Los partidos políticos están supervisados por las grandes corporaciones. Es un hecho evidente en la época en que el capitalismo se apoderó de todas las construcciones simbólicas de la sociedad. En el caso de Podemos , y esto le otorga toda su especificidad, se trata de la reinvención de otra izquierda, que sin ceder en su vocación emancipatoria, no hay ningún dispositivo corporativo que aún lo controle. En este aspecto, Podemos salvó el honor de España, mientras Europa está atravesada por el giro neoliberal de la socialdemocracia y el nuevo neofascismo neoliberal.
Sin embargo, y España ya ha tenido sus experiencias históricas al respecto, Podemos al estar a solas consigo mismo, está entregado a la psicología de masas y las peores pasiones narcisistas. Lo que Lacan, quien parafraseando a Hegel, denomina “la lucha a muerte por el puro prestigio”. Podemos ha confirmado de un modo fatal que no todo es simbolizable en una organización política. Una vez que se sale del afecto primordial del grupo fundante e instituyente, el aluvión de rivalidades, disputas por el reconocimiento, pasiones desatadas por el narcisismo de las pequeñas diferencias y por último el trabajo de la pulsión de muerte. Donde se está dispuesto a perder todo, incluyendo el propio lugar, con tal de no ceder la posición narcisista. Pensar que sólo se debate por genuinas diferencias políticas y estratégicas, es pensar que en Podemos todo pasa por lo Simbólico y que los enunciados significantes agotan toda la cuestión.
La única posibilidad de evitar el desastre, cuando no se está monitorizado por corporación alguna, es que Podemos conquiste colectivamente desde sus bases una “interpretación” donde se admita que habita un plús de gozar en el interior mismo de las diferencias políticas que se enuncian. Sólo tocando ese más allá de lo simbólico, y llamando a deponer las armas del goce narcisista y mortífero, se puede quizás salir de este trance paradójicamente horrible e interesantísimo a la vez.
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