Nota a propósito del libro de Peter Trawny, Heidegger et l´antisémitisme, Seuil, Paris, 2014.

La tesis central del libro de Trawny es que en los Hefte el antisemitismo se inscribe en la Historia del ser. Tesis que yo diría no viene aquí sino a confirmarse, pues no es esta la primera vez que se nos ofrece. Es una interpretación conocida que en Heidegger lejos de haber un corte estricto respecto de sus querencias políticas de la experiencia del rectorado, lo que se da posteriormente es un elaborado trabajo de ocultamiento de esas posiciones siendo retomadas en un nivel de abstracción en que el judaísmo se convierte en la quintaesencia de lo que otras figuras ya expresaban. El americanismo, la democracia, el bolchevismo, el imperialismo, el nazismo, digamos, “desviado”, actores todos ellos, sonámbulos, del cumplimiento de la metafísica en su última etapa de la tecnología. Los judíos encarnan en estos Cuadernos la “racionalización y tecnificación”, “la maquinación”, el “desarraigo” (Entwurzelung, Bodenlosigkeit), la “ausencia de mundo”, “pérdida de la historia”, el “subjetivismo de los Tiempos Modernos”, en fin, todo aquello que significa la decadencia de una civilización, de Occidente; muy particularmente lo que impide al “pueblo” alemán, a su “raza”, realizar aquello a que está llamada: un “nuevo comienzo”. La depuración -el término “purificación” es muy frecuente en esos escritos- de ese elemento infectante es mero corolario. No se puede hacer frente a lo uno (maquinación) sin lo otro (depuración de los judíos).
Un pensamiento que sabe calar en este devenir civilizatorio ha de estar preparado para lo más terrible; en 1941 Heidegger anota que el proceso de superación puede exigir los más graves acontecimientos, un “último acto” en que se vea “la tierra estallar y la humanidad actual desaparecer”, lo que ante una mirada penetrante no será “una desgracia, sino la primera purificación del ser de su más profunda desfiguración por la predominancia del ente” (40) Lo que aparece en los Cuadernos, son las claves, por momentos tabernarias – con evocación inevitable del panfleto Los protocolos de los Sabios de Sión -, de esa ontoteología, las que emocionalmente, en su cotidianidad, harían entender la gran filosofía a los profanos, y que a la postre serviría de justificación a su autor.

Ni que decir tiene que con estos Cuadernos queda absolutamente demolida la tesis de un Heidegger no antisemita (Safranski), de un hombre que incluso en los momentos de mayor compromiso con el nazismo se distanciaba del antisemitismo vulgar de sus mamporreros colegas de partido; por momentos ni siquiera se puede hablar de una diferencia de estilo, pues lo que por un lado se disimula en la ontología se desvela en la expresión sincera de lo que puede escucharse a micrófono cerrado (“judería mundial”, “los judíos”, “judaidad”, “raza”, nómadas semitas…).
La raza judía aparece definida por una estar en el mundo, por una forma de pensamiento, tiene, se nos dice, un “don particularmente acentuado para el cálculo”- una expresión que apenas disimula el tópico del apego al dinero del semita; lo que era consignado por la época en que se quemaba la sinagoga de Friburgo, se hacían destrozos en el cementerio judío de la ciudad, y se deportaba a varios cientos al campo de Dachau. El “cálculo”, esta “racionalidad vacía” sería la forma de pensamiento que mejor conviene al omniabarcante imperio de la tecnificación del mundo, y que hace que las más graves decisiones que exige el futuro sean «inaccesibles a esta “raza”».
Justamente aquí, por sorprendente que pueda parecer a hermenéutas más finos, habría que hallar la razón última de por qué Husserl, aun a pesar de su valor, “no alcance de ningún modo el dominio de las decisiones esenciales”, y su fenomenología recaiga en la tradición, en el neokantismo y el hegelianismo formal, en el olvido de la cuestión del ser. El judaísmo es la ceguera del maestro, el calculismo vinculado al racionalismo de los judíos ha sido un límite insalvable para él. Pero el ataque a su maestro como tal, apenas importaba a Heidegger, pues en él se jugaba mucho más, no era una cuestión de personas: “El ataque funda un momento histórico para la decisión suprema entre el primado del ente y el fundamento de la verdad del ser” (52). La “decisión suprema” no se jugaba solo en el plano de la teoría, ciertamente. Es evidente que aquí de la decisión de que se trata es de la Entscheidung schmittiana. Al fin, la hostilidad entre los judíos y el pueblo alemán debe ser comprendida ontológicamente, como encarnando dos “principios raciales” opuestos, uno el del cálculo, el otro el del que está en las vías del pensamiento meditativo y es fiel a su suelo, a su tierra. ¿No era esto lo que, en definitiva, delimitaba la división amigo/enemigo? Heidegger extrae las consecuencias para el devenir de la Ontoteología de la concepción política schmittiana. Y no cabe duda de que la decisión puede implicar desagradables efectos; el más que cauto y extracomedido Trawny, es lo suficientemente ecuánime para afirmar cosas como esta: “no podrá excluirse nunca que pudiera tener por necesaria la violencia contra los judíos” (28).
Ahora aparece a otra luz aquel excusador “cuando un hombre piensa a lo grande se equivoca a lo grande”. El error no habría sido otro que dar crédito a una especie de nazismo inauténtico, el pensar, al ver, desde su ventana, al Führer pasar, que éste era la encarnación del Espíritu, del “nuevo comienzo”, ese que la filosofía heideggeriana, confundida una vez más con la marcha de la Historia, revelaba. Ya se sabe, Alemania sería la heredera de Grecia, solo su lengua como otrora la griega podían dar acogida al ser. “Solo el alemán puede poetizar y decir de nuevo el ser de manera original – solo él llegará a conquistar la esencia de la theôría y a crear finalmente la lógica” escribe en sus Cuadernos en 1938 (43). Ese era el gran mito, que él no tenía por tal, en el que todo cabía ser dispuesto. Según Trawny esta construcción es esencialmente lo que llevó a Heidegger al compromiso nazi (46)). Heidegger habría creído en un “nazismo espiritual”, que distinguía del “nacional-socialismo vulgar” – expresiones de los Cuadernos. Su equivocación fue creer que aquel empezaba a plasmarse; eran aquellos momentos en los que hablaba de “la verdad y grandeza internas de este movimiento” (Introducción a la metafísica). Más tarde, escaladas ya las alturas de la historia del ser, se daría cuenta de que el mismo nazismo no era sino una figura más en el complejo cumplimiento de la metafísica. ¿Habrá pues que esperar otro momento auroral? Heidegger no corrige, entonces, nada en lo esencial, no era aquel el movimiento esperado; ha sido un problema óptico; la gran decisión aun está por tomarse. ¿Con sus purificaciones?.
Todo se transmuta en categoría, perteneciente al devenir ontológico, y así adquiere otro cariz. Ante los signos de la derrota de la Guerra, el necesario “nuevo comienzo” será reinterpretado como caída, el momento trágico del proceso de salvación, parte necesaria del complejo Ereignis.
Y también aparece a otra luz, su silencio sobre Auschwitz. Habría que decir que no fue sino silencio en la “esfera pública”, que él, por otra parte, tan consecuentemente -tan anti-kantianamente-, despreciaba (recordemos aquello de “la dictadura de la publicidad”) pues por lo bajo rumiaba su justificación, “a lo grande”.
Entendiendo en claves de la historia del ser las luchas de la época, toda posición de asunción de responsabilidades aparecería como ejemplo de incomprensión, cuando no de antropomorfismo naif. ¡Qué se le va a hacer si el decurso del Ser en la historia es antisemita!. La marcha de las categorías sustrae a los hombres de toda carga moral individual. Mientras Heidegger podía restituir a Nietzsche al destino de la metafísica por mucho que le pesara al filósofo del martillo -no sin tomar de él acaso lo mejor que late en su propio pensamiento- sí podía simpatizar o sumarse pasionalmente a sus invectivas antisemitas, sirviéndose al tiempo del aristocratísimo situarse más allá de bien y de mal.

Como tantas veces en la historia de la interpretación, no cabe otro camino que leer a Heidegger en contra de sí mismo; pero también el de ser muy consciente de que una de las lecturas es la que él mismo hace de sí, nada es unívoco. Es muy posible que tras la categorías heideggerianas esté toda esta experiencia; que, por ejemplo, el “ser arrojado” del Dasein se entienda en claves de referido a una tierra concreta, a un suelo al que ha de serle fiel si no quiere caer en la inautenticidad… ; la mejor plasmación de esa categoría podría verla su autor en ciertos impulsos del movimiento nacional-socialista. Evidentemente de ese humus la categoría se distancia y transciende, lo que hace que otro pueda leerla al margen de él, y también de la plasmación que veía su autor, pero tampoco podrá negar la coherencia de este.
La infrapolítica ha de ser una contestación a la metapolítica como forma política que no se reconoce como tal al disimularse bajo la especie de ontología. La infra, mira desde abajo, es desconfiada y acecha al enano que mueve los hilos del muñeco.

(Nota: todos los términos entrecomillados y citas, salvo cuando se especifica otra cosa, son de Heidegger, pertenecen a los Cuadernos excepto la correspondiente, como se indica, a la Introducción a la Metafísica)

2 thoughts on “Nota a propósito del libro de Peter Trawny, Heidegger et l´antisémitisme, Seuil, Paris, 2014.

  1. De acuerdo en todo con tu analisis, Jorge, pero hay que decir que el tuyo es mucho mas rotundo que el de Trawny, a quien en ocasiones se le hace el culo agua.Y lo que queda para mi es precisamente lo que llevamos anyos diciendo: Heidegger, en su calidad de resuelto hipernazi antisemita, llego a eso porque decidio abrazar una comprension todavia hegemonica de la politica, actuando sobre la nocion de que solo una estructuracion basada en el mando y la organizacion podria corregir la esencia nihilista de la democracia y abrir a otro comienzo. Eso es justamente lo que el proyecto de IDC rechaza radicalmente. Los judios son clasicamente en Heidegger la concrecion del polo antagonista, el significante vacio que en cuanto tal organiza la cadena de equivalencias que define al enemigo, sin el cual, para toda esa teorizacion, no habria politica. La infrapolitica es a la democracia lo que el pensamiento inceptual es a la metafisica. Pero sin burdas soluciones apotropaicas.Toda nocion de heideggerianismo de izquierdas esta tan comprometida en el desastre como el schmittianismo de izquierdas. Lo que hace falta politicamente es la destruccion del mismo Heidegger en su sentido. Curioso que Derrida, que sabia mucho, aunque se consideraba de izquierdas y era heideggeriano, nunca quiso tener nada que ver con la etiqueta.

  2. Gracias por esta nota sobre el ibero de Trawny, Jorge, que aun no leo. Fundamental eso que dices al final en cuanto a desplazar la discusion y el pensamiento de una mera “inversion” hermeneutica de lectura que corre a Heidegger contra si. Habria que meterse mas en los cuadernos negros para ver la medida en que el despliegue de la ontologia en tanto historia del Ser arrastra con la cuestion judia (algo muy distinto, claro, que la cuestion judia sea la forma del pregunta por el Ser). A mi me parece que una cosa y la otra son irreducibles; si bien la primera contiene en su logica al anti-semitismo mas avanzado y sutil. Una pregunta: cuando hablas de la decision en Schmitt en Heidegger, eso es algo que trae o dice Trawny o es un matiz tuyo? Te lo pregunto porque me parece que tambien habria que pensar mas la diferencia entre la decision schmittiana (“decision calculada”, al decir de Lowith?) sobre la soberania como instrumento al parlamentirismo democratico, y lo que Heidegger entiende por el decisionismo en el devenir del destino de ese “recomienzo aleman” como destino. Aqui habria tambien que pasar por la interpretacion de Trino Galvan sobre el “melviallismo” que cruza a ambos pensadores. Una diferencia que estaria en dos mitos, aunque sea de una misma fuente: Billy Budd y Benito Cereno. Quizas en un post retome estas dos figuras. Gracias por el post. G

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