Te agradezco, Germán, el tiempo que te has tomado para esta reacción a mi texto, pues sé que estás y estamos todos muy distraídos siguiendo el proceso de Vistalegre 2 y queda poco tiempo para excursiones teóricas de importancia no inmediata. Yo seré breve aquí, para no aburrirte a ti ni al personal que nos lea, pero quiero marcar que a mi juicio la conversación que espero quede abierta es significativa, porque toca extremos del asunto que alguien tiene que tematizar seria y largamente. Dejemos a un lado, para no causar interferencia, el asunto al que nosotros nos referimos como “posthegemonía,” que es una forma de pensar políticamente en sí plural y por lo tanto en cualquier caso no limitada al libro de Jon Beasley-Murray, con el que dices que no estás de acuerdo. Creo que lo que vincula la posición de Jon con otras de nuestra corriente, por llamarla así, es un rechazo político (en primer lugar; teórico solo en segundo lugar) de la noción de organización o de liderazgo verticalista así como un rechazo a todo identitarismo. Así que no creo que sea tan fácil dejar a un lado la posthegemonía, en esos términos, pero fantasmalicémosla para no enredarnos en cuestiones terminológicas.
Repaso tu texto, que me parece muy preciso, y encuentro que estamos de acuerdo en todo excepto en que, como dices, “la hegemonía” sea “el único horizonte político posible hoy en nuestras sociedades.” Estamos de acuerdo, sin embargo, en que la aplicación concreta de la teoría de la hegemonía al “sistema” de Podemos está en crisis—esto no es trivial, pues aunque muchos piensen, por inercia antiteórica, que la crisis es política, yo creo que la crisis es fundamentalmente teórica, en el sentido de que sus efectos políticos se explican en gran medida como deriva de presupuestos teóricos equivocados. También estamos de acuerdo en que necesitamos “menos significante vacío y más republicanismo y reparto de poderes.” Y en que el populismo “duro” no va a ninguna parte excepto a la catástrofe o a la inopia—o a la inopia después de la catástrofe, porque aunque gane perderá. También, por supuesto, en que no es necesario afirmar que la articulación contrahegemónica en Podemos pase necesariamente por Pablo Iglesias.
¿Cuál es, entonces, el problema teórico? Tú dices que “no debemos abandonar el niño hegemónico con el agua sucia de los problemas ahora aparecidos.” Pero, ¿y si ese niño hegemónico está íntimamente vinculado a esa forma particular de la suciedad del agua? ¿Y si esos problemas que están apareciendo, y que sabemos que no se resolverán sino que tenderán a volverse endémicos bajo los postulados presentes, fueran consustanciales, el reverso necesario de la teoría de la hegemonía? Me dices que, en el texto de abajo, “El quiasmo de Podemos,” establezco una diferencia demasiado fuerte entre parresia y hegemonía. Repito brevemente la tesis que traté de exponer: hay parresia y hegemonía por ambos lados, por el lado de Iglesias y por el lado de Errejón, pero ambas están en cruce quiasmático invivible. Iglesias no quiere ser reducido a la función de significante vacío que le asigna Errejón, y Errejón no quiere ser reducido a la función consensual que le asigna Iglesias. Al mismo tiempo, pero desde posiciones cruzadas, Iglesias no querrá, después de las elecciones, someterse a ninguna función consensual, y Errejón, suponemos, leyendo más allá de lo que él dice, tampoco querrá someterse a la condición de significante vacío. Así, y por ambos lados, la función parrésica cortocircuita la función hegemónica, y la función hegemónica cortocircuita la función parrésica. Pero a mí me parece, política y no teóricamente, o no solo teóricamente, que este quiasmo no es anecdótico, sino que es consecuencia necesaria de la “hipótesis Podemos” y de las decisiones organizativas que se tomaron en Vistalegre 1, que, como sabemos, salieron casi enteritas del manual laclauiano, cuando no de esa voluntad tan argumentada de la “latinoamericanización” o “plebeyización” de la política española (que a mí, como latinoamericanista, siempre me ha dado algo de grima).
¿Por qué no empezar a entender que hay una falla lógica (u ontológica, como a él le gustaba decir) en la teoría de Laclau, que es que el líder, proyectable en la pureza de la teoría como mero “significante vacío,” no lo es en realidad nunca. El líder es portador de la palabra plena, porque es portador de la decisión política en última instancia (o en primera instancia, según). El líder no puede abandonar la función parrésica, a riesgo de convertirse en una marioneta. Pero un líder en función parrésica es también una perversión de la función parrésica, puesto que, en parresia, es el líder el objeto de la crítica. Así, el líder, en la teoría de la hegemonía, o es mero significante vacío (pero ni Perón lo fue) o bien el líder tiende al verticalismo despótico, y no porque sea un mal tipo, sino porque esa es la lógica política que tiene a su disposición. (Haría falta ser muy buen tipo para sustraerse a ese problema, un santo casi, pero sabemos que los santos no viven en la política.)
Lo que pienso es que hay que eliminar la “función líder” de la teoría de la hegemonía–hay que ir hacia lo que otros están llamando anarco-populismo, o ciudadanismo, esto es, populismo sin líderes. Así se respetan las condiciones mínimas del populismo–antagonismo e inclusión–sin proyectarlos hacia sus vicios terminales, que son el verticalismo y el identitarismo. El que usa la construcción del enemigo hacia dentro es el identitario. El que proyecta la construcción del enemigo de forma sobredeterminada hacia la (no) ejecución del consenso es el verticalista. Estamos en un momento en que el entorno de Iglesias se mueve rápidamente hacia el verticalismo identitario—y, de nuevo, no hay por qué acusarlos de malvados. Es la lógica política que tienen delante (o detrás) la que los lleva a eso.
Quiero terminar, para no hacerme largo, con dos comentarios recientes, uno de Jorge Alemán, que me pasó Gerardo Muñoz de su muro de Facebook. Dice: “Los partidos políticos estan supervisados por las grandes corporaciones. Es un hecho evidente en la época en que el capitalismo se apoderó de todas las construcciones simbólicas de la sociedad. En el caso de Podemos, y esto le otorga toda su especificidad, se trata de la reinvención de otra izquierda, que sin ceder en su vocación emancipatoria, no hay ningún dispositivo corporativo que aún lo controle. En este aspecto, Podemos salvó el honor de España, mientras Europa está atravesada por el giro neoliberal de la socialdemocracia y el nuevo neofascismo neoliberal. Sin embargo, y España ya ha tenido sus experiencias históricas al respecto, Podemos al estar a solas consigo mismo, está entregado a la psicología de masas y a las peores pasiones narcisístas. Lo que Lacan, parafraseando a Hegel, denomina ‘la lucha a muerte por el puro prestigio.’ Podemos ha confirmado de un modo fatal que no todo es simbolizable en una organización política. Una vez que que se sale del afecto primordial del grupo fundante e instituyente, el aluvión de rivalidades, disputas por el reconocimiento, pasiones desatadas por el narcisismo de las pequeñas diferencias y por último el trabajo de la pulsión de muerte. Donde se está dispuesto a perder todo, incluyendo el propio lugar, con tal de no ceder la posición narcisista. Pensar que sólo se debate por genuinas diferencias políticas y estratégicas es pensar que en Podemos todo pasa por lo Simbólico y que los enunciados significantes agotan toda la cuestión. Sin embargo , la única posibilidad de evitar el desastre, cuando no se está monitorizado por corporación alguna, es que Podemos conquiste colectivamente desde sus bases una “interpretación” donde se admita que habita un plus de gozar en el interior mismo de Podemos las diferencias políticas que se enuncian. Sólo tocando ese más allá de lo simbólico, y llamando a deponer las armas del goce narcisista y mortífero, se puede quizás salir de este trance paradójicamente horrible e interesantísimo a la vez.”
¿No es obvio, y muy posiblemente Alemán no estaría de acuerdo, que ese plus de goce es incompatible con el cierre paterno-simbólico que es consecuencia necesaria de la teoría de la hegemonía? El más allá de lo simbólico—el lugar de lo que nuestro grupo llama infrapolítica—no es accesible desde una articulación hegemonizante de lo político, excepto en éxodo con respecto de ella.
Y esta otra cita es de un artículo que publicó ayer Santiago Alba Rico: “Para los que tuvieron razón en el minuto uno, y que la tienen también en el minuto tres y la conservarán al final del partido, una vez consumada la derrota, el análisis es meridiano: en Vistalegre I se impuso la propuesta menos participativa, la más vertical, la que concedía más poder a la sucinta ejecutiva en detrimento de los Consejos y los Círculos. Es verdad y muchos, desde distintas posiciones, advertimos sobre los peligrosísimos límites del marco organizativo al mismo tiempo que nos resignábamos a los acuciantes limites de la realidad política, que obligaban a montar un engendro muy flexible y muy expeditivo para poder afrontar con mínimas garantías el exigente calendario electoral. Retrospectivamente es fácil llamar la atención sobre el atroz legado de Vistalegre I olvidando su funcionalidad y eficacia en la tarea acometida. El marco organizativo surgido de la Asamblea de 2014 era tan malo como bueno y por las mismas razones; y que finalmente lo malo pudiese ser corregido dependía en gran parte de que lo bueno dejara de serlo; es decir, de que, terminado el ciclo electoral, ese marco se revelase al mismo tiempo inútil y exitoso: inútil precisamente por exitoso. Nadie puede negar que si se hubiesen ganado los comicios o al menos se hubiera superado al PSOE, al que en todo caso se hirió de muerte, hoy se afrontaría Vistalegre II con menos tensiones y más voluntad de negociación y entendimiento.”
Puesto que no se ganaron esos comicios ni se superó al PSOE, ¿no será necesario—obviamente, ya después de Vistalegre 2—hacer un repaso sistemático de esos trastornos de teoría que no son en absoluto independientes del marco teórico, sino totalmente consustanciales a él? Hablamos de un análisis parergónico, de una destrucción del marco en cuanto horizonte último u horizonte absoluto de la cosa. Dices que la hegemonía es “el único horizonte político posible hoy en nuestras sociedades.” Quizá, pero ¿quién quiere ceñirse a un horizonte fijado e inmóvil? El horizonte sustancializado hace de la práctica política una obra o ergon. No lo es. La política se juega en el parergon. (A esa parergonalidad de la teoría le llamamos nosotros posthegemonía, y !perdón por reintroducir lo que dije que iba a dejar suspendido!)