Infrapolítica post-aurática I (Borrador). (Sergio Villalobos)

Quisiera proponer una simple hipótesis: que la exacerbación del cierre biopolítico de la existencia humana, como teoría unilateral de la dominación, está caracterizada por una cierta concepción aurática del poder, una auraticidad no problematizada radicalmente y que se expresa como cancelación de la misma política, no en cuento actividad acotada y subjetivamente orientada, sino en cuanto la política sería equivalente a la historicidad del ser. Georges Bataille concluye Las lágrimas de eros con una referencia fundamental al Leng Tche (muerte por cien cortes), un procedimiento de castigo que implica la muerte lenta del ejecutado que es descuartizado metódicamente y mantenido vivo con dosis de opio que se reflejan en su rostro, en el que convergen el dolor del suplicio y el éxtasis de una experiencia “fuera de sí”. La imagen utilizada por Bataille le habría sido dada por un tal doctor Borel y reflejaría el suplicio aplicado a Fu-Tchu Li el 25 de marzo de 1905, por haber asesinado al príncipe Ao-Han-Ovan. Él mismo Bataille nos indica, no sin asombro, que este suplicio le habría sido asignado por el emperador al regicida como acto de misericordia para evitar la pena máxima que consistía en ser quemado vivo. A partir de esa imagen, se revela para el francés una convergencia fundamental entre el horror horripilante y el placer orgásmico, llevando la experiencia del sacrificio, constitutiva del orden religioso, más allá del éxtasis místico, hacia una materialidad corpórea que se hace carne en la misma forma en que la soberanía comunica su mandato al pueblo mediante la inscripción de su poder en el cuerpo del sancionado. En efecto, Fu-Tchu Li, su cuerpo de culpable, es auratizado mediante la inscripción de la ley soberana y de la misericordia del soberano, dibujándose en su rostro no solo el opio destinado a retardar su muerte, sino el goce soberano de la sanción y la excepción. La pena de muerte y la piedad de un suplicio que sería, en principio, menos drástico que la incineración del afligido. “Tal es, en mi opinión, la inevitable conclusión de una historia del erotismo. Pero debo añadir lo siguiente: limitado a su ámbito propio, el erotismo no hubiera podido acceder a esta verdad fundamental, reflejada en el erotismo religioso, es decir, la identidad del horror y de lo religioso. La religión, en su conjunto, se fundamentó en el sacrificio. Pero sólo un interminable rodeo ha permitido acceder al instante en el que, visiblemente, los contrarios aparecen vinculados, donde el horror religioso, reflejado, como sabemos, en el sacrificio, se vincula al abismo del erotismo, a los últimos sollozos que sólo el erotismo ilumina” (Las lágrimas de eros, 249-250). Interesa, en principio, detenernos en esta relación constitutiva entre erotismo, poder y excepción, o si se prefiere, en la inscripción brutal del goce soberano en el cuerpo como clave de una teología política que no es ni privativa de Occidente ni está referida a un cierto pasado, ya superado por la lógica humanista del derecho occidental. Bataille entiende que esta imagen del suplicio concluye su investigación del erotismo, iniciada ya antes de la Segunda Guerra Mundial, y le permite abrirse hacia una consideración de la superposición entre la petite morte del orgasmo y la muerte como experiencia radical de negatividad. La pretensión de su hipótesis es que dicha fotografía captura, de una u otra forma, y de manera no verbal, una experiencia inenarrable, la experiencia del morir. Pero, a la vez, ese reflejo de la muerte teniendo lugar sobre el cuerpo no debe ocultar la otra experiencia fundamental que dispone del cuerpo como lugar de su ensañamiento, a saber, la inscripción-escritura de la ley soberana sobre el afligido, el que queda convertido en una especie de lienzo donde la misma ley soberana se dibuja y se confirma en un mismo acto. Así, no se trata de una universalidad pre-definida y estatuida de una vez y para siempre, sino de una permanente redefinición de la frontera misma que separa la ley de su opuesto, el crimen. Lo que importa de esta permanente re-definición, entonces, es la frontera misma como algo indefinido, algo que debe ser establecido, recordado, de forma permanente. Como en el relato de Kafka, En la colonia penitenciaria (1996), donde el culpable es castigado mediante un proceso que consiste en escribir sobre su dorso la ley que éste habría transgredido, siendo el mismo castigo una práctica rememorativa de la ley. Las agujas que penetran la espalda del afligido no solo ejecutan una sanción ejemplar, sino que convierten el mismo cuerpo en el lugar de inscripción y materialización de la operación efectiva de la ley. En esto consistiría precisamente dicha operación, en la inscripción de la soberanía sobre un cuerpo que, mediante la auratización desencadenada por la misma violencia de esa inscripción, hace de la superficie corporal sometida al castigo el lugar no solo en que se inscribe la ley sino donde coinciden su pretendida universalidad y su excepcionalidad fáctica. El cuerpo sometido a suplicio comunica al espectador el mensaje del soberano, pero este mensaje debe re-inscribirse permanentemente, una y otra vez, pues el soberano está él mismo sujeto a una relación indeterminada que solo se articula mediante el permanente ejercicio de la excepcionalidad. Ese es el secreto de la relación soberana, no su cierre biopolítico definitivo y unilateral, sino su indeterminación, misma que habita el corazón de la tradición teológico-política y que la obliga a repensar permanentemente el estatuto mismo de la ley, confrontada incesantemente por el acto de la profanación, de la transgresión (Foucault, Prefacio a la transgresión, 1996). De ahí entonces la condición infinita de la demanda del poder, su paranoia insatisfecha, pues el soberano sospecha que la fragilidad de su dominio depende no de la cancelación de una deuda contraída por el pueblo con él, sino del incremento potencial de esa deuda, que debe ser amortizada periódicamente mediante múltiples sacrificios. En otras palabras, la clave de la inscripción soberana es la perpetuación de la deuda como ocultamiento de su indeterminación. Recordarán ustedes la crítica radical de Pierre Clastres a este mecanismo de transferencia, a partir de comprobar cómo en ciertas sociedades pre-estatales, la deuda funciona en un sentido totalmente inverso, no como fuente del poder, sino como su consecuencia (Society against the State, 1989). Sería la inversión teológico-política de esa relación de subordinación del poder a la comunidad, lo que marcaría el comienzo de la deuda soberana. Y es en ese contexto que la crucifixión y el sacrificio rememorativo son partes del ritual confirmatorio del poder. Recordemos que es en la ritualidad cristiana del investimento donde Ernst Kantorowicz (1997) descubre las transformaciones del Corpus Cristi en el cuerpo mortal del soberano, cuerpo, este último, que en su misma precariedad delata el carácter contingente de la soberanía. Algo similar nos devela Benjamin en su temprano ensayo Capitalismo como religión (1996): “El capitalismo es, presumiblemente, el primer caso de un culto que no expía la culpa, sino que la engendra” (288). Entonces, siguiendo esta lógica argumentativa, podríamos sostener que dado el carácter contingente de la soberanía, no habría un cierre biopolítico definitivo precisamente porque nada puede ser definitivo en términos de relaciones soberanas. Tanto el Leng Tche o muerte por cien cortes, como el suplicio de la máquina kafkiana en La colonia penitenciaria, no son operaciones unilaterales de un poder que se configura trascendentemente, sino marcas que delatan su contingencia. Lo que se escribe en el cuerpo como castigo es la misma ley que mediante ese acto se re-actualiza y se re-constituye. Habría así una dimensión pictórica de la ley que debe ser interrogada, dimensión ésta relativa a la forma en que la misma ley dibuja sobre el cuerpo su imagen, y para la cual el cuerpo conservaría una relación aurática que resulta fundamental para su propia puesta en escena: el espectáculo soberano del poder dispone de los cuerpos destazados, destrozados y mutilados como marca inexorable de su propia precariedad.

1 thought on “Infrapolítica post-aurática I (Borrador). (Sergio Villalobos)

  1. Esta entrada me parece magnifica, Sergio. Por una parte, porque da cuenta de lo que se juega hoy con el ascenso de un tipo de violencia expresiva sobre los cuerpos (en América Latina, por poner lo que tenemos más cerca, pero en realidad vale poco la geografía), ya sea en términos de mutilación, desaparición, o linchamientos. Más que la cansina discusión en torno al Estado (si es existe o no, ya de por si carga con un presupuesto sociológico vulgar de tipo “transicional”), lo que me parece productivo del énfasis a la soberanía, ahora contingente, es ver cierta flexibilidad de su operación en la producción misma de la subjetividad, es decir, vuelta rutinaria en torno a los cuerpos. En este sentido, entonces, no hay agotamiento de la soberanía, sino mutación que pasa por cierta fábrica de escritura. Quizás uno de los misterios en todo esto es porque la soberanía en tanto función del derecho tiene que escribir o inscribirse para que tenga “efecto” en tanto Ley? No hay soberana sin inscripción, ya sea sobre el cuerpo como lienzo o sobre la constitución soberana que produce sujeto del derecho. Esto queda muy claro, por ejemplo, en el libro nuevo de Rafael Rojas (Los derechos del alma), en la medida en qué la soberanía es el lugar no dicho del polemos constitucional (legalista) de la fundación o “transición” de la independencia en América Latina. Pudiéramos decir, entonces, que la inscripción es algo así como el “suplemento” efectivo (y expresivo) de la soberanía, que aparece en Kafka, Roa Bastos, o en Bataille? ¿Cómo pensar la escritura y la marca en el cuerpo desde ahí (en el libro de Rojas hay un capítulo totalmente en esta línea titulado “Plumas que matan”, sobre el caso del conservador ecuatoriano García Moreno)? Cuál sería la relación entre esta modalidad expresiva de la marca soberana y la función regulativa del capital como economía que coincide con la contingencia o la plasticidad misma de la primera? Infrapolitica en esta modalidad desoculta la reduccion espectacular de la inscripcion? Como ves aqui, por lo tanto, infrapolitica en terminos del caracter “expresivo” de la contigencia de la soberania?

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