El affaire Agamben

Enough 14 -- Its time to revolt! - -Giorgio Agamben

No es que tenga un gusto especial por la polémica. Pero ya que estamos en esto, quisiera advertir que escribo estas notas como reacción, sin rabia ni segundas intenciones, tanto a la serie de intervenciones de Giorgio Agamben en periódicos de dudosa proveniencia en la península itálica, como a la serie de respuestas que sus textos no dejan de producir en un público que si bien ya no responde a la noción kantiana de publicidad burguesa, existe patentemente en la virtualidad no menos real de las llamadas redes sociales. En este sentido, basta que el italiano publique unas cuantas opiniones para que estas tengan una interesante resonancia a nivel de las redes, permitiendo demarcar las posiciones en un confuso universo virtual. Como un Moisés paranoico frente a la sofisticación infinita del biopoder, Agamben parte las aguas del Facebook para dividir a filisteos de creyentes, invitándonos a una travesía que pasa por la apodíctica confirmación de sus tesis centrales.

Según él, estaríamos encallados en un estado de excepción ya pre-figurado desde los orígenes mismos de la política occidental. La pandemia del Covid-19 no sería sino un dispositivo, como el teléfono, orientado a controlar la existencia, suprimiendo la condición inanticipable de la experiencia. Con un tono oportuno y grave, Agamben pareciera restarle pertinencia a las medidas tomadas por los Estados nacionales, denunciando su oscura vocación totalitaria. Por supuesto, más allá de su insólita coincidencia con la agenda libertaria de un neoliberalismo desesperado frente a la desaceleración de sus procesos de acumulación, habría que preguntarse no por la pertinencia de sus ensayos acotados a la pandemia actual, sino por las tesis fundantes que lo llevan a concebir esta situación en el horizonte inmunitario de un orden biopolítico que parece no tener fisuras.

Sin embargo, lo que impresiona no es solo la resonancia de sus juicios y pronósticos, sino el rechazo que estos generan. Es como si mucha gente hubiese estado esperando el momento preciso para encararle su inmerecido prestigio, sus lecturas tendenciosas, su protagonismo sin sentido. En vez de confrontar el problema en el don de su complejidad, hoy en día puede leerse fácilmente una serie de descalificaciones que pasan por desacreditar los medios en los que el italiano publica, su uso sospechoso de las estadísticas, su dudoso prestigio en la academia norteamericana, su condición de filósofo mediático, y una serie bastante interesantes de argumentos ad-hominem.

¿Qué se puede hacer frente a esto? Si no hubiese nada en juego, tal vez lo mejor sería unirse a la alegría ebria del consenso mediático y crucificar a Agamben por su paranoica lectura del presente. Después de todo, en la perfección del negocio mediático, todo sirve, mientras más duro le demos, más capitaliza su “signature” y aumenta la rentabilidad de sus acciones.

Sin embargo, tengo la impresión de que lo que está en juego acá es algo sustantivo y merece la pena detenernos aquí. Procedo a señalar algunas dimensiones que bajo ningún punto de vista quieren ser argumentativas, sino solo indicativas de lo que estaría realmente en juego el affaire Agamben:

1) Una confrontación sostenida con Agamben no tiene que ser, necesariamente, una refutación o una denegación, sino una “solicitación” sistemática, rigurosa, de lo que éste nos ha venido diciendo desde hace años. De su lectura schmittiana de Benjamin, de su singular reducción de la deconstrucción a una hermenéutica apolítica, de su re-teologización de la política, de su reflotamiento del franciscanismo como altísima pobreza, etc. pero no para indicar algún error (cuestión propia del discurso filosófico universitario) sino para estremecer sus decisiones y conclusiones. Tan importante como el desarrollo mismo de esta interrogación es entender que ella no puede ser, simplemente, una crítica en sentido moderno universitario.

2) A la vez, también resultaría interesante preguntarse por el carácter sintomático no solo de sus intervenciones acotadas a la crisis del Covid-19, sino de las respuestas, casi compulsivas, que intentan refutarle, desbancarle, desprestigiarle, y disputarle un supuesto lugar de saber, una cierta posicionalidad discursiva que sigue totalmente atrapada en una estructuración principial del sentido, para la cual el problema con la filosofía de Agamben no es su intento de sobre-determinar la experiencia (desde un dispositivo infalible por abstracto), sino el hecho de que “su” filosofía no sería la más indicada para permitirnos comprender el presente, como si el problema se resolviera al dar con la filosofía adecuada para nuestro tiempo, sin cuestionar su misma posicionalidad principial, arcóntica, archeo-teleológica. Después de todo, sin este cuestionamiento an-árquico, las disputas se reducen a peleas partisanas, a nuevas políticas de la amistad.

3) Pareciera entonces que una confrontación reflexiva con Agamben no podría limitarse a la impertinencia de sus textos acotados al Covid-19, ni a la denuncia de los medios escritos en que dichos textos han aparecido. Me atrevería a decir que todo esto es secundario, casi irrelevante, a menos que seamos capaces de mostrarlos como consecuencia de decisiones complejas acaecidas en un momento en que su pensamiento alcanzó su mayor fulgor y, por lo mismo, su mayor ceguera. Y es allí, me parece, donde habría que llevar el asunto, a la cuestión misma de la soberanía, del poder y de la experiencia, que Jacques Derrida señaló como instancia central donde pensar la operación agambeniana. Precisamente porque lo que está en juego en esta confrontación no es la mera formulación paranoica de una hipótesis policial basada en el resentimiento de Agamben con Derrida o del supuesto desdén u odio de Derrida hacia Agamben, sino la cuestión misma de la soberanía, de la violencia y de la política.

4) Mi hipótesis de lectura entonces indica que en la tensión entre las formas de pensar la cuestión de la soberanía, la violencia y el poder, en Derrida y Agamben, se juega la recepción, crítica o no, del pensamiento heideggeriano y la misma cuestión benjaminiana de la violencia divina. Pero lo que se juega en este juego, si así puede decirse, no es tanto la legitimidad hermenéutica o filológica de un pensamiento basado en la recuperación-traición de sus antecedentes inmediatos, sino la posibilidad de elaborar un pensamiento crítico de la facticidad que no se satisfaga con su popularidad mediática ni con su posicionalidad arcóntica, auratizada y autorizante. Me inclino a pensar que, de lo contrario, solo lograremos habitar en la estela aurática de una publicidad virtual y partisana.

Por supuesto, no sería menos irónico descubrir que el mismo Agamben se ha contagiado, sin saberlo, con el virus.

 

 

2 thoughts on “El affaire Agamben

  1. A mí también me parece que hay demasiado ruido con las críticas a Agamben, que sigue siendo un pensador crucial de nuestra época por tantas razones, aunque es posible que se equivoque en la postura que ha tomado respecto a esta crisis social y por supuesto también política. A mí su reducción de la posición del humano en el presente a homo sacer o vida desnuda siempre me pareció excesiva, excepto en el sentido tendencial. Sí, es posible que la reducción de la vida de cada cual a vida desnuda sea el horizonte biopolítico fundamental, y por lo tanto en cada uno de nosotros hay siempre un homo sacer latente, potencialmente listo para ser activado por la autoridad pertinente, política o laboral. Igual que la Inquisición en España produce como consecuencia una comunidad social negativa y en el terror, porque la comunidad queda constituida solo en la medida en que no eres excluido de ella, pero siempre puedes ser declarado marrano y así excluido, también las tendencias civilizacionales descritas por Agamben, y en las que él insiste. Por eso, de la misma manera en que esa estructura causó un colapso de toda posibilidad política en España durante siglos (había un poder dentro del Estado superior al Estado mismo, etc.), de la misma forma la estructura homo sacer también tiene esa potencialidad de producir colapso político y comunidad negativa: somos solo en la medida en que no somos vida desnuda, etc. Esto es a mi juicio muy importante y muy valioso. La otra cuestión que a mí siempre me preocupa cuando lo leo es que su solución a todo ello, en cuanto solución política, no me parece en absoluto persuasiva. Yo diría, en cambio, que se hace necesario someterlo a un pequeño ajuste de los que a él le gustan (admira mucho el pequeño ajuste de Benjamin con alguna fábula de Scholem que ahora no recuerdo). Y ese ajuste es que, si somos solo en la medida en que no somos vida desnuda, ese “ser” debe atenerse, para “ser,” a una exterioridad radical con respecto del mundo socio-político, y tanto más radicalmente cuanto más totalitario sea este último. Y esa exterioridad es exterioridad infrapolítica.

  2. Pingback: Agamben y la Inquisición – Infraphilosophy

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