Sobre el hispanismo con puentes. Por Gerardo Muñoz.

Creo que repito un lugar común si digo que a mí también me parece estimable que un crítico español como Jordi Gracia reseñe en la prestigiosa revista mexicana Letras Libres, un libro tan sui generis como Marranismo e inscripción (2016), de Alberto Moreiras. Cuando hace un año organizamos el lanzamiento de este libro en Filadelfia (las contribuciones, por cierto, pueden encontrarse en este espacio), no sin toparnos con cierta resistencia pasiva y buena dosis de hallway chatter, algunos esperábamos con ansias la asistencia de rostros desconocidos, de nuevos viajeros, de patos mareados (para decirlo con Carlos Abreu), y por ahí también la presencia de algunos bucaneros capaces de darle un tirón al buque. Creo que todos estamos de acuerdo de que la presencia de piratas y bucaneros siempre hace todo más interesante y polémico. Pero no fue así, y aunque el salón estuviera lleno y la discusión fuera estimulante, los que estábamos ahí éramos, en su mayor parte conocidos, colegas y amigos que van y vienen, algunos miembros del colectivo Deconstrucción Infrapolítica, y otros afines al proyecto desde cierta distancia y con divisas muy heterogéneas.

En efecto, el peligro del “cocooning” del que habla Cass Sunstein, no solo hace metástasis en los nuevos medios de la web que fomentan la reproducción del consenso, sino que es ya la lógica misma del malestar en la universidad contemporánea. De ahí que la apuesta del marranismo sea una des-vinculación radical con todo el tinglado comunitario y sus comuniones que repetidamente atentan contra la aspiración de habitar un espacio más democrático desde el disenso, la separación, y el pluralismo. Se dice fácil, pero quizás la universidad contemporánea como institución ya no esté en condiciones de asegurar estas mínimas exigencias. Lo vemos todos los días con el ascenso en contra de Primera Enmienda en los campuses, así como en las nuevas formas despiadadas que afirman un identitarismo reactivo y miope. Así las cosas, no estoy muy seguro que la universidad contemple las condiciones adecuadas para la realización de un destino coherente a largo plazo. Por lo menos no se ven alternativas.

Volvamos a Gracia. Dejemos a un lado las impugnaciones que Gracia embiste contra la “Teoría” (y que han dejado en claro Sebastiaan Faber, Pedro Caro, Jorge Yágüez, Alberto Moreiras y otros en sus comentarios) como operación de escarmiento contra el pato que comete la infracción con su despegue. Ese vuelo esquivo vendría a confirmar la esencia del pharmakon maléfico de toda teoría como toxina que hace de toda ave una presa lista para el sartén. Dejemos también de lado, como ha notado Villalobos-Ruminott que, si bien Gracia reconoce el naufragio de la escena “teórica” en la universidad, le adjudica a Marranismo ser un síntoma de un nuevo vasallaje en función de los términos infrapolítica y poshegemonía. Dejemos también de lado que, para Gracia, en un gesto reduccionista y apurado, una compleja orientación de pensamiento colectivo y heterogéneo (infrapolítica) remite exclusivamente a “una confesión de desengaño sobre la autosuficiencia de una Teoría arrogantemente dotada de superpoderes analíticos. Y me parece valiosa por lo que tiene de experiencia honrada para uso de jóvenes profesores y estudiantes avanzados”.

En otras palabras, para Gracia, Marranismo e infrapolítica anuncian el desengaño de la magia negra de la teoría. ¡Una auto-confesión de brujo! Pero lo más desafortunado, es que Marranismo vendría a poner en escena una paideia moral, un timely warning para el nuevo estudiantado. ¡Apártense de esa brujería! (¿No es siempre lo que se dice?) Es cierto que Gracia ve con claridad que infrapolítica no quiere reproducir la cháchara crítica, que va por otro lado, pero inmediatamente rebaja el debate al almidonado ejercicio de una carta de amor dirigida a los jóvenes. En realidad, no me parece que la intención o el tono de Marranismo sea equiparable, digamos, a La vida verdadera, ese libro de Alain Badiou escrito con el clamor de un maoísta new age que le escribe a una juventud adormecida en el sofismo apolítico. Traigo la comparación con Badiou para lograr distancia y percepción. Puesto que hay una vasta diferencia entre un maoísta y un marrano. Y esa es la distancia para la cual no hacen falta puentes. Mientras que el maoísta solo habla desde las contradicciones del pueblo, el marrano abandona todo cierre comunitario, así como toda síntesis contraria. El marrano no busca la unidad. En fin, todo esto podemos dejarlo a un lado, aunque todo es muy importante.

Yo quisiera incidir en un bucle de la polémica con Gracia que pasa por reducir el problema de la universidad contemporánea y del hispanismo a una cuestión de “diálogo”. Si la misión de la universidad contemporánea ya hoy ha quedado rota – es más, sin posibilidad de restitución política ya sea desde la derecha como desde la izquierda, como dice un libro notable Why Liberalism Failed – la apuesta al diálogo, aunque bienvenida, no puede constituirse como compensación a la caída de la legitimidad universitaria. No se trata de negar el diálogo, bastaría más. Pero tampoco el diálogo puede asumirse como la estrategia para optimizar un mejor rendimiento de la institución. Podemos pensar en varios intentos de reestablecer el intercambio cultural regional o nacional (intercambio material entre instituciones, publicaciones, académicos, espacios culturales y universitarios, becas de trabajo, tiempo en programas de televisión), como en efecto ya existen entre algunos campos o subcampos. Todo esto, aun lográndose, no llega a tocar la raíz del problema. Y el precio que hay que pagar es alto.

El problema de fondo es si la solvencia ‘dialoguera’ entre las partes puede realmente preparar condiciones alternativas a la actual crisis de las Liberal Arts en la universidad contemporánea (al menos en los Estados Unidos). Recuerdo ahora un momento memorable en el congreso La Universidad Posible que tuvo lugar en Santiago de Chile en el 2016, organizado por Willy Thayer y otros colegas chilenos, donde Gareth Williams lanzó una pregunta a sangre fría: ¿en realidad necesitamos más humanismo? El horizonte de la demanda humanista que contiene al diálogo en su factura intercultural nos lleva a una administración de corte cultural policy que no se hace cargo de la fractura entre institución, pensamiento, y felicidad (eso que Moreiras llama un “estilo de existencia” para restablecer un nuevo hispanismo internacional). Claro, la posibilidad de pensamiento y existencia es lo que lo yo pediría desde una infrapolítica práctica por encima del croqui ingenieril de puentes atlánticos.

Me da la impresión que limitar este intercambio a la apuesta de un “diálogo” (por lo muy necesario e ineludible que sea) entre dos orillas termina aislando la cuestión de fondo: si estamos experimentando un agotamiento epocal de las humanidades en la universidad, ese nihil no puede enmendarse, me temo, desde ‘una nueva política’ cifrada meramente como management en las relaciones bilaterales. Este tipo de operación, irónicamente, reificaría el gueto hispanista hacia una política proteccionista de la lengua, del archivo, de la firma, de sus credenciales, de sus circuitos de publicaciones, de sus congresos, y de un lago etcétera. La ilusión de la globalización – y la universidad no es otra sino otra máquina dentro de este proceso efectivo – no es que todo sea fluido y que todos los regímenes culturales alcancen un reconocimiento diferencial dentro del estado homogéneo universal. El verdadero triunfo de la globalización es crear la ilusión de que las modalidades de la soberanía aún están en condiciones de preservar, contener, y generar nuevas formas katechonticas. Pero ya todo esto es insuficiente.

No sé hasta qué punto la demanda de un hispanismo de banquetes, chiringuitos, congresos literarios, o salones de baile, contribuya a un movimiento contra-universitario; o si, por el contrario, termine abasteciendo vagas ilusiones de una pax hispanica diagramada desde una metáfora hidráulica.

Puentes sí, y muchos, pero nunca desentendiendo lo que yace abajo. En fin, Lezama lo decía mejor: “un puente, un gran puente que no se le ve / un puente que transporta borrachos / que decía que se tenía que nutrir de cemento / mientras el pobre cemento con alma de león / ofrecía sus riquezas de miniaturista, pues, sabed, los jueves, los puentes / se entretienen en pasar a los reyes destronados”.

8 thoughts on “Sobre el hispanismo con puentes. Por Gerardo Muñoz.

  1. Gerardo, excelente respuesta. Me parecen muy precisas tus observaciones. Pones el dedo en la llaga del impasse universitario en el que nos encontramos, que pocos puentes y cruzamientos (necesarios como dices y como muchos creemos) podrán sacar de su ruina. Sin embargo, por si acaso se entendió mal, creo que el puente al que se refería Pedro Caro y al que yo le lancé el guante en mi comentario no pretendía ser un congreso de banquetes y chiringuitos, sino una cuestión más heterodoxa, que igual, lo sé, estaría regida por las lógicas que imperan en todo sistema de encuentro académico (invitaciones, logística, burocracia, etc). Si encuentros como el de Filadelfia siguen también provocando un regusto de amargura por la ausencia de rostros desconocidos y un congreso reconciliatorio terminaría por reificar aquello mismo que se propone corregir, ¿qué alternativas nos quedan para restablecer la posibilidad de pensamiento y existencia en el hispanismo? ¿Qué tipo de encuentros podrían creat puentes como los que invocan las palabras de Lezama? Lo digo desde el cariño y el deseo de participar, cuanto menos como oyente, pues si algo he sentido todos estos años ha sido cierta soledad por la distancia del otro lado y la activa ignorancia reforzada por la afirmación de superioridad que desde el lado norteamericano se impone como respuesta a la producción intelectual y la vida académica del país que uno deja atrás. Saludos.

  2. Y pensándolo bien, en el caso español, al menos en mis recuerdos de la carrera de Sevilla y los escasos contactos posteriores, lo de la ignorancia activa y la afirmación de superioridad también ocurre desde allí para acá… en fin que uno se ve en una zona de nadie, entre dos fuerzas hostiles que se ignoran y se cierran a toda posibilidad de pensamiento y existencia, algo que escenifica también a su modo la reseña de Gracia.

  3. Hablando de piratas marranos, estaba el gran e infraestudiado Samuel Palache, de quien tendríamos mucho que aprender y no todo bueno. (Yo sé de él por Alejandro.) Con todos sus defectos, sin embargo, creo que Palache era un hombre capaz de distinguir con sutileza entre cuatro cosas que en esta discusión se abren por todas partes y no se cierran (todavía) por ninguna. No sé si esa percepción es común o está motivada por la posición desde la que yo me acerco a todo esto, y así solo idiota o idiosincrática. Hay una diferencia entre ética y estilo tal que yo no puedo saber nunca qué es previo, solo arriesgar una decisión: ¿es el estilo el que marca una ética o es la ética la que marca un estilo? Creo que la infrapolítica apunta a lo primero–la ética es derivada, el estilo es primario. Eso marca también la forma de estar profesional. Marca un estilo de búsqueda que el mero profesionalismo no conoce ni puede conocer. El hispanismo es así, para el que lo vive de ese modo, marca existencial. De otra forma es solo, como diría Lacan, “servicio de los bienes.” La otra diferencia de Palache es la diferencia entre ideología y teoría. Cuando Gracia denuncia la pretensión americana de teoría, creo que su denuncia tendría mayor alcance y nos daría mayor trabajo si la cambiara por la pretensión americana de ideología. No es la teoría la que abunda en el hispanismo norteamericano contra el hispanismo peninsular o el latinoamericanismo donde lo haya, etc. Es la ideología, o la ideologización permanente, la pretensión de que, cuando uno lee a Baroja, no quiere entender a Baroja, sino aceptarlo o rechazarlo para la causa. Ese enganche con las causas, muy ético, muy moralista, muy santurrón, eso sí es característica del hispanismo norteamericano, porque en realidad es característica del liberalismo progresista norteamericano. Lo curioso es que es, por definición, rabiosamente antiteórico. Por eso ese ataque dolería más, creo. Aunque no le dolería gran cosa a la infrapolítica, ni a Palache.

  4. Gracias por tu comentario y por tu nota anterior que me hizo pensar bastante, Carlos. Y no creo que estemos en desacuerdo, pues no llamo a cancelar el diálogo, todo lo contrario. Esos diálogos vienen ocurriendo, y hay que impulsar para que sigan teniendo lugar, sin lugar a dudas. Es la única manera de mantenerse a flote para combatir, en la medida de lo posible, esa activa ignorancia a la que apuntas. Yo solo pretendía llamar la atención a cierto límite de esta demanda en cuanto horizonte, puesto que lo que sigue estando en juego es la cuestión de la universidad. Entonces, claro, el dialogo necesitaría ser fundamentalmente contra-universitario, y no en función de una administración en mejorías de cierta matriz de las “relaciones internacionales / transatlánticas del hispanismo”. Habría que pensar, en todo caso, en un hispanismo en conflicto perpetuo, deficiente, capaz de orientar diversos estilos singulares e inconmensurables. Hay un momento en El caballero de Sajonia de Benet, esa gran novela contrafactual sobre Lutero y Carlos V, donde se juega con la idea de una unidad entre catolicismo y protestantismo para mantener controlada la irrupción de la guerra civil a través de una monarquía universal y así resolver las diferencias mediante el diálogo diplomático. El precio es un Cuarto Imperio. Pienso aquí también en lo que una vez les escuché a un gurú decolonial: el dialogo inter-continental vis-a-vis BRICS hará posible una nueva geopolítica imperial del sur. Es el tipo de dialogo hegemónico y neutralizador al que quiero renunciar. Desde luego, que habría que apostar por elencos de no-katejonticos, de proliferación republicana, donde el banquete tenga lugar como recinto de inclinaciones hacia gustos y estilos, y nunca como espacio de tregua. Iba por ahí lo mío, pero como decía antes, esto es más bien para yo también ir pensandolo al ritmo de esta lúcida conversación que se ha abierto. Un abrazo.

  5. Muy interesante y complejo todo lo que dices, Alberto. Yo me pregunto, qué pasaría si en lugar de pedir una apertura ética o política para el hispanismo, pudiéramos pedir apertura de estilo? Yo la verdad que aun no sé como pensar la cuestión del estilo singular relativa al hispanismo. Es interesante que Villacañas en su introducción a La Inteligencia Hispana (2017), distinga entre carácter y estilo, el segundo como brillo que interrumpe la eticidad que guía a toda acción concreta. Pero luego dice JLV que el estilo es un “concepto metapolítico”. La conclusión (me parece, habría que ver que dice Jose Luis, porque no quiero mal interpretarlo) es que solo desde el estilo podemos pensar la historia política (y del Hispanismo mismo!) como historia material del carisma. Esto se anuncia en esa introducción como proyecto para el hispanismo. Qué piensas de esto? Pero a la vez, no es el marrano el estilo sin carisma? Para JLV, pareciera que el estilo siempre depende del carisma como momento concreto de percepción (recuerdo aquí la mención la ‘líder judeohispano’ que aparece polémicamente en el libro sobre Podemos). Hay algo para pensar aquí.

    Y lo de la ideología es es un matiz clave. Me parece que uno de los aportes del libro de Charles Hatfield es haber puesto en escena esa insuficiencia en forma de pliegues en la reflexion latinoamericanista. Lo curioso es que también ese libro es que desmonta tan bien la crítica ideológica al mismo tiempo silencia de manera sistemática la práctica deconstructiva al interior del latinamericanismo. Habría una especie desencuentro doble: por un lado, una critica ideológica que no reconoce la deconstrucción, y por otro, una critica de la teoría que pierde de vista la hegemonía de la critica ideológica. Algo así.

    • Creo que “pedir apertura de estilo” es perder el tiempo. El estilo se tiene o no se tiene (no quiero entrar de momento en si se tiene porque se consigue voluntariosamente o se tiene porque está desde siempre implícito en el carácter para no caer ni en ningún determinismo ni tampoco en ninguna ilusión pedagógica), y se usa o no se usa. Verdad que en estas cuestiones resolverse a usar lo que se tiene es lo más difícil, y desde luego constituye un déficit secular para lo que aquí venimos llamando para abreviar hispanismo, que incluye al latinoamericanismo. Y el estilo es en cada caso la forma en la que cada uno se vincula existencialmente a aquello que elige, en este caso el llamado hispanismo. Si va a haber diálogo entre hispanistas, aun en el sentido lacaniano, para el que no hay diálogo igual que no hay relación sexual, y sin embargo . . . , la productividad del diálogo para mí no es concebible más que en el sentido de elicitar estilos. Lamentablemente—esa es nuestra pobreza cultural, nuestra miseria más lacerante—tenemos pocos, y no por casualidad: es una maldición de “nuestra” tradición (aunque para mí, ya me lo he ganado, no hay nada de “mía” en ese “nuestra”). Pero el diálogo puede producir una proliferación de estilos mientras, precisamente, no derive en confrontación de ideologías, por donde no se va ni se ha ido nunca a parte alguna. Ese diálogo no eludiría el conflicto, pero no banalizaría el conflicto como conflicto ideológico. Esa es para mí una de las claves de los que esta conversación empieza a tocar en medio de un silencio resonante (aunque hablen muchos). En todo caso yo no entiendo la distinción entre carácter y estilo y desde luego no quiero llevarla al terreno político, que me tiene sin cuidado en esta discusión porque pienso que hay algo otro que la política en juego. Pero no he leído ese libro de José Luis.

      From: Infrapolitical Deconstruction <comment-reply@wordpress.com> Reply-To: Infrapolitical Deconstruction <comment+cr1l23k0_yx1rn9ih8h3gci-1h5dxw–hyve6zqbhuo@comment.wordpress.com> Date: Wednesday, January 10, 2018 at 7:50 PM To: “Moreiras, Alberto” <moreiras@tamu.edu> Subject: [New comment] Sobre el hispanismo con puentes. Por Gerardo Muñoz.

      Gerardo.Muñoz commented: “Muy interesante y complejo todo lo que dices, Alberto. Yo me pregunto, qué pasaría si en lugar de pedir una apertura ética o política para el hispanismo, pudiéramos pedir apertura de estilo? Yo la verdad que aun no sé como pensar la cuestión del estilo si”

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