Comentario a la entrevista de Jorge Alemán a Iñigo Errejón en Punto de emancipación (Jorge Alemán, “Conversación con Iñigo Errejón,” Punto de emancipación, 25 de diciembre 2018: https://www.youtube.com/watch?v=oVG8e7QO4E0&feature=share).

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Aunque entrevistador y entrevistado están de acuerdo de modo general en que la coyuntura contemporánea configura un “momento populista,” es decir, que la política hoy no puede eludir la lógica populista, hay una tenue alusión a un desacuerdo puntual en el asunto: para Jorge Alemán, el populismo es siempre de antemano de izquierdas, y no es posible concebir una política populista real desde reivindicaciones que postulan meros retornos identitarios y securitarios a fantasías de comunidad sustancial.  Esto es importante en la medida en que indica que, para Alemán, la política–el populismo que él abraza–solo tiene sentido como instrumento de emancipación, y nunca como instrumento de dominación.  Volveré a esto.

Para Errejón, sin embargo, hay populismo de derechas, pero acaba siendo en cada caso inviable–y justo en la medida en que el populismo de derechas lo es porque configura una formación ideológica excluyente.  La voluntad de exclusión, apoyada en una apelación al miedo del más débil, trama una política populista de derechas que podrá, dice Errejón, causar fuertes turbulencias, pero que a la larga no triunfará. Por eso, para él, la apuesta fuerte por lo que Alemán llama “la emancipación” es desde luego plausible y necesaria. Frente a la erosión generalizada de significación en los procesos sociales y en las vidas individuales causada por cuarenta años de neoliberalismo triunfante cabe todavía la apuesta por un proyecto de “renovación nacional” que se haga cargo de aspiraciones colectivas a justicia social.   Y ese proyecto, en España, no tiene hoy otro agente que Podemos si Podemos se olvida de proceder desde la “doctrina” y vuelve a su ímpetu inicial de atender al sentido común del país.  Y atenderlo es escucharlo y hacerse cargo de él.

Errejón, ya en campaña para obtener la presidencia de la Comunidad de Madrid, no  está interesado en sembrar polémica entre sus filas, pero no puede dejar de observar hacia al final de la entrevista que el proyecto de Podemos fue inicialmente un proyecto disruptivo que contravenía todas las piedades petrificadas de los manuales de izquierda, y que fue precisamente eso lo que funcionó en un primer momento: “cuando las izquierdas empiezan a darnos la razón,” dice,” es cuando empieza a “quitárnosla nuestro pueblo.” No podría ser más clara la defensa de una transversalidad esencial en el proyecto nacional que pase por hacer cortes tajantes entre sentido común y reificaciones metafóricas y doctrinarias–las últimas con frecuencia disfrazadas de inamovibles “principios y valores.”  La “renovación nacional” de la que habla Errejón pasaría por lo tanto también por una renovación de Podemos, y confiamos en que no sea demasiado tarde para ello.

La entrevista funciona en la medida en que trata con inteligencia y franqueza temas obviamente difíciles.  Empieza, por ejemplo, hablando de la dificultad de conciliación del trabajo teórico y la política práctica y concreta para trasladar ese asunto al viejo mantra weberiano, ya muy pasado de rosca, sobre las encrucijadas en las que se encuentran obligaciones de “responsabilidad” contra obligaciones de “convicción.”  Errejón acaba expresando cierta impaciencia con el asunto, sabiendo como sabe que un político ha resuelto ya de entrada ese asunto o no es político ni lo habrá sido nunca. La política real es, dice Errejón, una forma de “negociar la insatisfacción” buscando en cada caso cambios puntuales en la correlación de fuerzas, tanto más difíciles cuanto más equilibrio haya en la alineación de fuerzas en conflicto.  La dificultad del político tiende por lo tanto a estar más del lado del análisis correcto de la correlación de fuerzas que de las tensiones más bien eclesiásticas entre responsabilidad y convicciones.   Y lo decisivo en política es por lo tanto proceder a una construcción mayoritaria o “hegemónica” del sentido común que permita vehicular reivindicaciones democráticas–que siempre tienen que ver con los conceptos irrenunciables de libertad y de igualdad–contra su secuestro por poderes fácticamente excluyentes.  Por el camino se tocan temas de significación candente, tales como la noción de patria plurinacional, la formación de deseos securitarios y de pertenencia en la estela de la destrucción neoliberal, y la ausencia radical de elites políticas capaces de reconducir la situación a cauces democráticamente satisfactorios.

Yo me alegro de estar de acuerdo con casi todos los análisis de la entrevista, pero mi interés aquí es plantear, no un desacuerdo, sino más bien una dificultad para mí causada por lo que entiendo mal, o insuficientemente.  A menos que se trate de una contradicción no resuelta de hecho en los planteamientos respectivos de Alemán o Errejón.  Voy a ello.

Alemán interrumpe o parece interrumpir el hilo discursivo de Errejón para afirmar de manera algo sorprendente (para mí) que “la verdad” es “el combustible ético” de la operación política emancipatoria, y que no es solo por lo tanto cuestión de “hegemonía,” no solo cuestión de “construcción hegemónica.”   Ni Alemán ni Errejón aceptarían que haya valores objetivos que le den pauta a línea política alguna, no hay “metalenguaje” político como tampoco lo hay en el psicoanálisis, el compromiso político es últimamente “indecidible,” y la verdad política es en cada caso construcción colectiva de sentido, siempre precaria y contingente.  Y sin embargo . . . tanto Alemán como Errejón afirman que el par conceptual libertad-igualdad “permanece como núcleo del sentido.”

¿No hay una tensión aquí?  ¿Son entonces libertad e igualdad no solo ya “principios y valores” sino también “verdades” que no hay que confundir con las metáforas que las expresan (ni la bandera roja, ni el himno, ni la estampita bendita con la cara del líder) pero que aun así funcionan como referencia ineludible, es más, como referencia incondicional?

No quiero elaborar demasiado este asunto porque no estoy seguro de haber entendido bien, es decir, con exactitud, la posición de Alemán o Errejón, y no quiero pasarme en atribución errónea.   Pero me gustaría decir que creo que hay, efectivamente, una contradicción entre postular que no hay verdad en política, que la verdad es solo precipitado de un sentido colectivo, que se construye en la realidad temporal específica, en otras palabras, que la verdad es siempre en cada caso verdad hegemónica, por más que, por lo mismo, solo sea y solo pueda ser precaria y contingente verdad, y postular simultáneamente que esa construcción de realidad temporal específica debe hacerse desde las ideas o los valores o los principios o las verdades asociadas con la libertad y la igualdad, sin las cuales no cabe hablar de democracia.

En esa tesitura yo pienso que, efectivamente, hay verdades, aunque para mí tengan el matiz particular de que son verdades solo porque no hay o no es posible reconocer otra verdad: en la ausencia de legitimidad de ninguna forma de dominación, y en la ausencia de derecho efectivo de cualquier privilegio de opresión, solo la libertad y la igualdad adquieren carta de naturaleza.  Se trata para mí de una consecuencia lógica y universal.  No es que haya verdades que algunos individuos pueden alcanzar, o que todos los individuos pueden alcanzar:  hay esas verdades porque su presencia es consecuencia directa de la ilegitimidad de cualquier otra afirmación de verdad.  Por ende, su corolario es que la verdad de la libertad y la igualdad como elementos fundamentales e irrenunciables de la democracia es incompatible con la reducción de la política a procesos de configuración hegemónica del sentido común social.   Por eso yo prefiero hablar en cada caso de democracia posthegemónica, como Jorge Alemán ya sabe, y perdón, Jorge, por ponerme una vez más en el papel de mosca cojonera en este asunto, entendiéndola como un proceso que atiende a su lógica interna y no a su configuración en correlación de poderes.  Hay hegemonía, y la hegemonía construye política, pero la democracia busca en cada caso el fin de toda dominación hegemónica.   Hegemonía y democracia son contradicciones in terminis mucho más que conceptos mutuamente complementarios.  En todo caso, son conceptos suplementarios, en la medida en que se suplen mutuamente.

 

Razón militante y absoluto. 

Qué aburrido se hace todo cuando la razón militante se sale de sí y profesa que ninguna otra razón existe, solo se puede ser una cosa, solo se puede pensar una cosa, solo se puede hacer una cosa, y los demás–todos esos que, a su vez, se salen de la cosa, como la lamella se sale del cuerpo lacaniano–son “heideggerianos municipales” o alguna otra estupidez semejante.  De la cosa solo se puede salir la razón militante–en sí la cosa, la única cosa, y la única cosa que se sale para que nada más salga–para impedir que nadie permanezca con vida fuera de la cosa, solo en vidamuerte, en vida prostituida, en vida vendida, dice la razón militante.  Y se queda oronda, satisfecha, heroica, contenta de haber podido decir su cosa sin que nadie proteste, pues nadie quiere exponerse–da miedo, serían enviados al infierno–a refutar algo tan elemental–es necesario que la razón sea militante, somos todos soldados de la razón, todos debemos militar en la causa, pues no hay más cosa que la causa, y la causa es fácticamente la cosa.  No hay vida sin cosa, aunque la función de la cosa sea solo atrapar la vida, orientarla, ordenarla, darle una misión. Sin orden no hay milicia.  Sin milicia no hay orden.  Viva la militancia.  Viva la causa.  Qué coñazo.

Lo ético es lo universal, como decía Kierkegaard, y estos de la razón militante son siempre soldados heroicos de lo universal.  Su referencia es lo universal, su verdad es lo universal, incluso su mentira es lo universal, pues lo universal constituye su único horizonte de referencia.  Están llenos de lo universal, a lo que llaman política.  Son héroes, o poetas del héroe–preferirían ser héroes, pero a veces se agotan en twits apayasados o en pomposos comentarios en facebook que, al menos, glosan al héroe, hablan de cómo conviene ser, y de cómo fuera de ese orden no hay salvación, solo perdición, la perdición del crápula, del fascista (todos son fascistas excepto los que aceptan o callan las premisas de la razón militante).  Y así abundan más los poetas de lo universal en twitter y facebook que los héroes propiamente dichos, que aparecen solo de vez en cuando por televisión.

Lo ético es lo universal, ¿quién lo negaría?  Dejémosles que sean éticos, dejémosles que le dediquen a lo universal–la nación, la clase, la raza, el pueblo, la ley moral–todo aquello que conviene a lo universal.  Nunca entenderán que el mundo no acaba ahí, y que hay otra cosa, más cosa, a la que ellos no reconocerán el acceso.  Kierkegaard lo decía bien claramente para el que tenga oídos (pero ¿quién tiene oídos hoy?): hay una relación del individuo a lo universal, mediada, y esa es la ética, y hay una relación del individuo al absoluto, y esa no admite mediación.  Y como no admite mediación no admite tampoco compromiso, ni siquiera articulación: se hace, o no se hace.  Se da, o no se da.  Todos son capaces de ella, pero muy pocos se dan cuenta, todavía menos la buscan: casi todos la traicionan.  Esa relación singular al absoluto–sin ella no hay pasión, solo simulacro de pasión. Lo que no entienden los militantes que, al haber renunciado a un absoluto que siempre de antemano trasciende su militancia, absolutizan su propia patética solución al enigma del mundo es que, al hacerlo, sacrifican lo único que merece la pena mantener al margen de todo sacrificio, puesto que sin ello no hay sacrificio alguno, solo trampa.  Y sin ello no hay política, solo postureo. Son militantes cuya causa está vacía–por eso buscan llenarla de gritos militantes.  Ojalá les funcione, siempre que dejen espacio para que otros puedan respirar sin tener que negociarlo con ellos.

A (Dubious?) Exam for a Class on Narco.

I hope I am not breaking any regulations here.  In any case, exam period is over.  I gave my students this exam after a class on narco in which we covered a number of films and read a number of nonfiction and fiction books.  Most of all, we concentrated on the stories that the narco world provides.  But then the question came up–from a colleague: is it fair to put the students in the situation of having to internalize, even if punctually, for an exam, a world that is alien to them (and that we hope will remain alien)?  Or, the companion question: is it not the case that, in the humanities, every course, every proposed course of reflection, should lead participants precisely to that point of singularization where existential decisions, actual or potential, become marked for them?   Is that exam (I am perfectly willing to take drastic criticism) too political an exam, too moralistic an exam, too unscholarly an exam?  Too ridiculous an exam?  Or it is still insufficient to the extent it gives the students, through offering a parodic escape, an easy way out of really taking on board the terrible they have been exposed to?  (Please forgive the obvious pedagogic moves in what follows, it is an exam after all:  it is the questions above that interest me, for future courses.) .

Final Examination

HISP 363.500

Fall 2018

Prof. Alberto Moreiras

As you know, our interest in the narco world this semester has been on the stories it produces more than on its political or sociological or historical implications.  This exam will ask you to engage in some storytelling of your own.  You can and probably should base your responses on the books and films we have covered.  Please respond to four (4) of the following six (6) questions.  (200 words each; 25 x 4 = 100)

A. (On the model of El Sicario.)  Choose a role for yourself in the narco world—the role you find most congenial, perhaps, or the role you find most repulsive, or anything in between—and write a short confession of why you think you did not do great in it, and elaborate on what constrained you and limited you.

B. (You might keep The Counselor in mind.) Imagine that you are someone with a good amount of greed in you that hears of a deal that will bring you into the business world of a big jefe de jefes notorious for his cruelty with those who screw up around him.   The deal could provide you with $5 mil, tax-free, but it involves a complicated negotiation with some corrupt police officers from Del Rio. Texas.   Evaluate the situation and tell me what you would do, how you would screw up and why, and how you would face your final moments.

C. (I think there are aspects of Miss Bala) You need to cross the border into Nuevo Laredo and you are accosted by three guys who tell you if you drive a truck loaded with AK-47 automatic guns, C4 explosives, and 400 hand grenades across the bridge they will not make mincemeat of your mother and your little sister. Only one problem: in order to cross the bridge, you would have to shoot two border patrol agents that cannot be left behind as witnesses of your crossing.   Would you accept the deal?  If you do, and you accomplish your mission, would you turn yourself over to the authorities once you know your mother and little sister are safe in Northwestern Alaska?

D. We have read some of you commenting on the “three types” of connections women may have to the narco world, but there has not been much on men’s connections. Are there also three types, or are there more?  How would you categorize the type that becomes fascinated by the stories, wants to know them, wants to develop an understanding, wants to figure out all possible types of responses, but prefers to abstain from the action itself?  Would this latter type be male- or female-marked, or would it be gender-free?

F. Whiteout is a powerful journalistic account of historical events where the US government had no compunctions in terms of engaging in illegal behavior for profit. But what is so wrong about the government doing what it can do, just because it can, with absolute impunity?  Is that not the glory of power?   If you could choose between becoming the investigator blowing the whistle of illegality or the government agent in charge of a massive strategic maneuver, illegal, but that would provide espionage agencies with a splendid budget for targeted assassinations and the like, what role would you assume?  Do you believe in the rule of law absolutely or only relatively?  Or do you not believe in it at all?

E.  In The Cartel Don Winslow presents us with an extremely complicated narrative where he attempts to foreshorten several decades of narco wars in Mexico through the eyes (and hands) of a relatively small set of characters. One of those characters is Art Keller, who has to confront a number of moral quandaries.  Put yourself in Art Keller’s position at the time of having to engage with the (illegal, but you will get away with it) assassination of many minor soldiers of the drug wars just to favor Adán Barrera’s dominance of the narco trade.  Keep in mind that Barrera is Keller’s archenemy.