Ni siquiera un manifiesto. (Alberto Moreiras)

La infrapolítica es, mínimamente, un campo de reflexión abierto a la indagación de condiciones y manifestaciones de experiencia en la época de la consumación de la estructuración ontoteológica de la modernidad.   Entendemos que la experiencia, la de todos y la de cada uno, está cruzada por la política, que la marca y determina y enmarca de forma fundamental e irreducible, pero postulamos que la determinación política no agota la experiencia. La experiencia excede o subcede la política, y puede por lo tanto ser tematizada y estudiada infrapolíticamente. Postulamos también que la política en la época de la consumación de la estructuración ontoteológica del mundo conocido no es un fenómeno naturalizable como dado por supuesto, sino que está él mismo sometido a condiciones históricas de manifestación.   La esencia de la política, podemos decir mimetizando a uno de nuestros pensadores de referencia, no es en sí política. Pero la infrapolítica no busca determinar filosóficamente cuál sea la esencia de la política, ni siquiera en sus dispensaciones contemporáneas. Su interés, hermenéutico, fenomenológico y deconstructivo, se da más bien en el intento de acotar la determinación política a favor de su exceso o suceso.   La infrapolítica es un campo de reflexión que indaga el suceso de la política en nuestro mundo.   En cuanto su-ceso, es decir, exceso que precede, campo experiencial no circunscribible ni agotable por determinación política alguna, la infrapolítica tiene dimensiones críticas—la infrapolítica piensa la política en la medida en que piensa su negación–, pero su ejercicio primario no es crítico (de la política) sino interpretativo.   La infrapolítica vive en una retirada de la política de la que no se nos oculta que incluye una intensa politicidad—pero es la politicidad impolítica que suspende y cuestiona toda politización aparente, y la coloca provisionalmente bajo el signo de su destrucción. Llamamos a la dimensión de politicidad impolítica de la infrapolítica posthegemonía, o democracia posthegemónica. La infrapolítica encuentra en la democracia posthegemónica, y en su praxis, que es la democratización posthegemónica, la interrupción suplementaria de su propia praxis subcedente.

Es claro en lo que antecede que este proyecto se sitúa en una tradición de pensamiento marcada por la obra de Martin Heidegger, a la que busca interpretar o reinterpretar en diálogo con sus continuadores históricos, de Reiner Schûrmann a Catherine Malabou, de Luce Irigaray a Felipe Martìnez Marzoa, de Jacques Derrida a Jean-Luc Nancy, de Giorgio Agamben a Roberto Esposito o Davide Tarizzo, e incluyendo a muchos otros. Pero también que la reflexiòn infrapolítica aspira a constituir un archivo de pensamiento más amplio y no contenible en la estela heideggeriana.   Nos interesa la práctica artítstica, la literatura, la ciencia y la religión en la misma medida en que también en esas prácticas se da reflexión y poetización de la encrucijada historial a la que remite el fin de la estructuración ontoteológica de la modernidad.   Nos interesa también el pisicoanálisis, que en ciertas de sus versiones puede entenderse como paradigmático de la práctica infrapolítica avant la lettre.   Y nos interesa el mundo de la vida cotidiana, con sus trazas de maquinación y cultura, de ética y moralismo, de historia y de desnarrativización perpleja.

Lo que proponemos es sólo derivada y subsidiariamente una práctica académica. Muchos de nosotros somos miembros de alguna universidad y tendemos a realizar nuestro trabajo en el contexto del aparato universitario.   Pero entendemos que la universidad está hoy sometida a condiciones de producción, en sí derivadas del acabamiento metafìsico de la modernidad, que son incompatibles con el futuro del proyecto infrapolítico. La infrapolítica es postuniversitaria y antiinstitucional en la medida en que busquemos su necesaria radicalización.   Se entiende como una modalidad de pensamiento salvaje, lo que Malabou llama la irrupción de lo fantástico en la filosofía, que nos desborda tanto como nos convoca, y nos destruye tanto como nos informa.

La infrapolítica no pide inscripción ni perdón. Se anuncia como voluntad de pensamiento al margen de canales establecidos y reconocibles, al margen de toda política cultural, al margen de toda recuperación biempensante. Tratará, por supuesto, de crear sus lugares, pero nuestra querencia es virtual y oscura, y nos atraen más los bares y las playas y los desiertos que las aulas, las salas de conferencia o los grandes hoteles convencionales. No insistimos en secreto alguno, pero sabemos que el pensamiento es siempre secreto.   No pedimos comunidad, no pedimos filiación, no pedimos siquiera comprensión alguna.   Nos manifestamos contracomunitarios y hostiles a toda formación de captura. Y apostamos a un largo plazo incalculable desde el cómputo servil del produccionismo excelentista.   Sabemos que sólo contamos con nuestro tiempo de vida, y que tal tiempo excede, y sucede, al tiempo de trabajo. Y esa es la cosa.

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