Respuesta a Juan Carlos Quintero Herencia. Por Alberto Moreiras.

Querido Juan Carlos,

Ya sabes por facebook que en mi otra vida yo soy Slow Poke, el ratoncito perezoso mexicano, así que entiendo bien lo de la tardanza, y todavía me parece que fuiste algo deprisa. De rigor es darte las gracias efusivamente por haberte leído el libro, y también por la invitación (privada) a responderte y seguir el tono epistolar de tu texto. Como todo el mundo sabe, los lectores tienen pleno derecho a llevar su lectura por donde dios les de a entender, y el autor no tiene más que aguantarse, aun estando agradecido por una atención prestada que de ninguna manera va por descontada en ningún caso. Lo que lamento, y por ti, es que tu “contexto,” como lo llamas, ese ambiente, sea tan malsano y odioso, y consumado en el racismo invertido de un campo profesional que yo he experimentado numerosas veces bajo la forma, insólita pero real (se trata de una cita, no me lo invento), del “gallego de mierda, go home.” Sí, gracias, ya lo hice hace algún tiempo, por eso, te aseguro, la frase del subtítulo del libro que refiere al “abandono de la conciencia desdichada” refiere en primer lugar al abandono de todo ese ambiente invivible que mencionas quizá un poco demasiado deprisa. Yo ya no estoy ahí, ni quiero estarlo. Ese lugar no es el mío, nunca lo fue, ni se lo disputo a nadie. Y por cierto, seguro que he sido muchas veces un “extraño latinoamericanista” y hasta un “gallego de mierda,” pero no recuerdo haber sido un “español antipático,” desde luego no con mis amigos, que en principio son todos los que no me hacen llegar señales inequívocas de lo contrario (aunque algunos son más que eso). Es extraordinario lo que cuentas—no creo haber merecido tanta consideración, y menos por supuesto de la gente que ni siquiera ha leído mis textos, sin duda los más con mucho. Así que uno tiene que preguntarse de dónde tanta basura. Sobre “lo que pasó allí” nadie que no lo sepa de primera mano tiene el más mínimo derecho a opinar—opinar es maldad cuando no es mera majadería. O será las dos cosas.  Pero déjame decir que la complicidad, esa de la que hablas, con aquello que pasó allí no está desvinculada del horror de la censura intelectual, de que no le dejen a uno decir lo que piensa, de la territorialidad matona del que cree que está en la verdad porque tiene el poder, o pretende tener el poder por estar en la verdad. El otro día le comentaba a algunos amigos, a propósito de la novela de Emmanuel Carrére El adversario, que yo siempre he preferido la “lucidez dolorosa” a la“ilusión consoladora,” pero que lo más difícil es tener que entender que a veces no puede haber lucidez, porque faltan datos y no se entiende de ninguna forma qué pasa—uno vive suspenso en la lucidez imposible, queriéndola, pero no alcanzándola. Nunca supe ni sabré de dónde tanto odio.  Pero ya va dejando de importarme.

Porque ya me declaré fuera de su alcance. Me parece también algo apresurado de tu parte concluir que “en estos asuntos,” como dices, no haya “víctimas y victimarios.” Yo pienso que sí. Es más, pienso que cuando alguien da testimonio de que es así, de que, por ejemplo, ha sido atacado con injusticia y crueldad, la respuesta adecuada no puede ser la suspensión del juicio, puesto que el que testimonia cuenta su verdad (puedes acusarlo de mentir, pero no cabe decirle que no sabes a qué atenerte, eso es duro de tragar: o miento o digo la verdad, créeme.) Y claro, tampoco el aburrimiento cabe, como respuesta al narrador, si la narración está bien narrada, si la narración cuenta una historia real, por más que íntima u obscena. Contarla era el precio del abandono de la desdicha, para poder entrar en relación ya libre con esa “herida sin sutura” que uno tampoco quiere olvidar ni deja cicatrizar, para no engañarse con ello ya nunca más. Contarla no es un capricho, porque vivirla no lo fue tampoco.

El que realmente está aburrido de todo ello soy yo–tuve que publicar ese libro para sacarme de encima esa historia a través del pequeño fragmento de ella que cuento, y para permitirme ya no volver al tema nunca más, como el mismo libro dice un par de veces, por si una no bastaba. Pero el libro abre otras perspectivas. Yo estoy haciendo ahora mi mejor trabajo, y mis amigos están haciendo todavía mejor trabajo que yo–por primera vez en 30 años puedo decir con certeza que el futuro del pensamiento en español, en la medida en que dependa de nosotros, existe: hay un futuro, y es mejor que cualquier pasado. Otros pueden acercarse a todo ello. Que esto haga que al personal podrido en el ambiente que tú mencionas se lo lleven los demonios es algo que me trae absolutamente sin cuidado. Como ellos saben, nunca los quise, y no merecen mucho más que eso. Ni menos. A paseo. Nosotros tenemos mucho que hacer. Y poco que perder.

Así que lo que tú llamas “funcionalidad averiada” no está realmente averiada, ya no, ya funciona otra vez, aunque lo estuvo, lo fue, durante años. Ya no. Y no se lo debo precisamente a ningún campo profesional ni a ningún latinoamericanismo—a esos no les debo nada, y así prefiero que continuen las cosas, porque, en realidad, no sabría deberles, me parecería muy mal, muy antipático de mi parte, y faltaba más.

Lo que realmente agradezco de tu carta es esa petición de lectura, que me honra, si realmente crees que mi libro es suficiente para albergarla; si mi libro alcanza a poder hacerse cargo de una petición de lectura. Eso es todo lo que quise al escribirlo, o mejor: al organizarlo, pues los textos que lo componen fueron escritos sin idea inicial de libro. Y es, yo pienso, esa petición de lectura la que descoloca toda posibilidad de adjudicarle al libro “yoidad” alguna—al margen de esos latinoamericanistas del yo que han dejado de interesarme para siempre, ninguna escritura del yo me interesa tampoco, entendiendo que no hay apenas relación entre una escritura del yo y una escritura en primera persona—no sé si eso se entiende así, de pronto, pero traté de explicarlo en el libro, y en todo caso remite a la diferencia entre aquellos que escriben para probar algo y aquellos que escriben porque no tienen más remedio que hacerlo. Yo, lamentablemente, estoy, cuando estoy, entre estos últimos. Así me va. Nunca he conseguido probar nada. La infrapolítica acoge desde luego la escritura en primera persona, no tolera ninguna otra, y no es sin embargo en ningún caso ejercicio de escritura yoica.

Y sí, la voluntad de metaforización es siempre sospechosa, eminentemente lo es—la metáfora miente siempre. En los textos (difíciles) de Pascal Quignard tenemos la prueba más concreta, en ese odio intempestivo al logos que traiciona toda la tradición literaria, en ese odio a la lengua que vende una lengua ya siempre vendida al mejor postor. La metáfora es un engaño inaudito en el que toda lucidez no puede más que suspenderse en ilusión consoladora. De ahí la demanda incondicional de una lengua no metafórica y por lo tanto imposible. Pero esa es la demanda infrapolítica, que también es demanda poética.

Sé que no contesto a todo lo que me dices, pero así tendremos ocasión de seguir hablando.

Otra vez mi gratitud, Juan Carlos, sincera. Nunca espero que esa petición de lectura sea recibida. Las ascuas no se apagan.

Abrazos, Alberto

8 thoughts on “Respuesta a Juan Carlos Quintero Herencia. Por Alberto Moreiras.

  1. Metaforizo (again): “Interesa aquí la acepción marina que registra
    el Diccionario de la Real Academia Española para avería:
    5. Mar. Daño que por cualquier causa sufre la embarcación o su carga.
    ~ gruesa. f. Daño o gasto causado deliberadamente en el buque o en
    el cargamento, para salvarlo o para preservar otros buques, pagadero por
    cuantos tienen interés en el salvamento que se ha procurado. (Real Academia Española 2014)”

  2. Juan Carlos, no merece la pena polemizar sobre esto. Dices que te aburre el asunto del conflicto en el campo profesional, y sin embargo insistes en sus presuntas consecuencias dañinas. Pero dañinas ¿para quién? El que realmente está aburrido de todo ello soy yo–tuve que publicar ese libro para sacarme de encima esa historia a través del pequeño fragmento de ella que cuento, y para permitirme ya no volver al tema nunca más, como el mismo libro dice un par de veces, por si una no bastaba. Pero el libro abre otras perspectivas. Yo estoy haciendo ahora mi mejor trabajo, y mis amigos están haciendo todavía mejor trabajo que yo–por primera vez en 30 años puedo decir con certeza que el futuro del pensamiento en español, en la medida en que dependa de nosotros, existe: hay un futuro, y es mejor que cualquier pasado. Otros pueden acercarse a todo ello. Que esto haga que al personal podrido en el “ambiente” que tú mencionas se lo lleven los demonios es algo que me trae absolutamente sin cuidado. Como ellos saben, nunca los quise, y no merecen mucho más que eso. Ni menos. A paseo. Nosotros tenemos mucho que hacer. Y poco que perder.

    • Como le mencioné a Jaime en otro comentario y este es su doble. Tienes razón y en esto más que un deseo de polemizar habla una resistencia (Derrida, Resistencias del psicoanálisis) mía, quizás infantil, de seguro torpe ante la palabra “des-metaforizar”. Un modo de la terquedad porque imagino, defensivamente que al “entenderla” y palpar su efectos, disfrutarla incluso debo dejar atrás un modo de respirar (mal) entre los textos. Creo entender ahora lo de la traición. Y como dice la canción, un viejo amor, ni se olvida, ni se deja. Cursilerías, charrerías mías. Un hoyo negro, un síntoma, el trazo donde mi ignorancia y la cerrazón se dan la mano cuando leo que la des-metaforización, la imposibilidad de una lengua no metafórica es también poética. Me expongo. Freud nos enseñó que al ana-lizar una resistencia no basta una explicación teórica, una demostración que rastree el mapa o el origen de la misma. Creo que me encuentro en ese momento cuando las palabras de los demás, sus efectos y sus afectos me dejan sentir lo que entiendo y lo que me niego a entender y en este compartir, tal vez comience otro trabajo que desanude esta apetencia y creencia ciega en los traslados y la lleve a otro sitio. Es imposible escribirla como tal. Un abrazo y de verdad gracias.

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