(Tecnologías de la memoria, segundo protocolo)
Sergio Villalobos-Ruminott
Apocalipsis en Dresde

Desde el punto de vista de su posibilidad llamada trascendental, la lógica de la autobiografía se fundaría en un momento de radical reflexividad. Según la concepción idealista, la empresa autobiográfica está condicionada por una lógica de la autopresencia en la que lo buscado es la coincidencia del sujeto consigo mismo mediante una doble representación: representación de vida en escritura, pero también representación de escritura en vida. Para que la vida –la vida propia— pueda representarse en escritura, está supuesto que la escritura como sistema de representación encuentra una analogía estructural del lado de la vida, que permita que esta se abra al registro autográfico.
Alberto Moreiras, Tercer espacio y otros relatos (163)
1. – Intentaremos presentar hoy la relación entre escritura autográfica y hermenéutica destructiva, apelando a dos escritos genéricamente catalogados como memorísticos, con la intención de mostrar en su economía específica la puesta en suspenso de los presupuestos que organizan tanto a las narrativas autobiográficas como a las memorias reconstructivas. Para tal efecto, haremos uso de la problematización de la autobiografía y de la noción de autografía elaborada por Alberto Moreiras. Una vez hayamos determinado nuestro punto de partida, intentaremos leer las memorias de Reiner Schürmann y William Spanos, dos pensadores heideggerianos, pero no para atender a sus contribuciones teóricas o críticas, sino a la forma en que ambos movilizan una estrategia autográfica y destructiva cuyas consecuencias debemos ponderar. Todo esto en el entendido de que la escritura y la misma literatura constituyen prótesis técnicas de la existencia que inciden, tecnológicamente, en la constitución de procesos de subjetivación. El objetivo entonces es bastante acotado, desentrañar lo que está en juego en esta problematización de la lógica subjetiva y equivalencial de la auto-bio-grafía, para avanzar en la consideración crítica de la lógica del viviente y en la reducción entrópica de la existencia a modelos estandarizados. Es esto lo que, bajo la pregunta por las tecnologías de la memoria, nos llevará en un momento posterior a preguntarnos por el trabajo de algunos autores literarios latinoamericanos.
2. – Me gustaría partir este breve protocolo citando (en el epígrafe) el comienzo del capítulo ‘Autografía: pensador firmado (Friedrich Nietzsche y Jacques Derrida)”, del libro de Alberto Moreiras, Tercer espacio y otros relatos, recientemente publicado por Ediciones Splash (2021), y qué, como nuevo volumen, recupera aquel ya publicado en Chile, el año 1999, bajo el título Tercer espacio: duelo y literatura en América Latina, incorporando a este una serie de textos inéditos que hacen que la segunda publicación sea, en más de un sentido, tan singular como la primera. En efecto, esta repetición está cargada de diferencias, pues aunque el capítulo dedicado a las complejas relaciones entre escritura y vida parece no haber sufrido modificaciones, ocupa sin embargo un lugar distinto en cada volumen, para no mencionar las infinitas variaciones que distinguen el horizonte de lectura en 1999 y en el 2021. Como diría Borges, pensando en Pierre Menard, a pesar de la exacta similitud entre ambos textos, la diferencia entre ellos podría ser abismante.
No quiero exagerar, pero me interesa sostener que las condiciones de posibilidad para la lectura del capítulo en cuestión han cambiado drásticamente, pues dicho a la rápida, la primera publicación pasó más o menos desapercibida en el amplio campo de discusión en el que el mismo libro pretendía inscribirse. Diría incluso que el horno no estaba para bollos, y que la aparición de Tercer espacio en 1999 no pudo fracturar la consolidación de un cierto horizonte optimista relacionado con la superación de los procesos dictatoriales y la “refundación” de las democracias latinoamericanas, las que paulatinamente parecían inclinarse hacia agendas reformista vinculadas con lo que, posteriormente, se identificó con la Marea Rosada latinoamericana. En efecto, Tercer espacio traía a la discusión una serie de tópicos que emergían gracias a la erosión del fundamento onto-teológico de los procesos de identificación cultural y política que habían definido y seguían definiendo las agendas del campo intelectual latinoamericano. Esta erosión o substracción, hay que tenerlo claro, no se debía al debilitamiento de las tradiciones hermenéuticas del latinoamericanismo por parte de las nuevas tendencias post-estructuralista y postmodernas, como se suele argumentar pobremente, sino que es la consecuencia de la misma globalización neoliberal implementada desde ese entonces. En este sentido, Tercer espacio intentaba pensar la producción literaria latinoamericana más allá del horizonte historicista que había leído esta literatura según los procesos autotélicos de identificación y formación nacional, esto es, intentaba leer la imaginación literaria más allá del contrato social distintivo del moderno Estado nacional latinoamericano, en el entendido de que esta posibilidad inesperada se acentuaba como efecto involuntario de la misma globalización.
Hoy en día, gracias a las transformaciones del campo cultural latinoamericano, a la proliferación de los estudios culturales, subalternos y post-coloniales, a la consolidación de los estudios sobre medios y mediaciones tecnológicas, al impacto del big data y de la llamada gubernamentalidad algorítmica, junto a la profundización del horizonte biopolítico y al cuestionamiento de los aspectos devastadores del capitalismo contemporáneo, sin descontar la misma problematización de la vida, de sus representaciones y jerarquías, se hace evidente que la literatura, es decir, la práctica escritural distintiva de la modernidad política y cultural occidental y, en América Latina, el vehículo fundamental en la producción de procesos de identificación y organización del poder (hegemonía), ya no tiene el lugar que solía tener. En efecto, más allá de las diversas declaraciones sobre el fin de lo literario y sobre el agotamiento de las mediaciones letradas en la formación de procesos de identificación cultural y organización política de las sociedades contemporáneas, lo cierto es que la llamada literatura nacional o regional ya no parece ocupar un lugar privilegiado en las articulaciones de saber y poder. Sin embargo, sin intentar acotar o resumir la importancia de esta nueva publicación de Tercer espacio –la que habrá que ponderar con más tiempo, sobre todo en su relación con la cuestión misma del relato, esto es, de la metaforicidad movilizada en la construcción de una determinada narrativa sobre la historia y sobre el sujeto—, quisiera apuntar ahora al problema de la autobiografía, a la diferencia entre esta y la autografía, y a lo que estaría en juego con la suspensión de la lógica del viviente y el presupuesto equivalencial que definen al género autobiográfico (no solo en sus versiones canónicas o idealistas), tal cual se desarrolla en el mencionado texto de Moreiras.
3. – Nos dice el epígrafe que hemos seleccionado como entrada a nuestro protocolo que la condición de posibilidad de la autobiografía está dada por una cierta lógica de la correspondencia o equivalencia entre vida y escritura, lógica que no puede esconder su petitio principii, a saber, la de estar posibilitada, a su vez, por la postulación de un tiempo sin tiempo en el que se pasaría revista a la vida y se la convertiría en escritura. Se trata de un momento originario que, estando supuestamente antes de la historia, haría posible el contrato entre vida y escritura (entre literatura y ley en la modalidad de un cierto contrato social). Ese tiempo sin tiempo, como momento soberano en que el sujeto se sustrae al tráfago de la historia, no es sino aquel postulado momento originario en el que accederíamos a la plenitud de una presencia sin sombras, desde donde se ordenan los hechos y la vida misma adquiere su sentido. En efecto, la autobiografía en particular, pero también las memorias, las biografías, las genealogías convencionales y la misma historiografía historicista, monumental y protocolar, la Bildungsroman y el relato político filosófico de las llamadas filosofías del sujeto o, más precisamente, de la consciencia, todas tendrían en común la posibilidad de establecer una equivalencia –racional, figurativa, metafórica—, entre vida y escritura que, anclada a su vez en lo que Derrida llamó metafísica de la presencia, no hace sino imponer sobre el carácter anárquico o disperso (scatters) de la existencia una determinada lógica que no es sino un rendimiento de la lógica archeo-teleológica que desde Heidegger hemos identificado con la estructuración metafísica de la temporalidad propia de la onto-teología occidental.
Moreiras quiere entonces, con la incorporación de la noción de autografía, suspender esta lógica de la existencia, abriendo un horizonte problemático que ahora, después de tantos años desde la primera publicación, podemos identificar como infrapolítico. Seamos cuidadosos, no estamos diciendo, al modo del genealogista imperial, que ya aquí está el germen de la infrapolítica, pues aunque esto es plausible, lo que queremos no es tanto describir la historia secreta de una idea, sino la forma enrevesada en que trabaja el pensamiento, dejándonos aprender sus repeticiones e insistencias ya siempre de manera dislocada. Después de todo, si el contrato entre vida y escritura está basado en la posibilidad de un momento originario y auto-transparente, momento en que se le revelaría la verdad de sí al sujeto, entonces tratar de fijar el “origen” de la infrapolítica constituiría en sí mismo un gesto totalmente enemistado con ella. En efecto, al suspender el principio de identidad que permite el tránsito entre vida y escritura, Moreiras no solo cuestiona la lógica del viviente sino que hace posible la pregunta por la existencia sin clausurarla de antemano. En este entendido, me atrevería a decir que en la apertura hacia la existencia más allá de la filosofía del sujeto, se haya el denominador común no solo de Tercer espacio, sino del trabajo de Moreiras en general. Permítanme, sin embargo, dejar esta discusión para un momento posterior, y retomar ahora la forma en que la tensión entre auto-bio-grafía y autografía resulta central para nosotros, sobre todo ahora que pensamos las tecnologías de la memoria como producción de sujeto.[1]
Moreiras instala la cuestión de la escritura autográfica, cuyo rendimiento es tanto filosófico como crítico-literario, revistando la “crítica” derridiana a la interpretación heideggeriana de Nietzsche. Como saben, Heidegger elabora una serie de seminarios sobre Nietzsche, entre mediados de los 1930 y los 40s, que aparecen publicados bajo el título Nietzsche en 1962, en los que se elabora una de las confrontaciones más sostenidas y acabadas de Heidegger con algún pensador moderno. La cuestión central en nuestro caso, más allá de la problemática del nihilismo, del arte y de la voluntad de poder, todas ellas presentadas y pensadas en este volumen, es la interpretación que desarrolla Heidegger del Ecce Homo de Nietzsche, libro que es leído como una narrativa fundamental y sintomática. En efecto, si Heidegger considera a Nietzsche como un pensador fundamental, lo hace en tanto este último sería nada menos el último pensador de la metafísica, aquel que la habría llevado a su realización. La realización de la metafísica, tal cual es pensada por Heidegger, no tiene nada que ver con la cuestión del fin de la metafísica entendida al modo convencional, ni mucho menos con la pretensión de constituir un tipo de pensamiento marcadamente post-metafísico. Por el contrario, la realización de la metafísica expresada en la voluntad de poder nietzscheana, sirve de clave de lectura del Ecce Homo, el que leído al modo de un “discurso testimonial”, revelaría no solo las contorsiones y las disposiciones de Nietzsche como un controvertido profesor alemán, sino también las escaramuzas y plegamientos de la misma metafísica occidental en su ocaso. Al respecto nos dice Moreiras:
Derrida disputa aquí ciertos aspectos de la interpretación heideggeriana de Nietzsche como último pensador de la metafísica y de la unidad de la metafísica. Heidegger afirma en Nietzsche que Ecce Homo no es una autobiografía sino la culminación de la modernidad occidental, en el sentido de que lleva a la metafísica de la subjetividad a su acabamiento y consumación, e implica por lo tanto que Ecce Homo sería la representación de una totalidad y la consumación de esa totalidad. Para Derrida, sin embargo, la historia es otra. La interpretación heideggeriana solo puede sostenerse desde cierto concepto de representación, que Derrida muestra ya amenazado en la misma lógica de la autobiografía nietzscheana. (167)
Por su parte, en más de un lugar Derrida había cuestionado esta lectura, apuntando precisamente a la falta de problematización de la escritura nietzscheana en la lectura de Heidegger. Efectivamente, es la tensión entre escritura y vida, instalada desde su misma concepción de la vida como traza en De la gramatología (1967)[2], la que permite cuestionar la metafísica de la presencia distintiva de la auto-bio-grafía y la que le permite a Derrida cuestionar la lectura heideggeriana, natural o literal, de Ecce Homo como registro de una vida coherente y sintomática. Insiste Moreiras:
El concepto tradicional de representación llevaría a pensar que la autobiografía nietzscheana debería trazarse sobre la posibilidad de que la escritura de Nietzsche indujera una repetición simple, ya mimética, ya interpretativa, de un itinerario vital concluyente en el pensamiento que para Nietzsche llegó a ser el hecho crucial de su existencia: El eterno retorno de lo mismo (172).
Montándose entonces sobre esta interrogación derridiana de la relación representacional entre vida y escritura, Moreiras plantea la autografía como una estrategia para pensar dicha relación más allá no solo de la noción convencional de representación y el principio de equivalencia que la moviliza, sino también más allá de la filosofía de la consciencia y del sujeto que vuelve a subordinar la existencia a la demanda sacrificial y archeo-teleológica del sentido y su destinalidad, bajo la estrategia de un isomorfismo trascendental. Por supuesto, esta substracción de la escritura desde la metafísica de la presencia, por así decirlo, libera al texto literario de las demandas representacionales que le eran impuestas por la tradición. En otras palabras, esta substracción permite suspender el principio subjetivo (y soberano) de unificación del texto y su obliteración de la condición dislocada o dispersa de la vida. Las consecuencias de esta “suspensión de la soberanía” en relación con la literatura, más allá de las contribuciones de Moreiras en ambas ediciones de Tercer espacio, están todavía por ser pensadas, sobre todo en el horizonte crítico contemporáneo y en relación con nuestra pregunta por la condición originaria de la tecnicidad.
A la vez, y más allá de Moreiras, faltaría aún preguntarnos si acaso, y a pesar de la aguda y pertinente observación de Derrida, no habría en el mismo pensamiento heideggeriano suficientes elementos para desestabilizar no solo la metafísica de la presencia, sino la persistente reducción de pensamiento y vida a una imagen y a una lógica subjetiva y unificante. ¿Hasta qué punto aquello que hemos mencionado como constelación aletheiológica, comparecencia en el cuadrante (das Geviert) sin principio de razón, no es sino: prioridad de la condición dispersa de la existencia sobre su representación unificada (Versammlung)? Es decir, ¿hasta qué punto la llamada anarquía ontológica heideggeriana (a la que deberemos volver en otro momento) es fundamentalmente una subordinación de los efectos de unificación (gathering) a la existencia ya siempre dispersa o dislocada (scattering)?
4. – Para retomar la cuestión del tono, que tan relevante resulta para la brillante lectura derridiana de la relación entre Nietzsche y Heidegger, quizás sea pertinente ahora comentar dos memorias o autobiografías que, sin ser “propiamente” literarias, ponen en escena la problemática relación entre escritura y vida, pero lo hacen asumiendo una clara perspectiva heideggeriana. Me refiero a la memoria de Reiner Schürmann, Origins, que aunque apareció en 1976 en Francia, ha sido recientemente publicada en inglés (2016); y, junto a ella, quisiera también comentar la memoria de William Spanos, In the Neighborhood of Zero. A World War II Memoir (2010). Por supuesto, no quiero ni reproducir ni glosar lo que en tales autografías (y ahora uso esté término de manera plenamente consciente), aparecería como eje, núcleo o diégesis narrativa, esto es, como relato citable y comunicable, capaz de dar cuenta, dotar de sentido y explicar/exponer las respectivas vidas de cada uno de sus “autores”. Pero, si atendemos al giro hermenéutico de la ontología de la facticidad que marca el horizonte de la analítica existencial, entonces, el desdén de Heidegger por la autobiografía no implica el privilegio de una formalización de la experiencia según los protocolos de un saber filosófico o teorético: por el contrario, el motto distintivo de la fenomenología, a las cosas mismas, implica precisamente la instalación de la pregunta por el ser en el horizonte existencial del Dasein como ser en el mundo con otros. Por supuesto, ya en la determinación del Dasein como Mitsein y como in-der-Welt-sein se impone la pregunta por la autenticidad de la existencia, no al modo de una autenticidad atributiva, sino como disposición del Dasein a confrontar su medianía. En otras palabras, la existencia auténtica acá pensada no puede ser reducida a la representación meramente circunstancial de la vida auténtica como vida fundada en principios o valores más verdaderos, pues lo único auténtico de la existencia sería, precisamente, su condición ontológicamente dislocada, frente a lo cual, toda filosofía del sujeto operaría suturando la dislocación, sonambulístamente, metafóricamente; es decir, restituyendo una cierta unidad capaz de exorcizar el vértigo de una existencia anárquica. En este mismo sentido, Ser y tiempo no es una historia del Ser (de las formas en que este ha sido pensado), ni menos la restitución de una ontología fundamental, sino la constatación autográfica de su condición dislocada, diseminada. El llamado a la confrontación con la existencia fáctica, distintivo de este periodo, no se realiza desde la certeza de un fin capaz de re-unir y consolidar el sentido de un decurso, sino desde la apertura pre-teórica a la cuestión de la existencia, antes de su organización onto-lógica. Lejos entonces de toda recuperación de alguna autenticidad perdida, lo que se impone desde esta dislocación es la autenticidad de una existencia que se constituye en el vértigo de una vida vivida sin principio ni fundamento. Y esto está lleno de consecuencias para repensar el estatuto mismo del pensamiento heideggeriano y, por supuesto, para pensar sus derivas salvajes.
En efecto, en el amplio horizonte filosófico contemporáneo, abundan las lecturas de Heidegger que intentan encontrar en la coherencia de sus escritos, las claves secretas de su pensamiento, como si estuviésemos frente a un sistema que se dejaría aprender mediante el desciframiento correcto de sus pistas. No pocos, en efecto, han relacionado el giro existencial de la analítica desplegada en la primera parte de Ser y tiempo, con las nefastas consecuencias de un cierto irracionalismo relativo a las filosofías de la vida, cuya expresión política más palmaria sería, según se argumenta en este relato casuístico, el fascismo y el nacionalsocialismo de principios del siglo XX. En otras palabras, no pocos han argumentado que el nacionalsocialismo de Heidegger no se explica solamente por su militancia o por su Rektoratsrede (La autoafirmación de la universidad alemana, 1933), sino que se ancla de manera más profunda en su giro existencial, en su misma jerga de la autenticidad, y en su rechazo conservador de la sociedad moderna desde la romantización de la comunidad y la vida de provincia. Sin embargo, sería en este horizonte donde habría que inscribir la dislocación ejercida por lo que podríamos denominar las lecturas salvajes de Heidegger, lecturas desarrolladas, entre otros, por Reiner Schürmann y William Spanos.
Lo que intento enfatizar acá, para ir avanzando en nuestro seminario, no es ni el mérito hermenéutico, ni el potencial crítico, de estas lecturas, sino la forma en que en ellas el giro existencial aparece como condición del mismo pensamiento, y por lo tanto, aparece sin estar subordinado ni al relato teórico de la filosofía, ni al efecto unificante de la autobiografía, ambas operaciones subjetivantes y tributarias del principio de razón como arché (sujeto y archivo/memoria/relato soberano). Consecuentemente, lo que las autografías de estos pensadores nos muestran, por lo tanto, no son sus respectivas vidas, ni menos la forma en que ellos habrían llegado a entreverarse con Heidegger, sino que, por el contrario, en tanto autografías, ellas expresan la condición dispersa de la existencia, la que no por casualidad está cruzada por el acontecimiento de la guerra como horizonte casi inescapable de sentido.
Por supuesto, Origins es un relato magnífico, coherente e inteligente, pero se trata de un relato que nos presenta una fenomenología de la errancia más que la sabía reconstrucción de una vida filosófica. En él, Schürmann nos cuenta las circunstancias de su nacimiento en Holanda, las razones que llevaron a su familia a dejar Alemania, su educación en Francia, su paso por la experiencia judía de un campamento del que pronto sería expulsado por “ser” alemán, su gradual comprensión de su existencia históricamente determinada por su “origen” y sus pertenencias, su vida en Nueva York, y las decisiones que lo llevaron a dejar la vida monástica y convertirse en un profesor universitario. Sin embargo, más allá del relato evidente del libro, esto es, de su efecto narrativo, lo que nos interesa acá no es solo destacar la errancia como movimiento real de dicho relato, sino el recorte existencial impuesto sobre el texto por la experiencia inasible de la guerra. De hecho, el relato comienza con este encabezado:
This is a book about the power that a past War holds over a German growing up in the 1950s and 1960s: born too late to see that war and too early to forget it. The narrative shows how painfully public events –the shadows, rather, of the events gone by—intrude upon a life and shape it. (50)
Nacer demasiado tarde para haber visto la guerra y demasiado temprano para olvidarla. La errancia precipitada por la facticidad de la guerra no está suturada por la restitución de un principio subjetivo de unificación, sino que está instalada como el no-fundamento desde donde se puede pensar en la singularidad de su obra. Pero, no de su Obra filosófica como resultado sistemático de una Vida llena de sentido, esto es, no se su Obra en vida como Vida en obra (autobiografía), sino como indicación del carácter “salvaje” o anárquico de su propio pensamiento. Lejos entonces de la autobiografía y sus retóricas ejemplarizantes[3], Schürmann piensa la guerra como evento y sombra inscrita en el plexo o plano de inmanencia de su vida, de lo que resulta tanto un extrañamiento que suspende la dialéctica de la reconciliación que alimenta a toda autobiografía (a toda fenomenología del espíritu, si se quiere), como la posibilidad de leer a Heidegger a contrapelo de su recepción epocal, monumental, convencional. Por supuesto, no es este el lugar para tratar detenidamente la propuesta de lectura enrevesada de Heidegger que Schürmann ha elaborado en sus trabajos más destacados (El principio de anarquía, Broken Hegemonies, etc.), pero sí podemos arriesgar la siguiente hipótesis: la narración suspendida de su propia vida, inscrita en el marco de la guerra como evento y sombra de una determinada época, la post-guerra y su pesada dinámica de culpa y expiación, pero también del olvido y monumentalización, que tanto en Alemania como en “Occidente” habrían definido el relato maestro de la segunda mitad del siglo XX, queda interrumpida por la imposibilidad de restituir una operación subjetiva y sintética, testimonial y coherente de la historia. La autografía de Schürmann, en otras palabras, escrita no desde la vejez como momento biográfico de auto-clarificación, sino desde la inmanencia de la existencia dislocada entre sombras, disuelve la distancia entre vida y obra, pero no para homologarlas según el principio equivalencial de la autobiografía, no para inscribirlas como rendimientos de la filosofía de la conciencia, sino para suspender a la vez la mima idea de obra (la Gesamtausgabe heideggeriana) y de vida (la de Schürmann), como condición de posibilidad para el despliegue de su concepción anárquica de la existencia.
Schürmann no intenta, por lo tanto, establecer las causas ontológicas que determinan sus inclinaciones existenciales, ni mucho menos hacer el ejercicio opuesto, mostrar las determinaciones caracterológicas de sus inclinaciones intelectuales. Origins es el resultado de un doble interdicto que nos indica, por un lado, la condición radicalmente contingente de la existencia, pero, por otro lado, nos indica la necesidad de elaborar dicha contingencia para alcanzar a atisbar su movimiento inanticipable.
5. – De una manera extrañamente paralela, la Memoir de Spanos parte por su condición exílica derivada de su ascendencia griega, su reclutamiento en el ejército norteamericano, su participación en la Segunda Guerra mundial y su experiencia en el bombardeo de Dresde, días después de la rendición alemana, durante los últimos días de dicha Guerra. El bombardeo de Dresde, la tormenta de fuego que los aliados, convencidos de que era más barato lanzar las bombas que desarmarlas, según nos cuenta W. G. Sebald (Sobre la historia natural de la destrucción, 2005), ocurrió mientras Spanos estaba en la ciudad, rezagado junto a Kurt Vonnegut, esperando a ser rescatados y devueltos a Estados Unidos. La narración ficcional de Vonnegut es bastante conocida (Slaughterhouse-Five, 1969), y puede ser pensada como parte de un heterogéneo género narrativo que expone las brutalidades de la guerra y las dinámicas del capitalismo contemporáneo (con Sebald, Kluge, Bolaño, entre muchos otros), pero el alcance de la Memoir de Spanos nos lleva a preguntarnos, otra vez, por la fenomenología de la errancia que marca no solo el ritmo de su relato, sino la forma misma en que éste ha emprendido su trabajo crítico y oposicional, a partir de una determinada recepción del pensamiento heideggeriano que también podemos llamar “salvaje”.
“La vida solo puede ser entendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante”. Esta máxima, atribuida a Kierkegaard, se nos vuelve relevante al interrogar In the Neighborhood of Zero, la mencionada Memoir de Spanos. En ella, las referencias a la Segunda Guerra Mundial nos muestran la relevancia que esta tuvo tanto para la vida como para el trabajo de su autor. A pesar de esto, no intentaremos agotar o reescribir acá su periplo en esos años, sino sugerir cómo dicho evento singular marcó de una determinada manera la lectura que Spanos desarrolló del pensamiento contemporáneo y de Heidegger en particular. Efectivamente, su lectura y sus énfasis en el pensamiento heideggeriano responden a una relación estrictamente contingente y expresan, por lo tanto, una particular apertura a la problemática de la existencia, la que no puede ser considerada como reflejo de una necesidad ontológica identificada teóricamente. Dicho de otro modo, Spanos lee a Heidegger no para darle sentido a su vida, sino para desactivar (destructivamente) las metaforicidades o mitologías constituidas como relato oficial de la historia.
Como ya dijimos, en su Memoir Spanos nos cuenta su experiencia como prisionero de guerra en un campo de trabajo (Arbeiten Kommandos) en Dresde, la ciudad devastada por las fuerzas aéreas aliadas. Su objetivo, como hemos sugerido, más que producir la justificación coherente de su propia vida, es el de registrar la dislocante experiencia de la guerra y del bombardeo aliado, cuestiones que, de una u otra forma, definieron su pathos. En tal caso, como recuento, la Memoir no articula una experiencia individual, experiencia que el libro, como dispositivo moderno, modula y presenta al publico. Si no que, en tanto que narrativa dislocada de una experiencia dislocante, la Memoir expresa la infinita tarea de elaboración de dicha experiencia, una experiencia insoportable para cualquier individuo; mientras que, al mismo tiempo, muestra las dimensiones políticas e históricas implicadas en ella. Se podría decir incluso que gracias a la publicación el año 2010 de esta Memoir, la misma oeuvre de Spanos se vuelve aún más desafiante y pertinente en su propia intempestividad, pues en ellas se expresan insistentemente las tensiones secretas de la racionalidad imperial norteamericana. En otras palabras, su narrativa sobre la guerra, más que constituir una memoria alternativa, es una contra-memoria que lee a contrapelo la narrativa maestra sobre la participación sacrificial y heroica de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, fisurando la monumental industria cultural que proliferó después del conflicto bélico, y que todavía hoy complementa simbólicamente la doctrina del excepcionalismo americano.
Sin embargo, Spanos se tomó varios años (1945-2010) para escribir esta memoria, precisamente porque lo que estaba en juego en ella no era la restitución terapéutica de una cierta unidad subjetiva, ni mucho menos, la representación curativa de una escena traumática, sino que su contra-memoria apunta, aunque sea de manera errática y tentativa, a mostrar la condición incierta de la misma existencia desnuda, tanto en sus años juveniles -cuando sintió el llamado al deber y se enlistó en el ejército norteamericano, para ser rápidamente capturado y convertido en prisionero de guerra- como ahora, cuando las mismas dinámicas violentas del capitalismo contemporáneo han precarizado la vida en todo el planeta. Si es cierto, como nos dice el proverbio de Kierkegaard, que la comprensión, aunque fragmentaria y errática, nunca es contemporánea del evento, entonces se entiende por qué era “casi imposible” comprender plenamente el bombardeo de Dresde, cuando como un soldado griego americano inexperto, recién comenzaba a vivir las dinámicas agresivas de la cultura militar contemporánea. “Casi imposible”, como hemos dicho, porque aún cuando una lectura propiamente teórica de tal evento es el resultado de una larga examinación de la relación entre guerra, violencia y vida, siempre hay ya instalada ahí una cierta pre-comprensión, pre-teórica o no verbalizada, la que le habría permitido al mismo Spanos distanciarse de la euforia generalizada que siguió al fin de la Guerra. Gracias a esta pre-comprensión entonces, su trabajo intelectual se sustrajo desde la lógica que estructura el relato sacrificial y oficial de la historia. Sería esa sustracción, basada en una pre-comprensión (no teorética) la que permite entender su misma disposición intelectual y oposicional, sin restituir una narrativa justificatoria sobre sus decisiones. En otras palabras, la autografía de Spanos, a pesar de su tardía publicación, no deja de mostrarse ya siempre plenamente sumergida en el tráfago de la historia.
Si esto es así, no debería sorprenderos que Spanos use el mismo proverbio para abrir su temprano libro titulado Heidegger and Criticism (1993). Se trata de un libro que debe ser leído no solo como un estudio académico riguroso, sino además como una sostenida confrontación con la formalidades del heideggerianismo europeo y norteamericano y, de manera aun más relevante, con los intelectuales liberales y humanistas que, apropiándose de la controversia sobre el pasado nazi de Heidegger, intentaban y aún intentan no solo proscribir su pensamiento, previniendo su lectura, sino que lo hacían y lo hacen sin ser capaces de problematizar la agresiva conducta imperial norteamericana en Vietnam, en el Medio Oriente y en el resto del mundo, tanto en el siglo XX como ahora. En otras palabras, la comprensión pre-teórica expuesta en la Memoir se transforma ahora en una clave de su hermenéutica destructiva, la que siguiendo la misma problematización heideggeriana de la razón imperial, intenta pensar la coincidencia o copertenencia entre guerra y metafísica, es decir, entre la vocación onto-teológica del pensamiento occidental y la racionalidad que abastece al imperialismo y al neo-imperialismo contemporáneo: la llama Pax Americana. Por supuesto, sería esta copertenencia la que encontramos como una insistente repetición kierkegaardiana en todos sus trabajos, hasta poco antes de su muerte.
Obviamente no se trata de sindicar la guerra, su captura en Dresde o su comparecencia a la destrucción de la ciudad, como si se tratara de un cierto “momento originario”, a partir del cual se pudiese explicar su conversión en un pensador heideggeriano. Es decir, su relación con Heidegger se produce no a partir de la ansiedad de una experiencia insoportable, en busca de sutura, sino a partir de la desconfianza que las narrativas oficiales ofrecían de esa misma experiencia. En tal caso, la Memoir es el registro intrínsecamente dislocado de la misma experiencia, cuestión que suspende el principio de equivalencia de toda autobiografía. La autografía de Spanos es el registro de la violencia efectiva de la metafísica, sin sutura ni sublimación subjetiva. Su decisión contingente de leer a Heidegger como un pensador existencialmente anárquico impide situar tanto al alemán como al mismo Spanos en el lugar de una elaboración teórica capaz de dar razón de los hechos. Lo que Heidegger nos muestra, lo que Schürmann enfatiza, y lo que Spanos no se cansa de elaborar, en la condición errática, exílica, diseminada, de la existencia, más allá de todas las lecturas que siguen asociando a Heidegger con un cierto privilegio de la fuerza re-unificante de la decisión de existencia.
Si esto es pensable, entonces la contra-memoria de Spanos, que registra desarticuladamente la experiencia desarticulante de la guerra, también suspende nuestra creencia en el relato securitario contemporáneo, el relato que vuelve a justificar la guerra desde el punto de vista de una cierta razón de Estado. A la vez, más allá de la “teoría heideggeriana”, lo que importa acá es la confrontación con la misma condición anárquica o dispersa (scatter) de la existencia. En otras palabras, Spanos no elabora la continuación hiperbólica de la pregunta por el ser o de la destrucción de la metafísica, entendidas al modo teórico o universitario, sino que nos presenta su autografía como un ejercicio abocado destructivamente a problematizar la relación entre escritura y vida, más allá de la síntesis tranquilizadora que la metafísica no se cansa de ofrecernos, al modo de un relato logocéntrico y de una determinada lógica de la historia y del viviente.
6. – Para terminar, entonces, quisiera volver a Tercer espacio y dejar un par de preguntas planteadas. En la medida en que estamos ante un libro dedicado a interrogar, principalmente, la literatura latinoamericana, más allá de las determinaciones onto-teológicas expresadas en las urgencias que han definido históricamente la agenda de los estudios de área, caben acá al menos dos preguntas:
- Por un lado, ¿hasta qué punto la insistencia en la literatura no es sino sintomática de una nostalgia por las mediaciones subjetivantes propias de la modernidad letrada occidental?
- Por otro lado, ¿puede la literatura, incluso leída de manera destructiva, trascender sus mismas limitaciones constitutivas, expresadas en su pertenencia insuperable al horizonte letrado y simbólico de la intelección convencional? Insisto ¿puede la literatura pensar la singularidad tecnológica de nuestra ocasión histórica, e incidir en las dinámicas de reducción y estandarización que definen las retenciones y las protensiones subjetivas en la actualidad, desestabilizando así los procesos de estupidización, como los llama Stiegler, que define a la nueva proletarización en las sociedades informáticas o post-industriales?
Por supuesto, esto será objeto de una sesión posterior, pero ahora me atrevo a anticipar que si Tercer espacio arriesga una lectura no convencional de la literatura, lo hace precisamente al modo de una hermenéutica destructiva que disloca el sentido del texto literario desde el meta-relato de la historia y de la cultura. Al hacer esto, el isomorfismo entre texto y contexto, sujeto y personaje, sentido de la historia y sentido de la vida queda en suspenso, cuestión que nos permite volver al texto literario, sin romantizarlo ni subsumirlo a las dinámicas estéticas de la valoración y de la representación.
Si en nuestra sesión anterior intentamos comprender la convergencia entre techné y arte en la problemática del habitar, tal cual fuese formulada por los textos “tardíos” de Heidegger, ahora cabría pensar la literatura (una palabra que no puede quedar inalterada después de todo nuestro decurso), como producción técnica de una cierta prótesis de la existencia. Esta posibilidad nos demanda, sin embargo, varias mediaciones, a saber, 1) la destitución del principio subjetivo y unificante que reduce el texto a su función logocéntrica e ilustrativa (cultural, identitaria, representacional), pero también 2) la problematización de la representación tecnológica de la técnica para entender el texto literario como dispositivo imaginal en el que se juega una tensión entre elaboraciones y retenciones singulares, en un mundo en que los procesos entrópicos y reductivos, de estandarización y homogeneización, como indica Stiegler, tienden a producir un nuevo sentido de la pobreza.
Pensar aquí la dinámica prostética de lo literario como entropía negativa y complejización de las retenciones y las protensiones no es homologar literatura y cultura, sino que es abrir una nueva forma de lectura, la que nos permitiría pensar en las tecnologías de la memoria como producción de subjetividad interrumpida, abierta al vértigo de la historia. Es en esta posibilidad que interesaría pensar algunas elaboraciones singulares habitualmente inscritas en la literatura latinoamericana: me refiero a los textos autográficos de Roberto Bolaño, Severo Sarduy, Clarice Lispector, Eduardo Ruiz Sosa, entre muchos otros, en los que también se pone en juego una tecnología de la memoria que se resta del modelo subjetivo de la equivalencia y, por tanto, en los que una fenomenología de la errancia y la dislocación, sin un ego referencial, se impone sobre la lectura convencional, poblando el tercer espacio con la postulación de un pueblo de criaturas ya no traducibles a las claves del humanismo occidental. En otras palabras, debemos considerar estos protocolos como textos preparativos para elaborar las condiciones de posibilidad de una nueva forma de leer lo literario y lo artístico, más allá de las determinaciones de la tradición, apuntando a la problematización de nuestra condición histórica, que como tal, no tiene nada de especial, salvo el hecho de que nos tocó a nosotros.
[1] Por supuesto, volveremos a este mismo problema a la hora de pensar tanto la cuestión de la trans-individualidad en Simondon como la crítica de Stiegler al esquema de las retenciones y protensiones de Husserl.
[2] Cuestión a la que volveremos al pensar su noción de vida muerte y su interrogación de François Jacob y Sigmund Freud. Aquí habría que revisar el seminario de 1975-76, Life Death (2020); Espolones. Los estilos de Nietzsche (1981), y Otobiografías. La enseñanza de Nietzsche y la política del nombre propio (2009).
[3] Piénsese acá, por ejemplo, no solo en la función ejemplar de la Bildungsroman, sino en la curiosa continuidad entre este modelo narrativo y las vidas ejemplares de los santos de la iglesia, incluyendo la picaresca como género testimonial y pedagógico, destinado a mostrar las virtudes de una determinada forma de vida.