Presentación para Department of Hispanic Studies Research Showcase. Texas A&M. 11 de noviembre 2016.
Nuestro amigo Slavoj Zizek, que hubiera debido estar hoy aquí si no se hubiera visto forzado a cancelar su visita, suele decir que la escritura, cuando es escritura real, cuando toca su propia verdad, se juega siempre en el intento de “atravesar la fantasía,” usando una expresión lacaniana. Pero entonces, el que escribe, buscando atravesar su propia fantasía, dado el carácter común de la lengua y de la ideología y de los campos ideológicos en los que nos estamos moviendo siempre de antemano, si no hay afuera, corre siempre el riesgo de atravesar la fantasía del otro, y de dejarla por lo tanto agujereada y maltrecha.
Entonces, déjenme decir de entrada dos cosas: la primera, que yo también creo que la escritura real es atravesadora de fantasías. La segunda, que habría que pensarlo mucho antes de decidir si estas apresuradas notas improvisadas pueden entenderse como escritura real. Por lo pronto no tengo intención alguna de atravesarle la fantasía a nadie, y pueden todos estar tranquilos. Lo que digo no lo digo como desafío ni como trampa ni como valoración comparativa con respecto de otras opciones en el campo profesional. Se trata de aludir sólo a la mía, a eso he sido invitado, aunque no puedo evitar hacerlo con entusiasmo.
Solo me interesa decir algunas palabras, que siempre resultarán insuficientes, sobre un proyecto en curso que es el mío, que es también el de algunos amigos, que es el que hemos elegido, o el que nos ha elegido a nosotros con suficiente comprensión por nuestra parte para pensar que es necesario e interesante que así sea, necesario e interesante, ambas palabras son útiles, más necesario y más interesante que ningún otro que nosotros conozcamos, pero más necesario e interesante para nosotros, y solo para nosotros, y ese nosotros está por supuesto abierto a todos los otros sujetos al doble imperativo de ese deseo. Al fin y al cabo, no todo lo interesante es necesario ni todo lo necesario es interesante.
Y así les pido que no escuchen en lo que sigue ningún intento ni de expresar militancia ni, mucho menos, de hacer proselitismo. No pretendo ejemplaridad alguna, y no pretendo pretender ejemplaridad. Por razones que me desbordan a mí personalmente: la infrapolítica –o la deconstrucción infrapolítica como proyecto de escritura—no busca ejemplaridad más allá del tantum quale, el ejemplo de lo que no puede ser ejemplar, no intenta convencer a nadie, porque no tiene convicción que transmitir, no milita, porque no busca la conversión. Por eso, quizás, es una extraña aventura de pensamiento. Es extraña porque no sigue ninguna convención de normalidad disciplinaria o académica. Es aventura porque está abierta al encuentro, al futuro como tiempo del otro y tiempo de lo otro, y porque no busca su mera reproducción ni la auto-producción como empresa de escritura. Es pensamiento porque se ejerce como intento de pensar sin cualificaciones, alejado de toda técnica y de todo programa, sin expertise, sin techné, sin excelencia.
Ahora bien, todo eso no sale de la nada ni se nos impone, ni se le impone a quien se le impone, meramente como un capricho del destino. Tiene una historia, es decir, hay una historia que lleva a la aparición en un momento dado, contingente y necesario, interesante y terrible, de lo que podemos llamar el deseo de nombramiento de este proyecto de pensamiento en cuanto tal, independientemente de nuestra capacidad para llevarlo a cabo.
Eso ocurre en 2013—hace apenas tres años, incluso un poco menos. Ocurre en el contexto de discusiones profesionales llamémoslas crítico-teóricas, o crítico-teórico-políticas, con respecto de las cuales algunos de nosotros y algunas de nosotras sentimos la necesidad de distanciarnos, de dar algún paso atrás o al lado o a algún otro lugar, para escapar al agobio que nos producían. No se puede negar, por lo tanto, lo que quizá es siempre el caso, que es que el nombramiento del proyecto, quizá el nombramiento de cualquier proyecto, es siempre resultado de la constatación o de la explicitación de una cierta impaciencia, de un cierto agobio: la otra cara de lo necesario interesante.
Aunque decir que ese agobio es un agobio puntual sería ya decir demasiado. Ese agobio no se produce en 2013, sino que tiene detrás una larga historia de desacomodo, de impaciencia, de insatisfacción y desencanto, de displacer y de aburrimiento, que está vinculada en realidad no solamente a nuestra historia personal, no solamente tampoco a la historia del campo académico (latinoamericanista o hispanista o cualquier otro campo académico), sino a la historia del pensamiento en español, a la larga historia, agobiante, de su incomparecencia, de su ausencia, de su radical insuficiencia. De su impuntualidad.
Pero digamos que para nosotros, criaturas mortales casi todos, algún vampiro habrá, nuestra existencia no puede confundirse con la existencia o inexistencia de pensamiento—ese real que puede atravesar fantasías—en el archivo histórico del castellano como lengua; sino que nuestra existencia registra de forma diferenciada y concreta, en cada caso, el golpe de esa falta de aire en el campo de pensamiento y trata de compensarla o de hacer éxodo de ella, incluso de compensarla mediante el éxodo. Quizá la infrapolítica es antes que nada un éxodo.
Los éxodos concretos que marcan de forma más patente la genealogía de la infrapolítica como proyecto—y de la deconstrucción infrapolítica como proyecto de escritura—son, simplificando, éxodos respecto de:
- la insuficiencia de la llamada teoría literaria de los años 80 como campo de pensamiento.
- la insuficiencia de los llamados estudios culturales como campo de pensamiento a principios y mediados de los 90.
- la insuficiencia de los llamados estudios subalternos como campo de pensamiento a finales de los 90.
- la insuficiencia ya terminal y empobrecida drásticamente de las respuestas que el campo profesional ofrece ante la descomposición histórica del proyecto de estudios subalternos de finales de los 90.
Y esto último nos coloca ya alrededor de 2001, esto es, si pensamos en términos del viejo concepto alemán de generaciones, que se suceden cada quince años, habría habido una generación que antecede a la vuestra, que es la generación de estudiantes que hoy trata de profesionalizarse, incluso de empezar ahora su doctorado. ¿Qué le pasa a esa generación? La de 2001. ¿Qué la marca? Sin duda, 9-11. Solo dos días antes de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono terminaba el congreso de la Latin American Studies Association en Washington. En el tercero de los paneles dedicados a una especie de reflexión colectiva sobre el estado del pensamiento en el campo de estudios, Néstor García Canclini anunciaba el “fin de la alianza” entre las diversas corrientes teóricas que habían definido los previos quince años, y anunciaba por lo tanto el fin del recorrido de una generación que ahora tendría que acogerse a alguna otra cosa. Y no fue solo García Canclini el que lo dijo. Dos días más tarde, la historia contemporánea irrumpiría, en cuanto acontecimiento, para refrendar las palabras de García Canclini, que de repente hubieron de entenderse como remitidas a un fin del paradigma intelectual de estudios de área, y de estudios poscoloniales, que había regido el discurso académico norteamericano, y no sólo norteamericano, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Se produjo en realidad en 9-11 el fin de los estudios poscoloniales como aventura real de pensamiento, pero esos fines nunca son puntuales, y lo que vino después, lo que todavía colea y boquea, solo es epigónico, y fue experimentado por muchos miembros de esa generación anterior a la vuestra como los “doldrum years,” los años del desierto, de la tierra quemada, de la tierra baldía, el momento de un cierto agobio terminal, de una cierta irrespirabilidad del campo de estudios (a la que por supuesto hubo que acomodarse).
Para 2010, en el LASA de San Francisco, las cosas han ya cumplido su ciclo, incluso si pocos todavía lo ven con claridad. Las opciones decolonial y postsubalternista, residuos del crack de estudios subalternos, se manifiestan todavía en abierto delirio, pero se abre paso la obviedad de que era necesaria otra cosa. En ese momento Bruno Bosteels propone la idea de la “posthegemonía” como posible forma de canalizar a los descontentos, de iniciar otro juego. El mismo se desmarca de ello en plazo breve, pero había ya dejado caer la idea, la había hecho explícita.
Desde nuestra pespectiva, ese éxodo, que ya tenía un primer nombre, llevó a Crítica y Teoría—una red social con unos 900 investigadores en sus días álgidos, no sé qué estará pasando allí ahora—y luego, en 2013, también desde la insuficiencia de Crítica y Teoría, a la fundación del Colectivo de deconstrucción infrapolítica. Es decir, al nombramiento específico de un nuevo proyecto de pensamiento que era también un éxodo respecto del espacio académico, un nuevo proyecto de vida, un nuevo proyecto existencial en el que el pensamiento no sería ya referido a la producción (hegeliana o seudohegeliana) del saber, sino a la propia existencia singular, desde la existencia común. Proyecto de pensamiento: no proyecto técnico para reconstruir el campo, no arquitectura de ninguna renovación, no búsqueda de nuevas formas de hablar de los problemas de siempre, y desde luego no forma de teoría para ser “aplicada” a nuestros objectos convencionales. Se trata de otra cosa.
En eso estamos. Quizás no es mucho o quizás lo es todo, para unos o para otros. Por lo pronto es una de las razones por las que podemos decir con cierta justicia que hay una oferta de pensamiento, una novedad necesaria e interesante, que no es ninguna trivialidad, y que importa muy por fuera del campo de estudios hispánicos, sea eso hoy lo que ya sea, lo que haya venido a ser.
Todo esto lo quería decir sólo para darle entrada a palabras no mías, sino del pensador italiano Michele Cometa, que dijo en una entrevista reciente lo siguiente:
Entrevista de Michele Cometa: https://www.dropbox.com/s/giqbxm6r79k7hqy/cometamicroent_04-08-16.mp4?dl=0
En fin, para terminar y poder pasar a la discusión específica de lo que dijo Cometa, me gustaría decir que vuestra generación está posiblemente marcada ya para siempre por la elección de Donald John Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Eso marcará vuestro destino. Mientras tanto, mi recomendación, ni militante ni proselitista, pero desde luego necesaria e interesante, aunque solo sea para mí, es: Keep Calm & Think Infrapolitics.