“De canto a canto”. Notas de intervención en el encuentro “Parodia, Dictadura, Metafísica, y Revuelta”, Academia de Santiago, Enero-Marzo 2020. Por Andrés Ajens.

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La parodia, en su sentido tradicional o predominante (el que encontramos en diccionarios, incluso tratados de poética y de retórica: imitación burlesca dice la RAE, remedo –de un modelo o referente que hace autoridad– y, por etimología, proverbialmente (imitación burlesca) de la oda, del canto más o menos solemne o serio, el de Píndaro o el del tono de la tragedias)  cuestiona normas y convenciones de toda laya, instituciones de poder o autoridad – operando como fuerza crítica con respecto a todo poder, toda norma o autoridad consagrada, como (parte de) una fuerza que busca cambiar o invertir el orden dado de las cosas (y así la inversión paródica, si la hay, fuera un modo del pachakuti andino, un dar vuelta o poner de cabeza el orden establecido; una fuerza, en cualquier caso, contra-hegemónica).

La fuerza crítica, polémica y/o contra-hegemónica de la parodia en sentido dominante o tradicional (ya sea con sarcasmo, burla, caricatura, ridiculización de un modelo), o logra deslegitimar hasta hacer caer al poder (dando lugar a una inversión del estado de las cosas: inversión paródica) –y entonces la misma parodia se vuelve inútil y tiende a desaparecer— o, si no lo logra del todo, o no le interesa invertir nada sino más bien cuestionar sistemáticamente todo poder, no solo se come la cola (pues la fuerza paródica no carece del todo de poder) sino se vuelve operación sistemática,  suscitando y confrontando más de un pro-blema, a saber:

  1. La parodia, en su sentido tradicional o predominante (“parodia metafísica” si se quiere) al poner en cuestión normas y convenciones, instituciones de poder o autoridad, a la vez requiere y, por ello, no puede sino confirmar tal autoridad como autoridad – para darse a menudo ella misma legitimidad y autoridad. Es decir, la transgresión de la ley confirma la ley en cuanto ley (a seguir o a transgredir, con las consecuencias respectivas del caso).
  2. A la vez, si se vuelve modo sistemático de operación contra-hegemónica, la metafísica parodia se vuelve al cabo impotente, y no poco injusta y violentaantey/o conlo (“real” o casi-real) que no goza de autoridad o de poder, sea lo histórico-socialmente reprimido o abyecto, sea lo más infamiliar o siniestro (unheimliche), sea lo más indomeñable o an-árquico (por decir: eso que a ratos llamamos por caso o caída r e v u e l t a). En breve: se puede, claro, se suele y acaso se debe parodiar al tirano, al dios o al mercado sin bordes; parodiar a las víctimas (sentido amplio) del tirano, del dios (alias ira divina) o del capital, deviene no solo injusto sino aberrante, para no decir sin más fascista (como el caso de la operación paródica inscrita en la acción de desaparición y tortura de la DINA en Arica entre 1974 y 1975, al servicio de un tirano bien creyente en dios y en el marcado desatado (cf. Informe Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, Santiago, 2004; pp. 315-316).

Ante esta sentido dominante y bien práctico de parodia, no cabría poner u oponer sin más otro sentido o concepto –más prístino, más originario o aun más exacto, si tal hubiera– sino desde ya decantar y reinscribir la parodia, su marca como su eventual inversión político-libidinal, en un habla, lengua o textura ya no jerárquico-dual o predispuesta binario-jerárquicamente, pero tampoco equivalencial (simplemente simétrica). Tal decantación y desvío ([el verbo] decantar dice tanto la inclinación como el apartamiento, el desvío como la aclaración; cf. RAE), marca o remarca una suerte de para-oda en juego, un estar o estancia de canto al canto, sin lugar ni atributo propios, consonando acaso y/o disonando, concordando y a la vez discordando con/tray junto a cada canto, tono o timbre: de canto ay/o con cualquier “resto cantable” (Celan).

Decantando, en suma: resta el juego de la para-oda, del para y la oda, del para con la oda, de la oda fuera o aparte de sí; ya no decanta en parodia, tampoco en “canto nuevo” (paródico o no tanto, mucho le pese a más de algún tecno-artístico formalismo, literario por caso, moderno o post-avant) sino en decantación al canto: de canto al canto. Esto es: nada, nada que pudiéramos hegemonizar, pastorear ni reunir unitariamente o aun decidir con rematado fundamento (la parodia al absurdo [El meridiano], la para-oda a lo an-arco). ¿Pero qué fuera, justamente, un canto de canto indecidible, entre canto y decanto, entre tono y átono, entre voz y mudez, entre marca y comarca? ¿No habría que darle otra vuelta a la cosa vecina, a la para-oda, dices? ¿Otra vez? ¿Otra vuelta? ¿Revuelta? (Resta: apenas entreabierto el entrevero entre para-oda y parábasis; cf. Hamacher, Agamben, etc.)

 

 

 

 

Bibliografía

Agamben, Giorgio, “Parodia”, en Profanaciones (2005).

Ajens, Andrés, El entrevero (2009).

Aristóteles, Poética (s. IV A.C.)

Borges, Jorge Luis, Ficciones (1944)

Celan, Paul, Der Meridian(1960).

_____. “Singbarer Rest”, in Atemwende (1967).

Derrida, Jacques, De la grammatologie (1967).

Hamacher, Werner, Para – la Filología (2011).

_____. “El segundo de la inversión. Movimientos de una figura en los poemas de Celan”, en Comprender detraído (2018).

Hutcheon, Linda, A Theory of Parody (1985).

Informe Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (2004)

Neruda, Pablo, Odas elementales (1954).

Parra, Nicanor, Poemas y antipoemas (1954).

Stasis: Civil War as Threshold Between Infrapolitics and Politics

Agamben, Stasis

Crossposted from Posthegemony.

Giorgio Agamben’s short book Stasis: Civil War as a Political Paradigm comprises two brief essays, one on the Athenian concept of “stasis” or civil war, the other on the role of the multitude in Hobbes’s Leviathan. What links them, he tells us, is the notion that “the constitutive element of the modern State” is “ademia [. . .] that is, [. . .] the absence of a people” (vi). Obviously enough, this will come as something of a surprise to “the Western political tradition” for which, as Agamben notes, the “concept of people” is “arguably the fundamental concept” (39). Think after all of the opening of the United States constitution, for which “we the people” are presented as that country’s basic political bedrock.

Agamben proposes instead the multitude as the core concept of political theory. So far, so good, and no doubt also so Italian. But what Agamben adds to the work of (say) Toni Negri and Paolo Virno is the observation that “the multitude is the subject of civil war” (40) and, further, that it is thus through civil war that the political realm is established. Or, as he puts it in his discussion of the Greeks:

it constitutes a zone of indifference between the unpolitical space of the family [oikos] and the political space of the city [polis]. [. . .] In the system of Greek politics civil war functions as a threshold of politicization and depoliticization, through which the house is exceeded in the city and the city is depoliticized in the family. (12)

For, as Agamben points out, Solon’s law explicitly punishes those who do not take part in civil war: such people forfeit their rights to citizenship; “not taking part in the civil war amounts to being expelled from the polis and confined in the oikos” (13). Civil war is, therefore, not (as we tend to see it) simply the point at which the political dissolves, as the state fractures and society is reduced to warring factions. It is also constituent, “the unforgettable that must always remain possible in the city,” however much today, by contrast, we regard it as “something that one must seek to make impossible at every cost” (16).

To put this another way (in terms that Agamben himself does not use), it is civil war that is the threshold or hinge between infrapolitics and politics per se. He offers here a theory of the ways in which the political emerges and is dissolved. Moreover, in his study of Hobbes, Agamben further offers civil war as the process by which what he calls the “dissolved multitude” (the multitude subject to biopolitical power) is transformed into the “disunited multitude” that makes itself known by turning on the absent people (absorbed into the figure of sovereign power, the Leviathan). And though it is not entirely obvious how these two conceptions mesh with each other, in both cases civil war has to remain an intimate possibility in the heart of any and every political order. For sovereignty, at least until the coming of the end times, can only remain an (optical) illusion, a trick of representation. In the meantime, “no real unity, no political body is actually possible: the body political can only dissolve itself into a multitude” (49). Agamben thus reverses the eschatological tendencies inherent (as I have argued elsewhere) in Negri’s vision of the multitude: here it is only the state that dreams of a substantial presence and unity to come. The multitude, by contrast, is located on a perennial threshold, figured as civil war, between house and city, infrapolitics and the political.

The sting in the tail of Agamben’s analysis, however, is given only sotto voce, in a digression or coda to the first essay that’s presented in smaller font than the rest. This is the observation that “the form that civil war has acquired today in world history is terrorism. [. . .] Global terrorism is the form that civil war acquires when life as such becomes the stake of politics” (18). This only goes to show once again that (whatever Negri thinks) nobody should look to the multitude for their salvation. But instead of denying the possibility of civil war, trying to exclude it from the political order, we need to recognize that order’s indebtedness to it, and pick one of the many sides (who says there should be just two?) that any such conflict opens up. For this is the very paradigm of the political, of the perpetual emergence and dissolution of political activity as such.

A reply to Steve Buttes on infrapolitics. (Gerardo Muñoz)

Chillida 1970

Steve Buttes’ “Some questions for infrapolitics” is an intelligent and generous effort that engages with several key problems at the heart of the ongoing collective project of ‘Infrapolitical Deconstruction’. Although, it begs to say that Moreiras’ works – from the early Interpretación y Diferencia (1991) to Línea de sombra (2006), have been central to thinking de-narrativization and the critique of metaphoricity, bringing these problems into new light from different registers (the literary, the cultural, and the political), I think it would be incorrect to frame the particular project of infrapolitics as a culmination of Moreiras’ own thought and itinerary. In this light, what I find of importance in Buttes’ intervention is the fact that he does not just hinge on a particular problem, but is able to juggle and render visible a series of common elements of the project that merge with his own research (1).

Indeed, it was unfortunate to have missed Prof. Buttes at the last formal meeting during the Harvard ACLA 2016 conference, but we could only hope that there will be another timely encounter for discussion. For what it is worth, I want to lay down a few commentaries on some issues raised by Buttes. My aim is not to correct or even less defend a programmatic way of infrapolitics, but perhaps to think about his recent inquiry as parallel with some of the problems that have been pertinent to my own intellectual reflection over the last two or so years. I hope this will serve as a reparatory outline for future discussions to come.

In a precise moment of his commentary, Buttes writes: “That which escapes regulation, visibilization through the metaphors chosen to organize the world—the unthought thought, that which “what was never [on the] radar” (“Some comments”), freedoms that remain beyond writing (Williams, The Mexican Exception), the unfinished manuscript (Cometa, “Non-finito”), averroist intellect (Muñoz “Esse extraneum”) and so on—always remains invisible, and as a consequence always emerges as something that looks like the thing it is: real life beyond calculation, beyond visibilization, beyond metaphoric capture. In other words, it is the image, as Dove has called it. This image, of course, is characterized by its invisibility, by its ability to be sensed but not seen, experienced but not known, used but not valued”.

I am entirely in disagreement that infrapolitics could be thought as invisibility in opposition to visibility, since that opposition itself remains caught in calculation that renders the operation of unconcealment and the existential analytic obsolete. The very idea of the averroist intellectual has nothing to do specifically with the image as such, but with metaxy (or metaxu as rendered by Weil’s anti-personalist Platonism). This is why life as pure means constitutes itself impersonally from the outside. Hence, to reduce the question of the image to a division of the senses (sight) or to the disciplinary arrangement made possible by modern art historical discourse (Fried et al) is interesting, but not relevant, at least not for averroism. It is true, however, that averroism is crucial for infrapolitics. To some extent averroism, like the existential analytic or marranismo, is an important referent for infrapolitical existence and posthegemonic democracy.

א In her important research on the saturated image, Camila Moreiras Vilaros has emphasized the transformative nature of images from a regime of the society of control to one of saturation and exposure. If the first still has a mode of coercion over bodies and subjects, the second one is hyperbolically without subject, substance, and extension. Exposure coincides fully with the image of the world in positionality. In this sense, infrapolitics fundamentally thinks not the invisible, but the invisible as already fully visible. To be marrano in the open means to dwell in the event of total exposure.

Weil, Esposito, Coccia, Agamben, or Moreiras are thinkers of this outside as metaxy, although do not particularly wish to install an “invisible iconology”, or “an icon of potentiality over actuality”. I am convinced that the question of iconology features centrally in Prof. Buttes’ research, but from my own understanding, infrapolitics cannot be separated from an actuality granted by a form of life or the second division of existence that renders inoperative the very distinction of actuality and potentiality. In fact, in recent months some of us have understood the importance of undertaking Heidegger’s influential seminar Aristotle Metaphysics 1-3: the actuality over force, as to cautiously rethink the difficulty of the Aristotelian category (actuality) that is at stake here. In terms of the icon, in my own research project I have thought of another relation with pictorial space that is not possessed by iconicity, which allows possible oikonomical arrangement and sacrament institution [2]. I would say that, indeed, landscape is important for infrapolitics, but far from rendering a dichotomy between the visible and the invisible, the expropriated and the appropriated, it seeks to think distance and dwelling.

א It was something like this that was at stake for Heidegger in one of his rare essays written as a general reflection on art, but specifically meant as a commentary on a Spanish sculptor that he very much admired: Eduardo Chillida. In Die Kunst und der Raum (1969), Heidegger writes: “Solange wir das Eigentümliche des Raumes nicht erfahren, bleibt auch die Rede von einem kunst-lyrischen raum dunkel. Die weise, wie der Raum das Kunstwerk durchwaltet, hangt vorerst im Un-bestimmten.” Before the pictorial space there is the question of space. How to account for the peculiarity of space? That was Heidegger’s question, since spacing meant to ‘erbringt’ (don) freedom and the life (wohnen) for da-sein.

The word “value” appears in different ways about seven or eight times in Buttes’ piece. I am not sure I can take up the different ways in which it appears, at times in opposition to use. However, it is clear that infrapolitics does not seek to value any ontic or ontological position, since it departs necessarily from a critique of the principle of general equivalence as the contemporary determination of nihilism (an argument made forcefully, I think, by Moreiras, Villalobos-Ruminott, & J. L. Nancy). Thus, it is inconsistent with infrapolitics to argue that “infrapolitics, creates […] a fetish—“a form of thinking the political that fetishizes the undoing of power as a value in itself”. Undoing power arrives at the non-subject or post-hegemony as democratic condition for social existence. But how is this “value” or instrumentalized for “value itself”? In some cases, Buttes seems to take value for ‘preference’. Infrapolitics does not make that decision for preference’s sake, but for understanding the non-correspondence between life and politics in thought.

א The question of value tied to the problem of ‘poverty’ and ‘exploitation’ is a register that infrapolitics does not take for granted. However, I am convinced that the pursuit of a new jargon of exploitation today is always in detriment of the possibility of understanding the existence of man otherwise. It is a very strange turn that some today on the Left– take Daniel Zamora, who fundamentally misinterprets Foucault’s work – keep insisting on the question about the necessity to reintroduce proletarian identity as determinate subject against diversity. It makes no sense to do this in a time like ours, where work and labor have completely disappeared. I prefer to discuss inclusive consumption (Valeriano) and uneven pattern of accumulation (Williams), not labor and exploitation.

In one of his footnotes, Buttes claims that “infrapolitics spans writers from Javier Marías, to Borges, to Lezama Lima to Cormac McCarthy to, as I note below, Ben Lener, and also, plausibly, Sergio Chejfec or Alberto Fuguet, then infrapolitics is the canon, it is the archive itself”. It is a surprising remark, but I understand that I might not fully understand its implications. Does it entail that infrapolitics is an archive of a particular style, or that it coincides merely with a work-for-the-archive? I agree with Moreiras that infrapolitics is a type of relation with the archive, and in fact, at the moment the collective is currently thinking through the archive in relation to the general historiography of the imperial Hispanist tradition [3]. Does this mean that infrapolitics is merely a relation with Hispanism and the Spanish letters? I am not convinced. I do think that there is intricate relation between writing and infrapolitics, but it could be extended and explored in other forms of art (painting, music, cinema, or even dance). Most of us work on writers such as Roa Bastos or Raul Ruiz, Lezama Lima or Oscar Martinez, Juan Rulfo or Roberto Bolaño; but these proper names are far from constituting an infrapolitical archive. There can never be an archival infrapolitics.

א In a recent intervention on the subject of infrapolitics, Michele Cometa suggested that infrapolitics was indeed the place to use literature as a thing for thought [4]. The modern invention of university disciplines and faculties, archives and practices such as “literary criticism” is a perversion of an an-archic space of unity where there is no differentiation between literature and thought, the image and life. One has to break away from the modernist fantasy that there is a ‘proper location’ for an object of studies. There are only relations of force constituted by tradition. This is why Dante at the dawn of Modernity, and later Leopardi during the bourgeoisie revolution, could see themselves as poets, thinkers, political theorists, and lovers. There was no separation.

 

 

 

Notes

*Image: Eduardo Chillida, drawing, 1970.

1. Buttes, Steve. “Some questions for infrapolitics”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/04/10/some-questions-for-infrapolitics-by-stephen-buttes/

2. Mondzain’s research is fundamental here, since her work on early Byzantine Church’s articulation of hegemony is intimately tied to the operation of iconology. See, Image, Icon, Economy: The Byzantine Origins of the Contemporary Imaginary. Stanford University Press, 2004.

3. Alberto Moreiras. “A response to Steve Buttes”. https://infrapolitica.wordpress.com/2016/04/11/a-response-to-steve-buttes-by-alberto-moreiras/

4. https://www.youtube.com/watch?v=U6ddjE_sL5w

Potencia y deconstrucción. (Gerardo Muñoz)

Attell Agamben 2014Sobre Kevin Attell. Giorgio Agamben, beyond the threshold of deconstruction. New York: Fordham, 2014.

Kevin Attell, quien es también traductor al inglés de varios libros de Giorgio Agamben (The Open 2004, State of Exception 2005, The Signature of all things 2010), ha realizado un gran esfuerzo en su reciente Giorgio Agamben: Beyond the Threshold of Deconstruction (Fordham, 2014) por pensar la obra del italiano a la mano de la llamada “deconstrucción”. De hecho, en las primeras páginas del libro Attell lanza una premisa que articula y organiza el argumento: a saber, que desde su comienzo en la década del sesenta, Agamben no ha hecho otra cosa que medirse en relación con el trabajo de Derrida [1]. Esto pudiera ser más o menos obvio para los trabajan con la obra del italiano, aunque menos obvia es la forma en que Attell desplegará un vínculo – casi pudiéramos llamarlo un “dossier esotérico”, que atraviesa toda la obra filosófica antes y después de Homo Sacer – y muy sensible al desarrollo analítico de la deconstrucción, en donde está en juego no solo la disputa por el nombre de “Heidegger”, sino también una querella por terrenos comunes como la semiología, el judaísmo, o el marxismo.

Pero Attell no se detiene en un movimiento unilateral, sino que lo combina con la operación en reverso, mostrando cómo una vez que la obra de Agamben va generando una relevancia central en su intervención, Derrida va tomando en cuenta preguntas en torno a la biopolitica, la animalidad, o la soberanía como se hace manifiesto en los últimos seminarios sobre la bestia o la pena de muerte. De ahí que donde mayor “efectividad” concentra el plan analítico de Attell, es también el lugar donde encontramos su límite. En la medida en que el pensamiento de Agamben queda atravesado por una “polémica esotérica” con la deconstrucción, esta operación se ve obligada a reducir la analítica a una continua oposición de ambos lados; un pliegue dual de tópicos y conceptos fundamentales del pensamiento de Agamben que quizás no encuentran ensalzarse con “efectividad” en la querella de la deconstrucción (es así que Attell descuida por completo Il regno e la gloria, así como la pregunta por el método tan central en Agamben desde la publicación de Estancias).

Pero sobre estos límites y otros, volveremos hacia la última parte de nuestro comentario. Basta con decir, de entrada, que el libro de Attell, muy a diferencia de otras introducciones tales como Giorgio Agamben: A Critical Introduction (de la Durantaye, 2009), o Agamben and politics: a critical Introduction (Prozorov, 2014), es mucho más que una repaso introductorio a un aparato de pensamiento. Ni tampoco se asume como una “reconstrucción de un debate intelectual”, a la manera de la escuela de la historia de las ideas, sino que muestra los núcleos centrales de la que quizás siga siendo la disputa más importante en los últimos años, y cuya consecuencia para el campo de la política y el pensamiento no son menores.

Los dos primeros capítulos “Agamben and Derrida Read Saussure” y “The Human Voice” trazan el desacuerdo entre ambas parte por el estatuto del logos y la naturaleza general de la significación como presencia y principio general de la metafísica occidental. Hay varios elementos en juego, de los cuales no nos podríamos ocupar en el espacio de esta reflexión y que Attell reconstruye en una minuciosa lectura de Saussure de ambos pensadores. Lo central se ubica en torno a la significación general y su aporia en el interior del proyecto de la deconstrucción relativo a desmontar la jerarquía entre escritura y palabra que modula la matriz metafísica de la presencia. Citando varios momentos del temprano Estancias y del tardío Il tempo che resta, Attell explicita la coherencia de la crítica de Agamben en cuanto a la deconstrucción: al intentar “destruir” o “deconstruir” la metafísica epocal, Derrida mantiene una postura de defferal indefinido que si bien ha logrado explicitar el problema central, es incapaz de traspasar ese impasse.

A partir de una relectura de los cuadernos de Saussure- y aquí estaría en juego también la pregunta por la “filología” que Agamben eleva a un nivel de exigencia filosófica – el autor de Estado de excepción argumenta que la deconstrucción asume la saturación irreducible del signo (o del texto), ignorando la propia inestabilidad al interior de la armadura conceptual del lingüista. Por otro lado, para Agamben tampoco se trata de una cuestión meramente filológica en cuanto a los cuadernos últimos de Saussure (que meramente apuntaría a una ignorancia vulgar por parte de Derrida), sino más bien de una asimilación más profunda en cuanto al problema de la significación. Mientras que el modelo lingüístico de la deconstrucción asume una “codificación edipal del lenguaje”, Agamben se posiciona en la fractura del propio “experimento del lenguaje” en tanto problema topológico más allá de la división dicotómica entre significado y significante. Como explica Attell:

“For Agamben, the disjuncture between “S” and “s” is not itself the nonorgionary origin, or the “producer” of signification, but the index of that originary “topological” problem of signification , which remains to be thought – and thought precisely on terrain other than of the semiotic logic of the signifier and the trace….Thus, in response to Derrida deconstruction of the metaphysical logic of the sign, Agamben claims that “To isolate the notion of the sign, understood as positive unity of signans and signatum, form the original and problem Saussurian position on the linguistic fact as a ‘plexus of eternally negative different’ is to push the science of signs back into metaphysics” [3].

Aquí se enuncian varios problemas centrales, que luego derivan en la morfología topológica de la inclusión-exclusión propia de la categoría de excepción soberana, pero también la posibilidad de pensar la metafísica como un problema que excede la matriz semiológica para la cual la deconstrucción sería insuficiente. De ahí, entonces la recopilación de figuras como el “gesto” o la “infancia”, el “silencio” o el “poema”, como lugares que sitúan catacreticamente una archi-escritura en la dicotomía estructural de la presencia, y abriéndose hacia una laguna o caída del lenguaje en el hombre y del hombre en la lengua. Dicho de otra forma más acotada: mientras que la deconstrucción entiende el problema del Ser como presencia que se asume obliterando la condición de ausencia, para Agamben el problema principial de la metafísica es la falta constitutiva signada en la Voz en el devenir de lo humano.

Como sugiere Attell, aquí la discrepancia entre ambos filósofos no podría ser mayor, puesto que si para Derrida la metafísica es reducible a la presencia (“fonocentrismo”) para Agamben es la negatividad entendida como Voz; sitio donde la metafísica estructura no solo su antropología (el pasaje de la animalitas a la humanitas), sino la producción del lenguaje como aparato de subjetivización y división de “vida” en tanto negatividad. En un momento clave Attell resume la aporia que la deconstrucción no pudo asumir al situarse en la gramma como oposición al phone:

“To identify the horizon of metaphysics simply in that supremacy of the phone and then to believe in one’s power to overcome this horizon through the gramma, is to connive of metaphysics without its coexistent negativity. Metaphysics is already grammatology and this is fundamentology in the sense that the gramma (or the Voice) functions as the negative ontological foundation]…In this passage Agamben recasts the Derridean critique of phonocentraism by reading the phone of metaphysics….The Voice thus emerge not as a presence, but precisely as the original negative foundation of metaphysics. It is not the negative breach within the hegemonic metaphysics of presence, but rather the very ground of the hegemonic metaphysics of negativity” [4].

El trabajo posterior de Agamben desarrolla una respuesta al problema de la negatividad como fundamentación ontológica de la metafísica. En este sentido, el concepto de potencia (dunamis / adunamis) pasa a ser central en todo el desenvolvimiento del pensamiento de que descoloca la oposición phone / gramma del territorio de la semiología, y devuelve la saturación metafísica hacia un problema primario de la filosofía desde Aristóteles hasta Heidegger. De esta manera, Agamben construye lo que Attell se aventura a llamar una “potenciologia“, donde la cuestión obviamente no es dicotomizar una vez más dunamis vs. energeia, sino mostrar como en el libro Theta de la Metafísica de Aristóteles encontramos algo así como una valencia en donde la dunamis (potencia) no solo no conlleva a la energeia (la realización o actualización), sino que escapa la negatividad al inscribirse como modalidad de “impotencia” (potencia). Este segundo registro es realmente lo que signa el “gesto” fundamental de Agamben, puesto que de esta manera pareciera afirmarse una forma que no opera a partir de la negatividad (dunamis no es energeia, pero la adunamia es dunamis sin realización, esto es, como puro acto que acontece). En uno de los momentos de mayor claridad expositiva del capítulo 3, Attell nos dice:

“At stake in Agamben’s impotential reading is his broader critique of the primacy of actuality in the philosophical tradition, which we already saw an element of his more or less heideggerian affirmation of potentiality over actuality….for Agamben, in energeia, it is not only potentiality but also and above all impotentiality that as such passes wholly over into act, and if this the case, then actuality must be seen not as the condition of impotential and the fulfillment of potentiality, but rather as the precipitate of the self-suspension of impotentiality, which produces he act in the far more obscure mode of privation or steresis. It produces the at not in the fusion of a positive or negative ground, but in a paradoxical structure of privation that is not negation” [5].

La adunamis como impotencia no es una mera negación de la potencia, sino algo así como su devenir en donde forma y acto coinciden sin la negación de una estructura principial (en el sentido en que Reiner Schurmann discute arche y telos en función del cálculo y la exploración de la causalidad y la praxis desde Aristóteles) [6]. La [im]potencia es, como lo ejemplifica el ensayo sobre “el contemporáneo”, la im-potencia-de-no-ver en la oscuridad, donde no es que estemos no viendo (privados de la luz), sino que vemos al ver la oscuridad [7].

Esta apuesta que pareciera meramente filológica en lo que respecta a la obra de Aristóteles, le permite a Agamben hacer varios movimientos a la vez, de los cuales podríamos enumerar sin querer ser exhaustivos al menos cuatro:

  1. encontrar una salida de la “máquina semiológica” mostrando que la “represión cuasi-originaria” de la metafísica no es la supresión de la gramma, sino de la potencia que es también des-obra inoperante de la ontología. Este espacio es determinado por una lectura de Aristóteles a contrapelo de la deconstrucción, y volviendo al Heidegger de la dunamis y la pregunta por lo “animal”. Aquí pudiéramos decir que Agamben insemina la filosofía desde dentro (y no desde la lengua o la literatura, aunque como bien señala Attell esto desde ya genera la pregunta por el “apego filosófico” de Agamben. Este debate en torno a la “anti-filosofía” requeriría muchísima más atención).
  1. Al ampliar el campo general de referencia de la crítica de la metafísica (de un modo análogo como lo hizo con la “Voz”) ahora sitúa la gramma en subordinación a la potencia. Es aquí que cobra sentido la frase que Agamben recoge de Cassiodorus, quien nos dice: “Aristóteles mojó su pluma en el pensamiento”. El acontecer de la (im)potencia como intelecto es condición de inscribir de la gramma. De modo que el gesto de Agamben es ampliar el marco de problematización, y ver que el problema de la escritura en Derrida no es negado, sino recogido al interior del espacio de la potencia.
  1. Agamben de esta manea sitúa la imaginación al centro de un debate por “salvar la razón” (pregunta que también es central para el último Derrida). De ahí la importancia del averroísmo, así como cierto interés en la teoría de la imagen que recorre la virtualidad y el montaje en los libros de cine de Deleuze, centrales para el desarrollo de la teoría del mesianismo de Agamben en el libro de San Pablo.
  1. Pudiéramos decir que la potencia es lo clave en virtud de que abre una zona topológica para comprender el movimiento inclusivo-exclusivo de la soberanía, dejando atrás la dicotomía “poder constituido / poder constituyente” de Negri que, vista de esta forma, no sería más que la reificación onto-teologica que reproduce la metafísica de una nueva soberanía política.

Los próximos dos capítulos en torno a la lógica de la soberanía y la animalidad, Attell recorre el intercambio y desencuentro entre ambos pensadores. Por un lado, la pobre distinción que Derrida atiende entre zoe y bios en el pensamiento de Agamben, pero también el poco cuidado que Agamben le otorga la espectralidad como forma potencial de la naturaleza policial de una democracia arruinada por la estructura principial de autoridad. Asimismo, es sumamente productivo notar una serie de matices que introduce Attell para comenzar a pensar la crucial división del homo sacer en Agamben: primero que la zoe no está plegada a una “zona natural” de la vida “animal”, sino que conforma un duplo, junto a la bios, de una misma máquina biopolitica. Segundo, que no hay anfibología alguna entre biopolitica y política, sino toda una biopolitica estructural que recorre las épocas de la historia de la metafísica desde Aristóteles como arcanum de la consumación nihilista de la política. Y finalmente, la inserción de la “máquina antropológica” en cuanto a la división taxonómica de la vida animal y la vida humana que explicitan, quizás mejor que cualquier otro aparato de la metafísica, la estructura del aban-donamiento continuo de la vida ante un cierto principio aleatorio epocal.

Todo esto complica y problematiza la propia noción de “potencia”, ya que podemos ver de esta manera que el funcionamiento de la soberanía no es, en modo alguna, el poder de decisión a la manera del soberano schmittiano, sino más bien el lugar en donde se explota la negatividad (o la potencia) que ha sido asumida desde siempre en función de la actualización, o sea como realización de un orden establecido fáctico de la esfera del derecho. El pasaje se establece de la soberanía política estatal de Hobbes a la indecisión barroca de Shakespeare y el teatro barroco alemán que estudiase Walter Benjamin.

Aunque varios son los ejemplos que podrían aclarar la diferencia entre Agamben y Derrida en cuanto a la naturaleza del derecho, el ejemplo de la alegoría de “Ante la ley” de Kafka es quizás central, ya que si para el autor de Gramatología, estar ante la ley demuestra la asimetría diferida que explicita el no-origen o el juego de la différance de la ley, para el autor de Estado de excepción, la parábola de Kafka es el ejemplo de la estructura misma del “abandono” (ban, siguiendo el término de Jean Luc Nancy que Attell señala) en su función topológica de exclusión-inclusiva. Esa es la forma en que la potencia de la soberanía ejecuta su decisión, aun cuando sea en modalidad pasiva, aunque regulada dentro del aparato de la jurisdicción. Es así que, como bien señala Attell, mientras que para la deconstrucción se trata de mostrar una serie de aporías de un mecanismo “ilegitimo” de la Ley en su continua contaminación; para Agamben quien sigue muy de cerca la lección de Schmitt, todo principio rector de legitimidad tiene como estructura una forma de exacerbada división interna. Pero es quizás en la lectura sobre Walter Benjamin y su “Crítica de la violencia”, donde Attell mejor inscribe el desacuerdo de Agamben y Derrida en cuanto a la naturaleza dual de la soberanía. Ya que el método de Derrida es mostrar la promiscuidad entre violencia “fundadora de derecho” y violencia “conservadora de derecho”, y la noción de “violencia pura” o “divina” como una violencia sin fin capaz de desarticular la operación fáctica de la esfera del derecho (a la que interpreta bajo el signo de “origen”). Para Agamben la violencia pura de Benjamin es una zona que asegura una salida entre las dicotomías de poder constituyente y constituido, entre legalidad y legitimidad, entre energeia y dunamis. La “violencia divina” es aquí otro nombre para la impotencia (adunamis).

La tensión en el diferendo “potencia / deconstrucción” encuentra su grado de mayor tensión en el último capítulo sobre el mesianismo, donde Attell muestra cómo para Agamben el proyecto de Derrida no solo ha quedado límite en sus autolimitaciones metafísicas ya aludidas, sino que también encarna un falso mesías que apenas ha sustituido la noción schmittiana de katechon por différance. La lógica es la siguiente: si el katechon para Schmitt es aquello que frena y difiere el tiempo del fin; la différance en su postergación a venir no es posibilidad “mesiánica” real (del tiempo del ahora, ya ocurriendo, para decirlo en términos de la modalidad del tiempo operacional), sino un “falso profeta” en la culminación de la metafísica. En uno de los pasajes más duros de Agamben contra Derrida, Attell escribe:

“Agamben’s virtual charge here is the harshest that can be leveled: that Derrida, or rather deconstruction (there is nothing personal in any of this), is the false Messiah. The “elsewhere” to which Thurschwell refers here is the 1992 essay “The Messiah and the Sovereign: The Problem of Law in Walter Benjamin,” where Agamben characterizes deconstruction as a “petrified or paralyzed messianism that, like all messianism, nullifies the law, but then maintains it as the Nothing of Revelation in a perpetual and interminable state of exception, ‘the “state of exception” in which we live…[…] Schmitt’s katechonitic time is a thwarted messianism: but is thwarted messianism shows itself to be the theological paradigm of the time in which we live, the structure of which is none other than the Derridean différance. Christian eschatology had introduced sense and a direction in time: katechon and différance, suspension delaying this sense, render it undecidable” [8].

Aunque injustamente agresiva, queda claro que la movida conceptual de Agamben es mostrar como tanto Schmitt como Derrida no superan la negatividad de la anomie, puesto que han quedado ajenos a la adunamia, y por lo tanto capturados en una movimiento de desplazamiento cohabitados por la zona de indeterminación de la indexación del acto traducible al movimiento mismo de dunamis y energeia [9]. Desde luego, los pasos que Agamben se toma para desarrollar esta proximidad entre Schmitt y Derrida son inmensos, y pasan justamente por toda una lectura minuciosa a varios niveles del “mesianismo apostólico” de Pablo contra las interpretaciones vulgares del mesianismo como futurología (para Agamben basadas en una sustitución de apóstol por profeta), o la homologación con la escatología que apuntan a una crítica implícita, aunque sin nombrarlos, a Jacob Taubes y a toda la tradición marxista atrapada en una homogeneidad del tiempo vulgar del desarrollo.

Si el mesianismo sin Mesías de Derrida solo acontece en una postulación diferida de momentos en el tiempo de interrupción; para Agamben no se trata de un tiempo futuro ni del fin del tiempo, sino de un tiempo de fin que marca el ya constituido devenir entre lo que podemos concebir ese tiempo basado en nuestra concepción de la representación de esa temporalidad final. La concepción del mesianismo como “temporalidad operacional” del ahora-aconteciendo se distancia de manera fundamental de posiciones como la John Caputo (Paul and the philosophers), Michael Theodore Jennings Jr. (Reading Derrida / Thinking Paul), o Harold Coward (Derrida and Negative Theology), quienes en su momento intentaron homologar la lógica de la democracia a venir con el “tiempo mesiánico” de Pablo de Tarso.

Las diferencias son ahora muy claras: si Derrida ofrece la “trace” como catacresis de un origen, Agamben insiste que esa posición asume una concepción semiológica de la metafísica, y que ahora se inscribe en el suspenso de la negatividad (que ahora se ha insertado en la modernidad bajo la aufhebung hegeliana), pero sin posibilidad de pleroma [9]. La trace es escatológica, al igual que en su reverso el katechon, en la medida en que apunta a una anomie de primer grado – llamémosle una excepción 1 – que no logra suspender la lógica inclusiva-exclusiva del mismo movimiento de la excepcionalidad. Aunque nunca dicho en estos términos, Agamben para Attell sería quien hace posible una excepción 2 (una excepción a la excepción de la anomia via la dunamis), en donde se hace posible no una postergación del tiempo cronológico, sino una katargesis (des-obra, inoperancia) haciendo posible un vínculo existencial de representación del tiempo “operacional” mesiánico como algo que ocurrirá o que ha ocurrido , sino como algo que va ocurriendo. La noción de tiempo “operacional”, como el énfasis en los deícticos como índice del lenguaje-que-tiene-lugar, es retomado por Agamben de la escuela de Benveniste, y en este caso especifico de Gustave Guillaume para pensar la temporalidad no como chronos, sino como duración que antecede a la significación y que marca el tiempo de la formacion de una imagen-en-el-tiempo [10]. Esta maniobra le permite a Agamben seguir tomando distancia del signo y moverse hacia una significación general escapando el paradigma de la semiología y de la lengua como división residual que ahora ocurre a partir de imágenes via Aby Warburg, W. Benjamin, o Gilles Deleuze [11].

La katargesis es también la desvinculación radical en nombre de un mesianismo sin ergon, en disposición del fin de la ‘actividad como trabajo’, esto es, dada a la plenitud de la adunamia. Escribe Attell en lo que podríamos llamar una tematización de la “suspensión de la excepción 1” en cuanto a derecho:

“For Agamben, who has his critique of the Derridean katechon very much in mind here, the point of Kafka (and Benjamin) imagery of a defunct, idling, operative law is not a matter of a “transitional phase that sever archives its end, nor of a process of infinite deconstruction that, in maintaining the law in a spectral life, can no longer get to the the bottom of it. The decisive point here that the law – no longer practiced, but studied – is not justice, only the gate that leads to it…another use of the law” [12].

La diferencia sustancial entre la excepción 1 y la 2 es que mientras la 1 mantiene una “negociación perpetua” con la Ley, la 2 imagina una posibilidad del fin de excepcionalidad soberana del derecho sin remitirá al nihilismo, es decir, a su suspensión fáctica absoluta. La noción de “uso” como “juego” que introduce a Attell en su “Coda” queda limitada a desentenderse del más reciente L’uso dei corpi (Neri Pozza, 2014), donde la cuestión del uso ya no queda cifrada en una práctica ni a un dispositivo tal cual, sino más bien a una forma aleatoria de existencia – el “ritmo” o la “rima” serían incluso mejores figuras para describirla – que tematizan la irreducible distancia entre la vida y el derecho, o entre la forma-de-vida y el fin de la soberanía. Todo esto pareciera ser sospechoso, y hasta cierto punto de vista una resolución clarividente. Pero Agamben es consciente que la superación de la soberanía o del arche es una tarea en curso, y no implica que llegue a su culminación en su pensamiento. Lo que parece ocurrir es un abandono de la matriz de significación de la crítica-onto-teologica (la deconstrucción) hacia una “modalidad” que, sin vitalismo ni humanismo alguno, busca pensar la porosidad de la vida como forma an-arquica en vía de una distinta concepción de la política.

Pero habría que notar que el pensamiento de Agamben no comienza ni termina en el mesianismo, como lo demuestra ahora el reciente L’uso dei corpi, donde Agamben pareciera repetir la misma modulación de su argumento filológico sobre San Pablo, pero esta vez a través de un conjunto de “ejemplos” que incluyen la pregunta por el estilo, la ontología modal, el paisaje, el mito de Er, el concepto de virtud, o el poder destituyente en Walter Benjamin. En cualquier caso, una futura investigación crítica sobre el corpus Agamben tendría que reparar no solo en la tematización del mesianismo como un “punto de culminación de un pensamiento”, sino más bien pensar lo que yo me aventuraría a llamar la indiferenciación modular del estatuto de la glosa o del ejemplum [13]. En la forma de la glosa, así como en el ejemplo, donde pudiéramos a comenzar a pensar el desplazamiento que estructura la misma “forma de vida” en cuanto propuesta conceptual de obra que compartimentaría via ‘ejemplos singulares’ (como en La comunidad que viene) sin inscribirlos en una teoría general de pensamiento o mucho menos “teoría”. Este registro es completamente ignorado por Attell.

En efecto, una de las tensiones que solapan el libro de Attell es la poca problematización sobre el orden de la “política” o lo “político” a partir de la katargesis o de la potencia. ¿Por qué sostener una “política que viene” sin más? ¿No es eso, acaso, una forma de falso mesianismo katechontico? Es cierto que Attell alude en varios momentos a la “estructuración metafísica” de la política moderna, pero su libro, y quizás el pensamiento mismo de Agamben, nos deja una tarea para lo que aquí llamamos infrapolítica, y que de manera similar podemos pensar como una fractura de la politización con la vida más allá de una temporalidad vulgar asumida de la filosofía de la historia del capital (Villalobos-Ruminott), o como proceso continuo de metaforización (Moreiras) [14]. Es ahí donde el libro de Attell, más allá del diferendo deconstrucción-potencia, puede ser productivo para seguir pensando tras la ruina categorial de la política moderna. Tal y como dice Agamben en Homo Sacer, y que Attell es incapaz de tematizar sus consecuencias estrictamente políticas: “Politics therefore appears as the truly fundamental structure of Western metaphysics insofar as it occupies the threshold on which the relation between the living being and the logos is realized” [15].

La política es inescapable a la labor de la negatividad de la actualización nihilista. Por lo que la pregunta central en torno al uso que coloca Agamben como tarea a sus contemporáneos es, en buena medida, también la pregunta por los usos que le demos a Agamben. Usos que, más allá de estar marcados por conceptos o el circunloquio viciosos de una exigencia retórica, pregunta por la creación de una multiplicación de estilos, una capacidad de habitar sin regla ni condición al interior del intersticio entre la imaginación y el lenguaje.

 

 

Notas

  1. Kevin Attell. Giorgio Agamben: beyond the threshold of deconstruction. New York: Fordham University Press, 2014. p.3
  1. Refiero aquí “Persecución y el arte de la escritura” de Leo Strauss. Habría que pensar en que medida muchos libros de reconstrucción intelectual o “pensamiento” plantean un esquema similar asumiendo de esta manera la “crisis del pensamiento”.
  1. Kevin Attell. p.37
  1. Ibid. p.82
  1. Attell. p.97
  1. Ver la discussion sobre el arche de Reiner Schurmann en Heidegger: on being and acting: from principles to anarchy (Indiana, 1990). p.97-105.
  1. Giorgio Agamben. “What is the contemporary?”. What is an apparatus and other essays. Stanford University Press, 2009.
  1. Kevin Attell. p.215.
  1. Quizás esto ahora hace legible lo que parecía un insulto infantil en Introduction to civil war de Tiqqun: “57. The only thought compatible with Empire—when it is not sanctioned as its official thought—is deconstruction“.
  1. Si tomamos la metafísica más allá del problema del Ser, ¿no se abre otra historia que ya no pasa por el anclaje epocal que sugiere la tradición de la destrucción de la metafísica? ¿No es el “averroísmo”, una tradición de pensamiento que, al ser sepultada, queda fuera de los límites de la máquina onto-teologica de la metafísica? Para una excelente reconstrucción del averroísmo y su actualidad, ver “La Potencia de Averroes: Para una Genealogía del Pensamiento de lo Común en la Modernidad”, Revista Pleyade, N.12, 2013, de Rodrigo Karmy.
  1. Como en el capítulo sobre la “ontología modal” en L’uso dei corpi, habría que detenerse en un futuro en el nexo entre la noción de “tiempo operacional” a partir de imágenes que constituye el “tiempo del fin” en San Pablo via Guillaume, y lo que Deleuze llamó “la imagen-tiempo“. En efecto, Deleuze reconocería la centralidad de Guillaume en Time-Image: “…habría en las imágenes otro contenido, de otra naturaleza. Esto sería lo que Hjelmslev llama lo non-lingüístico…o bien, lo primero signado, anterior al sentido (significante), que Gustave Guillaume lo doto de condición de la lingüística” (262).
  1. Kevin Attell. p.253.
  1. Para pensar la noción de “ejemplo” como modalidad del método en Agamben, ver La comunidad que viene. Habría que pensar hasta que punto la oposición ejemplo y paradigma, establecen una singularización del método que no se restituya a una teoría general de lo político. Esto estaría también muy cercano de la “hacceity” que Gilles Deleuze adopta de John Duns Scotus. Le agradezco a Sergio Villalobos-Ruminott un breve intercambio sobre este tema.
  1. Ver Soberanías en suspenso: imaginación y violencia en América Latina (La Cebra, 2013), de Sergio Villalobos-Ruminott. Sobre des-metaforizacion, véase los apuntes de Moreiras al seminario de Derrida de 1964 en http://www.infrapolitica.wordpress.com.
  1. Giorgio Agamben. Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life. Stanford University Press, 1998. p.7-8.

¿A quién se dirige la poesía?* (Giorgio Agamben)

Agamben Radure 1967

(“Radure”, un temprano poema de Giorgio Agamben publicado en Tempo presente, N.12 (6), 1967.)

Traducción de Gerardo Muñoz & Pablo Domínguez Galbraith

¿A quién se dirige la poesía? Solo es posible responder esta pregunta si se entiende que el destinatario del poema no es una persona real sino una exigencia.

Una exigencia nunca coincide con las categorías modales con las que estamos familiarizados. El objeto de la exigencia no es ni necesario ni contingente, no es posible o imposible.

Se puede decir, en cambio, que una cosa ‘exige’ (‘exacts’) o demanda otra, cuando sucede que, si la primera cosa es, la otra también tiene que ser, sin que necesariamente la primera esté implicando lógicamente a la segunda o forzándola a existir en el ámbito de los hechos. Una exigencia es simplemente algo más allá de toda necesidad y toda posibilidad. Es similar a una promesa que solo puede ser cumplida por aquel que la recibe.

Benjamin escribió alguna vez que la vida del Príncipe Myshkin exige permanecer inolvidable, aun cuando todos la olviden. De la misma forma, el poema exige ser leído, aun cuando nadie lo lea.

Esto mismo puede expresarse diciendo que en la medida en que la poesía demanda ser leída, debe permanecer ilegible. Estrictamente hablando, no hay un lector de poesía.

Es esto quizás lo que Cesar Vallejo tenía en mente cuando, al definir la intención última y la dedicatoria de casi toda su poesía, no encontró otras palabras más que decir por el analfabeto a quien escribo. Es importante detenernos en la formulación aparentemente redundante “por el analfabeto a quien escribo”. Aquí “por” significa menos “para” que en “lugar de”; tal como Primo Levi dijo que él daba testimonio por –esto es, “en el lugar de”– aquellos llamados Muselmanner que, en la jerga de Auschwitz, nunca pudieron dar testimonio.

El verdadero destinatario de la poesía es aquel que no está habilitado para leerla. Pero esto también significa que el libro, que es destinado a quien nunca lo leerá –el iletrado– ha sido escrito por una mano que, en cierto sentido, no sabe leer y que es, por lo tanto, una mano iletrada. La poesía es aquello que regresa la escritura hacia el lugar de ilegibilidad de donde proviene, a donde ella sigue dirigiéndose.

 

[*Este ensayo fue publicado originalmente en la revista New Observations, N.130, 2015. Originalmente traducido al inglés por Daniel Heller-Roazen. Traducido al castellano específicamente para Infrapolitical-Deconstruction Collective. No reproducir sin incluir la fuente.]

‘Un pinche infierno’: sobre La fila india. (Gerardo Muñoz)

La más reciente novela del escritor mexicano Antonio Ortuño, La filia india (Océano, 2013) nos coloca al interior infernal de nuestro presente. Al decir “infernal” no recurrimos a un uso fácil de una metáfora, ni remitimos a la innumerable tropología que la literatura le ha dado a esa estación imaginaria desde La divina comedia hasta Libro del cielo y del infierno (Sur, 1960). El infierno que relata Ortuño a lo largo de su novela tiene un nombre: Santa Rita.

Este el nombre de un pueblo al sureste del territorio mexicano, pero podría ser cualquier territorio de los que hoy, en América Latina (de Guerrero al Conurbano), atraviesa y dibuja sobre el mapa un nuevo conflicto social. Santa Rita es tierra de nadie y desocupados, de maleantes y bandas criminales, de migrantes centroamericanos y burócratas de la Conami (Comisión Nacional de Migración). Pero ninguno se identifican con quienes aparentan ser, y por lo tanto ya nada es reducible a la analítica de la subjetividad. Atravesados por distintas fuerzas que imponen sus propias “razones” o “leyes”; esta vecindad descompuesta como el desierto del aburrimiento que tematiza 2666, es una región que lejos de ser “transparente” se caracteriza por nuevas gramáticas de la violencia.

Santa Rita (o La fila india, como máquina de narrar el horror) es una cartografía de los procesos an-arquicos que atraviesa la frontera sureña de México, desde la cual la porosidad entre cuerpos, capital, y muerte van dando la clave del fin de lo político en una guerra que se va desatando transversalmente. Surge la pregunta: ¿cómo narrar esa anarquía sin recurrir a la artificialidad de un nuevo intimismo o a la vieja “totalidad” caída hacia una nueva filosofía (global) de la historia?

La fila india no resuelve esa pregunta, pero si apunta a una sintomatología. En la cartografía que se traza sobre el territorio de Santa Rita – y sus espacios periféricos que emergen como espectros: las ciudades fronterizas de Estados Unidos, la frontera sur, Centroamérica –  abunda en un conflicto multivalencial plegado a varios actores y circuitos que van tramando lo que Diego Sztulwark, vía Rita Segato, ha querido llamar recientemente una nueva política de la opacidad [1].

Desde luego, no se trata de sugerir aquí que el desplazamiento hacia un nuevo exceso (y subceso) de la política pasa meramente por la una política de la oscuridad entendida como un mero “no-saber”, sino que la batalla sobre los territorios hoy son complejas matrices de guerra donde no hay demanda que pueda suplir con claridad y certeza la oscuridad a la cual es constantemente arrojada. De ahí que La filia india, que arranca con la investigación de una matanza en un albergue del pueblo, no se detenga ahí o se limite a esa experiencia como excepción. La matanza, nos van dando señales las múltiples voces de la novela, es moneda corriente de vidas que solo cuentan bajo un nuevo estatuto zoológico. Así, no hay “mapa cognitivo” ni “cartografía de lo absoluto” que valga en el interior de este nuevo desierto que diagrama la guerra global en su máxima expresión: solo hay cadáveres y la putrefacción de una afterlife de la tierra. En un momento en cual Ortuño abunda sobre la naturaleza de Santa Rita se nos da un alegato de esta condición anómica.

“…la Conami de Santa Rita florecía como los basureros con las lluvias. Me hundí en el agua, de noche, imagine la zanja, la peste a mierda y tierra, la boca llenándose de gusanos y piedras, la planta, remandado a que se movieran los que en el lindero de la muerte se agitan, como insectos, pese a tener la cabeza rota. […] En otros países se habrían quedado sentados hasta que llegara la ONU. Pero, bueno, supongo que en otros países no hubieran rematado a los niños a machetazos o a sus madres a tiros ni hubieran puesto a los hombres a pelear entre ellos para ejercer el premio de vivir unas horas más” [2].

La filia india, sin embargo, no solo nos arrastra hacia su interior el exceso del cuerpo sin redención (ese producto para el fuego y la ceniza; un infra-nivel del resto, tal y como lo ha venido pensando Pablo Domínguez Galbraith). El otro registro del infierno se nos da en la fachada misma de la burocracia de la Conami, abundante en todo tipo de gestos del aburrimiento: bostezos, miradas al vacío, silencios, susurros, voluntad de hacer y no hacer. La ‘fila india’ es el último gesto que reinstala la lógica de la amo-esclavo en el momento de la consumación burocrática del Mundo. Y así la repetición: una reiteración de los comunicados (‘una circular eterna’, cuatro en total en la novela) van dando el ritmo de una liturgia burocrática en la  transformación de la política hacia la administración de los infiernos.

Como ha visto Giorgio Agamben en Il regno e la gloria, el infierno en realidad no es más que una forma penitenciaria una vez que los Ángeles han abandonado el quehacer de la política, y que al quedar desocupados de su jerarquías, la distribución de la justicia divina deviene en manos de los demonios que ejecutan una pena eterna [3]. Ante la condena demoníaca de toda forma de vida sobre los territorios, la burocracia como anomia en la tierra solo puede operar a través de una relación promiscua con la esfera del derecho que pone en suspenso y crisis el estatuto mismo de la ética. Y por consecuencia también de lo forense y de la vida social. Así nos dice la funcionaria:

“Los periodistas solidarios también comían, necesitaban premios y becas y algunos temas iban a desarrollos y otros no….La ética de hacer lo que se pueda hasta donde se pueda, identidad punto por punto a la del resto de nosotros. Cruzaban por la frontera los pollos porque podían, los robaban, golpeaban, y violaban por lo mismo pero, a cambio, nadie intervenía porque no, porno como iba a ser. Eso no”. [4]

Las instituciones burocráticas que administran la nueva condición infernal del mundo tan solo encarnan una ética de “hacer tan solo nos permita nuestro poder” (que siempre, claro, termina siendo poco). Y solo queda la voluntad de voluntades como última extracción de lo humano, puesto que su potencia ha sido destruida y finalizada. Un humanismo ínfimo como puesta en escena de la praxis. Hacer y dejar ser, lo cual supone a lo largo de la novela, dejar morir.

Como en Los migrantes que no importan (Sur+, 2010), esa notable crónica del periodista Oscar Martínez sobre las vidas en la “bestia” (marca del ángel caído, además), la zona que ocupa Santa Rita es un campo de guerra donde la astucia del poder encuentra su mayor grado de concreción en los cuerpos vejados y marcados por violaciones, torturas, y extorsiones. La presencia de lo demoniaco ya no aparece en forma figural de una bestia, sino sobre el curso bélico que instala una serie de huéspedes extraños (así le llamó Carl Schmitt a Hitler) como apóstatas de un nuevo reino sin forma (katechon) [5]. Es esa la condición post-formal que Luna brutalmente le relata a la burócrata de la Conami como si fuese una pintura de Grunewald:

“le narró historias sobre migrantes crucificadas en postes de luz, cuerpos sin cabeza, cabezas sin lengua y dedos sin falanges, mujeres a las que les habían sacado para afuera todo lo que tuvieron dentro y hombre as lo que les habían metido todo lo que tuvieron fuera” [5 152].

La llamada violencia expresiva que estudia la sociología hoy en la región (pensemos aquí en los importantes trabajos de Rita Segato, Rossana Reguillo, o Pilar Calveiro) apunta a un nuevo tipo de escritura corporal más allá de lo propio, y por lo tanto inconsecuente con la división entre víctimas y asesinos de la política moderna, ya que esto supondría la naturalización de una forma (gestalt) puesta en crisis en el interior mismo de la guerra encarnada como exceso sobre los cuerpos mutilados y vaciados en la oscuridad del paisaje global [6].

Esta violencia desborda los parámetros de la crueldad establecidos en la co-pertenencia entre injuria y castigo – tal y como lo ha problematizado Jacques Derrida en su seminario The Dealth Penalty (University of Chicago, 2014) para entender las tramas entre violencia y soberanía. Santa Rita en La filia india, como Santa Teresa en 2666, es una nueva localización hiperbólica de un ‘pinche infierno’ que atraviesa, desde ya, el vasto habitar del mundo. Un mundo desnudo de su capacidad de horizonte y forma.

 

 

Notas

  1. Diego Sztulwark. “La opacidad del presente político”. (Clinamen, Radio La Mar en Coche, Marzo de 2015). http://ciudadclinamen.blogspot.com/2015/03/la-opacidad-del-presente-politico.html
  1. Antonio Ortuño. La fila india. 121.
  1. Giorgio Agamben. Il Regno e la Gloria. Il Regno e la Gloria: Per una genealogia teologica dell’economia e del governo. Neri Pozza, 2007.
  1. Antonio Ortuño. La fila india. 128
  1. Carl Schmitt en Glossarium sugiere que Hitler fue un ‘huésped extraño’ que, desde el corazón de la era de era de Holderlin, terminó ocupado el interior de la forma (gestalt) de la cultura alemana, dotándola de una “forma extraña” o fin de la forma.
  1. Alberto Moreiras ha sugerido que este nuevo tipo exceso de violencia y crueldad marca una región externa a la forma clásica de lo político. Ver su “An example of infrapolitics”, una glosa sobre Cruel Modernity (Duke, 2013) de Jean Franco. https://infrapolitica.wordpress.com/2014/09/18/an-example-of-infrapolitics-by-alberto-moreiras/

Krisis, proceso sin juicio: sobre Pilato y Jesús, de Giorgio Agamben. (Gerardo Muñoz)

Agamben Pilate Jesus 2015El más reciente ensayo de Giorgio Agamben publicado en inglés, Pilate and Jesus (Stanford University Press, 2015) es una exégesis microscópica en torno a una sola escena: el juicio de Jesús en manos de Poncio Pilato. Aunque más allá de una mera exploración erudita en torno a unos de los episodios más relevantes de la historia de Occidente, para Agamben se trata de comprender las consecuencias decisivas – en la esfera de la teología política, la filosofía de la historia, el pensamiento – de ese encuentro que se da a través de dos bematas (púlpito del juez en hebreo: בּימה) y que a su vez representan las dos formas diametralmente opuestas del Reino: el terrenal y el divino, el temporal y el eterno, el romano y el de los cielos. Es en ese momento donde se juega, en el origen mismo de la cristología occidental, no solo el estatuto del derecho, sino también la verdad en la inmediatez de dos lenguas.

Además de mostrar la diversidad exégetica con la que la hermenéutica bíblica ha tratado la enigmática figura de Pilato (desde las minuciosas prosodias del evangelio de Juan, pasando por la integración de la “economía de la salvación” en las apologéticas de Bonaventure y Karl Barth; el problema de la legitimidad y la justicia en los argumentos de Dante y Pascal hasta la interpretación anti-valorativa de Nietzsche sobre la ‘verdad’), lo que llama la atención Agamben de este momento ‘principial teológico-político’ es que su desarrollo solo es legible si se le ubica como proceso judicial, esto es, como krisis. La krisis, en griego, denomina no solo el “juicio”, sino que etimológicamente también se inscribe en el campo semántico de krino que significa ambas cosas, “separar” y “decidir”.

Por lo que la krisis no solo signa el desenvolvimiento mismo del proceso judicial, sino también la decisión de ‘enjuiciar’ (someter al proceso), a la manera del “último juicio” (en hemrai kriseos). Pero más importante aún es el sentido de la krisis en términos médicos, puesto que designa el momento en que un doctor debe anunciar el diagnóstico sobre la evolución de la enfermedad de un paciente. No es por azar que, en la conocida obra de Mijail Bulgakov, Pilato se dirija a Jesús como un “doctor de los milagros”. Como tampoco es coincidencia que en la discusión contemporánea, la krisis designe el momento en que los burócratas de las finanzas se dirijan a la economía en términos estrictamente médicos (la “salud” en nombre del “cuidado” de las fuerzas invisibles de la oikodicea, tal y como lo ha llamado recientemente Joseph Vogl).

Pero el encuentro Pilato-Jesús es aun más complejo, puesto que se trata de un proceso que carece propiamente de un juicio. Y esto se formula en dos formas: ni Pilato es capaz de “enjuiciar” a Jesús bajo la lex Julia del Imperio Romano, ni Jesucristo reconoce la legitimidad del Reino que establece el vicario del Cesar (ya que su Reino es “de otro mundo”). Por lo que, argumenta Agamben, “los dos reinos que se encuentran cara a cara pero no llegan a ninguna conclusión. No queda claro quien juzga a quien; si es el juez del poder terrenal o quien se vuelve juez a través de la injuria pero que representa el reino de otro mundo” [1].

Esta doble interrupción entre dos tiempos inscriben en Occidente el arche de toda tradición anfibológica que divide entre lo espiritual y lo humano, el tiempo eterno y el profano, lo invisible y lo visible, Dios y el hombre. Y si bien Agamben no lo explicita, esas son las formas que atraviesan tanto el pensamiento escolástico occidental, así como el dualismo racionalista que va de Descartes a Badiou.

Si la krisis termina en una indeterminación sin juicio, ¿qué es finalmente lo que le ocurre a Jesús? Sobre esta pregunta, Agamben decide atender al multivalente concepto de paradosis – intraducible en muchos sentidos – pero que significa algo así como “la entrega”, pero que también implica “la tradición”. Entregarse a la tradición es la acción que recoge la krisis sin juicio. En otras palabras, de la misma manera que Pilato “entrega” a Jesús a los oficiales para su ejecución; Jesús se entrega al Padre, a los Judíos, y a Judas con el aporético fin de una salvación-destrucción de la que inscribe su propia entrega (si bien no como “resto” en el sentido paulino). Esta “entrega” no solo es la signatura excepcionalista del encuentro de Jesús-Pilato, sino también la que define la ley, a la manera de K, quien en la famosa novela es “entregado” al “misterio del proceso” sin haber sido enjuiciado o condenado en ningún momento del desarrollo de su caso. Es ahí que las palabras que dan cierre al Der Prozess (1925) cobran un sentido decisivo: “fue como si la vergüenza le hubiera sobrevivido”.

Pero dejando a un lado al proceso al cual regresaremos en un momento, lo que se juega en la instanciación de la krisis no es otra cosa que la pregunta por el nihilismo en tanto transmisión de toda tradición. Es decir, no se trata de comprender la “tradición” en un sentido banal de “transmisión cultural ” o “tradicionalismo reaccionario”, sino de las formas comunes del pensamiento en el interior de su “crisis”. Y aquí es imposible no dejar de pensar cómo Agamben silenciosamente está respondiendo al libro Krisis, Sabio sulla crisi del pensiero negativo da Nietzsche a Wittgenstein (Feltrinelli, 1976) de Massimo Cacciari. Escribe Agamben en lo que considero el momento decisivo del ensayo:

“En el papel de prefecto de Judea y del juicio, krisis que pronuncia Pilato no se inscribe en economía de la salvación como instrumento pasivo, sino como un personaje real de un drama histórico, no carente de pasiones y dudas, caprichos y escrúpulos. Con el juicio de Pilato, la historicidad irrumpe en la economía y suspende el mismo acto de la “entrega”. La krisis histórica es también, y sobre todo, una crisis de la “tradición. Esto significa que el concepto cristiano de historicidad en tanto ejecución de la economía divina de la salvación debe ser reexaminado” [2].

Para Agamben, obviamente, no se trata de reinstalar un nuevo formalismo de la tradición en nombre de la tachadura de la krisis ni mucho menos revivir una trama oculta de la tradición cristiana, sino de volver inoperante el decionismo constitutivo en el arche cristológico de la teología-política y su cesura entre tiempo profano y tiempo celestial. Ya que es bajo el nombre de la krisis que opera la maquinaria de la filosofía de la historia. La tarea futura del pensamiento es desactivar y suspender el “permanente estado de crisis” [3].

Esto resuena en un presente que, signado por la consumación del nihilismo epocal, opera bajo la activación perpetua del decisión-making de la matriz política-económica global. De ahí que si la esfera política en los tiempos que corren genera un permanente “estado de excepción”; la llamada “crisis contemporánea” lejos de ser un fenómeno nuevo, expone la visibilidad del principio de krisis entre un ‘indeciso Pilato’ que decide infinitamente sobre los asuntos de la tierra y un Jesús que ya no consta de decisión alguna.

Si en cada uno de sus libros Agamben confronta un pensador epigonal de la Modernidad (Foucault en Homo Sacer, Schmitt en Estado de excepción, Peterson en El Reino y la Gloria), Pilato y Jesús es un diálogo frontal con el jurista italiano Salvatore Satta, quien en Il mistero del processo (1949) fue el primero en notar la correspondencia asimétrica entre ‘proceso’ y búsqueda de Justicia. Y aunque el proyecto de Homo Sacer ha llegado a su culminación con Stasis y L’uso dei corpi, la reducción del pensamiento destructivo de lo político en Agamben merita una incursión profunda con la esfera del derecho en la medida en que ésta supone el ‘misterio’ de la ley sobre la vida.

La indeterminación de la krisis cristológica es, por lo tanto, el núcleo secreto del misterio del proceso que hace imposible la tarea de la Justicia. Aquí el argumento de Pilato y Jesús resuena directamente con el otro ensayo reciente de Agamben, “Mysterium Burocraticum”, donde la figura de Adolf Eichmann es tomada como la ‘voluntad de voluntades’ de la ruina ética-política moderna [4]. Una ruina que, según afirmara Arendt en su reporte, es un efecto de la modestia como valor [6]. Pero solo encarando ese “misterio” somos capaces de imaginar otra forma política de aquello que aun no tiene nombre, pero que se nos guarda como un secreto.

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Notas

  1. Giorgio Agamben. Pilate and Jesus. 37. (La traducción del texto de Agamben al castellano es mía).
  1. Ibíd. 30.
  1. Aunque Agamben explícitamente afirma hacia el final de su ensayo que las dos formas del historicismo en la modernidad son “proceso” y “juicio”. Sería fundamental pensar si en términos de la temporalidad de la historia no ocurre una dualidad similar. Pienso, en especifico, en el argumento sobre las dos temporalidades modernas (el eterno retorno y el tiempo homogéneo vacío) en el trabajo de próxima aparición de Jaime Rodríguez Matos, The Writing of the Formless: Revolution, Religion and the End of Times (Fordham University Press, forthcoming).
  1. En “Mysterium Burocraticum”, incluido en Il fouco e il racconto (Nottetempo, 2014), Agamben escribe: “mysterium burocraticum e, allora, I’estrema com- memorazione dell’antropogenesi, dell’atto immemo- rabile attraverso cui il vivente, parlando, e diventato uomo, si e legato alia lingua. Per questo esso concerne tanto I’uomo ordinario che il poeta, tanto il sapiente che I’ignorante, tanto la vittima che il carnefice. E per questo il processo e sempre in corso, perche I’uomo non cessa di diventare umano e di restate inumano, di entrare e uscire dall’umanita. Non smette, doe, di accusarsi e di pretendersi innocente, di dichiararsi, come Eichmann, pronto a impiccarsi in pubblico e, tuttavia, innocente di fronte alia legge. E finche I’uo­ mo non riuscira a venire a capo del suo mistero – del mistero del linguaggio e della colpa, doe, in verita, del suo essere e non essere ancora umano, del suo es­ sere o non essere piu animale – il Giudizio, in cui egli e insieme giudice e imputato, non cessera di essere aggiornato, continuamente ripetera il suo non liquet” (23).
  1. Hannah Arendt quien notó por primera vez la figuración “pilatiana” de Eichmann en su Eichmann in Jerusalem (Penguin, 2006): “At that moment, I sensed a kind of Pontius Pilate feeling, for I felt free of all guilt”. Who was he to judge? Who was he “to have his own thoughts in this matter”? Well, he was neither the first nor the last to be ruined by modesty” (112).

Das Leben ist ohne warum: una nota sobre Reiner Schürmann (Gerardo Muñoz).

Al comienzo de su libro Le principe d’anarchie: Heidegger et la question de l’agir (1982), Schürmann sugiere que lo fundamental en la filosofía (en la historia de la filosofía, así como en la arquitectónica de cada uno de sus pensadores epocales) no se encuentra en las condiciones enunciadas, sino más bien en eso que nunca aparece dicho, pero que a su vez hace posible la validación axiomática [1]. Este es, si se quiere, el punto de partida de Schürmann para desarrollar – quizás no exhaustivamente –la asociación entre “ser”, “acción”, y “arche” en el pensamiento de la destrucción de la metafísica de Heidegger leído en reverso; es decir, desde su última etapa topológica hacia la analítica existencial.

Lo que está en juego en el trabajo de Schürmann no es – conviene decirlo desde ya – instalar a Heidegger en un programa regido por una nueva economía categorial del presente, ni mucho menos vincularlo al fundamento de la crítica ingenua que busca superar el nihilismo en cuanto a su consumación (léase aquí la tecnología en tanto “ge-stell”). Al contrario, el interés de Schürmann es mostrar cómo la condición práctica, irreducible tanto al pensamiento como acción y a la acción como pensamiento, pudiera dar un giro fuera de todo antropocentrismo a partir del pensamiento atento al ser como tiempo en una posibilidad an-árquica que se abre a partir de lo que me gustaría traducir, via Schürmann, como la “economía de economías” , esto es, la “posibilidad” (Moglichkeit) de una economía an-árquica en el fin de la metafísica occidental [2].

En otras palabras, a partir de una doble operación, la acción en Heidegger está desprovista de arche, ya que la propia condición del pensamiento deconstruye el principio [3]. Esta reducción fenomenológica carece de toda concepción teleocrática, aunque su única potencia (irreducible a mando o comienzo) es la libertad como fin de la forma principial de la dominación. La claridad de Schürmann no prohíbe la aparición de una serie de posicionamientos, claramente centrales e importantes para lo que se ha venido pensando como la “deconstrucción infrapolítica” atenta a la co-pertenencia entre vida, ética, y política. Por esta razón, en lugar de recaer en la imposible tarea de glosar El principio de la anarquía, quiero detenerme en un momento desde el cual, quizás, pudiéramos abrir uno de estos posibles caminos aporéticos en el interior de nuestra reflexión.

Hay uno de estos momentos no dichos en Schürmann que marca el texto de comienzo a fin, y que aparece justo en las primera páginas y se vuelve a retomar hacia el final. Me refiero a un breve apunte de pasada en el cual Schürmann pregunta por el estatuto de la ética en Heidegger, cuya esencia hubiese sido decisiva si partimos que la anarquía de la época a-principial (la entrada a “esa noche del mundo”, en palabras de Hölderlin) habría dado el giro a la consumación épocal de la ge-stell tecnológica. Conviene escuchar a Schürmann sobre este momento aporético:

“…the genealogy of principles will show how this lineage itself was born; how, with a certain radical turn, the Socratic turn, the constellations of presencing began to be dominated by principles;’ how, at last, with another no less radical turning which announces itself in the technological reversal, these constellations can cease to be dominated by principles. But this thought of a possible withering away of the principles is only progressively articulated in Heidegger. It has been clear from the start that the question, “When are you going to write an ethics?” posed to him after the publication of his major work, arouse from a misunderstanding. But it is only in Heidegger’s last writings that the issue of action finds its adequate context: the genealogy of a finite line of epocal principles” [4].

La aporía aquí es llevada a un punto máximo de explicitación: si por una parte en Ser y Tiempo se anuncia una destrucción (Abbau) fenomenológica de la historia de la ontología occidental, el pliegue que se deja caer en tanto forma de acción a-principial deriva consecuentemente hacia la pregunta por una ética en la medida en que se subscriba la tarea de Schürmann de llevar adelante una fenomenología de los principios epocales (puesto que el ser se entreteje con el carácter común presencial de la dichtung). Por otra parte si aceptamos (dice Schürmann) la solicitación de una ética en el pensamiento de Heidegger, la demanda pudiera ser entendida como generativa de elementos transformados en normas o reformulados en categorías prescriptivas o descriptivas. Lo cierto es que el Heidegger de Schürmann no avanza más allá de esta aporía central en cuanto a la radicalización de la pregunta por el Ser (ti to on) en la crisis an-árquica epocal [5]. La pregunta por la ética en el fin de la destrucción de la metafísica por lo tanto queda en suspenso.

Curiosamente quizás esta sea la misma aporía que ha llevado a Giorgio Agamben en su más reciente L’uso dei corpi (Neri Pozza, 2014), volumen que redondea el proyecto teórico-político bajo el nombre de Homo Sacer, a confrontar abiertamente la interpretación de la ontología dual (más adelante explicaremos porqué) reconstruida por Schürmann. Escribe Agamben en la penúltima glosa de “Per una teoria della potenza destituente”:

א “Il termine arche significa in greco tanto «origine» che «comando». A questo doppio significato del termine, corrisponde il fatto che, tanto nella nostra tradizione filosofica che in quella religiosa, I’origine, cioche da inizio epone in essere, no e soltanto un esordio, che scompare e cessa di agire in cio a cui ha dato vita, ma e anche cio che ne comanda e governa la crescita, lo sviluppo, la circolazione e la trasmissione – in una parola, la storia. In un libro importante, II principio d’anarchia (1982), Reiner Schürmann ha cercato di decostruire, a partire da un’interpretazione del pensiero di Heidegger, questo dispositivo. Egli distingue costi nell’ultimo Heidegger I’essere come puro venire alia presenza e I’essere come principio delle econome storico-epocali. A differenza di Proudhon e di Bakunin, che non hanno fatto che «spostare l’origine», sostituendo al principio di autorita un principio razionale, Heidegger avrebbe pensato un principio anarchico, in cui l’origine come venire alla presenza si emancipa dalla macchina delle economie epocali e non govema piu il divenire storico. II limite dell’interpretazione di Schiirmann appare con evidenza nello stesso sintagma, volutamente paradossale, che fomisce il titolo al libro: il «principio d’anarchia». Non basta separare origine e comando, principium e princeps: come abbiamo mostrato in II Regno e la Gloria, un Re che regna ma non governa non e che uno dei due poli del dipositivo governamentale e giocare un polo contra l‘altro non e sufficiente ad arrestarne il funzionamento. L’anarchia non puo mai essere in pisizione di principio: essa puo solo liberarsi come un contatto, la dove tanto l‘arche come origine che l‘’arche come comando sono esposti nella loro non-relazione e neutralizzati” [6].

Lo que subyace en está crítica de Agamben – debatible y probablemente injusta, aunque acertada – solo se puede entender a partir de una lectura detenida de su libro Opus Dei. En este libro se deconstruyen las “dos ontologías dominantes de Occidente”: el comando y el deber, el “ser” y el “deber-ser”, la “teoría” y la “práctica”, ancladas anfibológicamente en la esfera del derecho y la filosofía, introducidas en la ética moderna (Kant), así como en la invención del normativismo legal (Kelsen) [7]. No conviene en este momento hacer una lectura detenida de Opus Dei – aunque es fundamental hacerla para la comprensión de Le principe d’anarchie (1982) –en cuanto a la pregunta por la ética luego de la liquidación de las ontologías hegemónicas (principio y comando).

Por ahora, quizás solo debemos decir que para Agamben, la cesura que establece Schürmann entre “comando” y “principio” no es suficiente para establecer una relación an-árquica (en efecto, al citar al Benjamin de la anarquía del poder, Agamben malinterpreta totalmente la distinción crucial en Schürmann entre la “anarquía económica epocal” y la “anarquía del poder” en el pensamiento de Heidegger), sin poder establecer una ontología co-sustancial con el momento destructivo epocal. (Esto Agamben lo resuelve de diversas formas en su obra. Pero digamos que el vórtice de elaboración aparece, a mi modo de ver, en la ‘ontología modal’ así como en el concepto paulino de la katargesis en preparación para la desactivación de toda operatividad) [8].

Me gustaría sugerir, sin embargo, al menos un lugar donde ocurre algo así como una doble interrupción entre ambas lecturas; la de Schürmann sobre Heidegger y la de Agamben sobre Schürmann. La clave estaría ceñida en el concepto de Gelassenheit (serenidad) obviada por Agamben, y apenas tematizada por Schürmann. Es allí donde el momento epocal es afrontado por una facticidad unívoca de la atención ante la ge-stell vía una forma que en su uso de vida ya ha dejado de ser capturada, al decir del propio Schürmann, por los aparatos hegemónicos de la tecnificación [9]. (Debo decir, desde luego, que con esto no quiero sugerir que el principio epocal, explicitado con tanta elocuencia por Schurmann en este libro, quede superado en la obra de Agamben).

Es a partir de la Gelassenheit que la pregunta por la ontología no solo cobra un lugar importante de articulación, sino que además ya no encuentra razón de ser en un normativismo prescriptivo ni un principio en disposición del ser, sino que solo aparece ligado a la vida como facticidad, o bien en palabras de Heidegger vía Ángelus Silesius: “En el oscuro fondo de su ser, el hombre verdaderamente siendo coincide en su forma como es; sin porqué”. (La figura de Silesius es simétrica con la ‘vida sin porqué’ de Eckhart, o ‘el niño que juega’ de Heráclito).

Es importante que Heidegger no diga meramente que el hombre es sin porqué, sino que es sin porqué en la medida en que su ser ya se piensa siendo. ¿Puede ese momento de inflexión inscrito a partir de la Gelassenheit pensarse sobre los bordes de una “infrapolítica del vencimiento”, tal y como le ha llamado Alberto Moreiras en un reciente apunte programático? Por el momento solo podemos responder con las mismas palabras de Moreiras: “si esto es un programa, la letra aun no está escrita”.

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Notas

  1. Reiner Schürmann. Heidegger on Being and Acting: From Principles to Anarchy. Indiana University Press, 1987.
  1. Ibíd. “The theoretical turn away from anthropocentrism is only one condition for the possible thinking (being as time) of a possibility (anarchic economy)”. P. 302
  1. Ibíd. “Heidegger makes action deprived of arche the condition of thought which deconstructs the arche…always appears as the a priori for the ‘thought of being’. P. 7
  1. Ibíd. 11
  1. Ibíd. “It is necessary to exist without why in order to understand presencing as itself without arche, or telos, ‘without why’”. 293
  1. Giorgio Agamben. L’uso dei corpi. Neri Pozza Editore, 2014.
  1. Giorgio Agamben. Opus Dei. Archeologia dell’ufficio. Bollati Boringhieri, 2012.
  1. Reiner Schürmann. Heidegger on Being and Acting. Es crucial esta distinción establecida por Schürmann, para contener la crítica de Agamben (si bien hay que tener en mente que el Agamben de Il Regno e la Gloria, tambien glosando a Schürmann, atiende al “principio económico” para sustraerlo a la oikonomia del poder. Todo esto para decir, quizas, que para Agamben el poder y la oikonomia convergen en la forma goburnamental de la soberanía que expresa la maxima ‘el Rey gobierna pero no manda’): “Economic anarchy is not anarchy of power. What I called the hypothesis of closure makes it impossible to conceive of public affairs according to the model of reference to the one, that is, according to the principial model that founds the delegation of functions and the investment of power in ad hoc representative or titular. Economic anarchy is opposite to the anarchy of power as lawfulness is to lawlessness, as thinking is to the irrational, and as liberty is to oppression”. 290