Comentario a “Todos somos anticapitalistas,” de José Luis Villacañas. Por Alberto Moreiras.

http://www.levante-emv.com/opinion/2016/12/20/anticapitalistas/1506439.html

Uno de los argumentos fuertes de José Luis Villacañas en su reciente artículo de Levante, “Todos somos anticapitalistas,” copiado arriba, es que el anticapitalismo real no puede confundirse con una toma retórica de posición meramente “política,” que nos condena a la deyección de apostar fácticamente por lo que él llama el capitalismo arcaico y desdichado, el capitalismo nacional–recordemos que así acabaron todos los “marxismos realmente existentes.” Más bien entre capitalismo y anticapitalismo se da una suerte de estructura íntima o éxtima como la que se da entre los conceptos de facticidad y existencia en el Heidegger temprano. Así, el anticapitalismo es solo entendible y practicable como contramovimiento. Por eso José Luis recomendaba la actividad de crear espacios anticapitalistas a partir de prácticas existenciales como la educación o la vida familiar. Esta es la práctica de contramovimiento–no hay una trascendencia anticapitalista contra el pragmatismo capitalista, tampoco una trascendencia capitalista contra el pragmatismo anticapitalista, sino que el anticapitalismo solo puede ejercerse como contramovimiento, igual que la Existenz no puede prescindir de la vida fáctica que la sostiene. Es curioso que Heidegger entienda, históricamente, el contramovimiento de vida hacia existencia como “desvío” (umwegig), es decir, como un salirse del camino marcado por la inercia de la historia hacia otra cosa. En algún momento se refiere a ello como “lo más difícil.” “Existenz se hace entendible en sí misma en el hacer cuestionable la facticidad, esto es, en la destrucción concreta de la facticidad respecto a sus motivos para moverse, sus direcciones, sus disponibilidades relativas” (“Phenomelogical Interpretations with Respect to Aristotle,” 366).  Ese movimiento de destrucción–es la destrucción la que abre el camino a la Existenz–, y destrucción concreta, es decir, en cada momento ocupada en su mismo (des)hacer, que es un (des)hacer que construye un desvío, una errancia en sí misma orientada, pero orientada sin fin, o más bien orientada por la muerte como ya-no-más, en la que se juega todo, es la infrapolítica. Es obvio que la infrapolítica en ese sentido es siempre ya política–el movimiento de destrucción de lo fáctico no puede entenderse bajo ningún otro término–pero no es sin más política, porque no atiende como tal a ninguna nueva construcción sino que se abre radicalmente a lo que está debajo de toda construcción posible. Es decir, la infrapolítica no es sustantivable–como tampoco lo es el anticapitalismo, solo entendible como contramovimiento destructivo en el momento de subsunción total en la equivalencia. En ese sentido la infrapolítica es sin duda hermenéutica fenomenológica, y no podría ser otra cosa. En cuanto tal, sin duda también puede reclamar la totalidad de la práctica vital-existencial como su ámbito. Nada queda fuera de la destrucción infrapolítica.

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