Lamento el tono de lo que sigue, pero hay gente que quiero que necesita ser defendida, y que merece ser defendida. No ignoro que muchos querrán pasarme a mí la cuenta de esto–pero yo no la voy a pagar.
A veces la miseria intelectual le gana la mano a la miseria personal, o será al revés, y se producen ataques arbitrarios que cruzan todas las fronteras del decoro y del respeto mínimo que debería ser condición de pertenencia a un campo profesional. Yo sé que es peligroso pensar, entregarse a esa “funesta manía,” como les gustaba y siempre les ha gustado llamarla a los absolutistas de todos los signos, y uno que quiere hacerlo, a pesar de todo, uno que acepte ese riesgo puede ser lo suficientemente comprensivo para entender e incluso apreciar que lo ignoren, incluso que lo silencien, mientras lo dejen en paz. Sobre todo si ese pensamiento es, como dicen, “estúpido” o “torpe” o “estéril,” o es pensamiento de la derrota, o cualquiera otra de las majaderías que se suelen alegar cuando uno quiere simplemente hacer daño. Pero es más difícil tolerar la insidia (cuya transparente motivación en un resentimiento estéril, en el propio vacío interior, no tiene dignidad alguna) que se complace en el insulto activo y brutal y en la descalificación, sobre todo de gente joven, sobre todo de gente que merece el respeto debido a todos los que están empezando su carrera en condiciones difíciles, haciendo esfuerzos libres por los que nadie les paga. Y a los que una mínima decencia tendría que darles todo el espacio posible para que se vayan al infierno como les de la gana, si de eso se tratara.
El proyecto de infrapolítica no debería resultar tan amenazante. ¿Por qué amenaza y a quién le amenaza? ¿Por qué es tan aparentemente grave tematizar la existencia como condición de todo pensamiento, político o de cualquier otra clase? En la medida en que uno puede entender lo que solo se expresa con puñaladas y veneno, y ni siquiera para mí, sino para mis amigos más jóvenes, y por serlo, parecería que lo prohibido—pero no podrán prohibir nada, así nos aspen–, lo prohibible, no es lo que se diga, sino el decir mismo. No se puede hablar sino es para repetir lo que otros dicen, y así no decir nunca nada, piensan o imponen o quieren imponer los caudillitos de la profesión. Mejor que los aspen a ellos.
El proyecto de infrapolítica, que no ha pedido nunca más que un mínimo espacio profesional, le da la bienvenida a cualquier disputa, a cualquier acercamiento crítico, a cualquier distanciamiento justificado y verdadero. Pero solo puede rechazar a esos auto-designados apóstoles de la verdad que insultan y descalifican sin siquiera saber ni entender nada, y cuya propia vergüenza no dejará de atraparlos por la espalda el día menos pensado. Nuestra propia misión pasa sin duda por ignorarlos a ellos.