A conversation in Mexico. By Alberto Moreiras.

This week, in Mexico, a conversation on deconstruction and infrapolitics and the university took place that, I think, merits being noted and remembered. I do not want to embarrass anybody, so I will not attribute positions, but let me say I would be happy if Emmanuel Biset, Liza Mizrahi, or Laura Piñeirúa, José Luis Barrios or Angel Alvarez Solís wanted to add their thoughts to these comments of mine. Same for others, of course.  I only want to signal the conversation (with perhaps cryptic notes, which is all I can do for the time being), since the issues that came up seemed particularly pregnant to me—and let us see if the discussion takes them somewhere.

The issues circled around the following topics: whether infrapolitics can be thought of as an awakening in some sense; whether friendship may have something to do with the need to pass beyond the university; whether deconstruction was something other than just another theoretical paradigm in the liberal marketplace of ideas, another merchandise for easy consumption, or whether it can be construed in some sense as an alternative to neoliberalism, even to neoliberal capitalism; and whether the invocation of an existential turn or a thought rooted in the production of a style of life can be distinguished from modern individualism.

My immediate thoughts: yes, infrapolitics can only be thought of not only as an awakening, but as a traumatic awakening. Levinas talks directly about a traumatic awakening in a different context, but perhaps thinking as traumatic awakening can be traced back to Nietzsche in particular.   Thinking as traumatic awakening is post-Hegelian, necessarily so.

Friendship, if one can find it, is the necessary resource to attempt an exodus, not from the university as such, but rather from university discourse.   But it is a special kind of friendship—not political friendship, but some other kind . . .

Deconstruction, not necessarily as we have known it, but in terms of its potential, certainly out of Derrida’s work, is not “just another theoretical paradigm” whose import would therefore be best judged through its exchange value.   Much to the contrary, it is the very possibility—epochally–of bringing to an end thought as merchandise. Most certainly at the university, and in university discourse.

If deconstruction invokes democracy as something other than liberal democracy, it is because it thinks of pursuing non-domination outside the paradigm of the principle of general equivalence.   Not the Nietzschean Will to Power, rather the principle of general equivalence is the last doctrine of metaphysics.   Deconstruction has the potential for an antineoliberal, anticapitalist politics to the extent it takes exception to general equivalence as doctrine of being.

From the refusal of general equivalence comes the appeal to the singular existent. The singular existent cannot be confused with the modern individual—the rupture with general equivalence is also a rupture with any doctrine of the subject, from which “modern individualism” derives.

 

Nota sobre “Yo también sé quién escribió el Lazarillo,” de José Luis Villacañas. Por Alberto Moreiras.

El tiempo pasa muy deprisa, y parece mentira que el artículo de José Luis sobre el autor del Lazarillo sea de 2011. Es un artículo difícil, cuya glosa no puede agotarse en esta nota breve, dadas las complejidades de la alegoría que propone José Luis a través del Edgar Allan Poe de La carta robada y Los asesinatos de la Rue Morgue, y de los textos que escribieron sobre el primer cuento Lacan y Derrida. Me autoconfino aquí a lo que José Luis propone sobre la posible autoría de López de Villalobos, que en este artículo se ofrece como mera hipótesis, pero se trata de una hipótesis cargada: José Luis dice que en algún momento en el futuro se encargará de demostrar que es algo más que eso. Lo que está en juego, ni más ni menos, es la presentación del Lazarillo como una obra decisivamente marrana, a partir de la posición de José Luis, expuesta en otros lugares, de que no hubo humanismo en Castilla no cristiano-nuevo: todo humanismo en Castilla en los siglos XV y XVI es marranismo. Es una afirmación fuerte que no puede sino aterrar a los filólogos y a los neofilólogos por principio, puesto que para todos ellos el marranismo no puede nunca pasar de ser una “hipótesis ideológica,” esto es, una suplementación al texto, a todo texto. Ningún texto es para un filólogo un texto marrano a no ser que el texto se autoproponga como tal (y aun entonces empieza y no termina la discusión), lo cual es, por supuesto, para el marranismo, por definición imposible. Parte del problema crítico es ese—no hay texto marrano para los filólogos, y para los que no somos primariamente filólogos porque no queremos serlo el marranismo, entre otras cosas, no puede ser reducido a la condición de mero add-on ideológico. La alegoría sobre La carta robada tiene que ver con esto.

Está por encima, sobredeterminándolo todo, el anonimato o el apocrifismo de la lectura del Lazarillo. Hay dos posiciones: según una de ellas el apocrifismo de la escritura dicta el anonimato, y así la falta de autor reconocido es consustancial a la verdad del texto como texto “realista,” y que llega a su destino en cuanto tal; según la otra, la falta de autor reconocido ocasiona una deriva diseminante del texto y lo fuerza a no poder tomar nunca por supuesto llegar a su destino. La segunda, claro, es la posición marrana. Pero eso también dice: la posición marrana está cómoda con el secreto, y no quiere nombrarlo, no quiere identificar al autor que se esconde. De ahí quizá la extraña estrategia de diferimiento de José Luis, digo esto, pero no lo digo, lo diré algún día, quizás, o bien ‘yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.’ “Sin autor, nada vendrá a perturbar nuestras idealizaciones, de la misma manera que nada nos exigirá salir del marco de La carta robada si el autor trascendental de la misma, el intelecto agente, es pura repetición. Con autor, el Lazarillo es la repetición del saber que sobre el autor tenemos. No hay salida al dilema” (Villacañas, “Yo también sé quién escribió el Lazarillo,” JLACS 11:3-4 (2011): 356).

El “alma doble, que quiere ver la luz y a la vez ocultarse, es el alma del marrano” (356). Alguien como Paco Rico, comparado al prefecto de policía en La carta robada, no tiene más opción que empeñarse “a fondo en cuanta materialidad superficial tiene a su mano.” Con él la inmensa mayoría de la crítica, y así la tradición hegemónica. Esas son las verdaderas “idealizaciones” e ideologizaciones no ya de un solo texto señero, también de una tradición entera, de un archivo total. La absoluta reducción de la teoría—el rechazo a la posibilidad misma de que Lazarillo pueda ser entendida como “ficción teórica”—implica su petrificación como acontecimiento de realidad (las notas siempre monumentalizantes en la edición crítica de Rico exceden con mucho las palabras del texto que anotan). La pregunta por el marranismo ni se plantea: “Voluntad de realismo, esencia de la cultura española. Decir lo que todo el mundo sabe” (357).

La conjetura: el autor tiene, al menos, dos almas y “se expresa en un lenguaje del cual sólo sabemos que no es el nuestro” (357). La conjetura: “Todos y cada uno de los hechos de Lazarillo quedan iluminados si los referimos a momentos imposibles de idealizar de esta alma doble o triple y de lo que ve dentro y fuera. Lo decisivo es que, tan pronto hacemos esto, el Lazarillo deja de ser idealizado como el destino de la literatura española y pasa a ser un texto accidental, atravesado por el miedo, la cólera, la rabia, el dolor, la envidia, la necesidad de venganza, la ironía, la burla, la voluntad de ocultamiento, la necesidad de autoafirmación y finalmente el olvido de todo ello” (359). “Para vengarse de su enemigo [el médico Narciso de Ponte, el hijo del molinero corrupto y borracho criado en el Tíber] se comenzó a escribir el Lazarillo . . . Pero es posible que al final Villalobos comprendiera que en esa triste vida del impostor médico imperial se estuviera describiendo también a sí mismo y a sus nobles amos” (360).

La conjetura: “una que se limita a llenar un vacío con otro vacío, pero que abre el marco idealizado de la obra hasta dejarla como una obra sin marco. Por ahora ahí me quedo” (360).

La propuesta: el Lazarillo es ficción teórica y autografía marrana, infrapolítica marrana.