Notas (de trabajo) a “¿Qué es metafísica?” (1929), de Martin Heidegger.

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Lo que sigue es documento de trabajo, no resultado de nada. En todo caso el ensayo que estas notas comentan contiene una reflexión esencial para la infrapolítica, que es la idea de que la infrapolítica–el lugar práctico que la infrapolítica mienta–abre la posibilidad de libertad.

Que el que pregunta metafísicamente esté incluido en la pregunta–esta es la innovación heideggeriana: se pregunta solo siempre “desde la situación esencial del Dasein que pregunta” (traducción de Helena Cortés y Arturo Leyte, 93), sea eso explícito o no. Si no lo es, el coste es la ceguera. Así Heidegger es fiel a su intuición de 1922 (en un texto sobre Aristóteles), “la filosofía es la explicitación de la facticidad.”

[la infrapolítica toma como punto de partida esa guía: el preguntar, el pensar, está siempre remitido a la propia facticidad y ocurre desde ella.]

El desvío a propósito de las ciencias y su “nada”–creo que su interés contemporáneo reside sobre todo en que Heidegger muestra que esa “nada” que “el método científico” deja fuera puede tener otro nombre: el ser. La “nada” de la ciencia ocupa el espacio del “ser” en el pensar heideggeriano. La forma en que esto puede formularse más ajustadamente será dada más tarde.

El problema: si pensar es pensar sobre algo, la nada no es algo. Así pensar la nada se convierte en un problema. El ser no es tampoco “algo,” porque el ser no es un ente. Ese problema es el problema constitutivo del pensamiento heideggeriano, y su contribución a la destrucción de la metafísica.   Si no puede pensarse el ser, porque no es algo, ¿cómo relacionarse con la diferencia “óntico-ontológica,” que es la diferencia entre algo y “nada”? Es aquí que salta el hegelianismo y que en Heidegger empieza a pensarse “otro comienzo.”

“la nada es más originaria que el no y la negación”–porque el no y la negación no plantean ese problema en el límite de lo pensable.

“Negación de la totalidad de lo ente”–la totalidad de lo ente, entendida como la suma exhaustiva de todo ente. Eso es lo negado por la nada como condición de su presentación misma.

¿Cómo accedemos a la totalidad de lo ente? No es una cuestión de imaginación. Accedemos a ello mediante estados de ánimo. Uno es el aburrimiento (el aburrimiento del domingo por la tarde, dice Heidegger en otro lugar: el aburrimiento terminal, ante la totalidad de la vida, en general, no por una cosa o por otra, no porque esperamos y el tren no llega y no porque no tenemos nada que decir ni que escuchar en la maldita reunión del departamento, etc.). También la alegría ante la presencia de alguien (cuya presencia produce alegría: un amigo, un amor): esa alegría ilumina la totalidad de nuestro mundo, o del mundo en general.

Intrigante que Heidegger pase a decir que el “desvelar” del estado de ánimo es “el acontecimiento fundamental de nuestro ser-aquí” [el estado de ánimo que es cabalmente aquello que la infrapolítica precisa para ser, o aquello que la infrapolítica interroga]. Pero esos estados de ánimo no revelan la “nada” sino que solo iluminan la totalidad de lo ente. ¿Qué estado de ánimo niega esa totalidad o más bien permite entender su incomparecencia, su retirada, su reserva?  La angustia. En su radical Unheimlichkeit, que es experiencia de retirada, de reserva, de in-determinación. Nos angustiamos por “nada.”

“La nada no atrae hacia sí, sino que por esencia rechaza. Pero este rechazo de sí es, en cuanto tal, una forma de remitir a lo ente que naufraga en su totalidad, permitíendole así que escape. Este remitir que rechaza fuera de sí y empuja hacia la totalidad y remite a eso ente que escapa en la totalidad (que es la forma bajo la cual la nada acosa al Dasein en la angustia) es la esencia de la nada: el desistimiento” (101).  Desistimiento es “Die Nichtung.” Desistir: “nichten.” Desistimiento–no algo que hace el Dasein, sino algo que hace “la nada.” En ello el Dasein recibe, en el modo de su retirada, lo ente como tal.

La articulación aquí es crucial: el Dasein está inmerso en la nada, aunque también esté olvidado de su inmersión en general y por la mayor parte. Pero esa inmersión “originaria,” immer schon, siempre de antemano–sin ella, dice Heidegger, no habría ni mismidad ni libertad.

Heidegger está a punto de establecer la vinculación entre ser y nada, está a punto de dar “la respuesta a la pregunta” que formuló al principio del texto. La respuesta es:

“La nada no es el concepto contrario a lo ente, sino que pertenece originariamente al propio ser. En el ser de lo ente acontece el desistir que es la nada” (102).

En el desistimiento del ser (que es la nada) o en el desistimiento de la nada (que es el ser) experimentamos conmoción, como la de la angustia, o también: una “actuación hostil” contra mí mismo, un “desprecio implacable,” “el dolor del fracaso,” la prohibición, el abandono, “la amargura de la privación y la renuncia.”

En todo ello entendemos el carácter de arrojado del Dasein, que debe soportar o padecer.  Ese carácter de arrojado atraviesa completamente al Dasein, que debe vivir por tanto siempre en cada caso en una “angustia originaria” más o menos “adormecida.”   Con ello el Dasein se define como “lugarteniente de la nada” (105). Siempre y en cada momento, excepto que “tan finitos somos que precisamente no somos capaces de trasladarnos originariamente delante de la nada mediante una decisión y voluntad propias” (105) y así en general nuestra finitud nos adormece. Pero ese estatus–lugartenientes de la nada (adormecida)–: trascendencia.

En la trascendencia entendemos cómo la nada pertenece al ser de lo ente, y no es su negación (como habría pensado la tradición metafísica.)

“Ser y nada se pertenecen mutuamente, pero no porque desde el punto de vista del concepto hegeliano del pensar coincidan los dos en su indeterminación e inmediatez, sino porque el propio ser es finito en su esencia y sólo se manifiesta en la trascendencia de ese Dasein que se mantiene fuera, que se arroja a la nada” (106).

Que la filosofía sea la explicitación de la facticidad, esto es, la explicitación del estado de arrojado–eso implica, dado lo anterio, que “la filosofía solo se pone en marcha por medio de un salto particular de la propia existencia dentro de las posibilidades fundamentales del Dasein en su totalidad.   Para dicho salto lo decisivo es, por un lado, darle espacio a lo ente en su totalidad y, después, abandonarse a la nada, es decir, librarse de los ídolos que todos tenemos y en los que solemos evadirnos” (108).

[Es aquí que entendemos que la filosofía es uno de los nombres de la infrapolítica, igual que la infrapolítica es uno de los nombres de la filosofía.]

 

 

 

 

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