula más a una estructura federalista, con mayor compromiso en los municipios, en lugar de la dialéctica Estado-Círculo del “Plan 2020”. Y por esos los actores ejemplares de esta nueva política en curso son las alcaldesas Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona. Esto es importante desde el punto de vista de la división de poderes, ya que el federalismo en cuanto proyecto de organización territorial busca atrofiar la concentración de poder. La reforma a la ley electoral que se propone en el documento es, en este sentido, consistente con este diseño (Recuperar la ilusión, 56-58). La fiscalización aparece desplegada también en diseño federal, si bien el documento vendría a ratificar una política de la reta básica universal como condición de una política de democratización equitativa [15].

Por último, es importante notar que Errejón hace una diferencia crucial entre dos tipos de crisis: crisis de estado y crisis de régimen. Según Errejón no hay crisis de estado en España, puesto que hay un orden de derecho, garantías, prensa libre, y división de poderes. Es una postura que está en las antípodas de miradas contemporáneas en la izquierda que siguen homologando el espacio del estado con el orden burgués que se tendría que llevar a la destrucción. El énfasis en la crisis de régimen permite hablar de relevos generacionales al interior de la institucionalidad, sin dar grandes saltos anti-jurídicos ni caer en extremismos. Este giro analítico de ver la crisis, debería entenderse en oposición a quienes defienden una postura asamblearia, o de participación obligatoria y directa, en línea una movilización total [16].

Las últimas páginas del documento destacan el valor de una transformación cultural (Recuperar la ilusión, 60-65). Pero habría que preguntarse, ¿por qué razón una transformación tendría que ser culturalista para lograr las dos tareas propuestas (construir un pueblo y alzar una fuerza de gobierno)? Convendría preguntar ¿por qué se habla de cultura y no de educación en un sentido más amplio? El culturalismo del documento recae en una ambigüedad insoluble. ¿Es el énfasis cultural seña de una textura que quiere hegemonía? Sobre esa trama queremos derivar algunos elementos en nuestra conclusión.

Democracia poshegemónica en el contexto europeo

Aunque hemos visto algunas de las diferencias importantes que distancian teórica y prácticamente las propuestas de Iglesias y Errejón, también hay que explicitar lo que las une: un acuerdo con la teoría de la hegemonía. No es solo una cuestión desde el punto de vista intelectual, esto es, relativa a la pertinencia de la obra de Antonio Gramsci o Ernesto Laclau en las elaboraciones de los documentos, sino que es algo más. Si para Iglesias la ‘unidad’ es un dispositivo de cerrar fila y blindar su liderazgo dentro del partido; la ‘transversalidad’ propuesta por Errejón es una atravesar y dividir el campo de lo social a través de la politización. Visto desde arriba, Iglesias emerge como el líder que cierra el círculo (la figura del cono, que es también como lo propone el pensador Carlos Fernández Liria en su libro En Defensa del Populismo). Y desde abajo, Errejón tira de la transversalidad para armar una articulación que exige la identidad y la diferencia, cuyo costo es la democracia a largo plazo. El gramscianismo humanista contemporáneo en estas dos bifurcaciones solo podrían llevar a formulaciones cortoplacistas. El resultado de su déficit ha sido ya comprobado en el llamado ‘ciclo progresista latinoamericano’, cuya fragilidad no pudo dar riendas de largo plazo a procesos que comenzaron a sentir los efectos de la caída del precio de los commodities en el nuevo ciclo económico global [17]. Si la cartografía latinoamericana fue un tipo ideal para el ascenso de Podemos, ya no puede serlo.

Los tiempos han cambiado. Además, no hay que olvidar que la realidad institucional española es desigual a la porosidad de países como Argentina, Bolivia, o Ecuador donde el momento caliente de la política plebeya coagula condiciones constituyentes. En un momento en el cual la extrema derecha nacionalista ha llegado a decir que busca apropiarse de Gramsci, Podemos necesita pasar a una teoría instituyente y poshegemónica [18]. Esto evidencia que caer en ese juego solo puede llevar a una batalla del más fuerte, donde el populismo nacionalista de derechas (y más ahora con el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos) siempre estaría en condiciones de ganar. Diríamos más: el gramscianismo ya está en procesos de conversión anti-político con Le Pen, Beppe Grillo, o Frauke Petry.

El populismo hegemónico siempre será un atajo y una cuartada entre la política de los afectos y la anti-política, pero no puede garantizar longevidad de una democracia a escala regional o federal, tal y como se espera hoy en el gran espacio europeo. Y si con ‘hegemonía gramsciana’ solo identificamos un flanco ideológico, su postura quedaría reducida al “resistencialismo” denunciado como insuficiente por Errejón en su documento ‘Recuperar la Ilusión’. Hay que dar otro paso. La poshegemonía abre la posibilidad de seguir avanzando en la construcción democrática, deliberativa, y transversal con solidez institucional para articular una gran política nacional y europea. En este sentido, la democracia poshegemónica renuncia a la oferta de la movida populista como el camino más corto para avivar a sociedades atizadas por la tecnocracia, así como por los consensos supra-económicos de la Unión Europea.

El futuro político de Podemos está en el medio de una encrucijada. Por el lado estatal-nacional, tienen que seguir desarrollando una madurez de vocación política capaz de organizar un nuevo consenso social de alcance territorial, y con una voluntad de llegar al poder de mando. Por otro lado, la realidad exige una elaboración compleja con el entramado federal de la Union Europea. Y esto no se puede obviar ni zanjar de manera irresponsable. Por eso las apuestas de contramovimiento democrático son, en un sentido estricto, un plano en el cual Podemos tendría que insertar o al menos entablar un diálogo [19]. Hay que recordar, con Davide Tarizzo, que no hay posibilidad de desprendimiento de la UE que garantice una orientación democrática longeva [20]. Puesto que toda ruptura de la unión, todo desprendimiento de la ‘hospitalidad europea’ federal, solo llevaría a una pauperización de las realidades nacionales, al descenso aun mayor de la calidad de vida, y al brote de las peores pasiones xenófobas o antiinmigrantes en detrimento de la hospitalidad europea.

¿Cómo moverse en ambos registros de comunidad y conseguir un contramovimiento político democrático? Esto es mucho más delicado, ya que hay que recordar que la historia reciente europea no da un salto del estado nación a la Unión Europea, sino desde la crisis imperial a la integración. Aunque ya hoy, la promesa imperial es solo nostalgia que la Francia de Le Pen, la Inglaterra de May, o la Holanda de Wilders jamás podrían cumplir. Esa promesa es solo la trampa para un rumbo que será peor. Si la promesa del populismo de derecha se basa en un pasado orgulloso sin imperio, la promesa del populismo de izquierda es la de una hegemonía sin democracia duradera. Cuando decimos poshegemonía aludimos a la posibilidad concreta de reparar esto último. Si Podemos es una de las posibilidades deseables para una reinvención democrática europea, tiene que dejar atrás la insistencia en la hegemonía como parlante de las grandes mayorías. A Podemos le esperan retos mayores, pero más importante aun se le impone la posibilidad de un new deal al interior de esta segunda globalización. Y nuestro deseo es que estén a la altura.

Notas

*Documentos: Pablo Iglesias. “Podemos Para Todas. Plan2020: ganar al Partido Popular, Gobernar España”. Íñigo Errejon, “Recuperar la ilusión: Desplegar las velas, un Podemos para gobernar”. Pueden ser consultados aquí: https://vistalegre2.podemos.info/documentos/

  1. José Luis Villacañas. “Una historia del poder en España: prácticas, hábitos y estilos políticos”. Seminario en la Fundación Juan March, Marzo de 2014.
  2. Philip Pettit. “Republican reflections on the 15-M movement”. Gabriel Entine y Jeanne Moissand (eds.), Debates en torno al 15-M. Republicanismo, democracia y participación política. Paris: La Vie des Idées, 2011.
  3. Juan Linz. “The Perils of Presidentialism” (Journal of Democracy, 1990, 51-69).
  4. Aunque empiricamente basado en el contexto norteamericano, el trabajo más reciente de Seebel Rahman es crucial para abrir una discusión de los documentos y su alcance para la burocracia fiscal española. Ver, Kan Seebel Rahman. Democracy against domination (Oxford University Press, 2016).
  5. Carolina Bescansa en la Universidad de Princeton: https://podemos.info/carolina-bescansa-expone-en-princeton-las-claves-politicas-y-sociales-de-podemos/
  6. En su importante ensayo “Ética de Estado y Estado pluralista” (1930), Carl Schmitt define la unidad como el grado más intensivo de la diferencia entre amigo-enemigo”: “En verdad lo político sólo designa el grado de intensidad de una unidad. La unidad política puede por tanto tener y abrazar en sí diferentes contenidos. Pero ella designa siempre el grado más intensivo de una unidad, a partir de la cual también se determina la distinción más intensiva, a saber, la agrupación de amigos y enemigos. La unidad política es la unidad suprema, y no porque dictamine todopoderosamente o porque nivele a las demás unidades, sino porque es la que decide y porque puede evitar que dentro de ella todas los demás agrupaciones sociales se disocien hasta la enemistad extrema (esto es, hasta la guerra civil)”. Logos. Anales del Seminario de Metafísica, Vol.44, 2011, p.34.
  7. José Luis Villacañas escribe al respecto: “Integrar a otros políticos profesionales o vocacionales siempre es un mérito en política, desde luego. Pero su eficacia dependerá de si al frente hay un político vocacional en este sentido. Sin embargo, todavía nos queda lo más importante del político vacacional: la responsabilidad en el uso del poder. Para tenerla, y más allá de la pasión, el político vocacional debe ser frío como el témpano y mantener el pathos de la distancia. Pasión ardiente y mesurada frialdad, ese es el complejo psiquismo del político vocacional”. Ver, “Weber y Podemos”. El País, 15 de Enero de 2017.
  8. German Cano. “Podemos, segunda singladura”. El País, 26 de Enero de 2017.
  9. Íñigo Errejón y Chantal Mouffe. Construir un Pueblo: Hegemonía y Radicalización de la Democracia (Icaria, 2016).
  10. Alberto Moreiras. “Comentario a ‘Una patada al tablero’, de David Soto Carrasco”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/05/18/comentario-a-una-patada-al-tablero-de-david-soto-carrasco-por-alberto-moreiras/. El artículo de Soto Carrasco: http://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/patada-tablero_6_516958335.html
  11. La crítica al principio general de equivalencia aparece en el ensayo de Jean-Luc Nancy Vérité de la démocratie (Galilée, 2008). También ha sido elaborado en relación con la cuestión de la poshegemonía por Alberto Moreiras en “Infrapolitical Action: The Truth of Democracy at the End of General Equivalence” (Politica Común, Vol.9, 2016).
  12. Gerardo Muñoz. “Podemos, ¿en nombre de qué? Transversalidad y Democracia”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/05/19/podemos-en-nombre-de-que-transversalidad-y-democracia-gerardo-munoz/
  13. Manolo Monereo. “Podemos: el final de la inocencia”. Cuarto Poder, 25 de Diciembre de 2016.
  14. Jorge Álvarez Yágüez. “Breve nota a la transversalidad”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/05/23/breve-nota-a-transversalidad/
  15. Errejón ha hecho explícito su compromiso con medidas de renta básica universal, incluso por encima de lo que ya se ha acordado recientemente en el Parlamento español. Para un debate contemporáneo sobre el tema, ver Philippe Van Parijs. Basic Income: A Radical Proposal for a Free Society and a Sane Economy (Harvard University Press, 2017).
  16. La propuesta asamblearia o de horizontalismo político, está asociada con el trabajo de activistas sociales como Raúl Zibechi, Raúl Sánchez Cedillo, o Amador Fernández Savater. De este último ver su crítica a la figura política de Iglesias: “Un mundo restringido. Comentario al discurso de Pablo Iglesias”. eldiario, 26 de Octubre, 2016.
  17. Gerardo Muñoz (ed.). “The End of the Latin American Progressive Cycle” (Special Issue). Alternautas Journal (3.1, Julio de 2016). http://las.sites.olt.ubc.ca/files/2016/11/Alternautas_End-of-Progressive-Cycle-Dossier-2016.pdf
  18. Ver, “Okupa Gramsci: la derecha española quiere adoptar al pensador de cabecera de Podemos”, El Confidencial, 24 de Enero 2017. David Soto Carrasco también ha argumentado, en línea con nuestra discusión, un desplazamiento más allá del ‘momento populista’. Ver su artículo titulado “Debates y demandas” (http://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/Debates-demandas_6_554754541.html).
  19. Es aquí donde pudiera someterse a discusión la propuesta de un movimiento de democratización de la zona europea, propuesta por el ex-ministro de economía de Grecia, Yannis Varoufakis (Democracy in Europe Movement 2025). Curiosamente el documento político de Varoufakis, siendo el mismo un economista, es muchísimo menos detallado y directo que los documentos de Errejón e Iglesias que hemos comentado. Giorgio Agamben también ha llamado la atención a la carencia de legitimidad de la UE en su artículo “Que l’Empire Latin contre-attaque!” (Libération, 24 de Marzo 2013).
  20. David Tarizzo. “Después del euro: soberanía nacional y hospitalidad europea”. Res Publica: Revista de Historia de las Ideas Politicas, Vol.18, N.1, 2015. p.125-140. Esta también es la duda que ha notado el constitucionalista Bruce Ackerman en cuanto a la crisis de la UE y el two-tier system. Véase su “Three Paths to Constitutionalism: the Crisis of the European Union” (B.J.Pol.S. 45, 705–714).