Sobre la diferencia entre Ética e Infrapolítica.
Hay que partir de que ética y política así como no son lo mismo ni pueden serlo, tampoco son ajenas, ni pueden serlo. El principio griego de que no es posible una politeía justa sin individuos con un determinado ethos, ni un ethos pleno sin aquella, que no cabe una separación de esas dos esferas, sigue siendo un principio básico de referencia categorial a pesar de la modernidad política. El ideal de la ciencia política moderna, de lo que Kant alguna vez (seguido por el Marzoa de El concepto de lo civil) formuló como una constitución perfecta para un “pueblo de demonios”, es imposible. No hay manera de construir una comunidad democrática sobre la base de la desconfianza respecto de sus integrantes, a lo que conduce es a una sociedad de controles panópticos, o conductistas, en que el reconocimiento a todos de los derechos es doblado por el sometimiento de cada uno al ojo amenazante de un Estado omnipresente. No es posible una ley que se sostenga tan sólo por el poder que la ampara, sin que acredite validez por parte de quienes la siguen. Puede que valga en el taller o en el mundo de la burocracia, pero en la sociedad política no cabe “máquina sin espíritu” (Weber).
El nexo ética-política no es, pues, tan solo un principio básico de la política establecido desde los griegos al que cabe retornar por momentos como fuente eterna de inspiración, es requerido por el más elemental realismo político, sin él la comunidad no es posible. Pero además, este principio es, si cabe, más pertinente hoy que en otro tiempo, pues no podemos por menos que extraer a este respecto las consecuencias del fin del Estado-nación al que han estado ligadas hasta ahora las categorías políticas modernas. El Estado-nación intensificaba el choque de la política con la ética al contraponer la universalidad de la ética a la particularidad de la política, pues fuera del ámbito nacional cada Estado impera en un medio en el que solo rige la ley de la naturaleza (estado de naturaleza). Hoy esto ha de entenderse como el medio en que los mercados imperan desbocados sin rienda política que los sujete. El Estado, como bien Hegel puso de manifiesto, no podía admitir ningún principio ético por encima de sí. Todo eso ha sido trastocado, y hoy el individuo en un incipiente mundo cosmopolita puede exigir un amparo de sus derechos, por encima del Estado, a la comunidad internacional, que al Estado mismo ha de someter. La necesidad de una comunidad política transnacional hace que la política pueda limar al máximo su particularidad acercándose a la universalidad que reclama la ética. La demanda ética de universalidad adquiere, entonces, una dimensión política. Sin llegar nunca a superponerse el sujeto universal de la ética se acerca al sujeto particular, marcado por su pertenencia de la política. Curiosamente, en un mundo en que la política desaparece, el nexo entre ética y política se vuelve más urgente.
Carl Schmitt era muy consciente de este punto. Toda su oposición a un avance en esa línea resulta, sin embargo, ideológica. Consideraba un absurdo una política de la humanidad, basada en los derechos humanos, de la universalidad, etc, pues la política es escisión, división amigo/enemigo. Pero dar lo que es un ideal por un factum para oponerse a él es una falsedad. Nunca se llegará a la política de la universalidad, a la fusión, en esta dimensión, entre sujeto ético y sujeto político, pero la lucha por ello supone escisión y conflicto, política, pues, en ese mismo sentido; que nunca veremos plamarse, tan sólo es una aproximación asintótica a ese objetivo.
El campo de la política y el de la ética permanecerán siempre en tensión por su misma naturaleza, mientras uno es el dominio de lo absoluto y categórico, el otro es campo de lo relativo y condicional; una está volcada hacia dentro, hacia la propia interioridad y perfección, la otra hacia fuera, es estricto campo de la apariencia y exterioridad; a la primera pueden no importarle las consecuencias, en ningún caso dejará de apreciarlas la segunda; la primera solo puede actuar por convicción, a la segunda le basta el cumplimiento de la norma, la primera admite nexos estratégicos, no así la segunda, etc.
Precisamente porque a la infrapolítica le importan las consecuencias no quiere ser una especie de ética trasladada sin más a la esfera pública, traducida, entonces, en una singular fuerza mesiánica para la que ni siquiera la violencia es tal, pues no se mide con patrones terrenales; no pretende tampoco ser trasunto de historia del ser alguna esperando el gran Ereignis final que repita el comienzo olvidado, no es Metapolítica, no juega a una logomaquia de la historia, no es megapolítica, que es en lo que suele convertirse aquella, es infra, asume responsabilidades, hacia el futuro, para con el presente y cara el pasado que observa con ojos aterrados proponiéndose que su acción al no repetirlo lo redima. Es muy consciente de la desmesura, de la carencia de límites del actuar humano, de la erección fácil de lo contingente en principio absoluto, de que toda decisión es injusta aun cuando acierta y hace bien, por lo que no puede sino interrogarse por lo sacrificado en cada movimiento. Eso es lo que le demanda también su criterio central de piedad por las cosas.
La infrapolítica no puede sino asumir con lucidez , pues, esa diferencia entre ética y política, esa tensión y, ciertamente, ese nexo. La política moderna a partir de Hobbes y una vez que asumiera hasta la médula una sola parte de la lección maquiaveliana, cercenándola de la parte republicana, rompe con el lazo ética-política, y aspira a una especie de dominación funcional, una máquina sin alma, una hegemonía pasiva. La política moderna por fuerza no puede ir más allá, y para sus designios le es suficiente.
La infrapolítica, al combatir radicalmente ese dominio, y aun todo lo que de él se refleje en su propia oposición, inevitablemente aparecerá más cercana a la ética por cuanto que es extraordinariamente exigente respecto de las fuerzas del individuo, demanda de él un ejercicio de ruptura, de disentimiento, de esfuerzo intelectual y vital que es propio de lo ético; y así aparecererá a los demás. Pero esto no es sino un efecto de la situación, del contexto en que se mueve. Dado que su vocación es abrir paso a la posibilidad de una verdadera política, su alma mira, sin embargo, a este otro lado, el colectivo, el exterior, el de la mundanidad, no el de la interioridad, no el ético.
No es sin más “política” porque se mueve en un arrière-plan, detrás de ella, intentando en todo momento que sus condiciones se restaruren, no se malogren. En pureza, si se diese una política auténtica, y se da en ocasiones, pues por momentos, y en determinados espacios, se logra el libre actuar juntos, el libre deliberar para la acción, en ese preciso momento y lugar, entonces, no hay infrapolítica, sino política stricto sensu. La infrapolítica solo existe cuando la política falla, cuando están en peligro sus condiciones de posibilidad, cuando se están introduciendo elementos que la deterioran o amenazan con su liquidación. Es una fuerza crítica que se mueve en un plano, se diría, casi-transcendental (relativo a las condiciones de posibilidad) si bien inmanente e histórico, contingente; en un espacio necesitado de intervención para convertirse en más netamente político. Por tanto, ese espacio no es del todo político ya que le es casi- previo.
Estas expresiones precedidas advervialmente del “casi” pueden irritar, – je suis desolé-, pero así es la cosa. No es rigurosamente transcendental por dos razones: es de carácter inmanente, no se sustrae a la historia, pero se sitúa en un distinto estrato de esta, como se sitúa una estructura respecto de los hechos que la acomodan; y una segunda razón, más importante, la infrapolítica es relativa a las “condiciones de posibilidad”, decimos, pero no son exactamente las condiciones de posibilidad, pues éstas quedan fuera o al borde del espacio político; una contienda militar está fuera de ese espacio, pero puede ser un medio para crear unas condiciones en que la política pueda darse, y aquella contienda, entonces, cese. Esas acciones que buscan crear condiciones de posibilidad, dado que la política no existe, requieren acciones no políticas, a menudo instrumentales, de fuerte formación de sujetos unificados, etc. La infrapolítica no se mueve en ese espacio, ni con este tipo de acción. Está allí donde hay política, pero en una situación amenazada de extinción, es en ese mundo necesitado de reparación, de restauración, de depuración, no de creatio ex nihilo, en el que se da su acción. No olvidemos que definimos la infrapolítica como “política” si bien “infra”, por tanto se da en un espacio en el que de algún modo la política no ha desaparecido del todo, y en el que la infrapolítica actúa como una fuerza regeneradora, revitalizadora, la que comporta su capacidad de crítica. Por todo esto no es exactamente transcendental sino quasi-transcendental. Y por esa misma razón decimos casi-previo, pues si fuera estrictamente previo se situaría fuera, como fuera está el plano transcendental. No es anterior sino simultáneo, actúa sobre la política pero en un plano que no se le superpone, sino que está como en retirada respecto del de la política, que se le sustrae. Permitidme el juego: en otro lugar dijimos que la infrapolítica es la política de la no-política, pues rechazaba todos los rasgos con los que convencionalmente la política se presentaba. Pues bien, ahora decimos, en perfecta complementariedad, que es política de la política, pues se propone que haya realmente política, es su fuerza facilitadora, su continuo intento de restauración.
Evidentemente, no puede, entonces, decirse que tal sea un plano ético, por mucho que lo distingamos como arrière-plan de la política, e indiquemos que en el contexto actual se aproxima al gesto ético, pues, al fin, la infrapolítica a la política está volcada, y, en consecuencia, no es ética por las mismas razones señaladas que distinguían la naturaleza de la política de la de la ética. Es un espacio entre, un entre-deux, un ni -ni, ese es el espacio de la infrapolítica. Dicho esto, inmediatamente hay que añadir, para más irritación, que esta expresión no es del todo exacta, pues si bien no es ética tiene mucho de ella, si bien no es política, a ella se refiere, y sólo no lo es porque a lo que pasa por política se opone; por consiguiente, y aquí está lo irritante, no es lo uno ni es lo otro, pero tampoco no es “no-es-lo-uno-ni-lo-otro”, esto es, no se puede decir sin más que no lo sea, pues algo sí lo es, de aquí que al ni-ni, habría que añadirle un tercer ni, “ni «ni-ni»”. Bueno, así es la rosa.