La expresión “¡A la nada misma!” es, efectivamente, otra forma de referirse a la temporalidad, que sobre todo es temporalidad de las cosas, no de las personas (es decir, temporalidad no histórica). Otra cosa es que esa temporalidad quede vinculada a una historicidad que, por así decirlo, no sea histórica, es decir, ontoteológica o ligada a principios metafísicos.
En realidad, mi expresión tiene que ver con algo formulado en mi Heidegger del año 2005 (pag. 170 y en general Parte II, cap. 3), relativo al escrito “¿Qué es metafísica?” del año 1929, donde Heidegger identifica radicalmente Dasein y metafísica (que no Metafísica como Ciencia de los principios). Es decir, metafísica como lugar (Da) desestructurado o solamente articulado como cruce de ser y desistir o ser y nada: “desistir” sería el nombre de esa antigua nada metafísica, fuera ya de su comprensión según principios lógicos o, lo que es lo mismo, comprensible solo como temporalidad, que no tiene nada que ver con una sucesión.
Es lo que he llamado también en otro lugar “sincronía pura”, instancia bajo la que tiene sentido consecuente pensar la muerte, que lejos de ser un acontecimiento que tiene lugar en un momento del tiempo (de la sucesión), es la matriz original del propio tiempo (es decir, de la temporalidad). Naturalmente que puede ser pensado ligado a esa “pulsión de muerte” a la que te refieres.
La cuestión clave que yo plantearía en este marco (lo acabo de hacer en el prólogo a una edición de la Antígona de Hölderlin que se publicará en breve) se deja formular así: ¿puede sobrevivir la pólis como tal llevando solo un registro administrativo de los muertos pero eludiendo permanentemente –como si esa fuera su propia condición de supervivencia – el poder de la muerte, en definitiva el único constituyente y, por eso mismo, destituyente?
Valgan estas líneas solo como respuesta rápida a tu pregunta; respuesta que exigiría ampliarse.
Hay aquí un enlace posible con Nancy (uno de los que mejor han extraido las consecuencias del planteamiento “heideggo-derrideano” para una ontología política), para quien la muerte es raíz de la comunidad, pues en la medida en que sólo se mueren los otros, es a través del otro que cobro conciencia plena de mi propia finitud, a través de lo que aparezco unido al otro, en ese desaparecer, en su fatal ausencia me doy cuenta de mi cosustancial dependencia, de mi co-ser (algo más radical que el mit-Sein), de lo que nos une a todos. La comunidad se funda en esa fragilidad, en esa negatividad, no en ningún totem tribal, en algo positivo, en ningún Blut und Boden, sino en esa nada que nadea en cada uno. Ese componente negativo de la raíz comunitaria habrá de aparacer igualmente en su florecimiento, en su futuro anunciado como comunidad désouvrée.
Arturo, via e-mail, se interesa por el paso de Nancy, sobre este punto del lazo muerte-comunidad, lo doy también aquí por si fuera de interés para cualquier otro: Jean Luc Nancy, La communité desouvrée, París, Cristian Bourgois, 1999 (nueva edición) pp. 35-44.
Arturo, mírate también, si te interesa esto, un texto más reciente de Nancy sobre Blanchot, La communauté desavouèe, y las pàginas de crítica de Derrida en Peine de mort al Blanchot de Litterature et droit de mort. También el texto de Blanchot, L´instant de ma mort, y el comentario de Derrida, Demeure.
Debía estar dormido al escribirlo, menuda sopa de lenguas!; corrijo: La communauté désoeuvrée