Hace poco Nuria Alabao hablaba de la “cultura política de guerra en Podemos” [1]. Lo contrario es, inevitablemente, una cultura política de paz. Pero prácticamente nadie del Podemos dirigente (salvo Manuela Carmena, que no es del partido) usa la palabra paz, pues nos topamos con un significante que causa cierta aversión en el ámbito de la izquierda posmarxista actual. Le pasa como al consenso o, hasta hace poco, la democracia. El argumento es sencillo: vivimos en un mundo terriblemente desigual e injusto, y estos significantes los usa el enemigo/el sistema para hacernos creer que no es así y mantenernos complacidos y desmovilizados. Y es verdad. Lo cual solo muestra una hegemonía anterior a la hora de apropiarse de estos significantes flotantes. Lo que es menos comprensible es nuestra voluntad de alienarnos de ellos.
Un ejemplo extremo en España es el de la ‘solidaridad’, que muchas veces hemos atribuido al peor oenegismo capitalista, para a continuación reivindicar su sinónimo ‘fraternidad’ [2]. El problema de esto es que al extrañarnos de estas palabras facilitamos que la estructura de explotación y dominación, por medio de sus voceros, pueda ser considerada como pacífica, consensual, democrática y solidaria. Y estos son adjetivos que, por muchos esfuerzos que hagamos, para la mayoría de la población seguirán siendo tan positivos como para la izquierda marxista lo son sus equivalentes fraternal, acordado, o republicano.
Por culpa, en gran parte, de este extrañamiento del vocabulario de la no-violencia, Podemos se ha visto privado de usar conceptos profundos y fuertes, cuyo lugar han ocupado tropos publicitarios como la sonrisa o sentimientos efímeros como la ilusión. Ambos terminan pasando factura en forma de pérdida de credibilidad (en publicidad antes importa la venta que la honestidad) o inevitable decepción, como apunta Marina Garcés [3]. Pero, además, son lenguajes que no construyen nada sostenible hacia adentro. Que no pueden combatir la cultura de guerra interna, fomentada en gran medida por las estructuras de elección y decisión que menciona Alabao, pero también por lenguajes (siempre performativos) y hábitos compartidos.
La paz no es simplemente la ausencia de guerra como dicen los liberales, ni es un concepto que se use solo por el pacifismo resignado y superficial, sino que, como propone el Grupo Antimilitarista Tortuga, es también la “situación resultante cuando se lleva a término la justicia, cuando los conflictos, en lugar de ser escondidos o reprimidos, son resueltos buscando la armonía de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y consigo mismos. [4]”. Otra perspectiva interesante es la que propone el grupo Hebras de paz, tras la recopilación de docenas de testimonios y memorias ciudadanas: “entrelazada de forma inseparable con esa paz del ‘no’ hay lo que los mismos expertos, encabezados por Adam Curle, Johan Galtung y J.P. Lederach, llaman ‘paz positiva’. La manera más coherente y vital, que responde a necesidades humanas fundamentales, de entender esa dimensión de la paz, es la paz del ‘sí’ a la convivencia en equidad y al engarce de vidas que se ayudan, sostienen, enriquecen y salvan entre sí, motivadas, no por un cálculo de interés personal, sino por compasión y afecto hacia un ser humano” [5].
En pocas palabras, se trata de cuidar, ese verbo al que gracias al feminismo empezamos a dar valor. O de hacerse cargo de esos “muchísimos otros” que según Spinoza nos constituyen [6]. Conceptos como el de este otro múltiple o el de engarce de vidas son poderosos porque permiten problematizar las distinciones clásicas entre ética y política, algo hacia lo que también creo que camina el de infrapolítica.
La paz, pues, no está dada, debe construirse. El 15M comprendió esto desde el principio, plagado como estaba de maestrxs que, ya desde los ’70 y ‘80 ponían en práctica dinámicas grupales como las del Grupo Tortuga en sus clases. Por eso el movimiento también creó una comisión de respeto, que no era más que un eficaz grupo mediador, extendió la escucha activa como una de las pocas reglas no escritas de las plazas y se dio tiempo para alcanzar consensos tras arduas discusiones.
La necesidad de otro lenguaje puede verse en esta frase de Errejón en una entrevista reciente: “Lo que nos seguís sabéis que en Podemos, y yo el primero, siempre que tenemos que poner ejemplos de las cosas lo hacemos con metáforas bélicas. El problema fue cuando empezamos a pensar así la política interna. Y cuando los términos ‘asalto’, ‘conquista’, ‘resistencia’, ‘adversario’ pasaron a ser un modo de construcción hacia dentro. Y eso ha construido una organización en la que hay poco espacio para la cultura del acuerdo” [7]. Como contrapunto a los problemas que observa su lúcido diagnóstico, propone “acuerdo”, que es una palabra de paz, pero, en mi opinión, subóptima.
Etimológicamente, sin duda el ‘acuerdo’ como unión de corazones es más interesante que ‘consenso’, una palabra cercana al consentimiento. Pero en lenguaje común ‘acuerdo’ tiene un significado cercano a la transacción comercial, en el sentido de ‘trato’ tras una negociación, mientras que el consenso, al menos tal como se usa en las tradiciones mencionadas, va orientado a la interiorización de los argumentos del otro y la generación de síntesis lógicas como base del consenso, antes que lograrlo por efecto de cesiones no sentidas, únicamente consumadas por la voluntad de alcanzar el acuerdo.
En Podemos la votación no fue un último recurso, sino que se empezó la casa por el tejado: se impusieron votaciones cuando se podían lograr acuerdos y se lograron acuerdos donde se podían lograr consensos. Por supuesto, el poder dominante tiende a tomar significantes como el consenso y la unidad para nombrar a la imposición de su voluntad. Pero, como mostraron Orwell, Lakoff, o Klemperer, dotar del significante opuesto a la propia acción es una de las técnicas habituales del lenguaje del Estado, del poder hegemónico o del fascismo. Y uno de sus efectos más perniciosos es el de quitar a su fuerza opositora la capacidad de usarlos, como ocurrió hasta hace poco con “democracia”.
La incapacidad de usar cierto lenguaje y ciertas prácticas quizá ayuden a explicar, junto con el sistema organizativo, el estado de guerra actual en Podemos. El desembarco de cuadros de IU, útil en el ámbito electoral o de gestión burocrática, parece a su vez acentuar la limitación del vocabulario y prácticas disponibles en Podemos. Si algo pueden enseñar el antimilitarismo, el anarquismo y parte del feminismo a los grupos posmarxistas que pugnan por el control de Podemos es la posibilidad, necesidad y potencia de compatibilizar la lucha sin cuartel con la prefiguración en el presente de la sociedad que se busca alcanzar. En la época actual de España, en que la violencia política no se tolera, en la que el lenguaje sentencioso y agresivo del macho cada vez está más arrinconado hacia el cuñadismo, una organización permeable al lenguaje y prácticas de construcción de paz no solo toma mejores decisiones, sino que también es directamente mucho más votable. Este ente, ¿seguirá teniendo forma de partido?¿Puede sobrevivir al a burocratización estatal? Quizás un desafío está en que el lenguaje, las prácticas y, en ocasiones, las personas que sirven eficazmente para la lucha o para la administración de la violencia pueden ser radicalmente opuestas a las que sirven para la construcción de comunidad.
*Este texto nace de un estimulante debate telemático con Gerardo Muñoz y Alberto Moreiras en torno a la noción de consenso, a los cuales agradezco su tiempo y disposición para continuar la discusión. Ver sus textos aquí, y aquí.
.
.
Notas
- Nuria Alabao. “¿Por qué hay una cultura política de guerra en Podemos?” CTXT, No.102, Febrero de 2017.
- Álvaro García Linera. El “Oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo. La Paz: Vicepresidencia del Estado de Bolivia, 2015.
- “Marina Garcés defiende una política sin ilusiones o promesas redentoras”. http://www.aiete.net/2014/11/marina-garces-defiende-una-politica-sin-ilusiones-o-promesas-redentoras/
- Ver Grupo Antimilitarista Tortuga. http://www.grupotortuga.com/Recursos-Formativos-Talleres-y
- “Positive Peace or Peace of Life”. http://hebrasdepaz.org/positive-peace-or-peace-of-life-2/?lang=en
- Baruch Spinoza. Ética demostrada según el orden geométrico ( Trad. Vidal Peña.) Madrid: Orbis, 1980. 84.
- Íñigo Errejón. “Ha habido un viraje ideológico…”. eldiario.es, Febrero de 2017. http://www.eldiario.es/politica/ideologico-Podemos-preocupado-mostrarse-partidos_0_609990072.html
Pingback: Dear Younger Generations – Gender Shrapnel in the Workplace