Los gestos de la repetición: comentario a Infrapolítica: instrucciones de uso (La Oficina, 2020). por Esaú Segura Herrera

En todo caso, no habría porvenir sin repetición. Y, por tanto, quizá, diría Freud (ésta sería entonces su tesis), no habría porvenir sin el espectro de la violencia…” – Jacques Derrida, Mal de archivoUna impresión freudiana

Puede ser evidente que la formulación de una idea o de un problema requiere el trabajo de encontrar las palabras adecuadas para su enunciación, pero no lo es tanto que a veces tiene el mismo o hasta más peso el estilo con el que son presentadas. Porque cuando la recurrencia a cierta forma de escritura, pero también a determinados tropos tiene la carga de la necesidad, entonces quizás se trata menos de un asunto meramente estético, que de la dificultad para dar cuenta de algunos impasses del pensamiento. De modo que lejos de recurrir a ciertas figuras como adornos para éste, en ocasiones sucede que esas figuras son por sí mismas la operación de su contenido.

Me parece que en este registro cabe inscribir el más reciente libro de Alberto Moreiras, Infrapolítica: instrucciones de uso (La Oficina, 2020), que elabora un singular desplazamiento sobre los horizontes contemporáneos de la acción y el pensamiento políticos. Y en la que muy subrepticiamente es posible ubicar, en efecto, el incesante trabajo de un estilo, capítulo por capítulo, relativamente al margen de la exposición de los contenidos que el autor desarrolla en cada uno de ellos. O quizás, mejor dicho, ese trabajo estilístico que sólo aparentemente está en segundo plano es de hecho uno de los común denominadores que emparentan, pero sin identificar, a cada uno de los capítulos entre sí. ¿Cuál es este estilo, seguramente entre otros de los que se podrían situar en el texto?  El mismo libro lo anuncia desde las primeras líneas, pero a mi parecer de forma muy contundente en las últimas páginas del segundo capítulo, presentadas bajo el subtítulo “Piel de lobo”. 

Entre todos los que se dejan escuchar en ese pequeño apartado, particularmente son dos los aspectos que me interesa retener. Y con el fin de extraer estos puntos clave que guíen una posible lectura del libro en su conjunto, me permito glosar muy someramente algunos fragmentos del apartado en cuestión. Entonces, el primero de esos aspectos reluce en la inquietud por lo que allí se denomina la aporía del tiempo, es decir, el sitio en el que al menos dos tiempos discordantes se encuentran. No es necesario ir muy lejos para imaginar en concreto este problema: se trata, por ejemplo, de la lucha entre cada generación con su precedente, pero también con la que le sigue. En efecto, suele haber allí una discordia entre los lenguajes de cada una de ellas, o entre las vestimentas de una época anterior y la nueva, que en el texto se corresponden con las posiciones reaccionaria y progresista. Sin embargo, nunca es posible identificar en su supuesta pureza ni lo solamente nuevo ni lo solamente viejo, porque aunque en cuanto a las edades o el número de años se puediese “determinar” a los viejos y los nuevos, lo cierto es también que todos ellos habitan una contemporaneidad. Y justo ahí surge la aporía, en la nunca total coincidencia ni resolución de una época con respecto a sí misma. Con lo que ahora es posible aislar ese primer rasgo que dice: hay la aporía. Que a su vez puede derivar en un impasse.

El segundo aspecto remite a las operaciones de las que se vale cada posición para intentar la resolución dicha aporía. Tarea que se revela imposible en lo que atañe a la lógica interna de este binomio.  De un lado, el de la razón progresista, el recurso es la narrativización utópica, de cara a la pura positividad del futuro y el adelantamiento hacia él, pretendiendo desasirse de todo vestigio anterior. Del otro lado, el de la razón reaccionaria, el recurso es la desnarrativización, que además se vale de la apelación a la pedagogía de un pasado aparentemente absoluto e ineluduble. Ahora bien, estas operaciones son relacionadas por Moreiras, respectivamente, con una distinción, a partir de Benjamin, entre las estructuras de la novela y el cuento. Mientras que en el primer caso lo que prima es precisamente la narrativa, así como la conceptualización, en lo que concierne al cuento lo que importa es más bien la repetición de estructuras de afectos y sustancias temporales. De modo que, si la utopía narrativiza, la reacción repite, o al menos intenta repetir. Pero, en esa alternativa, llama la atención que, en su recorrido, el texto sitúe la infrapolítica del lado de operaciones efectuadas por miembros de la reacción bornónica o cercanos a ésta, en algunas novelas de del Valle-Inclán: ¿acaso la infrapolítica según el libro que aquí tratamos es entonces una posición reaccionaria? 

Quizás la pregunta parte de falsas premisas. O falsas al menos en relación con el texto mismo. Porque si hay allí un singular interés por los personajes de la reacción, se debe menos a lo que éstos hayan o no hecho desde una alternativa política, que a la repetitiva producción de un resto que desestabiliza la organización misma por la que esa alternativa es posible. En cierto modo, me parece que hay implícito en el texto una suerte de ventaja subjetiva de la reacción con respecto al progresismo. Allí en donde éste se distingue por su absoluta positividad, autorreferencialidad y voluntad de poderío, la reacción habita la contradicción de anhelar un pasado que ya siempre de antemano sabe irremediablemente perdido. Si el progresista no deja de avanzar, o en todo caso eso cree, pero tampoco de construir el relato de su legitimación, por el contrario el reaccionario no solo no puede seguirle, sino que tampoco puede retroceder porque de hecho no hay hacia donde hacerlo. El suyo es más bien el lugar de la repetición incesante de un impasse aporético, el de recuperar un tiempo de antemano perdido. De este modo, si uno de los dos personajes reaccionarios que retoma Alberto, en favor de la causa se deshace de todos sus bienes que son representación de esa misma causa, el otro de ellos pone sobre su cuerpo un solo rasgo de esa causa, la piel del lobo, pero de modo tal que desorganiza desde dentro su propia razón principial. Es decir, que el intento de salvación o conservación de la causa resulta ser su perdición. Habrá que ver, por otra parte, lo que resulta de esta contradicción. 

Pero hasta aquí, ojalá que estos tirones fragmentarios por lo menos contribuyan a despertar interés en la lectura del libro. Por mi parte, detengo la glosa en el punto cuando por fin es posible aislar los dos aspectos a los que me referí hace un momento. Ha sido la figura de la reacción el lugar en el que éstos se han revelado; a saber: el hecho de la aporía y el de la repetición. Mientras que la forma de la presentación de estos rasgos es la de habitar una incesante y violenta repetición aporética. Puedo ahora decir que esta formulación muestra el estilo, o siquiera uno de los estilos con los que el libro funciona. Porque el libro Infrapolítica es menos una exposición de contenidos, que la operación, la ejercitación de aquello mismo que pretende enunciar. Es decir, que cada uno de los nueve capítulos que lo conforman es cada vez la repetición de un gesto aporético. Más específicamente todavía, cada capítulo repite el tener que vérselas con las variaciones de la forma de estos desencuentros. Desde este estilo, entonces, Alberto Moreiras cuenta, no relata ni narra, sino que cuenta un cuento. Pero uno que nunca es el mismo.  

Ahora bien, ¿en torno a qué va ese contar? El cuento cuenta el resto que hay en la siempre irresoluble e irruductible distancia entre dos términos: ser y pensar, vida y política, historia y acontecimiento. Y lo que de estos pares resalta parincipalemente es el intento de captura de uno por el otro. Si en la identificación de ser y pensar, por ejemplo, se puede ubicar el destino ontoteológico de Occidente, de igual modo es cierto que el único signo de esa identificación no es generalmente sino su representación. Por lo que dar un paso atrás quizá nos lleve al pasaje por su insistente movilización desestabilizadora. De allí que el acto recurrente en las variaciones ofrecidas por el libro sea precisamente la destitución de una organización, a partir del principio mismo que la posibilita. Así, el aparente sometimiento a la ley divina por encima de la humana, permite a Antígona producir un resto ya siempre insistente afuera de la política. Es la ley, aunque recuperada en cuanto objeto parcial, la que desestabiliza esa misma ley. O también, frente a Heidegger, para María Zambrano no es sino la falta de una herencia lo que permite producir un cierto destino afuera del destino ontoteológico. Pero tal vez más claramente en relación con Reiner Schürmann, el principio de anarquía que pide la desestabilización de toda organización sigue siendo él mismo un principio organizativo por desestabilizar, ¿ad infinitum?  

Estas son sólo tres de las variaciones ofrecidas por el libro, en las que lo alterado, lo desestabilizado, lo removido es la característica lógica binaria del pensactuar occidental. Para Antígona no se trata de elegir entre someterse o no a ley, para Zambrano tampoco se trata de reificar la necesidad o no de una herencia, como para los reaccionarios carlistas retratados en el libro, aún sin proponérselo, la opción deja de ser entre reacción y progresismo. En todos estos casos lo que hay es la producción de un gesto irreductible a la organización de cada una de esas alternativas. Una producción que, siendo aparentemente posterior en el tiempo, no obstante es de igual modo anterior a la alternativa misma: he allí la introducción de otra aporía. En todas estas variaciones se trata menos de elegir una opción de la alternativa, que del pasaje entre ellas.  No se trata tanto de la aternativa que va del fort al da, con su consecuente riesgo reificante, como del juego de su repetición, el pasaje entre la ausencia y la presencia, anterior a la organización de ese binarismo, pero por la que cada término no es sin su “contrario”; por lo demás: ¿quién podría decir qué es primero, si la ausencia o la presencia? La repetición lo es del impasse aporético. Pero habitar esa aporía es al mismo tiempo cancelar la posibilidad de captura por parte de cualquiera de sus costados. Ni solamente ser ni solamente pensar, ni solamente vida ni solamente política, ni solamente historia ni solamente acontecimiento. ¿Habría que señalar en ese entre el lugar de la infrapolítica? 

Por otra parte, ¿qué supone eso para la más clásica decision y militancia política? Personas a diario mueren, son encarceladas, asesinadas y marginadas por decisiones de índole política y hegemónica; aunque les llamemos ontoteológicas, ¿qué de la infrapolítica en relación con ello? Toda vez que el acto repetitivo de ese entre es también la violenta insistencia en la desestabilización de los términos de cualquier organización principial. Incluidos los del activismo militante de izquierdas. Nuevamente, sería un falso problema suponer que este libro nos hace escoger entre la acción y la inacción. Pues no deja de incluir una cierta actividad la retirada de la que allí se habla, el paso atrás de la identificación entre vida y política, pero también de cualquier otra identificación capturante y sustantivante de un real sin cabeza. Se trata aquí de una actividad ya no sujeta a los límites de cualquier binarismo representativo. Aunque, a decir verdad, no hay tampoco lógica representativa y ontoteológica que no contenga ya el entre de su desestabilización. Por ello, quizás el libro es de hecho él mismo un resultado de su aporía epocal: en efecto, ¿se trata de una apuesta discursiva posuniversitaria sobre la infrapolítica o es por sí mismo una apuesta infrapolítica en acto? Quizás no solamente una u otra, pero sí el entre las dos, de donde queda un resto producido por su propia paradoja; a saber: que las únicas instrucciones son que no hay instrucción alguna. 

Por otra parte, el paso atrás de la desestabilización de la instrucción que dice que no hay instrucción, el paso atrás del principio sin principios, no va sin su correlato instituyente. Lo que abre una pregunta cuyo abordaje echo de menos en el libro: en esa incensante repetición, siempre hacia atrás, en retirada, ¿qué hay de su fin, es siquiera pensable? Sin eludir la ambigüedad que supone siempre hablar de fines: ¿es esta una repetición terminable o interminable? ¿O será acaso de nuevo otro falso dilema? Me parece que hay allí todavía una discusión pendiente en relación con las luchas concretas desde la subalternidad, de las que el mismo libro dice no desentenderse, sino al contrario: ¿“qué hacer” en medio de la paradoja?

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*Una versión de este comentario fue presentado en el marco de la presentación del libro en la serie “Conversaciones a la intemperie” del 17/instituto de estudios críticos.

Pious Humor: on José Luis Villacañas’ Freud lee el Quijote. By Gerardo Muñoz.

villacanas freud leeThe almost banal simplicity of the title of José Luis Villacañas’ most recent book, Freud lee el Quijote (La Huerta Grande, 2017), could incite false expectations. This is not a book about the esoteric references of the Quijote in the father of psychoanalysis, and it is most certainly not a psychoanalytic contribution on Cervantes, the author. Although these principles are at the center of Villacañas’ meditation, they do not exhaust his argument. There are, I think, at least two other important premises that deserve to be noted at the outset: on the one hand, Freud lee el Quijote is a continuation, a sort of minimalist diagram, of Villacañas’ massive Teología Política Imperial (Trotta, 2016); while on the other, it is an exoteric ongoing polemic with Carl Schmitt, who understood Quijote as a Catholic hero of the European destiny in the wake of secularization and the crisis of the Catholic ratio. Although Villacañas does not explicitly cite Schmitt’s early essay on Quijote (preferring to polemicize with the late work Hamlet or Hecuba), Schmitt lingers as an accompanying shadow figure throughout Villacañas’ intervention [1].

It must be said that, at a time of contemporary debates around political theology and the future of Europe, Freud lee el Quijote is a salient exposition of a decisive question on the political and historical defeat. Villacañas’ book is really about an affirmation of defeat as an irreducible condition of the political. It does not come to a surprise that Villacañas is fully honest when he writes in the prologue: “… [este libro] es mi hijo menor, pero en verdad el de más larga gestión, y el más querido de todos mis libros” (Villacañas 9).

The names of Freud and Schmitt work jointly and at opposite ends and they limit the frame of Villacañas’ strong reading of the Quijote. The central idea is that Cervantes wrote neither a work of cruelty or tragedy, nor of comedy.  El Quijote for Villacañas is a work of humor. But let us step back from this assertion. Villacañas is generous and attentive to the archival sources (Freud’s letters to Silberstein, among other things), which allows him several factual connections, such as the mimesis between the Academia Española as an antecedent of the Psychoanalytic Association, or even the Coloquio de los perros as a formal precedent of the psychoanalytic session. But more importantly, these juxtaposed scenes pepper the ground for the question that Villacañas is after: how to think the heroic figure of the Quijote, and what relation does it contract with the origin of psychoanalysis?

Villacañas’ thesis is that the Quijote is an eruption beyond the comic and the tragic into the humorous. This is, he tells us at the very end, a process of moral rationalization that Freud understood only after Cervantes’ discovery of the “pious humor” (humor piadoso) (Villacañas 25). To understand the way to Freud’s reading of humor in Cervantes, Villacañas first needs to cross paths with Schmitt. He recalls that in Schmitt’s reading of European secularization, there are three potential mythical representatives. We should bare in mind that the three are intellectual representatives: that of the Catholic Quijote in Spain, the Protestant Faust in Germany, and that of the rational and doubtful Hamlet, pulled by the tragic phantasm of the Law-Father. Throughout the essay, Villacañas wants to correct Schmitt’s perhaps too hasty typology of the first heroic type. It is not that Villacañas wants to dispute Schmitt’s circumscription of Cervantes’ Quijote into the Spanish catholic tradition; the problem is that Quijote only emerges in the ruinous aftermath of the catholic imperial ratio. Quijote in La Mancha is an existential and moral figure of a defeat that confronts reality without resentment or guilt. Hence, Quijote, like the Marranos and the Spanish pícaro, affirms without reserve the time of the interregnum as a profane Post-Reform location. Spain is the land of a double fissure into modern secularization. Villacañas tells us:

“…allí donde dominó el catolicismo nacional posterior, tal proceso fue imposible, pues ese catolicismo se puso al servicio de toda tradición mundana. Entre un catolicismo que ya no podía ser universal y un Estado que nunca sería soberano, don Quijote es el héroe errante en un mundo escindido y roto, sin soberano estatal ni Iglesia universal: el mundo español. Por eso es que es mito existencial y concierne a cualquier español que reflexione sobre su destino histórico” (Villacañas 32).

Cervantes’ profane epoch is that of the newborn Leviathan, which Villacañas reminds us did not need to wait for Hobbes, since the myth was noticed by Juan de Santa María, a Felipe III’ censor, in his Tratado de república y policía cristiana. The mythic Leviathan demolishes the old principles of medieval history based on the absolute potentiality of God in the name subjective freedom protected by the new mechanicist secular state (Villacañas 34). Up to this point, this narrative is very much consistent with Schmitt’s The Leviathan in the State Theory of Thomas Hobbes. But Villacañas abandons Schmitt when contenting that Quijote cannot amount and should not be reduced to a mythical Spanish katechon. Quijote is, in fact, the very opposite of any positing of time restrainer of terrestrial time. He is, unlike Schmitt, not the last witness of the European ius, but the prima witness of the time of ruin and devastation: “Don Qujiote es un héroe católico, pero su figura emerge de entre las ruinas de Roma y del Imperio” (Villacañas 37). Villacañas seems to place Schmitt, vis-à-vis Quijote, on its head: whereas in Hamlet and Hecuba, Shakespeare’s tragedy inscribed the irruption of history within the work, in Cervantes’ Quijote irrupts the historical end of the roman imperium, and the Catholic Church as form of the gnosis. But how does the humor play out within this configuration?

Quijote represents a turning point of the triumph of the modern gnosis, which in a turn to Hans Blumenberg’s Legitimacy of the Modern Age, equips Villacañas with the possibility of fleeing the stereotype of the reformist and salvific composition of the modern subject. For Villacañas, Don Quijote “es la paranoia del impotente y del solitario, mientras el reformado se entrega a la experiencia entusiasta y sin fisuras del que es consciente de su poder y lo ve compartido por los que confiesan con él” (Villacañas 68-69). Quijote is a marrano figure away from Protestant salvific subjection, but also turning its back to the messianic kingdom of the Catholic fidelitas. The wonder and uniqueness of the Quijote is that he represents a third option that does not run through resentment or will to power, since its compensation is a pious humor in the face of the ruinous and the powerlessness (impotencia). Villacañas summarizes the point in an important moment of his book:

“Lo decisivo está en la forma de interpretar las derrotas. La autoafirmación moderna no trata de culpabilizar a un poder mágico por sus fracasos, ni a una finalidad perversa del mundo, ni a un manipulador chapucero y cruel, sino solo a una falla del principio epistemológico respecto a lo real, lo que constituye un nuevo reto a la curiosidad” (Villacañas 73).

The disheveled Quijote can only compensate the wake of the imperial absolute trauma with humor. This is a complex game, Villacañas notes, since it is done through phantasy as the possibility of exodus for what otherwise could amount to the acceleration of the death drive, the sublimation of the Ideal, and the proximity with the speculative teleology of the genius and the superhuman. This latter was the rubric by which German Romanticism read and appropriated the “Catholic” myth as fetish after the failure of the Protestant bourgeois transformation. The work of humor is the possible thanks to the work of self-affirmation in the face of tragic finitude: “Está diseñado para mostrar la finitud del héroe que un día fuimos, y que todavía somos, y ese el trabajo del humor, el que asegura a pensar de todo el triunfo del yo y su condición narcisista” (Villacañas 88). While the joke and comedy are blind to loss, Villacañas goes as far as to claim that the joke or the prank are always potentially on the side of aggression (Villacañas 92). Not so the humor, which can divide itself in a psychic equilibrium between the Ego and the Super-Ego, between the playfulness of the youngster and the theatrical seriousness of the elder. The joke, as reactive mechanism, does not recoil back to the Ideal. Humor – as in “tiene sentido de humor” – is always a singular form of humility.

This is, at heart, the latent gnosticism of Cervantes as Quijote, and Quijote as Cervantes. The function of comedy, which Giorgio Agamben has elevated in work as a phantasm of Italian culture and of his own potenza, dissolves in the Hispanic Marrano tradition in which Villacañas places Quijote as a humorous figure [2]. The work of compensation of the super-ego makes humor a substrate of the psychotic figure of disbelief, while affirming the narcissist drive of a modern fragile and gracious “I”. It makes sense that Villacañas argues at the end of his book this superego cannot be tyrannical (Villacañas 99). This could open rich and important discussions that we can only register here.

As a treacherous hidalgo, Alonso Quijano is never a psychotic leader, but a humorous madman. And humor is only an aftereffect of an epistemological rupture of the modern, of an unclear and unforgotten defeat that characterizes modern man, and that characterized, no doubt, Cervantes himself in his attempt to find a proper balance to nihilism. But, did he succeed? The book does not say openly, but it is fair to say that the impossible balance to nihilism is also symmetrical to the nihilism of the political.

 

 

 

 

Notes

  1. Schmitt in his early essay on Quijote notes some of the aspects that he will take up in the late book on Hamlet, such as the “image of the Hispanic heroism”, and the “great sense of humor of the work”. See, “Don Quijote un das Publikum” (1912). There is a Spanish translation of the essay by Isabel Moreno Salamaña (2009).
  2. For Agamben on the comic as a category of Italian thought in the wake of Dante, see “Comedia” in Categorie italiane: Studi di poetica e di letteratura (2010). Most recently, this is also the problem at the heart of his book on the Neapolitan puppetry figure Pulcinella, Pulcinella ovvero divertimento per li regazzi (2016).