Infrapolítica y Hermenéutica. (Arturo Leyte)

Agradezco a Alberto Moreiras su detallada y lúcida lectura de algunos capítulos relevantes de mi libro EL PASO IMPOSIBLE. Lejos de pretender deslumbrar mediante una frase evocadora y hasta cierto punto nostálgica, el título se limita (de nuevo) a reflejar la tesis principal (quizá habría que hablar, más bien, de “la intención principal”) que recorre la publicación y mi propio recorrido de los últimos años: Se dice “paso imposible”, y por eso mismo intransitable, a diferencia del paso posible (este sin comillas, porque es el que se está produciendo regularmente). Si el segundo es, no solo el del idealismo (alemán) sino el idealista en general, el primero es el que caracteriza al hermenéutico. Por eso cabe hablar mejor de “paso hermenéutico” que de teoría hermenéutica o cosas por el estilo. En algún lugar de la publicación se insinúa que la tal teoría hermenéutica es de suyo ya idealista, o está siempre en trance de serlo, desde el momento en que fija una posición y hasta un procedimiento (un método): ¿Y se puede decir que haya un “método hermenéutico”? Su significado, en todo caso, diferiría mucho de lo que habitualmente se entiende por método, a saber, el medio para alcanzar un determinado objeto, aunque ese objeto sea el sujeto mismo. En cambio, por “método”, en lo de hermenéutico, cabe reconocer más bien un camino que no lleva a ninguna parte, pero principalmente porque no se refiere a un sentido diacrónico, sino al puro carácter sincrónico: “camino” significa estar ya siempre “en camino” y no este o el otro camino; es independiente, así pues, de cuáles sean las posibles posiciones, estaciones y momentos. En definitiva, camino no es otra cosa que la pura perplejidad de “encontrarse en”, una perplejidad que no puede tematizarse si no es ya siempre por medios derivados y por lo tanto “posibles”, frente al imposible carácter de la perplejidad ante el encontrarse que se quiere ocultar por todos los medios, simplemente porque no da nada de sí. Es este “no dar nada de sí” (en definitiva, este “no” y esta “nada”) lo que confiere el único contenido posible al paso imposible: efectivamente, por la nada y el no resulta imposible transitar, pero sin el reconocimiento de esa imposibilidad, lo positivo (transitable mecánicamente) se hace protagonista exclusivo y factor y esfera dominantes. Políticamente, habría que decir que ese no y esa nada nos defienden. Pero, ¿de qué? En principio, del ilimitado tránsito que no reconoce límites sino infinitos métodos para infinitos (todo ese infinito es el mundo de la posibilidad) mundos, reales o virtuales, cuando esa misma distinción se ha vuelto irrelevante.

Habría que anticipar, en todo caso, que cualquier resituación del no y la nada como figuras antagónicas a ese infinito positivo haría de ellos (que hasta ese momento valen porque son solo elementos inexistentes) otra figura tan positiva como su opuesto, de modo que en realidad dejaría de haber opuestos. Y el no –y la nada, que según Heidegger sería su origen – no puede definir una esfera opuesta al sí y lo positivo, fundamentalmente porque no es esfera alguna. Aquí se juega, seguramente, la relación comprensiva entre política e infra/política, significante siempre amenazado de aparecer como significado también dominante.

Si en mi libro, la oposición idealista/hermenéutico corresponde a la oposición Hegel/Heidegger, cabe decir algo de esta oposición y del peligro en el que se encuentra siempre el segundo elemento (hermenéutico/Heidegger), peligro inherente a la misma asimetría: mientras que lo uno (lo ideal, que es lo posible; Hegel) es, lo otro no es, pero ese “no ser” puede acabar enfatizado de tal manera que venga a tener casi más poder que el mecánico “es”, liquidándose entonces a sí mismo, dialécticamente. Y se trata de pensar que entre ese “es” y el “no es” no rige una relación dialéctica ni, por lo tanto, un mecanismo de superación, aunque sea el propiciado por la libertad política (la revolución que vendría a reconciliar ambos mundos y esferas).

Si se me preguntara en qué formulación del maltratado Heidegger (también maltratador, en primer lugar de sí mismo, cuando juega un juego que raya la desfiguración – ver mi “Heidegger: una nota sincrónica”, último capítulo de “El paso…”) se encuentra la clave de su propuesta, y también la de su malentendido definitivo, no dudaría en remitir a una frase de su opúsculo “De la esencia de la verdad”, texto radical y ambiguo donde lo haya. Dice así: “Wahrheit ist nicht ursprünglich im Satz beheimatet”. De la traducción depende ya un resultado. Yo mismo lo traduje (en colaboración) hace años así: “La verdad no habita originariamente en la proposición”. Quizá hoy probaría de estas otras maneras: “La verdad no es originaria de la proposición” o, más radicalmente, “Verdad es lo que no procede originariamente del enunciado” o, invirtiendo el sujeto gramatical, pero no el sentido: “La proposición no es el lugar natural y originario de la verdad”. ¿Por qué se atisba ya en esta aparentemente inofensiva afirmación todo el malentendido Heidegger? Yo diría: porque la formulación principal de la tesis – que se resume en que verdad y enunciado no coinciden – se encuentra encubierta bajo una expresión en la que aparecen dos significantes – “lo originario” (ursprünglich) y “la casa” (beheimatet) – de un carácter tan acusadamente retórico que invade todo el sentido, al punto de identificar lo expresivo con lo semántico. ¿Por qué disociar la verdad vinculada con lo originario y la casa de la verdad reconocible solo en la proposición? ¿Por qué no quedarse con la más sobria formulación ensayada en Ser y tiempo (parágrafo 33, GA 9, 185): “La proposición como modo derivado de la interpretación”? En cualquier caso, por motivos que trascienden estas breves líneas, Heidegger formula una extraña propuesta – la verdad no radica originariamente en la proposición – bajo una expresión que corre el peligro de constituirse ella misma en una esfera tan importante como la de la proposición, cuando la intención inicial debería ser seguramente la contraria. De nuevo en Heidegger la expresión mítica (“origen”, “casa”) se solapa con la filosófica, pero en un sentido radicalmente distinto al de Platón. Podríamos decir: en un sentido devaluado.

Sin embargo, el Heidegger que se sugiere en “El paso imposible”, sin pretender descontar el papel de la expresión por irrelevante, se propone contra Hegel, reconociendo como valiosa su (la de Heidegger) inicial intención anti-ilustrada, es decir, directamente anti-política. Que esa intención pueda ser también valiosa comprendiéndola “infra/políticamente” depende sobre todo del lector e intérprete, en este caso nosotros. En cualquier caso, hacer jugar, frente a la proposición (y en su conjunto frente al conocimiento, es decir, frente a la ciencia y la política en general), la interpretación, que no cabe en teoría alguna y por eso se debe refugiar “teóricamente” en la expresión de lo imposible, el no, la nada (pero también “lo originario”, “la casa”), conlleva un peligro: el de acoger al Heidegger anti-ilustrado y anti-moderno como representante de la figura del reaccionario. Si a eso se le añade su filia política, el carácter de reaccionario se vuelve además repugnante (ser bolchevique, en cambio, hubiera significado en aquel tiempo ser moderno y progresista, no sé si repugnante).

En todo caso, lo que se trata de pensar no es la filia o la fobia política; tampoco quién era o dejaba de ser reaccionario (Heidegger lo era), sino el estatuto mismo de la “reacción” (es decir, no del eterno progreso) y su vinculación con algo así como la (imposible) interpretación al margen de una teoría y ligada a “una” verdad cuyo sentido no es la coincidencia lógica sino nada…. Si esa “nada” queda vestida a su vez con los significados de origen, casa y procedencia natural, tenemos al Heidegger mítico. Si, en cambio, esa nada se lee tal cual, según la he traducido yo en “¿Qué es metafísica?”, como ese desistir inherente a todo ser, al punto de que lo caracteriza radicalmente, tendríamos que el origen no es algo anterior, ni algo perdido, ni algo, por lo tanto, a lo que haya que volver, sino la imposible naturaleza de las cosas, cuya habitación no es una “casa” perdida, sino la nada, el desistir que acompaña su manifestación. Entonces, la máxima “¡a las cosas mismas!” tendría otro eco, tal vez este: “¡a la nada misma!”, que es lo único que quizá salve de tanto apabullante ser.

2 thoughts on “Infrapolítica y Hermenéutica. (Arturo Leyte)

  1. Arturo, hermoso texto, muchas gracias. Una pregunta nada más, para empezar: ese desistir inherente a todo ser, que permite cambiar la mirada respecto de la onto-teología consumada y ya devaluada, estamos en este grupo empezando a pensarlo por lo menos de dos maneras: por un lado, atendiendo a la noción de auto-inmunidad, que es el último nombre en la biografía derrideana para la empresa deconstructiva; por otro lado atendiendo a la noción de destitución (o de poder destituyente) en Giorgio Agamben. En ambas quizás hay cierta presencia de la pulsión freudiana de muerte. ¿Cabría, para ti, indagar esa conexión? La infrapolítica está donde tú dices, por lo pronto desde el intento de pensar la política en retirada o desistencia, no por abandono, sino en virtud de cierta hiperpoliticidad que tú mismo pareces compartir dado el tono crítico de tu texto en relación con “el paso posible,” el paso soberano u ontoteológico, el paso no sujeto a la destrucción autoinmunitaria. Cierto que la infrapolítica–en su dimensión reflexiva, a la que no veo objeción a llamarle desde ahora hermenéutica infrapolítica–trata de eludir sustancialización o reducción a concepto, trata incluso de eludir descripción para entenderse como camino sin trayecto. Y de nuevo, no en virtud de abandono alguno, sino en el intento, o más bien, en la necesidad, de pensar el nihilismo heredado y de tematizar la dominación que conlleva–como forma de lo que Benjamin en algún momento, en carta a Scholem, llamaba “un pequeño ajuste.” Esta es mi pregunta: ¿dirías tú que ese imperativo, ‘¡a la nada misma!,’ es consistente con el intento de pensar una temporalidad despojada de principios metafísicos, es decir, una historicidad en escucha escueta de la historia del ser?

  2. La expresión “¡A la nada misma!” es, efectivamente, otra forma de referirse a la temporalidad, que sobre todo es temporalidad de las cosas, no de las personas (es decir, temporalidad no histórica). Otra cosa es que esa temporalidad quede vinculada a una historicidad que, por así decirlo, no sea histórica, es decir, ontoteológica o ligada a principios metafísicos.
    En realidad, mi expresión tiene que ver con algo formulado en mi Heidegger del año 2005 (pag. 170 y en general Parte II, cap. 3), relativo al escrito “¿Qué es metafísica?” del año 1929, donde Heidegger identifica radicalmente Dasein y metafísica (que no Metafísica como Ciencia de los principios). Es decir, metafísica como lugar (Da) desestructurado o solamente articulado como cruce de ser y desistir o ser y nada: “desistir” sería el nombre de esa antigua nada metafísica, fuera ya de su comprensión según principios lógicos o, lo que es lo mismo, comprensible solo como temporalidad, que no tiene nada que ver con una sucesión.

    Es lo que he llamado también en otro lugar “sincronía pura”, instancia bajo la que tiene sentido consecuente pensar la muerte, que lejos de ser un acontecimiento que tiene lugar en un momento del tiempo (de la sucesión), es la matriz original del propio tiempo (es decir, de la temporalidad). Naturalmente que puede ser pensado ligado a esa “pulsión de muerte” a la que te refieres.

    La cuestión clave que yo plantearía en este marco (lo acabo de hacer en el prólogo a una edición de la Antígona de Hölderlin que se publicará en breve) se deja formular así: ¿puede sobrevivir la pólis como tal llevando solo un registro administrativo de los muertos pero eludiendo permanentemente –como si esa fuera su propia condición de supervivencia – el poder de la muerte, en definitiva el único constituyente y, por eso mismo, destituyente?

    Valgan estas líneas solo como respuesta rápida a tu pregunta; respuesta que exigiría ampliarse.

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